Cuento de Navidad de Charles Dickens-Capítulo III
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Cuento de Navidad de Charles Dickens-Capítulo III
Capítulo tercero
EL SEGUNDO DE LOS TRES ESPÍRITUS
Scrooge se despertó a causa de un sonoro ronquido. Incorporándose en la cama trató de ordenar sus ideas.
No hubo necesidad de decirle que el reloj iba a dar la una. Él estaba muy resuelto a desafiar un ilimitado número de extrañas y fantásticas apariciones y a no admirarse absolutamente de nada, se tratase de un inofensivo niño en su cuna o de un rinoceronte. Pero si estaba preparado para casi todo, no lo estaba en realidad para no esperar nada, y por eso cuando el reloj dio la una, sin que apareciese ningún espíritu, se apoderó de él un escalofrío violento y se puso a temblar con todo su cuerpo.
Transcurrieron cinco minutos, diez minutos, un cuarto de hora y no aparecía nadie. Al final comenzó a sospechar de un misterioso resplandor que parecía provenir del cuarto de al lado, desde donde, a juzgar por el rastro lumínico, parecía haber alguien. Esta idea se apoderó de Scrooge, quien se levantó y, poniéndose las zapatillas, caminó sin hacer ruido hasta la puerta.
EL SEGUNDO DE LOS TRES ESPÍRITUS
Scrooge se despertó a causa de un sonoro ronquido. Incorporándose en la cama trató de ordenar sus ideas.
No hubo necesidad de decirle que el reloj iba a dar la una. Él estaba muy resuelto a desafiar un ilimitado número de extrañas y fantásticas apariciones y a no admirarse absolutamente de nada, se tratase de un inofensivo niño en su cuna o de un rinoceronte. Pero si estaba preparado para casi todo, no lo estaba en realidad para no esperar nada, y por eso cuando el reloj dio la una, sin que apareciese ningún espíritu, se apoderó de él un escalofrío violento y se puso a temblar con todo su cuerpo.
Transcurrieron cinco minutos, diez minutos, un cuarto de hora y no aparecía nadie. Al final comenzó a sospechar de un misterioso resplandor que parecía provenir del cuarto de al lado, desde donde, a juzgar por el rastro lumínico, parecía haber alguien. Esta idea se apoderó de Scrooge, quien se levantó y, poniéndose las zapatillas, caminó sin hacer ruido hasta la puerta.
Estrella- Cantidad de envíos : 2057
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Re: Cuento de Navidad de Charles Dickens-Capítulo III
En el momento en que ponía la mano sobre el picaporte, una voz extraña lo llamó por su nombre y le animó a que entrase. Él obedeció. Aquel era efectivamente el salón de su casa, no había duda, pero transformado de una manera admirable.
Las paredes y el techo estaban magníficamente cubiertos de follaje verde: aquello parecía un verdadero bosque, lleno de frondosos pinos, de hiedras con frutos relucientes y carmesíes. Las hojas lustrosas de estas últimas reflejaban la luz como si fueran espejos.
En la chimenea brillaba un fuego nutrido, como no lo había conocido nunca en la época de Marley y en la de Scrooge. Amontonados sobre el suelo y formando como una especie de trono, había pavos, gansos, caza menor de toda clase, carnes frías, lechoncitos, jamones, chorizos, pasteles de picadillo, de pasas, barriles de ostras, castañas asadas, manzanas rojas, jugosas naranjas, suculentas peras, tortas de reyes y tazas de ponche humeante que oscurecía con sus deliciosas emanaciones la atmósfera del salón.
Un gigante, de festivo aspecto y simpática presencia, estaba echado con la mayor comodidad en aquella cama. —Adelante —gritó el fantasma—, adelante. No me tengas miedo.
Scrooge entró tímidamente haciendo una reverencia al espíritu. Ya no era el huraño Scrooge de antes, y aunque las miradas del fantasma expresaban un carácter benévolo, bajó la vista. —Soy el espíritu de la Navidad actual —dijo el fantasma—.
