EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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ROMEO Y JULIETA de WILLIAM SHAKESPEARE. Drama. Acto Primero

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Mensaje por Armando Lopez Mar Feb 17, 2015 10:49 am

PERSONAJES


Escalo, príncipe de Verona.

Paris, pariente del príncipe.

Montesco y Capuleto, jefes de dos casas enemigas.

Un viejo de la familia Capuleto.

Romeo, hijo de Montesco.

Mercutio, amigo de Romeo.

Benvolio, sobrino de Montesco.

Teobaldo, sobrino de Capuleto.

Fray Lorenzo y Fray Juan, de la Orden de San Francisco.

BaItasar, criado de Romeo.

Sansón y Gregorio, criados de Capuleto.

Pedro, criado del ama de Julieta.

Abraham, criado de Montesco.

Un boticario.

Tres músicos.

Dos pajes de Paris.

Un oficial.

La señora de Montesco.

La señora de Capuleto.

Julieta, hija de Capuleto.

El Ama de Julieta.

Ciudadanos de Verona, alguaciles, guardias, enmascarados, etcétera, coro.

La escena pasa en Verona y en Mantua.



ACTO PRIMERO

ESCENA PRIMERA


En una plaza pública (Sansón y Gregorio, con espadas y escudos).

Sansón: Gregorio, estoy seguro de que no nos echarán encima los aparejos.

Gregorio: Eso mismo pienso, pues eso equivaldría a convertirnos en animales de carga.

Sansón: No me has entendido bien; quiero decir que si nos enfurecemos, tendremos que empuñar nuestras espadas; yo, si me provocan, peleo.

Gregorio: Sin embargo, la verdad es que es dificil provocarte.

Sansón: No lo creas, pues para ello me basta con ver a cualquier perro de la casa de los Montescos, a quien sea de ellos: al criado o a la doncella lo aguardaré a pie firme para quitarle la derecha.

Gregorio: Así demuestras tu poca inteligencia, pues al quitarles la derecha, quedas cerca de la pared, y quien se queda cerca de ella es el más débil.

Sansón: Es cierto; por eso las mujeres siempre caminan cerca de ella. Por consiguiente, echaré de la pared a los sirvientes de los Montescos y arrimaré a ella a las doncellas.

Gregorio: La disputa es entre nuestros respectivos amos; no entre nosotros, sus sirvientes.

Sansón: Eso poco importa; seré tirano, y luego de castigar a los mozos, le romperé la cabeza a las doncellas.

Gregorio: Eso, si lo permiten ellas, que son las que lo han de sentir.

Sansón: Y lo lamentarán en tanto que yo pueda mantenerme en pie, pues sabes que no soy rana.

Gregorio: Tengo la seguridad de que no eres carne ni pescado ... ¡Prepara tu espada!; se acercan los servidores de la casa de los Montescos.

Sansón: Ya está listo mi acero. Combate tú; yo te cuidaré la espalda.

Gregorio: Sí, guardando la tuya y huyendo rápidamente.

Sansón: No seas cobarde.

Gregorio: ¿Miedo de ti? No, por cierto.

Sansón: Tengamos por nuestra parte la justicia ... que comiencen ellos.

Gregorio: Cuando pasemos a su lado frunciré el ceño, y que lo interpreten como quieran.

Sansón: O como se atrevan. Yo me morderé el pulgar y los observaré de soslayo, y si lo toleran es una gran injuria para ellos.

(Salen Abraham y Baltasar)
Abraham: ¿Se muerde el pulgar con el propósito de insultarnos, caballero?

Sansón: Sé que me muerdo el pulgar, señor.

Abraham: Sin embargo ¿lo hace para agraviarnos, hidalgo?

Sansón a Gregorio: ¿La justicia nos asistirá si respondo que sí?

Gregorio: De ningún modo.

Sansón: Señor, no me muerdo el pulgar por ustedes, pero me lo muerdo.

Gregorio: ¿Buscas riña, hidalgo?

Abraham: ¿Riña? Nada de eso.

Sansón: Si es lo que buscan, yo estoy para servirlos, pues estoy a las órdenes de un señor tan generoso como el suyo.

Abraham: Pero no tan superior.

Sansón: Conforme, caballero.

Gregorio: Di mejor. (Aparta a Sansón). Veo a uno de los familiares de mi amo. (A lo lejos se ve salir a Benvolio).

Sansón: Mejor sí, caballero.

Abraham: Estás mintiendo.

Sansón: Saquen sus espadas si son valientes ... Gregorio, no olvides tu estocada secreta.

(Se baten)

(Con la espada desenvainada, Benvolio acude a separarlos).

Alto, insensatos; regresen el acero a la vaina, pues no saben lo que hacen.

(Sale Teobaldo).

Teobaldo: Pero, ¿estás usando la espada contra villanos? Vuélvete, Benvolio, y mira de frente a la muerte.

Benvolio: Sólo deseo poner paz entre ellos. Guarda tu espada o úsala para ayudarme a disgregar este conato de lucha.

