ODAS DE HORACIO-LIBRO I - XII A AUGUSTO
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ODAS DE HORACIO-LIBRO I - XII A AUGUSTO
XII A AUGUSTO
¿Qué mortal, qué héroe intentas celebrar, ¡oh Clío!, con la lira o la flauta resonante, qué dios cuyo nombre repita la juguetona imagen de la voz en los sombríos montes de Helicón, o en las cimas del Pindo y del frío Hemo? De aquí descendieron las selvas arrastradas por los cantos de Orfeo, que aprendió de su madre a detener el rápido curso de los ríos, el impulso de los ligeros vientos, y mover las encinas que escuchaban los dulcísimos acordes de su cítara.
¿A quién daré primero mis alabanzas antes que al padre Júpiter, soberano de los hombres y los dioses, que impera en la tierra y el mar y templa el curso vario de las estaciones?
Ningún dios sobrepuja su grandeza ni se aproxima a su poder; sin embargo, Palas merece en segundo lugar los más altos honores.
No pasaré en silencio las empresas de Baco, audaz en los combates; de la casta Diana, enemiga de las fieras salvajes, ni de Febo, temible por sus certeras saetas.
Cantaré los trabajos de Alcides y los hijos de Leda, el uno sin rival en las carreras de caballos, el otro en las luchas del pugilato, cuya propicia estrella, en el momento que resplandece a los ojos de los marineros, calma el mar agitado que bate las rocas, amansa el fragor de los vientos, disipa los nublados, y sumisas a la voluntad de estos Númenes, las olas se duermen sobre la líquida llanura.
Tras éstos, dudo si recordar primero a Rómulo o el pacifico reinado de Numa Pompilio, o las fasces soberbias de Tarquinio, o la muerte generosa de Catón.
También glorificaré en mis cantos a Régulo y los Escauros, y a Paulo Emilio, que prodigó su gran alma antes que sobrevivir al triunfo del cartaginés.
La dura pobreza, la hacienda corta y el humilde techo lanzaron a conquistar los lauros de la guerra a Fabricio, a Camilo y a Curio, el de los encrespados cabellos.
Crece la fama de Marcelo, como el árbol más robusto, de día en dia; y el astro de Julio brilla sobre todos, como la luna entre las estrellas del cielo.
Hijo de Saturno, padre y defensor de la humana gente, a ti confian los hados la misión de velar por el gran César, que será tu segundo en la tierra; y ya ostente en su triunfo los parthos domados que amenazaban al Lacio, o sujete en las comarcas orientales a los seres y los indos, bajo tu imperio regirá con sabias leyes el mundo; mientras tú estremecerás el Olimpo con las ruedas de tu carro, y con la diestra lanzarás el rayo sobre los bosques que la impiedad ha profanado.
¿Qué mortal, qué héroe intentas celebrar, ¡oh Clío!, con la lira o la flauta resonante, qué dios cuyo nombre repita la juguetona imagen de la voz en los sombríos montes de Helicón, o en las cimas del Pindo y del frío Hemo? De aquí descendieron las selvas arrastradas por los cantos de Orfeo, que aprendió de su madre a detener el rápido curso de los ríos, el impulso de los ligeros vientos, y mover las encinas que escuchaban los dulcísimos acordes de su cítara.
¿A quién daré primero mis alabanzas antes que al padre Júpiter, soberano de los hombres y los dioses, que impera en la tierra y el mar y templa el curso vario de las estaciones?
Ningún dios sobrepuja su grandeza ni se aproxima a su poder; sin embargo, Palas merece en segundo lugar los más altos honores.
No pasaré en silencio las empresas de Baco, audaz en los combates; de la casta Diana, enemiga de las fieras salvajes, ni de Febo, temible por sus certeras saetas.
Cantaré los trabajos de Alcides y los hijos de Leda, el uno sin rival en las carreras de caballos, el otro en las luchas del pugilato, cuya propicia estrella, en el momento que resplandece a los ojos de los marineros, calma el mar agitado que bate las rocas, amansa el fragor de los vientos, disipa los nublados, y sumisas a la voluntad de estos Númenes, las olas se duermen sobre la líquida llanura.
Tras éstos, dudo si recordar primero a Rómulo o el pacifico reinado de Numa Pompilio, o las fasces soberbias de Tarquinio, o la muerte generosa de Catón.
También glorificaré en mis cantos a Régulo y los Escauros, y a Paulo Emilio, que prodigó su gran alma antes que sobrevivir al triunfo del cartaginés.
La dura pobreza, la hacienda corta y el humilde techo lanzaron a conquistar los lauros de la guerra a Fabricio, a Camilo y a Curio, el de los encrespados cabellos.
Crece la fama de Marcelo, como el árbol más robusto, de día en dia; y el astro de Julio brilla sobre todos, como la luna entre las estrellas del cielo.
Hijo de Saturno, padre y defensor de la humana gente, a ti confian los hados la misión de velar por el gran César, que será tu segundo en la tierra; y ya ostente en su triunfo los parthos domados que amenazaban al Lacio, o sujete en las comarcas orientales a los seres y los indos, bajo tu imperio regirá con sabias leyes el mundo; mientras tú estremecerás el Olimpo con las ruedas de tu carro, y con la diestra lanzarás el rayo sobre los bosques que la impiedad ha profanado.
Roana Varela- Moderadora
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