Las paredes y el techo estaban magníficamente cubiertos de follaje verde: aquello parecía un verdadero bosque, lleno de frondosos pinos, de hiedras con frutos relucientes y carmesíes. Las hojas lustrosas de estas últimas reflejaban la luz como si fueran espejos.
En la chimenea brillaba un fuego nutrido, como no lo había conocido nunca en la época de Marley y en la de Scrooge. Amontonados sobre el suelo y formando como una especie de trono, había pavos, gansos, caza menor de toda clase, carnes frías, lechoncitos, jamones, chorizos, pasteles de picadillo, de pasas, barriles de ostras, castañas asadas, manzanas rojas, jugosas naranjas, suculentas peras, tortas de reyes y tazas de ponche humeante que oscurecía con sus deliciosas emanaciones la atmósfera del salón.
Un gigante, de festivo aspecto y simpática presencia, estaba echado con la mayor comodidad en aquella cama. —Adelante —gritó el fantasma—, adelante. No me tengas miedo.
Scrooge entró tímidamente haciendo una reverencia al espíritu. Ya no era el huraño Scrooge de antes, y aunque las miradas del fantasma expresaban un carácter benévolo, bajó la vista. —Soy el espíritu de la Navidad actual —dijo el fantasma—.
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Re: Cuento de Navidad de Charles Dickens-Capítulo III
Mírame bien.
Scrooge obedeció respetuosamente. —¡No debes haber visto nada parecido! —dijo el espíritu. —Jamás. —¿Has viajado con los individuos más jóvenes de mi familia; quiero decir (porque yo soy joven) mis hermanos mayores de estos últimos años? —No lo creo, sospecho que no. ¿Tienes muchos hermanos? —Más de mil ochocientos. —¡Qué familia numerosa, gigante! El espíritu de la Navidad se puso de pie. —Llévame adonde quieras —dijo con sumisión Scrooge—. Anoche salí contra mi voluntad y recibí una lección que comienza a producir sus frutos.
Si esta noche tienes algo que enseñarme, te prometo que lo aprovecharé. —Toca mi vestido. Scrooge cumplió la orden y se agarró de la túnica. Inmediatamente se desvaneció todo lo que había en el salón. El cuarto, la luz rojiza, hasta la misma noche desaparecieron también, y los viajeros se encontraron en las calles de la ciudad la mañana de Navidad, cuando la gente, bajo la impresión de un frío algo vivo, producía por todas partes una especie de música discordante, raspando la nieve amontonada delante de las casas o barriéndola de las canaletas para la diversión de los niños, que creían estar ante avalanchas en miniatura.
En seguida se trasladaron, siempre invisibles, a los arrabales de la ciudad. El espíritu de la Navidad actual condujo a Scrooge
Scrooge obedeció respetuosamente. —¡No debes haber visto nada parecido! —dijo el espíritu. —Jamás. —¿Has viajado con los individuos más jóvenes de mi familia; quiero decir (porque yo soy joven) mis hermanos mayores de estos últimos años? —No lo creo, sospecho que no. ¿Tienes muchos hermanos? —Más de mil ochocientos. —¡Qué familia numerosa, gigante! El espíritu de la Navidad se puso de pie. —Llévame adonde quieras —dijo con sumisión Scrooge—. Anoche salí contra mi voluntad y recibí una lección que comienza a producir sus frutos.
Si esta noche tienes algo que enseñarme, te prometo que lo aprovecharé. —Toca mi vestido. Scrooge cumplió la orden y se agarró de la túnica. Inmediatamente se desvaneció todo lo que había en el salón. El cuarto, la luz rojiza, hasta la misma noche desaparecieron también, y los viajeros se encontraron en las calles de la ciudad la mañana de Navidad, cuando la gente, bajo la impresión de un frío algo vivo, producía por todas partes una especie de música discordante, raspando la nieve amontonada delante de las casas o barriéndola de las canaletas para la diversión de los niños, que creían estar ante avalanchas en miniatura.
En seguida se trasladaron, siempre invisibles, a los arrabales de la ciudad. El espíritu de la Navidad actual condujo a Scrooge
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Re: Cuento de Navidad de Charles Dickens-Capítulo III
al domicilio de su empleado. Al atravesar el umbral, el espíritu sonrió y se detuvo para echar una bendición, regando además con su antorcha el humilde recinto de Bob Cratchit.
