EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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ROMEO Y JULIETA de WILLIAM SHAKESPEARE. Acto Tercero

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Mensaje por Armando Lopez Miér Feb 18, 2015 7:06 pm

ACTO TERCERO

ESCENA PRIMERA


Plaza de Verona

(Mercutio, Benvolio)

Benvolio: Amigo Mercutio, pienso que es mejor que nos moderemos, porque hace bastante calor, y los Capuletos andan exaltados, y ya sabes que en verano hierve mucho la sangre.

Mercutio: Tú eres uno de esos que cuando entran en una tasca, colocan la espada encima de la mesa, como diciendo: ojalá que no requiera de tus servicios, y después, a los dos tragos, la sacan, sin que nadie los moleste.

Benvolio: ¿Esa opinión tienes de mí?

Mercutio: Y de los más temibles espadachines de Italia, tan fácil de entrar en cólera como de provocar a los demás.

Benvolio: ¿Por qué tienes esa opinión?

Mercutio: Si hubiera otro como tú, en seguida lo matarías. Eres capaz de pelear por un solo pelo de la barba. Donde nadie veria ocasión de pelea, la ves tú. Tu cabeza esta repleta de riña, como de yema un huevo, y eso que a golpes han puesto tu cabeza tan blanda como una yema. Peleaste con un sujeto porque te vio en la calle y despertó a tu perro que dormía bajo los rayos del sol. Y con un sastre porque estrenó su ropa nueva antes de Pascua, y con otro porque ataba sus zapatos con cintas viejas. ¿Si vendrás tú a enseñarme cordura y sensatez?

Benvolio: Si yo fuera tan pendenciero como tú, ¿quién me aseguraría la vida aunque sea un cuarto de hora? ... Mira, ahí vienen los Capuletos.

Mercutio: ¿Y qué se me da a mí, vive Dios?

(Teobaldo y otros).

Teobaldo: Acérquense a mí, que debo decirles dos palabras. Buenas tardes, caballeros, quiero conversar con uno de ustedes.

Mercutio: ¿Hablar solo? Es mejor que la palabra esté acompañada de algo, por ejemplo, de un golpe.

Teobaldo: Caballero, no dejaré de propinárselo si hay razón.

Mercutio: ¿Y no puedes hallar razón sin que te lo den?

Teobaldo: Mercutio, estás de acuerdo con Romeo.

Mercutio: ¡De acuerdo! ¿Crees que somos músicos? Pues pese a que lo seamos, no dudes de que en esta ocasión vamos a desafinar. Yo te haré bailar con mí arco de violín. ¡De acuerdo! ¡Válgame Dios!

Benvolio: Nos encontramos entre mucha gente. Busquemos rápido un sitio alejado, donde podamos satisfacer nuestra furia, o desocupemos la calle, porque todos nos observan.

Mercutio: Para eso tienen ojos. No me voy de aquí por dar gusto a nadie.

Teobaldo: Hasta luego, ya encontré el doncel que buscábamos. (Entra Romeo).

Mercutio: Mátenme si él lleva los colores de vuestro escudo. Aunque de fijo los seguirá al campo, y por eso lo llamas doncel.

Teobaldo: Romeo, solamente una palabra me permite expresarte el odio que te tengo: Eres un perverso.

Romeo: Teobaldo, ciertos motivos tengo para quererte que me obligan perdonar hasta la bárbara grosería de ese saludo. Nunca he sido perverso. No me conoces. Hasta luego.

Teobaldo: Chiquillo, no intentes temerosamente disculpar las ofensas que me has hecho. No te retires; defiéndete.

Romeo: Jamás te injurié. Te lo aseguro con juramento. Al contrario, hoy te amo más que nunca, y tal vez sepas pronto el motivo de este cariño. Márchate en paz, buen Capuleto, nombre que respeto tanto como el mío.

Mercutio: ¡Qué raro acobardamiento! Decídanlo las espadas. Teobaldo, espadachín, ¿quieres venir conmigo?

Teobaldo: ¿Qué me quieres?

Mercutio: Rey de los gatos, solamente deseo una de tus siete vidas, y después zurrar a palos las otras seis. ¿Quieres jalar de las orejas a tu espada, y sacarla de la funda? Apúrate, porque en caso contrario, la mía te calentará tus orejas antes que la saques.

Teobaldo: Soy contigo.

Romeo: Alto, amigo Mercutio.

Mercutio: Adelante, caballero. Muéstrame ese quite. (Se baten).

Romeo: Saca tu espada, Benvolio, y apartémoslos. ¡Qué afrenta, caballero! ¡Escucha, Teobaldo! ¡Escucha, Mercutio! ¿No saben que el Príncipe ha prohibido pelear en las calles de Verona? Alto, Teobaldo y Mercutio. (Se van Teobaldo y sus amigos).

Mercutio: Mal me han herído. ¡Mala peste a Capuletos y Montescos! Me hirieron y no los herí.