Teobaldo: ¿Pero, a qué te refieres? ¿He desenvainado mi acero y me hablas de paz? Aborrezco esa palabra tanto como al infierno, a todos los Montescos y a ti. Ponte en guardia, cobarde.

(Se baten).

(Salen partidarios de ambas casas y después algunos ciudadanos de Verona con palos).

Ciudadano primero: Arremetan con palos, lanzas y puyas. Arrasemos con todos; ¡mueran Capuletos y Montescos!

(Salen Capuleto y la señora de Capuleto

Capuleto: ¿De quién son esas voces? Denme mi espada.

Señora: ¿Cuál espada? Lo que te conviene es una muleta.

Capuleto: Mi espada, mi espada, que Montesco se acerca empuñando contra mí la suya, tan vieja como la mía.

(Entran Montesco y su mujer).

Montesco: ¡Malvado Capuleto, permíteme pasar; hazte un lado!

Señora: No permitiré que des un paso más.

(Entra el Príncipe con su séquito).

Príncipe: ¡Rebeldes, rivales de la paz, derramadores de sangre humana! ¿No quieren escuchar? Bestias humanas que mitigan en la fuente sangrienta de sus venas la pasión de su furia, lancen al suelo inmediatamente las armas homicidas, y oigan mi sentencia. En tres ocasiones, por insignificantes fantasías e insustanciales razones, han teñido con sangre las calles de Verona, haciendo a sus residentes, incluso a los más graves e ilustres, blandir las enmohecidas lanzas, y cargar con el hierro sus manos envejecidas por la paz. Si vuelven a alterar la quietud de nuestra ciudad, me responderán con sus cabezas. Es suficiente por hoy; retírense todos. Tú, Capuleto, me acompañarás. Tú, Montesco, me buscarás dentro de poco en la Audiencia, donde platicaremos prolongadamente. Pagará con su muerte quien permanezca aquí.

(Vase).

Montesco: ¿Quién volvió a iniciar la antigua controversia? ¿Estabas tú cuando comenzó, sobrino mío?

Benvolio: Los sirvientes de tu enemigo ya se encontraban peleando con los nuestros cuando llegué, y fueron infructuosos mis intentos de apartarlos. Teobaldo me embistió, empuñando el acero que azotaba al aire despreciador de sus furores. Al escuchar el choque de las espadas, la gente comenzó a participar en el combate de una parte y otra, hasta que el Príncipe separó a unos y otros.

Señora de Montesco: ¿Y viste a Romeo? ¡Me alegro mucho de que no estuviera presente!

Benvolio: Únicamente faltaba una hora para que el sol apareciera por las doradas puertas del oriente, cuando salí a pasear, solo con mis cuidados, al bosque de sicomoros ubicado al poniente de la ciudad. En ese lugar se encontraba tu hijo. En cuanto lo vi caminé hacia él, sin embargo enfiló hacia lo más recóndito del bosque. Y como sé que en determinadas situaciones la compañía estorba, seguí mi camino y mis reflexiones, huyendo de Romeo con tanto gusto como él de mí.

Señora de Montesco: Aseguran que continuamente va a ese lugar a juntar su llanto con el rocío de la mañana y a quejarse con las nubes, y en cuanto el sol, alegría del mundo, retira los negros pabellones del lecho de la aurora, huye Romeo de la luz y regresa a casa, donde se encierra melancólico en su recámara, y para eludir la luz del día, crea una noche ficticia. Me da mucha pena su situación, y sufriría un gran dolor si su corazón no llegara a dominar sus caprichos.

Benvolio: ¿Conoces la causa, tío?

Montesco: No, ni puedo investigarla.

Benvolio: ¿No has podido arrancarle alguna explicación?

Montesco: Ni yo, ni nadie. No sé si yo esté en lo correcto, sin embargo él es el único consejero de sí mismo. Oculta con mucho recelo su secreto y se consume en él, como el germen herido por el gusano antes de desarrollarse y encantar al sol con su hermosura. Cuando yo me entere por qué sufre, intentaré poner la solución.

Benvolio: Aquí está. O me engaña el cariño que le tengo, o voy a saber pronto por qué sufre.

Montesco: ¡Oh, si pudieras con destreza enterarte de su secreto! Ven, esposa.

(Entra Romeo).

Benvolio: Muy madrugador estás.

Romeo: ¿Acaso aún es muy temprano?

Benvolio: Todavía no son las nueve.

Romeo: ¡Tristes horas, cuán pausadamente transcurren! ¿No era mi padre quien salía hace unos instantes de aquí?

Benvolio: Efectivamente; sin embargo ¿qué dolores prolongan tanto las horas de Romeo?

Romeo: El no tener lo que las haría breves.

Benvolio: ¿Es asunto de amores?

Romeo: Desvíos.

Benvolio: ¿De amores?

Romeo: Mi alma sufre la despiadada severidad de sus desprecios.

Benvolio: ¿Cuál será la causa de que el amor que nace de tan trágiles principios, gobierna después con tanta tiranía?

Romeo: ¿Por qué, si pintan ciego al amor, sabe escoger tan raras sendas a su albedrío?