La mujer de Cratchit, vestida humildemente pero adornada con muchas cintas, de esas que quedan bien sin importar lo poquísimo que valen, estaba poniendo la mesa con la ayuda de Belinda Cratchit.
El mayor de sus hijos metía su tenedor en la olla llena de batatas y estiraba cuanto le era posible su enorme cuello de camisa. No precisamente su cuello, sino el de su padre, pues éste, en honor a la Navidad, se lo había prestado y él, orgulloso de verse tan acicalado, ansiaba lucirse en el paseo más concurrido y elegante.
Bob compuso con ginebra y limones una especie de bebida caliente, después de haberla agitado bien en todos sentidos. Mientra tanto su hijo Pedro y los dos más pequeños fueron a buscar el pato con el cual regresaron muy pronto, llevándolo en procesión triunfal.
Los pequeños Cratchit, niño y niña, penetraron en la habitación diciendo que habían olfateado el pato en la panadería y habían reconocido cuál era el de ellos. —Nunca —dijo Bob— se ha visto un pato igual. Su sabor, su gordura, su bajo precio, lo tierno que estaba, el pato despertó la admiración universal: con la salsa de manzanas y el puré de batatas hubo suficiente comida para todos ellos. El señor Cratchit, notando un pequeño resto de hueso, dijo que no se habían podido comer todo el pato: la familia entera estaba satisfecha, particularmente los pequeños Cratchit, ambos llenos hasta los ojos de salsa de cebollas.
La mujer de Cratchit, vestida humildemente pero adornada con muchas cintas, de esas que quedan bien sin importar lo poquísimo que valen, estaba poniendo la mesa con la ayuda de Belinda Cratchit.
El mayor de sus hijos metía su tenedor en la olla llena de batatas y estiraba cuanto le era posible su enorme cuello de camisa. No precisamente su cuello, sino el de su padre, pues éste, en honor a la Navidad, se lo había prestado y él, orgulloso de verse tan acicalado, ansiaba lucirse en el paseo más concurrido y elegante.
Bob compuso con ginebra y limones una especie de bebida caliente, después de haberla agitado bien en todos sentidos. Mientra tanto su hijo Pedro y los dos más pequeños fueron a buscar el pato con el cual regresaron muy pronto, llevándolo en procesión triunfal.
Los pequeños Cratchit, niño y niña, penetraron en la habitación diciendo que habían olfateado el pato en la panadería y habían reconocido cuál era el de ellos. —Nunca —dijo Bob— se ha visto un pato igual. Su sabor, su gordura, su bajo precio, lo tierno que estaba, el pato despertó la admiración universal: con la salsa de manzanas y el puré de batatas hubo suficiente comida para todos ellos. El señor Cratchit, notando un pequeño resto de hueso, dijo que no se habían podido comer todo el pato: la familia entera estaba satisfecha, particularmente los pequeños Cratchit, ambos llenos hasta los ojos de salsa de cebollas.
Última edición por Estrella el Miér Dic 08, 2021 8:40 pm, editado 1 vez
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Re: Cuento de Navidad de Charles Dickens-Capítulo III
Cuando Belinda terminó de poner los platos para el postre, su madre salió del comedor, pero sola, pues la emoción que la dominaba por el importante acto que iba a cumplir requería que no la molestara nadie: iba a servir el budín. ¡Oh! ¡Oh! ¡Qué vapor tan espeso! Sin duda había sacado el budín del horno. ¡Qué mezcla de perfumes tan ricos, de esos perfumes que recuerdan el restaurante, la pastelería de la casa de al lado!
Después de medio minuto escaso de ausencia, la señora Cratchit, con la cara encendida, sonriente y triunfante, volvió a la mesa, en la que presentó el budín, muy parecido a una bala de cañón en lo duro y firme y flotando en medio de una salsa de aguardiente encendido, y todo coronado por la rama de pino, símbolo de la Navidad.