Romeo: ¿Te hirieron?

Mercutio: Sólo un rozón, sin embargo necesita cura. ¿A dónde se fue mi compañero; que vaya en busca de un cirujano? (Se marcha su acompañante).

Romeo: No te alarmes, tal vez sea leve la herida.

Mercutio: No es muy profunda como un pozo, ni tan holgada como el zaguán de una iglesia, pero es suficiente. Si mañana preguntas por mí, me verás tan silencioso como un muerto. Ya estoy escabechado para el otro mundo. Que una maldita enfermedad devore a estas dos familias. ¡Vive Dios! ¡Que un perro, una rata, un ratón, un gato maten así a un hombre! Un matón, un pillo, que combate contra los ángulos y reglas de la esgrima. ¿Por qué te obstinaste en separarnos? Por debajo de tu brazo me ha herido.

Romeo: Fue con buena voluntad.

Mercutio: Llévame de aquí, Benvolio, que me voy a desmayar. ¡Mala enfermedad devore a ambas casas! Ya soy una gusanera. ¡Malditas sean las desavenencias de Capuletos y Montescos! (Vanse).

Romeo: Por mi causa perece este noble hidalgo, tan cercano pariente del Príncipe. Estoy afrentado por Teobaldo, quien ha de ser mi pariente dentro de poco. Tus amores, Julieta, me han quitado la reciedumbre y ablandado la dureza de mi acero.

Benvolio (Que vuelve): ¡Ay, Romeo! Mercutio ha muerto. Aquella alma intrépida, que hace poco menospreciaba la tierra, se ha lanzado ya a las nubes.

Romeo: Y de este día sangriento nacerán otros que incrementarán la abundancia de mis sufrimientos.

Benvolio: Por allí vuelve Teobaldo.

Romeo: Vuelve con vida y victorioso. ¡Y Mercutio muerto! Abandóname dulce sobriedad. Solamente la furia guíe mi brazo. Teobaldo, ese sobrenombre de infame que tú me diste, yo te lo regreso ahora, porque el alma de Mercutio está desde las nubes llamando a la tuya, y tú o yo o los dos hemos de seguirle forzosamente.

Teobaldo: Pues acompáñalo tú, terco, que con él ibas siempre.

Romeo: Ya lo decidirá la espada. (Se baten, y cae herido Teobaldo).

Benvolio: Escapa, Romeo. La gente comienza a congregarse y Teobaldo está muerto. Si te atrapan, serás condenado a muerte. No te detengas como embobado. Escapa, escapa.

Romeo: Soy triste juguete del destino.

Benvolio: Escapa, Romeo. (Acude la gente).

Ciudadano primero: ¿Por dónde habrá escapado Teobaldo, el homicida de Mercutio?

Benvolio: Ahí está muerto.

Ciudadano primero: Síganme todos. En nombre del Principe lo ordeno. (Entran el Príncipe con sus guardias, Montescos, Capuletos, etcétera).

Príncipe: ¿Dónde están los iniciadores de esta disputa?

Benvolio: Insigne Príncipe, yo puedo relatar todo lo que ocurrió. Teobaldo mató al fuerte Mercutio, tu pariente, y Romeo asesinó a Teobaldo.

La señora de Capuleto: ¡Teobaldo! ¡Mi sobrino, hijo de mi hermano! ¡Oh, Príncipe! Un Montesco ha dado muerte a mi pariente. Si eres justo, danos sangre por sangre. ¡Oh, sobrino mío!
Príncipe: Dime con verdad, Benvolio, ¿quién inició la contienda?

Benvolio: Teobaldo, que luego murió a manos de Romeo. Inútilmente Romeo con convincentes palabras lo invitaba a la paz, y le recordaba tus mandatos: todo esto con mucha civilidad y delicados ademanes. Pero nada fue suficiente para tranquilizar la furia de Teobaldo, quien ciego de ira, se arrojó con el acero desnudo contra el infeliz Mercutio. Mercutio le resiste primero a hierro, y apartando de sí la suerte, quiere arrojarla del lado de Teobaldo. Éste lo elude con presteza. Romeo se interpone, pidiendo: Paz, paz, amigos. En pos de su lengua va su brazo a interponerse entre las armas matadoras, pero de repente, por debajo de ese brazo, descarga Teobaldo una estocada que arranca la vida al pobre Mercutio; Teobaldo escapa a toda prisa, pero a poco rato regresa y encuentra a Romeo, cuya furia estalla. Se lanzan como rayos al combate, y antes de poder interponerme, cae Teobaldo y escapa Romeo. Ésta es la verdad lisa y llana, por vida de Benvolio.

La señora de Capuleto: Estoy segura de que no ha dicho la verdad. Es familiar de los Montescos, y su parentesco con ellos lo ha obligado a mentir. Más de veinte espadas fueron desenvainadas contra mi pobre sobrino. Justicia, Principe. Si Romeo mató a Teobaldo, que muera Romeo.

