ODAS DE HORACIO- LIBRO III- V ELOGIO DE AUGUSTO
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ODAS DE HORACIO- LIBRO III- V ELOGIO DE AUGUSTO
V ELOGIO DE AUGUSTO
Por los truenos espantosos creemos que Júpiter reina en el cielo; Augusto es reconocido como dios en la tierra, por haber sometido a su imperio los bretones y los formidables persas.
El soldado de Craso vivió en torpes lazos maritales con esposas extranjeras. ¡Oh curia, cuánta corrupción! El marso y el apulio han podido envejecer en los campos de los enemigos hechos sus parientes y prosternarse ante un rey medo, olvidados de los escudos anciles, el nombre, la toga y el fuego eterno de Vesta, reinando incólume Jove y la ciudad de Roma.
El magnánimo Régulo quiso precaver tanta vergüenza, rechazando condiciones humillantes de paz y oponiéndose a tratos que habían de sernos funestos en el porvenir si no se dejaba perecer aquella juventud cautiva e indigna de compasión. «Yo he visto, dijo, las enseñas romanas y las armas rendidas sin combatir, que adornaban como trofeos los templos cartagineses; he visto los brazos de libres ciudadanos atados fuertemente a las espaldas, las puertas de la ciudad de par en par abiertas, y en cultivo los campos que devastaron nuestros ejércitos.
»¿Volverá más valeroso a la patria el soldado que se rescate a precio de oro? ¿Queréis añadir el daño a la ignominia? Ni la lana, una vez teñida de rojo recobra su primitivo color, ni la virtud que se pierde una vez vuelve a levantar los ánimos envilecidos. Antes la cierva luchará por romper el lazo donde cayó, que luche bravamente quien se ha entregado a los pérfidos enemigos, y humille al cartaginés en nuevas campañas el que por temor de la muerte sufrió impasible las correas que amorataban sus brazos, y por salvar cobardemente la vida antepuso la paz a los horrores del combate. ¡Oh baldón, oh Cartago engrandecida sobre las ruinas miserables de Italia!
Es fama que se negó a recibir los ósculos de su púdica esposa y sus tiernos hijos, como si fuese un vil esclavo, y con torvo ceño clavó en tierra los ojos, hasta que los senadores vacilantes se resolviesen a seguir el dictamen que sólo era capaz de dar su heroísmo, y como egregio desterrado pudiese volver a su cautiverio entre el llanto de sus amigos.
Y sabía cuan horribles tormentos le preparaban sus verdugos; no obstante, apartó a sus parientes que le cerraban el paso y al pueblo que le detenía en su marcha, no de otro modo que si después de haber arreglado los negocios de sus clientes y compuesto sus diferencias, marchase a descansar en las campiñas de Venafro o en la ciudad de Tarento, que fundaron los lacedemonios.
Por los truenos espantosos creemos
El soldado de Craso vivió en torpes lazos maritales con esposas extranjeras. ¡Oh curia, cuánta corrupción! El marso y el apulio han podido envejecer en los campos de los enemigos hechos sus parientes y prosternarse ante un rey medo, olvidados de los escudos anciles, el nombre, la toga y el fuego eterno de Vesta, reinando incólume Jove y la ciudad de Roma.
El magnánimo Régulo quiso precaver tanta vergüenza, rechazando condiciones humillantes de paz y oponiéndose a tratos que habían de sernos funestos en el porvenir si no se dejaba perecer aquella juventud cautiva e indigna de compasión. «Yo he visto, dijo, las enseñas romanas y las armas rendidas sin combatir, que adornaban como trofeos los templos cartagineses; he visto los brazos de libres ciudadanos atados fuertemente a las espaldas, las puertas de la ciudad de par en par abiertas, y en cultivo los campos que devastaron nuestros ejércitos.
»¿Volverá más valeroso a la patria el soldado que se rescate a precio de oro? ¿Queréis añadir el daño a la ignominia? Ni la lana, una vez teñida de rojo recobra su primitivo color, ni la virtud que se pierde una vez vuelve a levantar los ánimos envilecidos. Antes la cierva luchará por romper el lazo donde cayó, que luche bravamente quien se ha entregado a los pérfidos enemigos, y humille al cartaginés en nuevas campañas el que por temor de la muerte sufrió impasible las correas que amorataban sus brazos, y por salvar cobardemente la vida antepuso la paz a los horrores del combate
Es fama que se negó a recibir los ósculos de su púdica esposa y sus tiernos hijos, como si fuese un vil esclavo, y con torvo ceño clavó en tierra los ojos, hasta que los senadores vacilantes se resolviesen a seguir el dictamen que sólo era capaz de dar su heroísmo
Y sabía cuan horribles tormentos le preparaban sus verdugos; no obstante, apartó a sus parientes que le cerraban el paso y al pueblo que le detenía en su marcha, no de otro modo que si después de haber arreglado los negocios de sus clientes y compuesto sus diferencias, marchase a descansar en las campiñas de Venafro o en la ciudad de Tarento, que fundaron los lacedemonios.
Roana Varela- Moderadora
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