¿En dónde comeremos hoy? ¡Válgame Dios! Cuéntame lo que ha sucedido. Sin embargo no, ya estoy enterado. Hemos hallado el amor junto al odio; amor discrepante, odio amante; rara confusión de la naturaleza, caos sin forma, materia grave a la vez que ligera, fuerte y débil, humo y plomo, fuego helado, salud que fenece, sueño que vela, esencia misteriosa. No puedo habituarme a tal amor ¿Te ries? ¡Vive Dios! ...

Benvolio: De ninguna manera, primo. No me río, al contrario, lloro.

Romeo: ¿De qué, alma bondadosa?

Benvolio: De tu consternación.

Romeo: Es prenda del amor. Empeora el peso de mi tristeza al saber que tú de igual forma la sientes. Amor es fuego lanzado por el aura de un suspiro; fuego que arde y brilla en los ojos del amante. O más bien es torrente desbordado que las lágrimas aumentan. ¿Qué más puedo decir de él? Diré que es locura sabia, que emponzoña, dulzura embriagadora. Quédate, adiós, primo.

Benvolio: Deseo acompañarte. Me molestaré si me dejas así, y no te enojes.

Romeo: Guarda silencio, que el verdadero Romeo debe andar en otro lugar.

Benvolio: Dime el nombre de tu amada.

Romeo: ¿Quieres escuchar lamentos?

Benvolio: ¡Lamentos! ¡Gentil idea! Dime formalmente quién es.

Romeo: ¿Dime formalmente? ... ¡Oh, qué expresión tan brutal! Recomiéndale que haga testamento a quien está sufriendo horriblemente. Primo, estoy enamorado de una mujer.

Benvolio: Hasta ahí ya lo entiendo.

Romeo: Has adivinado. Estoy enamorado de una bella mujer.

Benvolio: ¿Y es fácil dar en ese blanco tan bello?

Romeo: Inútiles serían mis tiros, porque ella, poseedora de un gran abolengo como Diana la cazadora, esquivará todas las pueriles flechas del rapaz alado. Su pudor le sirve de armadura. Escapa de las palabras de amor, elude el encuentro de otros ojos, no la vence el oro. Es rica, porque es bella. Pobre, porque cuando muera, únicamente quedarán restos de su perfección soberana.

Benvolio: ¿Está unida a Dios por algún voto de castidad?

Romeo: No es ahorro el suyo, es despilfarro, porque oculta miserablemente su hermosura, y priva de ella al mundo. Es tan discreta y tan bella, que no debiera regocijarse en mi martirio, sin embargo odia el amor, y ese voto es la causa de mi muerte.

Benvolio: Ya no pienses en ella.

Romeo: Muéstrame cómo se debe dejar de pensar.

Benvolio: Hazte libre. Contempla a otras.

Romeo: De esa manera resplandecerá más y más su belleza. Con el negro antifaz sobresale más la blancura de la tez. Nunca olvida el don de la vista quien una vez la perdió. La hermosura de una dama medianamente bella únicamente sería un libro dónde leer, que era mayor la perfección de mi amada. ¡Adiós! No sabes enseñarme a olvidar.

Benvolio: Me comprometo a destruir tu parecer.
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Mensaje por Armando Lopez Mar Feb 17, 2015 10:51 am

ACTO PRIMERO

ESCENA SEGUNDA


Calle

(Capuleto, París y un criado).

Capuleto: Y Montesco está encadenado por la misma prohibición que yo y por análogas penas; y no creo que nos sea dificil, a dos ancianos como nosotros, vivir en lo sucesivo en paz.

Paris: Los dos son iguales en generosidad, y no deberían estar discordes. ¿Qué responde a mi petición?

Capuleto: Ya he contestado. Mi hija acaba de llegar al mundo. Sólo tiene catorce años, y no estará madura para contraer nupcias, hasta que pasen por lo menos dos veranos.

Paris: Otras hay más jóvenes y que son ya madres.

Capuleto: Los árboles excesivamente inmaduros no prosperan. Yo he confiado mis esperanzas a la tierra y ellas florecerán. De cualquier manera, Paris, intenta conocer su voluntad. Si ella acepta, yo aceptaré también. No pienso oponerme a que elija con toda libertad entre los de su clase. Esta noche, según hábito inmemorial, recibo en casa a mis amigos, uno de ellos eres tú. Deseo que pises esta noche el humilde umbral de mi casa, donde verás resplandecer humanas estrellas. Tú, como joven lozano, que no escuchas como yo las pisadas del invierno frío, gozarás de todo. Allí escucharás un coro de bellas doncellas; escúchalas, obsérvalas, y elige entre todas la más perfecta. Tal vez luego de un juicioso examen, mi hija te parecerá una de tantas. Tú (al criado) recorre todas las calles de Verona, y a todos aquellos cuyos nombres verás escritos en este papel, invítalos para esta noche en mi casa.