Príncipe: Él asesinó a Mercutio, según se deduce de la exposición de los hechos. ¿Y quién pide justicia por una sangre tan cara?

Montesco: No era Teobaldo el deudor, aunque fuese amigo de Mercutio, ni debía haberse tomado la justicia por su mano, hasta que las leyes lo decidieran.

Príncipe: Como pena, yo te exilio. Sus almas están ofuscadas por el rencor, y a pesar de lo que afirmen ustedes he de hacerlos lamentar la muerte de mi pariente. Seré inflexible a lágrimas y súplicas. No me digan otra palabra. Que huya Romeo; porque si no lo hace, lo alcanzará la muerte. Levanten el cadáver. No sería clemencia perdonar al homicida.
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Mensaje por Armando Lopez Miér Feb 18, 2015 7:06 pm

ACTO TERCERO

ESCENA SEGUNDA


Jardín en casa de Capuleto

(Julieta y el Ama)

Julieta: Corran, corran a la morada de Febo, veloces corceles del Sol. El látigo de Faetón ojalá los lance al crepúsculo. Venga la dulce noche a tender sus densas cortinas. Cierra, ¡oh Sol!, tus penetrantes ojos, y deja que en el silencio venga a mí mí Romeo, e invisible se lance en mís brazos. El amor es ciego y ama la noche, y a su luz enigmática cumplen sus citas los amantes. Ven, imponente noche, madre de humilde y negra túnica, y enséñame a perder en el blando juego, donde las vírgenes empeñan su virginidad. Cubre con tu manto la pura sangre que arde en mis mejillas. Ven, noche; ven, Romeo, tú que eres mi día en medio de esta noche; tú que ante sus tinieblas pareces un copo de nieve sobre las negras alas del cuervo.

Ven, lóbrega noche, amiga de los amantes, y regrésame a mi Romeo. Y cuando muera, transforma cada fragmento de su cuerpo en una estrella reluciente, que sirva de adorno para tu manto, a fin de que todos se enamoren de la noche, desenamorándose del Sol. Ya he adquirido el castillo de mi amor, sin embargo todavía no lo poseo. Ya estoy vendida, pero no entregada a mi señor. ¡Qué día tan largo! Tan largo como víspera de domingo para el niño que ha de estrenar en ese día un traje nuevo. Sin embargo aquí viene mi Ama, Y me traerá noticias de él. (Llega el ama con una escala de cuerdas). Ama, ¿qué noticias traes? ¿Ésa es la escala que te pidió Romeo?

Ama: Sí.

Julieta: ¡Ay, Dios! ¿Qué ocurre? ¿Por qué cruzas las manos?

Ama: ¡Ay, señora! Murió, murió; estamos perdidas. No hay remedio ... Murió. Lo mataron ... Está muerto.

Julieta: ¿Pero cabe en el mundo tal maldad?

Ama: En Romeo cabe. ¿Quién pudiera pensar que Romeo actuaría así?

Julieta: ¿Y quién eres tú, demonio, que de esa manera vienes a martirizarme? Tortura semejante solamente debe haber en el infierno. Dime, ¿qué ocurre? ¿Se ha matado Romeo? Dime que sí, y esta palabra será suficiente; será más homicida que la mirada de un basilisco. Di que sí o que no, que vive o que muere. Con una palabra puedes tranquilizar mi congoja.

Ama: Yo he visto la herida. Estaba muerto: amarillo como la cera, cubierto todo su cuerpo de grumos de sangre coagulada. Yo me desmayé cuando lo vi.

Julieta: ¡Estalla, corazón mío, estalla! ¡Ojos míos, desde este momento yacerán en una tétrica prisión; no volverán a ver la luz del día! ¡Tierra, vuelve la tierra! Únicamente me falta morir, y que una misma armazón cubra mis restos y los de Romeo.

Ama: ¡Oh, Teobaldo amigo mío, caballero sin igual, Teobaldo! ¿Por qué he vivido yo para verte muerto?

Julieta: Pero ¡qué enredo es éste en que me pones! ¿Dices que Romeo ha muerto, y que ha muerto Teobaldo, mi dulce primo? Toquen, pues, la trompeta del juicio final. Si esos dos han muerto; ¿qué importa que vivan los demás?

Ama: A Teobaldo lo asesinó Romeo, y éste ha sido exiliado.

Julieta: ¡Por Dios! ¿Con que Romeo derramó la sangre de Teobaldo? ¡Alma de serpiente, escondida bajo capa de flores! ¿Qué dragón tuvo jamás tan magnífica gruta? Hermoso tirano, demonio angelical, curvo con plumas de paloma, cordero rapaz como lobo, materia vil de forma celeste, santo maldito, honrado criminal, ¿en qué pensabas, naturaleza de los infiernos, cuando encerraste en el paraíso de ese cuerpo el alma de un condenado? ¿Por qué encuadernaste tan primorosamente un libro de tan malvada lectura? ¿Cómo en tan espléndido palacio pudo habitar la infidelidad y el engaño?

