Querida madre
2 participantes
Querida madre
A OTRA DE LAS ROSAS ROJAS
Querida madre:
Te escribo como si la pluma la llevase entre los dedos mi padre. Con el sentimiento de sus
palabras, con el dolor desgarrado que ni el tiempo fue capaz de borrar, con el recuerdo de esos
últimos momentos a tu lado, por su continuo miedo a que las circunstancias os separaran ( que un
cruel y maldito día hizo realidad y le dejó el corazón tocado para toda la vida), por su persistente
desasosiego de que una hija sin su madre siempre tiene carencias afectivas,...por un cúmulo de
sinsabores que, al tiempo que crecía, fui conociendo a su lado. Ahora, a mis setenta años, cuando él
ya descansa a tu lado, es cuando mejor comprendo la amargura, los desvelos y todos los
sufrimientos. Pues, desde que ocurriera lo inesperado, para él todos los dais fueron grises, ¡muy,
muy grises!. La calma se le perdió en el abismo de los pensamientos. Sin embargo, su amor por ti
perduró como si el tiempo no fuese pasando. Y han sido las cartas y los poemas los que más me han
desvelado el inmenso amor que te tuvo; un amor que ninguna otra mujer llegó a apagarle.
Por eso, esta carta no quiero que sea otra cosa que el vivo sentimiento que él mantuvo por ti
a lo largo de la vida. Y a su vez, el mío, generado por esas historias cargadas de amor que
emanaban de su boca y que yo escuchaba muy atenta. Por esa fotografía sepia amarillenta que
guardaba siempre en su cartera, ajada de tanto sacarla para mirarla, tocarla y besarla. Porque aunque
yo no tenga conciencia de haberte conocido, para mí no puede haber nadie que te sustituya. Nis
siquiera, madre, la abuela que fue la que me sacó adelante y luchó por mí lo indecible. Ella
permanece en mi memoria como la segunda madre, mientras tú, aunque sólo me amamantaste tres
meses, ocupas el más grande de los pedazos de mi corazón.
Hoy con esta carta quiero rendir homenaje a ese amor tan grande que os teníaais, a ese amor
que los crueles momentos arrebataron, a ese amor al que yo le debo la vida, a vuestro amor en los
tiempos revueltos. Nada os fue fácil, lo sé de sobras. Ni vuestros encuentros, ni siquiera saborear
vuestro amor en cartas escritas, de las que pocas llegaron a su destino. Por ejemplo, aquella última,
que tú le dirigías a papá pero que nunca pudiste echar al correo. Cuando todo acabó, una compañera
que estaba hacinada contigo, s ella entregó en mano. La leyó tantas veces que las palabras estaban
casi borradas y los dobleces comenzaban a comerse las letras. También le contó lo mucho que le
hablabas de nosotros en vuetsras largas y monótonas horas en la celda, lo que nos echabas de menos
y lo mucho que nos querías. Que tu miedo crecía por si no podías volver a ver a tu familia: ante
todom a él y a mí.
Papá te quiso mucho, madre. Te escribió muchas cartas que quedaban plegadas y guardadas
en la mesilla. E incluso te dedicó poemas cuando ya no estabas. Poemas de rima fácil pero de un
amor muy profundo. Versos que fue acumulando en su mesita de noche, que yo por las mañanas, al
hacerle la cama, leía y volvía dejar cuidadosamente en el mismo sitio. Dedicados a su princesa
encantadora, a la musa de sus sueños, a la mamá más hermosa del mundo, a la joven mujercita de
sus ojos...Los escribió con tanto y tanto amor que, cada vez que releo alguno, se me llenan los o jos
de lágrimas que derramo incluso sin parpadeo.
A trasvés de los escritos, he ido descubriendo la dificultad de vuestra relación en esos
tiempos revueltos y llenos de depresión. Citas a escondidas, miedo y peligros en vuestros
encuentros, oposiciones familiares y otras muchas cosas fueron la tónica general de vuestro
noviazgo que coincidió de lleno con la guerra. Sembrásteis en vuestro camino el amor y el pánico,
la felicidad y el dolor, la integridad y la debilidad...sentimientos enfrentados por la turbidez del
momento. Sin duda alguna, triunfó el triángulo del amor, de la felicidad y de la integridad frente al
pánico, al dolor y la debilidad.