(Vanse Capuleto y Paris)

Criado: ¡No tendré dificultad de encontrarlos a todos! El zapatero está condenado a usar la vara; el sastre, la horma; el pintor, el pincel; el pescador, las redes, y yo a buscar a todos aquellos cuyos nombres están escritos en este papel, sin saber qué nombres son los que aquí aparecen escritos. Denme su favor los sabios. Vamos.

(Entran Benvolio y Romeo).

Benvolio: No afirmes eso. Un fuego extingue a otro, un dolor calma otro dolor, a una pena antigua, otra nueva. Un nuevo amor puede curarte del antiguo.

Romeo: ¿Curarán las hojas del plátano?

Benvolio: ¿Y qué curarán?

Romeo: Las heridas.

Benvolio: ¿Estás loco?

Romeo: ¡Loco! Me encuentro atado de pies y manos como los locos; prisionero en una cárcel muy áspera, hambriento, vapuleado y martirizado. (Al criado). Buenos días, hombre.

Criado: Buenos días. ¿Sabe leer, caballero?

Romeo: Sí.

Criado: ¡Extraño alarde! ¿Sabes leer sin haberlo aprendido? ¿Sabrás leer lo que ahí dice?

Romeo: Si las frases son claras y la letra igualmente.

Criado: ¿De verdad? Dios lo guarde.

Romeo: Aguarda, que intentaré leerlo. El señor Martino, su esposa e hijas; el conde Anselmo y sus hermanas; la viuda de Viturbio; el señor Placencio y sus sobrinas; Mercutio y su hermano Valentín; mi tío Capuleto con su esposa e hijas; la hermosa Rosalía, mi sobrina; Livia; el señor Valencio y su primo Teobaldo; Lucio y la simpática Elena ... ¡Hermoso conjunto! (Le devuelve el papel). ¿Dónde se reúnen?

Criado: En ese lugar.

Romeo: ¿En dónde?

Criado: A cenar en casa.

Romeo: ¿En qué casa?

Criado: En la de mi amo.

Romeo: La verdad es que debería haber comenzado por preguntarte ¿quién es tu amo?

Criado: Se lo diré sin que me lo pregunte: mi amo es el rico y poderoso Capuleto; y si no pertenece usted a la casa de los Montescos, lo invito a que asista a beber una copa de vino. Quede con Dios.

(Vase)

Benvolio: A esa fiesta, que según una antiquísima costumbre prepara esta noche Capuleto, irá Rosalía, a quien tanto amas, e irá con todas las bellezas que hoy se admiran en Verona. Ve a ese lugar, y admirarás imparcialmente su rostro y compáralo con algunos otros que te mostraré, ante los cuales tu cisne te parecerá un grajo.

Romeo: No permite semejante traición la santidad de mi amor. Ardan mis verdaderas lágrimas, que antes se ahogaban, si tal herejía cometen mis ojos. No puede haber otra más hermosa que mi amada, ni nunca la habrá visto el sol, que todo lo ve.

Benvolio: La has hallado bella, porque no había otra a su lado, porque ella misma se equilibraba en tus ojos; pero pesa en esas balanzas de cristal a la dama de tus pensamientos con otra doncella que te haré ver brillante en el festín, y escasamente te parecerá bien la que ahora se te antoja la más hermosa de todas.

Romeo: Iré, no por ver semejante objeto, sino para regocijarme con el esplendor de la que tanto amo.
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Mensaje por Armando Lopez Mar Feb 17, 2015 10:53 am

ACTO PRIMERO

ESCENA TERCERA


En casa de Capuleto

(La señora de Capuleto y el ama).

Señora: ¿Dónde está mi hija?

Ama: Sea en mi ayuda mi probada paciencia de doce años. Ya la llamé. Cordero, mariposa. Válgame Dios. ¿Dónde se encontrará esta niña?

(Entra Julieta).

Julieta: ¿Quién me ha mandado a llamar?

Ama: Tu madre.

Julieta: Señora, aquí estoy. ¿Qué ocurre?

Señora: Ocurre que ... Ama, permítenos estar a solas ... No, quédate. Quiero que escuches nuestra plática. Mi hija está en una edad decisiva.

Ama: Ya lo creo. No recuerdo con exactitud qué edad tiene.

Señora: Aún no ha cumplido los catorce.

Ama: Apostaría catorce dientes (¡y con enorme aflicción debo confesar que únicamente me quedan cuatro!) a que no son catorce. ¿Cuándo se celebra el día de los Ángeles?

Señora: Dentro de aproximadamente dos semanas.