Ama: Todos los hombres son iguales. Todos mienten, son perversos, infieles, impostores ... ¿Dónde está mi escudero? Dame unas gotas de licor. Con tantas aflicciones voy a avejentarme antes de tiempo. ¡Qué afrenta para Romeo!

Julieta: ¡Malvada la lengua que tal palabra se atrevió a decir! En la noble cabeza de Romeo no es posible deshonra; además en su frente resplandece el honor. ¡Qué terca he sido yo que antes decía mal de él!

Ama: ¿Cómo puedes defender a quien asesinó a tu primo?

Julieta: ¿Y cómo he de hablar mal de mi esposo? Asesinó a mi primo, porque si no, mi primo lo hubiera matado a él. ¡Apártense, lágrimas mías, ofrendas que erróneamente dediqué al dolor, en vez de entregarlas al alborozo! Vive mi esposo, a quien querían aniquilar, y su matador yace en tierra. ¿A qué se debe el llanto? Sin embargo creo haberte escuchado decir otra palabra que me aflige mucho más que la muerte de Teobaldo. Inútilmente me esfuerzo por olvidarla. Ella pesa en mi conciencia, como puede estremecer en el alma de un culpable el remordimiento. Tú dijiste que Teobaldo había sido muerto y Romeo exiliado. Esta última palabra me inquieta más que la muerte de diez mil Teobaldos. ¡No bastaba con la muerte de Teobaldo, o es que las penas se regocijan con la compañía y jamás vienen solas! ¿Por qué cuando dijiste: ha muerto Teobaldo, no agregaste: tu padre o tu madre, o los dos? Incluso entonces no hubiera sido mayor mi pena. ¡Pero decir: Romeo exiliado! Esta palabra basta para causar la muerte a mi padre y a mi madre, y a Romeo y a Julieta. ¡Exiliado Romeo! Dime, ¿podrá hallarse término o límite a la profundidad de este precipicio? ¿Dónde están mi padre y mi madre? Dímelo.

Ama (Llorando encima del cuerpo inerte de Teobaldo): ¿Quieres que te acompañe allá?

Julieta: Con su llanto, ellos purificarán las heridas. Yo mientras tanto lloraré por el exilio de Romeo. Toma esa escalera, a quien su ausencia priva de su encantador objeto. Ella debía haber sido el camino para mi lecho conyugal. Pero yo moriré virgen y casada. ¡Adiós, escalera de cuerda! ¡Adiós, nodriza! Me espera el lecho de la muerte.

Ama: Márchate a tu habitación. Iré a buscar inmediatamente a Romeo. Se oculta en la celda de Fray Lorenzo. Esta noche vendrá a verte.

Julieta: Dale en mi nombre esta argolla, y dile que quiero escuchar su último adiós.
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Mensaje por Armando Lopez Miér Feb 18, 2015 7:08 pm

ACTO TERCERO

ESCENA TERCERA


Celda de Fray Lorenzo

(Fray Lorenzo y Romeo)

Fray Lorenzo: Ven, pobre Romeo. La adversidad se ha amartelado de ti, y el suftimiento se ha casado contigo.

Romeo: Padre, dígame ¿qué ha ordenado el Príncipe? ¿Hay alguna condena nueva que yo no haya sentido?

Fray Lorenzo: Te traigo el dictamen del Príncipe.

Romeo: ¿Y cómo ha de ser si no es de muerte?

Fray Lorenzo: No. Es menos severo. No es de muerte sino de exilio.

Romeo: ¡De exilio! Por piedad, padre, diga que es de muerte. El exilio me causa más miedo que la muerte. No me hable de exilio.

Fray Lorenzo: Te ordena que dejes Verona; pero no te preocupes; el mundo es muy ancho.

Romeo: Fuera de Verona no hay mundo, sino purgatorio, infierno y desesperación. Exiliarme de Verona es como exiliarme de la Tierra. Lo mismo me da que digas muerte que exilio. Te ruego que con un hacha de oro troces mi cabeza, y luego te carcajees del golpe mortal.

Fray Lorenzo: ¡Oh, qué aciago pecado es el desagradecimiento! Tu delito merecía la pena de muerte, pero la condescendencia del Príncipe cambia la muerte en exilio, y aún no se lo agradeces.

