CUENTO: UN ASILO EN NAVIDAD
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EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA :: Biblioteca Virtual-Cultura General :: Poemas y Cuentos de Navidad
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CUENTO: UN ASILO EN NAVIDAD
n asilo en navidad
Empezaba el invierno en
la ciudad de
Nueva York, y corría el mes de Diciembre,
habían arreglos navideños en las tiendas,
y pomposos adornos en las ventanas de
las viviendas. La nieve iba cayendo en
pequeños copos.
La señora Laura Márquez y su hija Daniela
habían emigrado hacia norteamérica mas
de diez años antes, y habían conseguido
la ansiada residencia después de largo
tiempo de espera...en ese lapso la hija
se casó con un joven puertorriqueño
llamado Sebastián Vásquez...y muy pronto
se acomodaron en un apartamento con dos
dormitorios; muy modesto por cierto...
Daniela se llevó a vivir con ella y su
marido al único ser que la había acompañado
desde siempre: su madre.
Pasó el tiempo y Daniela quedó embarazada.
Y la señora Laura con esa dulce ilusión
que tienen las abuelas, comenzó a tejer
atractivos roponcitos de suave lana, eran
celestes y rosados. En las noches
tranquilas, junto al lamparín de la sala,
la futura abuela se esmeraba con cariño
en tejer diminutos zapatitos de colores
suaves. Su felicidad era el tejido. Hasta
que al fin nació su nietecita, y la
algarabía y ternura invadió a aquella
pequeña familia.
La señora Laura compartía con su nieta
el único dormitorio que sobraba.
Transcurrieron dos años y medio, y esa
dulce criatura se había convertido en
la razón de vivir de doña Laura.
La llenaba de atenciones, le hacía galletas
horneadas, y siempre para el invierno
le tejía pequeños guantes y gorros de
colores vistosos.
Pero de pronto sucedió lo que era de
esperarse. La joven esposa quedó
embarazada otra vez;
y al nacer el segundo hijo del matrimonio,
Daniela tuvo gran preocupación, ya que
sabía que en el apartamento en que vivían,
el espacio ya quedaba más reducido.
Mas ellos no disponían de tanta solvencia
económica como para mudarse a un hogar
más amplio.
Al principio se acomodaron con el bebé
recién nacido en el dormitorio
matrimonial, pero pasó el tiempo y ya
en aquel cuarto no había lugar para una
cuna. La alcoba de los esposos era muy
estrecha, y tuvieron que tomar una
triste decisión.
Sebastián, el esposo le dijo un día a
Daniela, "No podemos mudarnos, no puedo
pagar un alquiler más alto, es necesario
enviar a tu mamá a una casa de reposo
para pobres." Daniela quedó consternada,
pues sabía que esto podía matar de dolor
a su madre. Pero pocos días después
decidió hablar con su progenitora. Le dijo
que ya el niño estaba creciendo y que ya
no entraba en el pequeño moisés donde solía
dormir, que era menester comprar en
cuotas una cuna grande y ésta solamente
cabía en el otro dormitorio, junto a la
cama de la hija mayor, y que por tanto
doña Laura debía ser llevada a una casa
de reposo, pues ya no había lugar para
ella en ese apartamento.
La pobre abuela ocultó su rostro
desencajado entre sus manos, y lloró
amargamente. Luego de largo rato aceptó
la decisión de los jóvenes esposos.
Y una mañana lúgubre, la anciana hizo
su valija con sus pocas pertenencias;
algunos ovillos de lana y sus acostumbradas
agujas de tejer; y fue conducida a un
modesto asilo para inmigrantes,
subvencionado por el estado.
Allí quedó la pobre señora Laura, con su
corazón hecho trizas al verse separada
de sus seres queridos.
Su hija Daniela con su esposo y los niños
iban a visitarla puntualmente todos los
fines de semana; los sábados y domingos
estaban allí junto a la abuelita.
En aquel lugar habían ancianos con diferentes
dolencias, algunos con alzheimer, otros
eran ciegos; y los más desafortunados
estaban en silla de ruedas. Doña Laura
era de las pocas que aún tenían algo de
salud, aparte de una arritmia cardiaca
que la aquejaba hacía tiempo.
Ya habían pasado dos años largos y duros,
desde aquel día en que la abuelita fue
ingresada a aquel lugar. Sebastián, el
marido de Daniela, le propuso un día a su
mujer, que hicieran un viaje con los niños
hacia Puerto Rico, a la ciudad de San Juan,
donde vivían sus padres y hermanos; porque
él anhelaba pasar siquiera alguna navidad
con los suyos, a los cuales no veía hace
años; además le habían avisado que su
señora mamá estaba gravemente enferma, y
le urgía verla. Daniela aceptó
resignadamente por considerar justa esta
petición; no obstante se le clavó una
angustia en el pecho, pensando en su
propia madre, ingresada en aquel asilo.
Sebastián estuvo ahorrando dinero durante
un año secretamente, para darle la sorpresa
del viaje a su esposa y los niños, que
a la sazón ya tenían 4 y 2 años
respectivamente.