Ama: Ese día, Julieta cumple años. ¡Válgame Dios! La misma edad tendrían ella y mi Susana. Bien, Susana ya se encuentra con Dios, no merecía yo tanta felicidad. Bueno, como estaba diciendo, cumplirá catorce años el día de los Ángeles. ¡Vaya si los cumplirá! Recuerdo bien. Hace once años, cuando el terremoto, le quitamos el pecho. Nunca confundo aquel día con ningún otro. Abajo del palomar, sentada gozando de los rayos del sol, cubrí mis pechos con áloe. Usted y mi amo se encontraban en Mantua. ¡Lo recuerdo muy bien! La tonta de ella, en cuanto probó el pecho y lo halló tan amargo, ¡se puso muy furiosa conmigo! ¡Temblaba el palomar! Once años han pasado desde esa fecha. Ya corría ... trastabillando en algunas ocasiones. Por cierto que un día antes se había hecho un chichón en la frente, y mi marido (¡Dios lo tenga en gloría!) con qué gracia levantó a la niña, y le dijo: Vaya, ¿te has caído de frente? No caerás así cuando te entre el juicio. ¿ Verdad, Julieta? Sí, contestó la inocente mientras se limpiaba las lágrimas. El tiempo hace verdades las burlas. Aunque mil años viviera, recordaría esto. ¿No es verdad, Julieta?, y ella lloraba y decía que sí.

Señora: ¡Basta! guarda silencio, por favor.

Ama: Guardaré silencio, señora; sin embargo no puedo menos de reírme, recordando que dijo sí, y creo que tenía en la frente un chichón del tamaño de un huevo, y lloraba desconsoladamente.

Julieta: Guarda silencio; te lo imploro.

Ama: Está bien, guardaré silencio. Dios te ampare, porque eres la niña más bella que he críado. ¡Qué gran satisfacción sentiría si te viera casada!

Julieta: Todavía no he pensado en tan grande honor.

Ama: ¡Honor! Si no te hubiera yo criado con mis pechos, podría decirte que habías mamado leche de discreción y sabiduría.

Señora: Ya puedes pensar en matrimoniarte. En Verona hay madres de familia menores que tú, incluso yo ya lo era cuando apenas tenía tu edad. En dos palabras, el gallardo Paris pretende tu mano.

Ama: ¡Niña mía! ¡Vaya un pretendiente! Si parece de cera.

Señora: La primavera de Verona no cuenta con flor más bella.

Ama: ¡Eso es una flor! Efectivamente que es una flor.

Señora: Quiero saber si estás dispuesta a amarlo. Esta noche vendrá. Descubrirás en su rostro todo el amor que tiene por ti. Observa su semblante y la armonía de sus rasgos. Sus ojos servirán de comentario a lo que haya de confuso en el libro de su persona. Este libro de amor, aún desencuadernado, merece una noble cubierta. La mar se ha hecho para el pez. Toda belleza gana en contener otra belleza. Los dorados broches del libro lustran la áurea narración. Todo lo que él posee, será tuyo. Nada perderás con ser su mujer.

Ama: ¿Nada? Sólo pensarlo es una barbaridad.

Señora: Respóndeme: ¿llegarás a amar a Paris?

Julieta: Lo pensaré, si es que el ver predispone a amar; sin embargo, el dardo de mis ojos únicamente tendrá la fuerza que le preste la obediencia.

(Entra un criado).

Criado: Los invitados se aproximan. La cena está lista. Es necesaria su presencia. La señorita hace falta. En la cocina se están profiriendo mil maldiciones del ama. Todo está listo. Les ruego que vengan en seguida.

Señora: Vámonos tras ti, Julieta. El Conde nos espera.

Ama: Niña, debes reflexionar muy bien lo que vas a hacer.
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Mensaje por Armando Lopez Mar Feb 17, 2015 10:55 am

ACTO PRIMERO

ESCENA CUARTA


Calle

(Romeo, Mercutio, Benvolio y máscaras con antorchas encendidas).

Romeo: ¿Pronunciaremos el discurso que hemos preparado, o entraremos sin preámbulos?

Benvolio: Nada de circunloquios. No nos hace falta un Amorcillo de latón con venda por pañuelo, arco y un espantapájaros de doncellas. Para nada repetir con el apuntador, en voz temerosa, un prefacio inútil. Midamos por el compás que quieran, y hagamos nosotros unas cuantas mudanzas de baile.

Romeo: Proporciónenme una antorcha. No deseo bailar. Quien se encuentra en la oscuridad necesita luz.

Mercutio: No te podemos complacer, Romeo; debes bailar.

Romeo: No lo haré. Ustedes calzan zapatos de baile, y yo estoy como tres en un zapato, sin poder moverme.

Mercutio: Pídele sus alas al Amor, y con ellas te levantarás de la tierra.

Romeo: Sus flechas me han herido de tal manera que ni sus plumas son suficientes para levantarme. Me ha sujetado de tal forma, que no puedo pasar la raya de mis dolores. La angustia me asfixia.

Mercutio: No has debido cargar con tanto peso al amor, que es muy delicado.

Romeo: ¡Delicado el amor! Antes duro, fuerte y lacerante como el cardo.

Mercutio: Si es severo, tú debes ser estricto con él. Si te lastima, hiérelo tú, y comprobarás cómo se da por vencido. Proporcióname un antifaz para ocultar mi cara. ¡Una máscara encima de otra máscara!

Benvolio: Toca la puerta, y cuando estemos dentro, cada uno baile como pueda.

Romeo: ¡Proporciónenme una antorcha! Yo, repitiendo la frase de mi abuelo, portaré la luz en este cometido, porque el gato abrasado huye del agua.