Romeo: Tal indulgencia es perversidad. El cielo está aquí donde vive Julieta. Un ratón, un gato y un perro pueden vivir bajo este cielo y verla. Únicamente Romeo no lo puede hacer. Más honra, más gloria, más felicidad tiene una mosca o un insecto mugriento que Romeo. Ellos pueden tocar aquella blanca y fascinante mano de Julieta, o posarse en sus benditos labios, en esos labios tan llenos de virginal humildad que juzgan pecado el tocarse. No lo hará Romeo. Le ordenan exiliarse y tiene envidia a las moscas que vuelan. ¿Por qué aseguras que el exilio no es la muerte? ¿Tienes algún veneno sutil, algún hierro afilado que me provocará la muerte más rápido que esa indigna palabra exilio? Eso es lo que en el infierno se dicen unos a otros los condenados. ¿Y tú, sacerdote, confesor mío y mi amigo mejor, eres el que vienes a matarme con esa palabra?

Fray Lorenzo: Escucha, joven loco y apasionado.

Romeo: ¿Me hablará de nuevo del exilio?

Fray Lorenzo: Te hablaré de una filosofia que te sirva de escúdo y te alivie paulatinamente.

Romeo: ¡Exilio! ¡Filosofia! Si no basta para crear otra Julieta, para arrancar un pueblo de su lugar, o para hacer cambiar de voluntad a un príncipe, no me sirve de nada, ni la quiero, ni la escucharé.

Fray Lorenzo: ¡Ah, hijo mío! Los locos no escuchan.

Romeo: ¿Y por qué deben de escuchar, si los que están cuerdos no tienen ojos?

Fray Lorenzo: Te daré un buen consejo.

Romeo: No creo que puedas hablar de lo que no sientes. Si fueras joven, y recién casado con Julieta, y la adoraras locamente como yo, y hubieras matado a Teobaldo, y te exiliaran, te arrancarias los cabellos al hablar, y te arrastrarias como yo, midiendo tu tumba. (Llaman dentro).

Fray Lorenzo: Llaman. Escóndete, Romeo.

Romeo: No lo haré porque la nube de mis suspiros me esconderá de quienes vengan.

Fray Lorenzo: ¿No escuchas? Escóndete, Romeo, que te van a capturar ... Ya voy ... Escóndete. Dios mío, ¡qué obstinación, qué locura! Ya voy. ¿Quién llama?

Ama: Permítame entrar. Traigo un mensaje de mi ama Julieta.

Fray Lorenzo: Bienvenida seas. (Entra el Ama).

Ama: Dígame, divino religioso, ¿dónde está el esposo y señor de mi señora?

Fray Lorenzo: Obsérvalo tendido en el piso, llorando desconsoladamente.

Ama: Esa misma actitud tiene mi señora.

Fray Lorenzo: ¡Infausto amor! ¡Suerte cruel!

Ama: Lo mismo que él: llorar y gemir. Levántate, levántate del piso; ten fortaleza varonil. Por amor de mi señora, por amor de Julieta. Levántate, y no lances tan descorazonados lamentos.

Romeo: Ama.

Ama: Señor, la muerte acaba con todo.

Romeo: ¿Qué decías de Julieta? ¿Qué le ha ocurrido? ¿No me llama asesino a mí, quien manchó con sangre la infancia de nuestra felicidad? ¿Dónde está? ¿Qué dice?

Ama: Nada, señor; sólo llora. Unas veces se acuesta en el catre, otras se levanta y grita: Teobaldo, Romeo, y se acuesta de nuevo.

Romeo: Como si ese nombre fuera un proyectil de mosquete que la matara, como lo fue la perversa mano de Romeo que mató a su familiar. Dígame, padre, ¿en qué sitio de mi cuerpo se encuentra mi nombre? Dígamelo, porque quiero saquear su aborrecible morada. (Saca el puñal).

Fray Lorenzo: Detén esa diestra homicida. ¿Eres hombre? Tu exterior dice que sí, sin embargo tu llanto es de mujer, y tus acciones de bestia falta de libre albedrio. Me causas temor. Juro por mi santo hábito que yo creía que tenías una voluntad más firme. ¡Matarte después de haber matado a Teobaldo! Y matar además a la mujer que solamente vive por ti. Dime, ¿por qué reniegas de tu estirpe, y del cielo y de la tierra? Todo lo perderás en un instante, y deshonrarás tu nombre y el de tus padres, además de tu amor y juicio. Posees un gran tesoro, tesoro de mezquino, y no lo usas para enaltecer tu persona, tu amor y tu ingenio. Tu noble apetito es figura de cera, falta de aliento viril. Tu amor es perjurio y juramento vacío, y deshonra de lo que juraste, y tu entendimiento, que tanto realce daba a tu amor y a tu fortuna, es el que ciega y descamina a tus demás potencias, como soldado que se inflama con la misma pólvora que tiene, y perece víctima de su propia defensa. ¡Anímate, Romeo! Recuerda que Julieta vive; vive esa mujer por quien hace un momento hubieras dado la vida. Éste es un consuelo. Teobaldo te buscaba para matarte, y lo mataste tú. He aquí otro consuelo. La ley te sentenciaba a muerte, y la pena se cambió en exilio. Otro consuelo más. Las bendiciones del cielo están cayendo sobre ti, y tú, como mujer liviana, recibes con mal semblante a la felicidad que llama a tus puertas. Dios jamás ayuda a los desagradecidos. Ve a ver a tu esposa: sube por la escala, como lo acordamos. Anímala, y huye de su lado antes que rompa el día. Irás a Mantua, y allí permanecerás, hasta que se pueda difundir tu casamiento. Luego de que sus familias hagan las paces y el Príncipe calme su indignación, entonces regresarás, mil veces más alegre que lo triste que te vas ahora. Vete, Ama. Dale mil saludos de mi parte a tu señora. Haz que todos se acuesten rápido, lo cual será fácil por el disgusto de hoy. Dile a tu señora que allá va Romeo.