Triunfaron hasta el día que el dolor por no tenerte lo dejó sin visos de esperanza. Desde
entonces, la oscuridad se adueñó de la vida de papá y ya difícilmente asomó una sonrisa en sus
labios. En realidad, me acostumbré a verlo con esa expresión y su seriedad me llegó a resultar
familiar.
Desapareciste, madre, con la crueldad de aquella represión ilógica. Y ahora, en dos mil
ocho, después de sesenta y nueve años, casi coincidente con mi edad, saltan las trece rosas a la
pantalla: Blanca, Carmen, Virtudes, Adelina, Dionisia, Luisa,, Martina, Elena, Ana, Victoria,
Joaquina, Pilar y Julia. Trece rosas en plena flor de su vida pero que ninguna de ellas lleva tu
nombre; el nombre que tantas y tantas veces repetía mi padre: Amelia. Estas historias llevan
perdida en el eco del tiempo como los pétalos de las rosas, que se esfuman para más tarde
descomponerse también en la tierra. Hoy las rosas brotan de la memoria histórica colectiva, pero,
con muchísimas más fuerza en la memoria de las personas que llevamos la misma sangre, pues
hemos vivido alimentados de vuestros recuerdos con fotos sepia-amarillentas, cartas con letras
comidad e incluso palabras enteras, o desteñidas por las lágrimas derramadas sobre papeles
desgastados.
Esta carta es otra más que engrosará las apiladas por mi padre en su mesita de noche.
Representa el gran amor que él tuvo a la niña de sus ojos, a su princesa de sueños, a la madre
jovencita que me trajo a la vida, y que, desgraciadamente, nos arrebató aquellos malditos tiempos.
Y para terminar madre, hacerte una última confesión. A papá lo desposeyeron de lo que más
quería, de lo más importante en su v ida: de tí; la mujer que nunca sustituyó por otra. Por eso no fui
capaz de quitarle tu fotografía que guardaba siempre en la cartera y que, cada dos por tres, miraba..
La dejé en el bolsillo de su camisa para que se perdiera con él en la eternidad de esta otra vida.
Isabel García Viñao.
Querida madre:
Te escribo como si la pluma la llevase entre los dedos mi padre. Con el sentimiento de sus
palabras, con el dolor desgarrado que ni el tiempo fue capaz de borrar, con el recuerdo de esos
últimos momentos a tu lado, por su continuo miedo a que las circunstancias os separaran ( que un
cruel y maldito día hizo realidad y le dejó el corazón tocado para toda la vida), por su persistente
desasosiego de que una hija sin su madre siempre tiene carencias afectivas,...por un cúmulo de
sinsabores que, al tiempo que crecía, fui conociendo a su lado. Ahora, a mis setenta años, cuando él
ya descansa a tu lado, es cuando mejor comprendo la amargura, los desvelos y todos los
sufrimientos. Pues, desde que ocurriera lo inesperado, para él todos los dais fueron grises, ¡muy,
muy grises!. La calma se le perdió en el abismo de los pensamientos. Sin embargo, su amor por ti
perduró como si el tiempo no fuese pasando. Y han sido las cartas y los poemas los que más me han
desvelado el inmenso amor que te tuvo; un amor que ninguna otra mujer llegó a apagarle.
Por eso, esta carta no quiero que sea otra cosa que el vivo sentimiento que él mantuvo por ti
a lo largo de la vida. Y a su vez, el mío, generado por esas historias cargadas de amor que
emanaban de su boca y que yo escuchaba muy atenta. Por esa fotografía sepia amarillenta que
guardaba siempre en su cartera, ajada de tanto sacarla para mirarla, tocarla y besarla. Porque aunque
yo no tenga conciencia de haberte conocido, para mí no puede haber nadie que te sustituya. Nis
siquiera, madre, la abuela que fue la que me sacó adelante y luchó por mí lo indecible. Ella
permanece en mi memoria como la segunda madre, mientras tú, aunque sólo me amamantaste tres
meses, ocupas el más grande de los pedazos de mi corazón.