—¡Qué maravilloso budín! —dijo Bob Cratchit con seriedad. Lo consideraba la obra maestra de la señora Cratchit desde que se habían casado. Todos tuvieron la necesidad de decir algo, pero ninguno dijo, siquiera tuvo la idea, que era un budín bien pequeño para la numerosa familia.
Efectivamente hubiera sido muy feo pensarlo o decirlo: ningún Cratchit hubiera dejado de avergonzarse. Así terminó la comida, quitaron los manteles, barrieron la sala y reanimaron la chimenea. Entonces Bob pronunció este brindis. —Felices Pascuas para todos nosotros y nuestros amigos. ¡Que Dios nos bendiga! Y toda la familia contestó unánimemente. —¡Que Dios bendiga a cada uno de nosotros! —dijo Tiny.
Después de medio minuto escaso de ausencia, la señora Cratchit, con la cara encendida, sonriente y triunfante, volvió a la mesa, en la que presentó el budín, muy parecido a una bala de cañón en lo duro y firme y flotando en medio de una salsa de aguardiente encendido, y todo coronado por la rama de pino, símbolo de la Navidad.
—¡Qué maravilloso budín! —dijo Bob Cratchit con seriedad. Lo consideraba la obra maestra de la señora Cratchit desde que se habían casado. Todos tuvieron la necesidad de decir algo, pero ninguno dijo, siquiera tuvo la idea, que era un budín bien pequeño para la numerosa familia.
Efectivamente hubiera sido muy feo pensarlo o decirlo: ningún Cratchit hubiera dejado de avergonzarse. Así terminó la comida, quitaron los manteles, barrieron la sala y reanimaron la chimenea. Entonces Bob pronunció este brindis. —Felices Pascuas para todos nosotros y nuestros amigos. ¡Que Dios nos bendiga! Y toda la familia contestó unánimemente. —¡Que Dios bendiga a cada uno de nosotros! —dijo Tiny.
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Re: Cuento de Navidad de Charles Dickens-Capítulo III
Estaba sentado en un banquito cerca su padre. Bob le tomaba la mano como si hubiera querido darle una muestra especial de ternura y conservarlo a su lado de miedo que se lo quitasen. —Espíritu —dijo Scrooge con un interés que hasta entonces no había manifestado—. Dime si Tiny vivirá. —Veo un sitio desocupado en el seno de esta pobre familia, y una muleta sin dueño cuidadosamente conservada. Si mi sucesor no altera el curso de las cosas morirá el niño. —No, no, buen espíritu: haz que viva. —Si mi sucesor no altera el curso de las cosas en esas imágenes que descubren el porvenir ninguno de mi raza verá a ese niño. Scrooge bajó los ojos temblando.
Pronto los levantó al oír que pronunciaban su nombre. —¡Ah, el señor Scrooge! —dijo Bob— bebamos a la salud de él, ya que le debemos este humilde festín. —¡Qué deseo es ese, Bob! —Le reclamó la señora Cratchit roja de la bronca—. Quisiera verlo aquí para servirle un plato a mi gusto. Buen apetito tendrá que tener para comerlo. —Querida mía —dijo Bob—. Los hijos… la Navidad. —Solo un día como hoy se puede beber a la salud de un hombre tan aborrecible, tan avaro, tan duro como el señor Scrooge. Nadie lo sabe mejor que tú, mi pobre marido. —Querida mía —insistió dulcemente Bob—. El día de Navidad… —Beberé a su salud por amor a ti y en honra del día, pero no por él. Le deseo, pues, larga vida, felices Pascuas y dichoso año. Con eso tendría que dejarlo bien contento, pero lo dudo.
Pronto los levantó al oír que pronunciaban su nombre. —¡Ah, el señor Scrooge! —dijo Bob— bebamos a la salud de él, ya que le debemos este humilde festín. —¡Qué deseo es ese, Bob! —Le reclamó la señora Cratchit roja de la bronca—. Quisiera verlo aquí para servirle un plato a mi gusto. Buen apetito tendrá que tener para comerlo. —Querida mía —dijo Bob—. Los hijos… la Navidad. —Solo un día como hoy se puede beber a la salud de un hombre tan aborrecible, tan avaro, tan duro como el señor Scrooge. Nadie lo sabe mejor que tú, mi pobre marido. —Querida mía —insistió dulcemente Bob—. El día de Navidad… —Beberé a su salud por amor a ti y en honra del día, pero no por él. Le deseo, pues, larga vida, felices Pascuas y dichoso año. Con eso tendría que dejarlo bien contento, pero lo dudo.