Ama: Durante toda la noche me estaría escuchándolo. ¡Qué cosa tan excelente es el saber! Voy a alentar a mi señora.

Romeo: Sí; dile que se prepare para maltratarme.

Ama: Toma este anillo que ella me dio, y vete, que ya cierra la noche. (Vase).

Romeo: Ya renacen mis esperanzas.

Fray Lorenzo: Adiós. No olvides lo que te he dicho. Sal antes de que rompa el día, si sales después, vete disfrazado; y a Mantua. Tendrás con frecuencia noticias mías, y sabrás todo lo que pueda interesarte. Adiós. Dame la mano. Buenas noches.
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ROMEO Y JULIETA de WILLIAM SHAKESPEARE. Acto Tercero Empty Re: ROMEO Y JULIETA de WILLIAM SHAKESPEARE. Acto Tercero

Mensaje por Armando Lopez Miér Feb 18, 2015 7:08 pm

ACTO TERCERO

ESCENA CUARTA


Sala en casa de Capuleto

(Capuleto y Paris)

Capuleto: El reciente infortunio me ha impedido conversar con mi hija. Ella y yo queríamos mucho a Teobaldo. Sin embargo la muerte es forzosa. Ya es muy tarde para que esta noche platiquemos; les puedo asegurar que si no fuera por ustedes, desde hace una hora ya me hubiera acostado.

Paris: Esta ocasión no es de cortesías sino de duelo. Dele mis saludos a su hija.

Capuleto: Paris, te prometo majestuosamente la mano de mi hija. Tengo la seguridad de que ella me obedecerá. Esposa mia, antes de que te retires a dormir, cuéntale a nuestra hija el amor de Paris, y dile que el miércoles ... Pero, ¿qué día es hoy?

Paris: Lunes.

Capuleto: ¡Lunes! No puede ser el miércoles. Que sea el jueves. Dile que el jueves se casará con el conde. ¿Estás feliz? No celebraremos esta unión con una gran fiesta. Solamente invitaré a los amigos íntimos, debido a que si realizamos una fiesta a los pocos días de muerto Teobaldo, parecería que tenemos poco sentimiento. ¿Te parece bien el jueves?

Paris: ¡Ojalá fuese mañana!

Capuleto: Adelante, pues; que sea el jueves. Coméntaselo a Julieta antes de que te vayas a dormir. Adiós, amigo. Alúmbrenme. Voy a mi dormitorio. Es tan tarde, que pronto amanecerá. Buenas noches.
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Mensaje por Armando Lopez Miér Feb 18, 2015 7:09 pm

ACTO TERCERO

ESCENA QUINTA


Galería cerca del cuarto de Julieta, con una ventana que da al jardín

(Romeo y Julieta)

Julieta: ¿Tan rápido te marchas? Todavía falta mucho para que amanezca. Es el canto del ruiseñor, no el de la alondra el que se escucha. Todas las noches se posa a cantar en aquel granado. Es el ruiseñor, amado mío.

Romeo: Es la alondra que advierte que ya va a amanecer; no es el ruiseñor. Observa, amada mía, cómo se van tiñendo las nubes de levante con los colores del alba. Ya se extinguen las teas de la noche. Ya se adelanta el día con veloz paso sobre las mojadas cumbres de los montes. Tengo que marcharme, de otra manera aquí me aguarda la muerte.

Julieta: No es ésa la luz del alba. Te lo puedo aseverar. Es un meteoro que de su lumbre ha despojado el Sol para guiarte por el camino a Mantua. No te vayas. ¿Por qué partes tan rápido?

Romeo: ¡Que me capturen, que me maten! Si lo ordenas tú, poco me importa. Diré que aquella luz gris que allí veo no es la de la mañana, sino el pálido destello de la Luna. Diré que no es el canto de la alondra el que retumba. Más quiero quedarme que abandonarte. Ven, muerte, pues Julieta lo quiere. Amor mío, sigamos conversando, que todavía no rompe el día.

Julieta: Es mejor que te vayas porque es la alondra la que canta con voz ronca y desentonada. ¡Y muchos aseguran que sus sones son melodiosos, cuando a nosotros vienen a apartarnos! También aseguran que cambia de ojos como el sapo. ¡Ojalá cambiara de voz! Maldita sea porque me aleja de tus encantos. Vete, que cada vez se clarea más la luz.