Mercutio: Como decía muy bien el Condestable: De noche todos los gatos son pardos. Nosotros, si haces esto te salvaremos de tus miras. La luz se extingue.

Romeo: No por cierto.

Mercutio: Mientras andamos en vanas palabras, se gastan las antorchas. Entiende tú bien lo que quiero decir.

Romeo: ¿Tienes ganas de entrar en el baile? ¿Crees que eso tiene sentido?

Mercutio: ¿Y lo dudas?

Romeo: Tuve anoche un sueño.

Mercutio: Y yo otro esta noche.

Romeo: ¿Y cuál fue la enseñanza de tu sueño?

Mercutio: Ahora entiendo la diferencia que hay entre el sueño y la realidad.

Romeo: En la cama fácilmente se sueña.

Mercutio: Estoy seguro de que te ha visitado la reina Mab, nodriza de las hadas. Es tan menuda como la gema que resplandece en el anillo de un regidor. Su carroza es jalada por caballos ligeros como átomos, y sus rayos son como las patas de las tarántulas; las correas son de gusano de seda, los frenos de rayos de luna; huesos de grillo e hilos de araña forman el látigo; y un mosquito de oscura levita, dos veces más pequeño que el insecto que la aguja sutil extrae del dedo de ociosa dama, guía el magnífico equipaje. Una cáscara de avellana forma el coche hecho por la ardilla, eterna carpintera de las hadas. En ese carro reflexiona de noche y día por cabezas enamoradas, y les hace concebir inútiles deseos, y anda por las cabezas de los cortesanos, y les inspira inútiles cortesías. Corre por los dedos de los abogados, y sueña con procesos. Recorre los labios de las damas, y sueña con besos. Anda por las narices de los pretendientes, y sueña que ha alcanzado un empleo. Azota con la punta de un rabo de puerco las orejas del cura, produciendo en ellas sabroso cosquilleo, indicio cierto de beneficio o canonjía cercana. Se adhiere al cuello del soldado, y le hace soñar que vence a sus enemigos y los degüella con su truculento acero toledano, hasta que oyendo los sones del cercano tambor, se despierta sobresaltado, reza un padre nuestro, y vuelve a dormirse. La reina Mab enreda por la noche las crines de los caballos, y enmaraña el pelo de los duendes, e infecta el lecho de la cándida virgen, y despierta en ella por primera vez impuros pensamientos.

Romeo: Es suficiente, Mercutio. No continúes con esa plática imprudente.

Mercutio: Estoy hablando de sueños, fantasmas de la imaginación dormida, que en su vuelo rebasan la levedad de los aires, y son más mudables que el viento.

Benvolio: En verdad que tú sí estás lanzando vientos y humo por esa boca. Ya nos espera la cena, y no debemos llegar tarde.

Romeo: Muy temprano llegarás. Temo que las estrellas están de mal humor, y que mi desgraciada suerte va a comenzar en este festín, hasta que llegue la negra muerte a cortar esta infecunda vida. Sin embargo, el piloto de mi nave sabrá manejarla. Adelante, amigos mios.

Benvolio: A son de tambores.
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Mensaje por Armando Lopez Mar Feb 17, 2015 10:57 am

ACTO PRIMERO

ESCENA QUINTA


Sala en casa de Capuleto

(Músicos y criados)

Criado primero: ¿Dónde está Cacerola, que no ha limpiado un solo plato, ni nos ha ayudado en nada?

Criado segundo: ¡Me da mucha pena ver la amabilidad en tan pocas manos, y éstas sucias!

Criado primero: Fuera los bancos, fuera el aparador. No pierdan de vista la plata. Guárdenme una porción del pastel. Díganle al portero que deje entrar a Elena y a Susana la molinera. ¡Cacerola!

Criado segundo: Aquí estoy, compañero.

Criado primero: Todos quieren que te presentes en la sala.

Criado segundo: Para mí es difícil estar en dos partes al mismo tiempo. Compañeros, acabemos rápido, y quien quede sano, que cargue con todo.

(Entran Capuleto, su mujer, Julieta, Teobaldo, y convidados con máscaras).

Capuleto: Festejo su asistencia. Los invitan al baile los ligeros pies de esta dama. A la danza, jóvenes. ¿Quién puede resistir esta imperiosa tentación? Ni la que por melindre dice que tiene callos. Sean bienvenidos. En otro tiempo también yo me enmascaraba, y decía al oído de las bellas muchachas varios secretos que a veces no les disgustaban. Sin embargo el tiempo se llevó consigo tales flores. Festejo su asistencia; que empiece la música. ¡Que pasen delante las muchachas! (Comienza el baile). ¡Luz, más luz! ¡Hagan a un lado las mesas! No prendan el fuego, pues hace mucho calor. ¡Cómo te agrada el baile, picarillo! Una silla a mi primo, que nosotros no estamos para danzas. ¿Cuándo hemos dejado la máscara?

El primo de Capuleto: ¡Dios mío! Hace más de 30 años.