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Re: Cuento de Navidad de Charles Dickens-Capítulo III
Los niños secundaron el brindis, y esto fue lo único que no hicieron de buena gana en aquel día. Tiny bebió último. Scrooge era el vampiro de la familia: su nombre nubló la satisfacción de aquellas personas, pero fue cosa de cinco minutos. Los Cratchit no eran una hermosa familia. Ninguno de ellos estaba bien vestido. Tenían los zapatos en mal estado. Sin embargo, todos eran felices y vivían en paz, satisfechos de su condición.
Cuando Scrooge se separó de ellos se manifestaron más alegres, gracias al benéfico influjo de la antorcha del espíritu, que continuó mirándolos hasta que se desvanecieron. Especialmente a Tiny-Tim. Había llegado la noche, oscura y tenebrosa. Mientras Scrooge y el espíritu recorrían las calles, el fuego chisporroteaba en las cocinas, en los salones, en todas partes, produciendo maravillosos efectos.
Hasta los humildes faroleros, ya vestidos para ir a alguna reunión, se reían a carcajadas cuando el espíritu pasaba cerca de ellos.
De repente, sin que el aparecido hubiera dicho nada a su compañero, nada que lo prepare para un cambio tan brusco, se encontraron en medio de un pantano triste y desierto, sembrado de grandes montones de piedras. —¿En dónde estamos? —preguntó Scrooge. —Estamos donde viven los mineros, los que trabajan en las entrañas de la tierra —contestó el espíritu—. Ya me reconocen, mira.
Cuando Scrooge se separó de ellos se manifestaron más alegres, gracias al benéfico influjo de la antorcha del espíritu, que continuó mirándolos hasta que se desvanecieron. Especialmente a Tiny-Tim. Había llegado la noche, oscura y tenebrosa. Mientras Scrooge y el espíritu recorrían las calles, el fuego chisporroteaba en las cocinas, en los salones, en todas partes, produciendo maravillosos efectos.
Hasta los humildes faroleros, ya vestidos para ir a alguna reunión, se reían a carcajadas cuando el espíritu pasaba cerca de ellos.
De repente, sin que el aparecido hubiera dicho nada a su compañero, nada que lo prepare para un cambio tan brusco, se encontraron en medio de un pantano triste y desierto, sembrado de grandes montones de piedras. —¿En dónde estamos? —preguntó Scrooge. —Estamos donde viven los mineros, los que trabajan en las entrañas de la tierra —contestó el espíritu—. Ya me reconocen, mira.
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Re: Cuento de Navidad de Charles Dickens-Capítulo III
Brilló una luz en la ventana de una pobre choza y ambos se dirigieron hacia aquel lado.
Penetrando a través del muro de piedras y tierra que constituía aquel hogar, vieron una numerosa y alegre reunión alrededor de una gran fogata.
Un buen viejo, su mujer, sus hijos, sus nietos y sus biznietos estaban congregados allí vestidos con su mejor traje. El viejo, con voz que ya no podía sobreponerse al agudo silbido del viento que soplaba sobre los arenales, cantaba un villancico (muy antiguo ya cuando él lo aprendió de niño) y los demás repetían de tiempo en tiempo el estribillo. Cuando ellos cantaban el viejo se sentía reanimado, pero cuando callaban volvía a caer en su debilidad.
El espíritu no se detuvo aquí, sino que pidió a Scrooge que lo agarrara fuerte y lo transportó por encima de los pantanos. ¿A dónde? No al mar, me parece; pues sí, al mar. En su vertiginosa marcha, lejos ya, muy lejos de tierra firme, el espíritu y Scrooge descendieron sobre un buque, acercándose primero al timonel, luego al vigilante de proa y a los oficiales de guardia, visitando todas estas fantásticas figuras en los distintos lugares donde estaban.