Hoy con esta carta quiero rendir homenaje a ese amor tan grande que os teníaais, a ese amor
que los crueles momentos arrebataron, a ese amor al que yo le debo la vida, a vuestro amor en los
tiempos revueltos. Nada os fue fácil, lo sé de sobras. Ni vuestros encuentros, ni siquiera saborear
vuestro amor en cartas escritas, de las que pocas llegaron a su destino. Por ejemplo, aquella última,
que tú le dirigías a papá pero que nunca pudiste echar al correo. Cuando todo acabó, una compañera
que estaba hacinada contigo, s ella entregó en mano. La leyó tantas veces que las palabras estaban
casi borradas y los dobleces comenzaban a comerse las letras. También le contó lo mucho que le
hablabas de nosotros en vuetsras largas y monótonas horas en la celda, lo que nos echabas de menos
y lo mucho que nos querías. Que tu miedo crecía por si no podías volver a ver a tu familia: ante
todom a él y a mí.
Papá te quiso mucho, madre. Te escribió muchas cartas que quedaban plegadas y guardadas
en la mesilla. E incluso te dedicó poemas cuando ya no estabas. Poemas de rima fácil pero de un
amor muy profundo. Versos que fue acumulando en su mesita de noche, que yo por las mañanas, al
hacerle la cama, leía y volvía dejar cuidadosamente en el mismo sitio. Dedicados a su princesa
encantadora, a la musa de sus sueños, a la mamá más hermosa del mundo, a la joven mujercita de
sus ojos...Los escribió con tanto y tanto amor que, cada vez que releo alguno, se me llenan los o jos
de lágrimas que derramo incluso sin parpadeo.
A trasvés de los escritos, he ido descubriendo la dificultad de vuestra relación en esos
tiempos revueltos y llenos de depresión. Citas a escondidas, miedo y peligros en vuestros
encuentros, oposiciones familiares y otras muchas cosas fueron la tónica general de vuestro
noviazgo que coincidió de lleno con la guerra. Sembrásteis en vuestro camino el amor y el pánico,
la felicidad y el dolor, la integridad y la debilidad...sentimientos enfrentados por la turbidez del
momento. Sin duda alguna, triunfó el triángulo del amor, de la felicidad y de la integridad frente al
pánico, al dolor y la debilidad.
Triunfaron hasta el día que el dolor por no tenerte lo dejó sin visos de esperanza. Desde
entonces, la oscuridad se adueñó de la vida de papá y ya difícilmente asomó una sonrisa en sus
labios. En realidad, me acostumbré a verlo con esa expresión y su seriedad me llegó a resultar
familiar.
Desapareciste, madre, con la crueldad de aquella represión ilógica. Y ahora, en dos mil
ocho, después de sesenta y nueve años, casi coincidente con mi edad, saltan las trece rosas a la
pantalla: Blanca, Carmen, Virtudes, Adelina, Dionisia, Luisa,, Martina, Elena, Ana, Victoria,
Joaquina, Pilar y Julia. Trece rosas en plena flor de su vida pero que ninguna de ellas lleva tu
nombre; el nombre que tantas y tantas veces repetía mi padre: Amelia. Estas historias llevan
perdida en el eco del tiempo como los pétalos de las rosas, que se esfuman para más tarde
descomponerse también en la tierra. Hoy las rosas brotan de la memoria histórica colectiva, pero,
con muchísimas más fuerza en la memoria de las personas que llevamos la misma sangre, pues
hemos vivido alimentados de vuestros recuerdos con fotos sepia-amarillentas, cartas con letras
comidad e incluso palabras enteras, o desteñidas por las lágrimas derramadas sobre papeles
desgastados.
Esta carta es otra más que engrosará las apiladas por mi padre en su mesita de noche.
Representa el gran amor que él tuvo a la niña de sus ojos, a su princesa de sueños, a la madre
jovencita que me trajo a la vida, y que, desgraciadamente, nos arrebató aquellos malditos tiempos.
Y para terminar madre, hacerte una última confesión. A papá lo desposeyeron de lo que más
quería, de lo más importante en su v ida: de tí; la mujer que nunca sustituyó por otra. Por eso no fui
capaz de quitarle tu fotografía que guardaba siempre en la cartera y que, cada dos por tres, miraba..
La dejé en el bolsillo de su camisa para que se perdiera con él en la eternidad de esta otra vida.
Isabel García Viñao.
Roana Varela- Moderadora
- Cantidad de envíos : 4487
Puntos : 55478
Fecha de inscripción : 25/10/2012
sabra- Admin
- Cantidad de envíos : 16988
Puntos : 97333
Fecha de inscripción : 30/05/2009
sabra- Admin
- Cantidad de envíos : 16988
Puntos : 97333
Fecha de inscripción : 30/05/2009
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.