Capuleto: No tanto, primo. Eso ocurrió cuando la boda de Lucencio. Por Pentecostés, hace más o menos 25 años.

El primo de Capuleto: Estoy seguro de que eso ocurrió hace tres décadas, porque su hijo ha cumplido los treinta.

Capuleto: ¡No lo creo, pues hace dos años todavía no había llegado a la mayoría de edad!

Romeo (A su criado): Dime el nombre de esa dama que enriquece la mano de ese galán con tal tesoro.

Criado: No sé quién es.

Romeo: El resplandor de su cara ofende al sol. La tierra no merece tan suprema maravilla. Entre las otras parece como una paloma entre grajos. Al término del baile, me acercaré a ella, y apretaré su mano. No fue verdadero mi antiguo amor, que nunca belleza como ésta vieron mis ojos.

Teobaldo: Por el tono de la voz se parece a Montesco. (Al criado). Dame mi espada. ¿Cómo se atreverá ese malvado a venir con máscara a alborotar nuestra celebración? Juro por los huesos de mi estirpe que sin cargo de conciencia lo voy a matar.

Capuleto: ¿A qué se debe tanta cólera, sobrino mío?

Teobaldo: No cabe duda de que es un Montesco, rival jurado de mi casa, que ha venido a burlarse de nuestra celebración.

Capuleto: ¿Es Romeo?

Teobaldo: El perverso Romeo.

Capuleto: Guarda silencio, sobrino. Es un excelso caballero, y todo Verona habla de su virtud, y pese a que me dieras toda la fortuna que hay en la ciudad, jamás lo injuriaría en mi propia casa. De esta manera lo pienso. Si en algo me aprecias, salúdalo con alegría, pues esa indignación y esa mirada aviesa no son correctas en una fiesta.

Teobaldo: Esta actitud es correcta cuando visita nuestra casa tan despreciable invitado. ¡No lo permitiré!

Capuleto: Sí lo permitirás. Te lo ordeno. Yo solo mando en este lugar. ¡Pues no faltaba más! ¡Favor divino! ¡Agraviar a mis invitados en mi propia casa! ¡Armar riñas con ellos, solamente por sentirse muy valiente!

Teobaldo: Tío, esto representa una injuria para nuestra estirpe.

Capuleto: Márchate lejos, lejos de aquí. Eres un desobediente. Pagarás muy caro si persistes en desobedecer. ¡Ea, basta ya! Manos quedas ... Trae luces ... Yo conseguiré que te calmes. ¡Pues esto sólo faltaba! ¡A bailar, niñas!

Teobaldo: Mi cuerpo se sacude en la severa batalla de mi súbita furia y mi cólera reprimida. Me marcho, porque este denuesto que hoy debo tolerar, ha de traer amargas hieles.

Romeo: (Tomando la mano de Julieta). Si con mi mano he profanado tan celestial altar, perdóneme. Mi boca borrará la mancha, cual peregrino ruboroso, con un beso.

Julieta: El peregrino ha equivocado el sendero pese a que parece devoto. El palmero únicamente ha de besar manos de santo.

Romeo: ¿Y no tiene labios el santo lo mismo que el romero?

Julieta: Los labios del peregrino son para orar.

Romeo: ¡Oh, es una santa! Cambien pues de oficio mis manos y mis labios. Ore el labio y otórgueme lo que le pido.

Julieta: El santo escucha con tranquilidad los ruegos.

Romeo: Entonces, escúcheme tranquila mientras mis labios oran, y los suyos se purifican. (La besa).

Julieta: En mis labios queda la huella de su pecado.

Romeo: ¿Del pecado de mis labios? Ellos se retractarán con otro beso. (La besa nuevamente).

Julieta: Besas muy virtuosamente.

Ama: Tu madre te está llamando.

Romeo: ¿Quién es su madre?

Ama: La señora de esta casa, dama tan ilustrada como casta. Yo crié a su hija, con quien hace unos instantes estaba usted conversando. Quien quiera casarse con ella debe tener mucho dinero.

Romeo: ¿Con que es Capuleto? ¡Hado enemigo!

Benvolio: Marchémonos, que se termina la fiesta.

Romeo: Harta verdad es, y mucho lo siento.

Capuleto: No se retiren tan rápido, amigos. Todavía deben disfrutar de una sobria cena. ¿Se marchan? Debo darles a todos las gracias. Que pasen buenas noches, caballeros. ¡Luces, luces, aquí! Retirémonos a acostar. Ya es muy tarde, primo mío. Retirémonos a dormir. (Quedan solas Julieta y el Ama).

Julieta: Ama, ¿sabes cómo se llama este muchacho?

Ama: Es el primogénito de Fiter.

Julieta: ¿Y aquel que sale?

Ama: El joven Petrucio, si no me equivoco.

Julieta: ¿Y el que va atrás ... aquel que no quiere bailar?

Ama: No lo sé.

Julieta: Pues averígualo. Y si es casado, la sepultura será mi lecho de bodas.

Ama: Se llama Romeo y es de los Montescos, único heredero de esta perversa alcurnia.