Romeo: ¿Has dicho la luz? No, sino las tinieblas de nuestro destino. (Entra el Ama).

Ama: ¡Julieta!

Julieta: ¡Ama!

Ama: Tu madre viene hacia acá. Ya casi rompe el alba. Prepárate y no te descuides.

Romeo: ¡Un beso! ¡Adiós! (Vase por la escala).

Julieta: ¿Te marchas? Mi señor, mi dulce dueño, envíame informes de ti todos los días, a cada segundo. Tan lentos transcurren los días infelices, que tengo miedo de marchitarme antes de volver a ver a mi Romeo.

Romeo: Adiós. Te enviaré informes de mí y mi bendición mediante todas las formas que tenga al alcance.

Julieta: ¿Crees que volveremos a vernos?

Romeo: Tengo la seguridad; además también tengo la certeza de que en dulces conversaciones de amor recordaremos nuestras aflicciones de ahora.

Julieta: ¡Por Dios! ¡Qué présaga tristeza la mía! Parece que te veo muerto encima de un armazón. Aquél es tu cuerpo, o me mienten los ojos.

Romeo: Pues también a ti te ven los míos pálida y manchada de sangre. ¡Adiós, adiós! (Vase).

Julieta: ¡Oh, ventura! Te nombran mudable: a mi amante fiel poco le importan tus mudanzas. Sé mudable en buena hora, y así no lo retrasarás y me lo devolverás después.

Señora de Capuleto (dentro): Hija, ¿aún no te duermes?

Julieta: ¿Quién me llama? Madre, ¿aún no te duermes? ¿Qué noticias te traen a mi? (Entra la señora de Capuleto).

Señora de Capuleto: ¿Qué es esto, Julieta?

Julieta: Estoy enferma.

Señora de Capuleto: ¿Sigues llorando la muerte de tu primo? ¿Crees que con tus lágrimas le podrás devolver la vida? Qué inútil esperanza. Deja de llorar, que a pesar de que es señal de amor, parece locura.

Julieta: Permíteme seguir llorando por tan severa suerte.

Señora de Capuleto: Eso es llorar la pérdida y no al amigo.

Julieta: Llorando la pérdida, lloro también al amigo.

Señora de Capuleto: Más que por Teobaldo ¿lloras por ese perverso que lo ha matado?

Julieta: ¿ Qué ofensiva eres, madre?

Señora de Capuleto: Romeo.

Julieta (aparte): ¡Cuánta distancia hay entre él y un perverso! (Alto). Dios lo perdone como lo perdono yo, pese a que nadie me ha afligido tanto como él.

Señora de Capuleto: Eso será porque aún vive el asesino.

Julieta: Sí, Y donde mi venganza no puede alcanzarlo. Yo quisiera vengar a mi primo.

Señora de Capuleto: Ya lograremos la venganza. Deja de llorar. Yo le pedí a uno de Mantua, donde ese indigno ha sido exiliado, que lo envenene con alguna mortal droga. Entonces irá a hacer compañía a Teobaldo, y tú quedarás feliz y vengada.

Julieta: Conforme no estaré, mientras no vea a Romeo ... muerto ... Señora, si encuentras a alguno que se arriesgue a darle el tóxico, yo misma lo prepararé, y así cuando lo reciba Romeo, podrá dormir tranquilo. Hasta su nombre me es detestable cuando no lo tengo cerca. Para vengar en él la sangre de mi primo.

Señora de Capuleto: Busca tú la manera de preparar el veneno, mientras yo busco quién se lo administre. Ahora escucha una noticia agradable.

Julieta: ¡Esta es una buena oportunidad para gratas nuevas! ¿Y cuál es, señora?

Señora de Capuleto: Hija, tu padre es tan generoso que deseando animarte, te prepara un día de felicidad que ni tú ni yo esperábamos.

Julieta: ¿Y qué día es ése?

Señora de Capuleto: Pues el jueves, por la mañana, muy temprano, el conde París, ese apuesto y sensato caballero, se esposará contigo en la iglesia de San Pedro.

Julieta: Pues te prometo, por la iglesia de San Pedro, y por San Pedro inmaculado, que no me matrimoniaré. ¿Por qué tanta urgencia? ¿Casarme con él cuando aún no me ha hablado de amor? Coméntale a mi padre, señora, que aún no deseo casarme. Cuando lo haga, con juramento les digo que antes será mi esposo Romeo, a quien amo. ¡Vaya noticia que me traes!

Señora de Capuleto: Aquí viene tu padre. Coméntaselo tú, y verás cómo no le agrada.

(Entran Capuleto y el Ama).