Todos ellos tarareaban una canción alusiva al día. Pensaban en la Navidad. Relataban a sus compañeros otras navidades que habían disfrutado, contando siempre con volver a reunirse con sus familias. Todos a bordo, despiertos o dormidos, buenos o malos, eran más afectuosos entre sí que durante el resto del año.
Todos se habían comunicado sus alegrías, todos se habían acordado de sus parientes o amigos, esperando que éstos los recordaran también.
Penetrando a través del muro de piedras y tierra que constituía aquel hogar, vieron una numerosa y alegre reunión alrededor de una gran fogata.
Un buen viejo, su mujer, sus hijos, sus nietos y sus biznietos estaban congregados allí vestidos con su mejor traje. El viejo, con voz que ya no podía sobreponerse al agudo silbido del viento que soplaba sobre los arenales, cantaba un villancico (muy antiguo ya cuando él lo aprendió de niño) y los demás repetían de tiempo en tiempo el estribillo. Cuando ellos cantaban el viejo se sentía reanimado, pero cuando callaban volvía a caer en su debilidad.
El espíritu no se detuvo aquí, sino que pidió a Scrooge que lo agarrara fuerte y lo transportó por encima de los pantanos. ¿A dónde? No al mar, me parece; pues sí, al mar. En su vertiginosa marcha, lejos ya, muy lejos de tierra firme, el espíritu y Scrooge descendieron sobre un buque, acercándose primero al timonel, luego al vigilante de proa y a los oficiales de guardia, visitando todas estas fantásticas figuras en los distintos lugares donde estaban.
Todos ellos tarareaban una canción alusiva al día. Pensaban en la Navidad. Relataban a sus compañeros otras navidades que habían disfrutado, contando siempre con volver a reunirse con sus familias. Todos a bordo, despiertos o dormidos, buenos o malos, eran más afectuosos entre sí que durante el resto del año.
Todos se habían comunicado sus alegrías, todos se habían acordado de sus parientes o amigos, esperando que éstos los recordaran también.
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Re: Cuento de Navidad de Charles Dickens-Capítulo III
Scrooge se sorprendió mucho de que, estando atento a los marineros, llegara a sus oídos una ruidosa carcajada.
Su sorpresa fue mayor al advertir que aquella carcajada provenía de otro lugar: era de su sobrino. Al instante se hallaba en compañía del espíritu en un salón perfectamente iluminado, limpio, con buen fuego.
El espíritu lanzaba miradas llenas de dulzura y de benevolencia sobre su alegre sobrino. Por un feliz, justo y noble equilibrio en las cosas del mundo, aunque las enfermedades y los pesares son contagiosos, más aún lo son la risa y el buen humor. —Bajo palabra de honor, les aseguro —decía el sobrino— que ha dicho esa palabra: que la Navidad es una tontería y, sin dudas, que estaba muy convencido. —Tanto más vergonzoso para él —dijo su mujer indignada.
La sobrina de Scrooge era bonita, con su encantador rostro, con su aire sencillo y sus mejillas llenas de pequeños hoyuelos. —Es cierto, podría ser más simpático —dijo e sobrino—. Pero como sus defectos constituyen su propio castigo, no hay mucho que agregar. —Creo que es muy adinerado, Federico —dijo la mujer—. Por lo menos eso me dijiste. —¡Qué importa su riqueza, querida! —contestó el marido—. No le sirve para nada su riqueza. Ni para hacer bien a nadie, ni a sí mismo. Ni siquiera tiene la satisfacción de pensar que pronto nosotros la aprovecharemos.
Su sorpresa fue mayor al advertir que aquella carcajada provenía de otro lugar: era de su sobrino. Al instante se hallaba en compañía del espíritu en un salón perfectamente iluminado, limpio, con buen fuego.
El espíritu lanzaba miradas llenas de dulzura y de benevolencia sobre su alegre sobrino. Por un feliz, justo y noble equilibrio en las cosas del mundo, aunque las enfermedades y los pesares son contagiosos, más aún lo son la risa y el buen humor. —Bajo palabra de honor, les aseguro —decía el sobrino— que ha dicho esa palabra: que la Navidad es una tontería y, sin dudas, que estaba muy convencido. —Tanto más vergonzoso para él —dijo su mujer indignada.
