EL ALTAR-Capítulo II - Obsesión religiosa
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EL ALTAR-Capítulo II - Obsesión religiosa
EL ALTAR
CAPÍTULO II-OBSESIÓN RELIGIOSA
Desde que José la abandonó comenzó su obsesión religiosa. Construyó un altar en el dormitorio que compartían. Trasladó los muebles al living y clausuró el resto de las habitaciones del departamento.
Se dedicó a decorar el altar a su gusto. Nunca faltaban las ofrendas naturales que les obsequiaba a sus pequeños arcángeles, como a ella le gustaba denominar a todos sus santos protectores.
Todas las ofrendas estaban alineadas en una gran bandeja de plata. Los cirios y los candelabros eran parte de la ornamentación del altar, así como un platito con bordes dorados con una cruz de ceniza. Sobre una mesa pequeña de roble y en dirección a la salida del sol, estaba apoyado un perro negro de porcelana que según ella era el guardián de la suerte.
A Mariela le gustaba mucho las flores, razón por la cual había hecho un curso de arreglos florales para embellecer aún más el lugar. Un camino de pétalos, la conducía desde el umbral del living hacia el lugar sagrado de oración. Todo su departamento estaba iluminado con las infaltables velas aromáticas y de fondo se escuchaba música religiosa.
Durante el día se refugiaba en el altar donde se sentía más segura. De noche salia en la búsqueda de nuevas ofrendas, caminaba por horas hasta que veía el amanecer y regresaba agotada a su departamento.
El único nexo social era su psiquiatra. Él le decía que era peligroso caminar en la oscuridad, que lo más lógico era caminar a plena luz del día entre la muchedumbre para sentirse más protegida. Le aconsejaba ir a lugares públicos para sociabilizarse.
El relacionarse con otros era una forma menos penosa de sobrellevar el dolor latente por la muerte de su padre.
Hasta le propuso internarla unos meses en su clínica privada para estudiar con mejor precisión su insomnio.
Mariela alegaba que sus caminatas nocturnas eran parte de su duelo. El dispersarse en la oscuridad le creaba sensación de confianza y seguridad. Amaba la soledad y si era en libertad mucho mejor. En cuanto a lo de la clínica del sueño, no era mala idea pero le dijo a su psiquiatra que lo pensaría.
Como todas las noches había seguido su rutina de siempre. Caminó cruzando la avenida, atravesó la arboleda en dirección hacia el parque en busca de flores frescas y sus sagradas ofrendas. Después de una hora de caminata decidió regresar a su casa.
Para acortar camino se internó por un paraje de ripio paralelo a la arboleda. Sin saber porque la invadió el temor.
Su intuición le decía que no estaba sola. Otros pasos detrás de ella confirmaban su estado de alerta. Sabía que estaba en peligro.
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