Capuleto: A la puesta del sol cae el rocío, pero cuando muere el hijo de mi hermano, cae la lluvia a torrentes. ¿Todavía no ha acabado la tormenta, niña? Tu frágil cuerpo es nave y mar y viento. En tus ojos hay marea de lágrimas, y en ese mar navega la barca de tus ansias, y tus suspiros son el viento que la impulsan. Dime, esposa mía, ¿has cumplido ya mis instrucciones?

Señora de Capuleto: Sí, pero Julieta no lo agradece. ¡Majadera! Con su sepultura debía desposarse.

Capuleto: ¡Eh! ¿Qué dices, esposa mía? ¿Explícame bien? ¿No le satisface el que le hayamos encontrado para esposo a tan noble caballero?

Julieta: ¿Satisfacerme? No ..., agradecer, sí. ¿Quién ha de estar satisfecha de lo que detesta? Sin embargo siempre se agradece la buena voluntad, hasta cuando nos ofrecen lo que aborrecernos.

Capuleto: ¿Qué retórica es ésa? ¡Enorgullecerse! ... Sí y no. ¡Agradecer y no agradecer! ... Nada de agradecimientos ni de orgullo, señorita. Prepárate a ir por tus pies el jueves próximo a la iglesia de San Pedro a casarte con Paris, o si no, te llevo arrastrando en un zarzo, ¡trastornada, nerviosa, pálida, terca!

Señora de Capuleto: ¿Estás en ti? Guarda silencio.

Julieta: Padre mío, de rodillas te suplico que me escuches una palabra sola.

Capuleto: ¡Oírte! ¡Terca, malvada! Escucha, el jueves irás a San Pedro, o no me volverás a mirar la cara. No me implores ni me digas una palabra más. El pulso se me agita. Esposa mía, yo siempre creí que era poca bendición de Dios el tener una hija sola, sin embargo ahora veo que es una maldición, y que aun ésta sobra.

Ama: ¡Dios sea con ella! No la maltrates, señor.

Capuleto: ¿Y por qué no, vieja entrometida? Cállate, y habla con tus iguales.

Ama: A nadie ofendo ... no puede una hablar.

Capuleto: Calla, cigarrón, y vete a hablar con tus comadres, que aquí no metes mano.

Señora de Capuleto: Estás loco.

Capuleto: Loco, sí: por la noche, durante el día, por la mañana, de tarde, cuando duermo, velando, solo y acompañado, en casa y en la calle. Siempre fue mi empeño el casarla, y ahora que le encuentro un joven de excelente familia, rico, apuesto, sensato, lleno de perfecciones, según comentan, esta mocosa responde que no quiere casarse, que no puede amar, que es muy joven. Pues bien, te perdonaré si no te casas, sin embargo no vivirás un instante más aquí. Poco falta para el jueves. Piénsalo bien. Si no, te ahorcarás, o irás a pedir limosna, y te morirás de hambre por esas calles, sin que ninguno de los mios te auxilie. Piénsalo bien, que yo cumplo mis promesas. (Vase).

Julieta: ¿Y no hay justicia en el cielo que esté enterada de todo el abismo de mis males? No me dejes, madre. Retarda un mes, una semana, el enlace, o si no mi lecho nupcial será la tumba de Teobaldo.

Señora de Capuleto: No me pidas nada, porque no he de contestarte. Decídete como quieras. (Se va).

Julieta: ¡Por Dios! Ama mía, ¿qué debo hacer? Mi esposo está en la Tierra, mi fe en el cielo. ¿Y de qué manera ha de volver a la tierra mi fe, si mi esposo no la envía desde el cielo? Aconséjame, consuélame. ¡Infeliz de mí! ¿Por qué el cielo ha de emplear todos sus recursos contra un ser tan débil como yo? ¿Qué me dices? ¿Ni una palabra que me consuele?

Ama: Solamente te diré que Romeo está exiliado, y puede apostarse doble contra sencillo a que no volverá a verte, o regresa secretamente, en caso de retornar. Lo mejor sería, según mi opinión, que te casaras con el conde, que es mucho más gentil y sensato caballero que Romeo. Ni un águila tiene tan verdes y vivaces ojos como Paris. Este segundo esposo te conviene más que el primero. Además, al primero puedes darlo por muerto. Para ti como si lo estuviera.

Julieta: ¿Estás hablando con el alma?

Ama: Con el alma, o maldita sea yo.

Julieta: Así sea.

Ama: ¿Por qué?

Julieta: Por nada. Buen confortamiento me has dado. Vete, di a mi madre que he salido. Voy a confesarme con Fray Lorenzo, por el enfado que he provocado a mi padre.

Ama: Obras con inteligencia. (Vase).

Julieta: ¡Malvada vieja! ¡Aborto de los infiernos! ¿Cuál es mayor pecado en ti: querer hacerme infiel o ultrajar con tu lengua a quien tantas veces pusiste por la
s nubes? Maldita sea yo si vuelvo a pedirte un consejo. Sólo mi confesor me consolará, o me dará fuerzas para morir.
Armando Lopez
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