La sobrina de Scrooge era bonita, con su encantador rostro, con su aire sencillo y sus mejillas llenas de pequeños hoyuelos. —Es cierto, podría ser más simpático —dijo e sobrino—. Pero como sus defectos constituyen su propio castigo, no hay mucho que agregar. —Creo que es muy adinerado, Federico —dijo la mujer—. Por lo menos eso me dijiste. —¡Qué importa su riqueza, querida! —contestó el marido—. No le sirve para nada su riqueza. Ni para hacer bien a nadie, ni a sí mismo. Ni siquiera tiene la satisfacción de pensar que pronto nosotros la aprovecharemos.
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Re: Cuento de Navidad de Charles Dickens-Capítulo III
—Ni siquiera pensando eso lo soporto —continuó la sobrina, a cuya opinión suscribieron sus hermanas y las demás señoras. —Yo soy más tolerante —dijo Federico—. Me aflijo por él y nunca le desearé el mal aunque tenga razones, porque quien sufre su carácter y su mal humor es él y sólo él. Me proponía únicamente decir que mi tío, poniéndome tan mala cara y negándose a venir con nosotros, se ha perdido algunos momentos de placer que le hubieran venido muy bien.
Evidentemente se ha privado de una compañía mucho más agradable que la de sus pensamientos, su mostrador húmedo y sus habitaciones polvorientas. Eso no quita que todos los años lo invite de la misma manera, le guste o no, porque me da lástima. Después del té hubo un poco de música, las invitadas provenían de una familia de músicas.
La sobrina de Scrooge tocaba muy bien el arpa y entre otras piezas ejecutó una cancioncilla (una cosa insignificante que tú, lector, hubieras aprendido a tararear en dos minutos), que era justamente la favorita de la joven que, tiempo atrás, fue en busca de Scrooge al colegio.
No sólo la música ocupó a los invitados. Al cabo de un rato se jugó a juegos de prendas, porque es bueno volver a los días de la niñez, sobre todo, teniendo en cuenta que la Navidad es una fiesta creada en homenaje a un Dios niño. Allí había como veinte personas entre viejos y jóvenes. Todos jugaban, hasta el mismo Scrooge, quien se interesaba y decía en alta voz el secreto de los enigmas que se planteaban.
Evidentemente se ha privado de una compañía mucho más agradable que la de sus pensamientos, su mostrador húmedo y sus habitaciones polvorientas. Eso no quita que todos los años lo invite de la misma manera, le guste o no, porque me da lástima. Después del té hubo un poco de música, las invitadas provenían de una familia de músicas.
La sobrina de Scrooge tocaba muy bien el arpa y entre otras piezas ejecutó una cancioncilla (una cosa insignificante que tú, lector, hubieras aprendido a tararear en dos minutos), que era justamente la favorita de la joven que, tiempo atrás, fue en busca de Scrooge al colegio.
No sólo la música ocupó a los invitados. Al cabo de un rato se jugó a juegos de prendas, porque es bueno volver a los días de la niñez, sobre todo, teniendo en cuenta que la Navidad es una fiesta creada en homenaje a un Dios niño. Allí había como veinte personas entre viejos y jóvenes. Todos jugaban, hasta el mismo Scrooge, quien se interesaba y decía en alta voz el secreto de los enigmas que se planteaban.
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Re: Cuento de Navidad de Charles Dickens-Capítulo III
El aparecido se alegraba de verlo así de contento y lo contemplaba con tanta simpatía que Scrooge le pidió encarecidamente, como un niño, que lo dejase quedarse hasta que se marcharan los invitados. —Un nuevo juego, espíritu. Un nuevo juego. Media hora nada más. En un momento, su sobrino dijo: —Felices Pascuas y dichoso año para el viejo, a pesar de su carácter.
Él no aceptaría este buen deseo de mi parte, pero se lo doy igual. ¡A mi tío Scrooge! Scrooge se había dejado dominar por la alegría general, sentía paz en su corazón y de buena gana hubiera tomado parte en aquel brindis en su honor. Aunque nadie lo oyera, hubiera pronunciado un buen discurso de gracias. Pero el fantasma no se lo permitió.