Julieta: ¡Amor nacido del odio, muy pronto te he visto, sin conocerte! ¡Demasiado tarde te he conocido! Quiere mi mala ventura que dedique mi amor al único hombre a quien debo odiar.

Ama: ¿Qué dices?

Julieta: Unos versos que me recitó uno de esos mozalbetes cuando bailaba.

Ama: Te llaman. Enseguida va. No te demores, que ya se han marchado todos los invitados.

El coro: Vean de qué manera expira en el pecho de Romeo la pasión antigua, y cómo la reemplaza una nueva. Julieta viene a eclipsar con su resplandor a la belleza que mataba de amores a Romeo. Él, tan amado como amante, busca en una raza enemiga su ventura. Ella ve que cuelga del enemigo-anzuelo el cebo sabroso del amor. Ni él ni ella pueden declarar su anhelo. Sin embargo la pasión tratará de hallar los medios y la ocasión de mostrarse.
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ROMEO Y JULIETA de WILLIAM SHAKESPEARE. Drama. Acto Primero Empty Re: ROMEO Y JULIETA de WILLIAM SHAKESPEARE. Drama. Acto Primero

Mensaje por Armando Lopez Mar Feb 17, 2015 6:58 pm

ESCENA SEXTA


Celda de Fray Lorenzo

(Fray Lorenzo y Romeo)

Fray Lorenzo: ¡Que el cielo mire con ojos piadosos la misa que vamos a realizar, y no nos castigue por ella!

Romeo: ¡Así sea, así sea! Sin embargo, por muchas penas que vengan no serán suficientes para destruir la impresión de estos instantes de felicidad. Une nuestras manos, y con tal que yo pueda lIamarla mía, no le tendré miedo ni a la muerte, verdugo del amor.

Fray Lorenzo: Nada violento es permanente; ni el deleite ni la tristeza; ellos mismos se extinguen como el fuego y la pólvora al usarse. El exagerado dulce de la miel empalaga. Ama, pues, con moderación. (Sale Julieta). Aquí está la dama; su pie es tan leve que no desgastará nunca la eterna roca; tan ligero que puede correr sobre las telas de araña sin desbaratarlas.

Julieta: Buenas tardes, respetable confesor.

Fray Lorenzo: Romeo te dará las gracias en nombre de los dos.

Julieta: Por esa razón lo he incluido en el saludo. Si no lo hubiera hecho, pecaría él de exceso de cortesía.

Romeo: ¡Oh, Julieta! Si tu ventura es como la mía y puedes manifestarla con más habilidad, deleita con tus palabras el ambiente de este recinto y deja que tu voz pregone la dicha que hoy excita el alma de los dos.

Julieta: El auténtico amor es más pródigo de obras que de palabras; más rico en la naturaleza que en la forma. Solamente el pobre cuenta su caudal. Mi tesoro es tan grande que yo no podria contar ni siquiera la mitad.

Fray Lorenzo: Terminemos rápido. No los dejaré solos hasta que los una la bendición matrimonial.
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ROMEO Y JULIETA de WILLIAM SHAKESPEARE. Drama. Acto Primero Empty Re: ROMEO Y JULIETA de WILLIAM SHAKESPEARE. Drama. Acto Primero

Mensaje por Armando Lopez Mar Feb 17, 2015 7:01 pm

ACTO SEGUNDO

ESCENA SEXTA


Celda de Fray Lorenzo

(Fray Lorenzo y Romeo)

Fray Lorenzo: ¡Que el cielo mire con ojos piadosos la misa que vamos a realizar, y no nos castigue por ella!

Romeo: ¡Así sea, así sea! Sin embargo, por muchas penas que vengan no serán suficientes para destruir la impresión de estos instantes de felicidad. Une nuestras manos, y con tal que yo pueda lIamarla mía, no le tendré miedo ni a la muerte, verdugo del amor.

Fray Lorenzo: Nada violento es permanente; ni el deleite ni la tristeza; ellos mismos se extinguen como el fuego y la pólvora al usarse. El exagerado dulce de la miel empalaga. Ama, pues, con moderación. (Sale Julieta). Aquí está la dama; su pie es tan leve que no desgastará nunca la eterna roca; tan ligero que puede correr sobre las telas de araña sin desbaratarlas.

Julieta: Buenas tardes, respetable confesor.

Fray Lorenzo: Romeo te dará las gracias en nombre de los dos.

Julieta: Por esa razón lo he incluido en el saludo. Si no lo hubiera hecho, pecaría él de exceso de cortesía.

Romeo: ¡Oh, Julieta! Si tu ventura es como la mía y puedes manifestarla con más habilidad, deleita con tus palabras el ambiente de este recinto y deja que tu voz pregone la dicha que hoy excita el alma de los dos.

Julieta: El auténtico amor es más pródigo de obras que de palabras; más rico en la naturaleza que en la forma. Solamente el pobre cuenta su caudal. Mi tesoro es tan grande que yo no podria contar ni siquiera la mitad.

Fray Lorenzo: Terminemos rápido. No los dejaré solos hasta que los una la bendición matrimonial.
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