Había llegado Diciembre y el viento ya
corría helado. El ambiente de la ciudad
de Nueva York, se había llenado de
colorido, los grandes ventanales de las
tiendas lucían fastuosos árboles navideños,
y las luces parpadeaban en las ventanas
de los hogares.
El asilo donde vivía doña Laura, también
había sido adornado con luces de colores,
y en el patio principal había un gran
pino decorado por las enfermeras...todo
con la ilusión de alegrar un poco los
rostros decaídos de muchos ancianos.
La abuelita de nuestra historia, calculando
que ya se aproximaba la navidad, tres meses
antes había empezado a tejer graciosos
gorros y guantes de colores vivos para
sus amados nietos, y para su hija Daniela
había tejido con amor una bufanda roja,
adornada de flecos.
Tenía cierta ilusión doña Laura, cuando
se acercaba la navidad. Su hija Daniela
no se había atrevido a confesarle que
en este año, no pasarían el 25 de Diciembre
junto a ella; ¿para qué hacerla pasar un
mal rato a su madre, antes de tiempo?
así que prefirió callar.
El día 22 viajó Sebastián con su esposa
e hijos hacia la ciudad de San Juan.
En él ardía el deseo e volver a ver a sus
padres después de tantos años.
La señora Laura amaneció tranquila aquel
día 25 de Diciembre. Se veía la nieve
caer por las ventanas.
Ella se había vestido con su mejor bata,
la estampada con flores lilas; la más nueva, aquella que su amada Daniela le había
obsequiado hacía poco en su cumpleaños;
quería sorprender a su hija, y que la viera con esa bata hermosa, de felpa, que había
reservado para estrenarla en esta fecha.
La mañana transcurrió en paz. Las buenas
enfermeras les llevaron galletas crocantes
a los ancianos, y vasos rebosantes de
chocolate caliente.
Llegaron luego a visitarlos varios jóvenes
disfrazados de payasos, haciendo sus
muecas y malabares; también actos de magia
para entretener a los enfermos, a los
ancianos más tristes.
Y de pronto se instaló el atardecer con
su frío que calaba hasta los huesos, y la
señora Laura empezó a inquietarse. Se dio
cuenta que las visitas iban llegando a
muchos ancianos, pero como siempre también
habían algunos viejos olvidados; sin ningún
familiar que los consuele, sin nietos que
les endulcen la vida; y no sospechaba doña
Laura, que ella sería una de las más
olvidadas aquella tarde. Cayó lento el
crepúsculo...y alguien por allí encendió
una radio, y las notas de un nostálgico villancico llenaron la estancia.
La abuelita Laura rompió en llanto al notar
que ya las visitas se iban retirando. ¿Y su
hija, y sus amados nietos? no era posible...
¡Ya no llegaban! cuando salió la última
visita, las enfermeras cerraron el alto portón
de la casa de reposo. Se escuchó el chirrido
del cerrojo. Luego un gran silencio mezclado
con algunos gemidos de dolor que provenían de alguna cama; a veces alguna tos persistente
se oía a lo lejos. Luego nada. La pobre
abuelita contemplaba sus tesoros que guardaba
escondidos en su cesta de mimbre, los gorros
y guantes para sus niños, mientras sus
lágrimas resbalaban copiosamente.
A la mañana siguiente todo parecía igual;
los mismos ruidos...y las enfermeras
descorrieron las cortinas de la gran habitación llena de camas tristes, cubiertas
por cuerpos flacos, mustios; ancianos con
suero en las venas, otros con sonda urinaria,
algunos se quejaban, otros pedían agua.
Solamente la abuelita Laura Márquez, había
amanecido quieta, extrañamente quieta.
Había gran palidez en su rostro rígido;
una enfermera se acercó a tomarle el pulso,
y el corazón de esa madre , ya no latía,
ya no había vida en esa tierna abuela.
La noche anterior el dolor le rasgó el alma,
y la soledad la mató.
Por eso amigos, ustedes que me leen nunca
abandonen a sus padres en un oscuro asilo.
Vean por ellos hasta el último momento.
Vale la pena el sacrificio, porque una
conciencia en paz, es el mejor regalo que
nos podemos hacer a nosotros mismos.
INGRID ZETTERBERG
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De mi poemario
"Sendero de inspiración"
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sabra- Admin
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Fecha de inscripción : 30/05/2009
Re: CUENTO: UN ASILO EN NAVIDAD
sabra escribió:
Me ha tocado el alma este cuento, lamentablemente es la realidad de muchos ancianos.
Conozco de cerca esta situación y es muy triste.
Feliz navidad querida Ingrid, que lo pases muy bien en compañía de tus seres queridos.
Gracias por este aporte increíble al foro.
Mi cariño y buenos deseos.
sabra
Gracias querida Sabra por asomarte a mis letras y dejarme tan bella y sensible respuesta. Si, los asilos son muy tristes. Te dejo mi abrazo y que tengas una feliz navidad.
MISTERIOSA- Cantidad de envíos : 753
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Fecha de inscripción : 04/02/2014
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