Cuando el sobrino pronunció la última palabra del brindis, Scrooge y el espíritu partieron nuevamente. Conocieron muchos países. Fueron muy lejos, visitaron miles de casas, mientras el espíritu de la Navidad alegraba a quienes se acercaban.
Al aproximarse al lecho de uno, enfermo y en tierra extranjera, éste se olvidaba de su dolencia y se creía trasportado al suelo patrio. Si había un alma en pena le infundía esperanzas en un futuro mejor.
Si eran pobres, inmediatamente se sentían ricos. Si eran casas de caridad, hospitales, prisiones, todos refugios de la miseria, el espíritu dejaba caer su bendición y enseñaba a Scrooge numerosos principios caritativos.
Él no aceptaría este buen deseo de mi parte, pero se lo doy igual. ¡A mi tío Scrooge! Scrooge se había dejado dominar por la alegría general, sentía paz en su corazón y de buena gana hubiera tomado parte en aquel brindis en su honor. Aunque nadie lo oyera, hubiera pronunciado un buen discurso de gracias. Pero el fantasma no se lo permitió.
Cuando el sobrino pronunció la última palabra del brindis, Scrooge y el espíritu partieron nuevamente. Conocieron muchos países. Fueron muy lejos, visitaron miles de casas, mientras el espíritu de la Navidad alegraba a quienes se acercaban.
Al aproximarse al lecho de uno, enfermo y en tierra extranjera, éste se olvidaba de su dolencia y se creía trasportado al suelo patrio. Si había un alma en pena le infundía esperanzas en un futuro mejor.
Si eran pobres, inmediatamente se sentían ricos. Si eran casas de caridad, hospitales, prisiones, todos refugios de la miseria, el espíritu dejaba caer su bendición y enseñaba a Scrooge numerosos principios caritativos.
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Re: Cuento de Navidad de Charles Dickens-Capítulo III
Fue una noche muy larga, si es que todo esto se cumplió en una noche. Scrooge lo dudó porque a su juicio habían sido condensadas muchas Navidades en el tiempo que estuvo con el aparecido.
Sucedía una cosa extraña y era que mientras Scrooge conservaba intacta su forma exterior el espíritu se hacía más viejo, visiblemente más viejo. Scrooge notó esa transformación, pero no dijo nada. Hasta que al salir de una casa donde varios niños celebraban la fiesta de Reyes miró al espíritu y vio que había encanecido casi por completo. —¿Tan corta es la vida de los espíritus? —le preguntó. —La mía es muy breve en este mundo —contestó el espectro—. Termina hoy por la noche. —¡Esta noche! —dijo Scrooge. —Esta noche. A las doce. Escucha ¡la hora se acerca! —dijo el espíritu. Y en el reloj dieron las doce. Scrooge buscó al espectro, pero ya no lo vio. Al sonar la última campanada recordó la predicción del viejo Marley y alzando la vista divisó otro aparecido de majestuosa apostura, envuelto en una túnica y encapuchado, que se acercaba deslizándose sobre el suelo vaporosamente.
Sucedía una cosa extraña y era que mientras Scrooge conservaba intacta su forma exterior el espíritu se hacía más viejo, visiblemente más viejo. Scrooge notó esa transformación, pero no dijo nada. Hasta que al salir de una casa donde varios niños celebraban la fiesta de Reyes miró al espíritu y vio que había encanecido casi por completo. —¿Tan corta es la vida de los espíritus? —le preguntó. —La mía es muy breve en este mundo —contestó el espectro—. Termina hoy por la noche. —¡Esta noche! —dijo Scrooge. —Esta noche. A las doce. Escucha ¡la hora se acerca! —dijo el espíritu. Y en el reloj dieron las doce. Scrooge buscó al espectro, pero ya no lo vio. Al sonar la última campanada recordó la predicción del viejo Marley y alzando la vista divisó otro aparecido de majestuosa apostura, envuelto en una túnica y encapuchado, que se acercaba deslizándose sobre el suelo vaporosamente.
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Armando Lopez- Moderador General
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