17 de enero de 1889...-Carta de Vincent Van Gogh
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17 de enero de 1889...-Carta de Vincent Van Gogh
17 de enero de 1889...-Carta de Vincent Van Gogh
Mi querido Théo:
Gracias por tu buena carta, lo mismo que por el billete de 50 francos que contenía. Responder a todas tus preguntas ¿Podrías hacerlo tú en este momento? Yo no me siento capaz. Claro que me gustaría, después de reflexionar, encontrar una solución; pero es preciso que relea todavía la carta, etcétera. Pero antes de discutir lo que gastaría o no gastaría durante todo un año, nos convendría ver un poco nada más que el mes actual. En todo caso, esto ha sido realmente lamentable y en verdad me tendría por muy feliz si dedicaras seriamente tu atención a lo que eso es y ha sido durante tanto tiempo.
Pero ¿qué quieres?, desgraciadamente todo anda complicado de varios modos; mis cuadros no tienen valor pero me cuestan, es cierto, gastos extraordinarios, quizás a veces hasta en sangre y cerebro. No insisto y ¿qué quieres que te diga? Volvamos siempre al mes actual y no hablemos más que de dinero. El 23 de diciembre había todavía en caja un luis y 3 centavos. Ese mismo día recibí de ti el billete de 100 francos.
Estos son los gastos:
Dado a Roulin para pagar a la criada su mes de diciembre 20 francos; así como la primera quincena de enero 10 francos = 30 fr.
Pagado en el hospital. 21 fr.
Pagado a los enfermeros que me habían curado. 10 fr.
Al volver aquí pagué una mesa, un calentador de gas, etc., que me habían prestado y que entonces tomé a crédito. 20 fr.
Pagado por la limpieza de toda la ropa de cama y la ropa ensangrentada 12 fr. 50
Varias compras como una docena de pinceles, un sombrero, etc, etc., pongamos. 10 fr.
103 fr. 50
Hemos llegado ya, así, al día o al otro día de mi salida del hospital, con un desembolso forzoso de mi parte de 103 fr. 50, a lo que hay que agregar todavía que, entonces, en el primer día, estuve comiendo con Roulin en el restaurante, alegremente, tranquilizado y no temiendo más una nueva angustia.
En fin, el resultado de todo esto fue que hacia el 8 estaba arruinado. Pero al cabo de uno o dos días pedí prestados 5 francos. Estábamos apenas a 10. Esperaba hacia el 10 una carta tuya; y luego, como esta carta no llegó hasta hoy 17 de enero, el intervalo ha sido un ayuno de los más rigurosos y tanto más doloroso porque mi restablecimiento no podía hacerse en estas condiciones. No obstante, he vuelto al trabajo y tengo hechos ya tres estudios en el taller; además del retrato del señor Rey que le ofrecí como recuerdo. Así que, de momento, no me pasa nada grave, como no sea un poco más de sufrimiento y de relativa angustia. Y conservo muy buena esperanza. Pero me siento débil y un poco inquieto y temeroso. Espero que pase cuando recupere mis fuerzas. Rey me ha dicho que debía ser muy impresionable para haber tenido lo que tuve cuando la crisis y que actualmente yo sólo estaba anémico, pero que realmente debía alimentarme. Pero yo me he tomado la libertad de decir al señor Rey que si actualmente lo más importante para mí era recobrar mis fuerzas, y que por una gran casualidad o malentendido justamente me había sido necesario guardar un ayuno riguroso de una semana, si en parecidas circunstancias él habría visto muchos locos regularmente ya tranquilos y capaces de trabajar; y si no, que se dignara recordar entonces, cuando la ocasión llegara que yo no estoy loco todavía. Ahora, con todos estos pagos, considerando que toda la casa estaba convulsionada por esta aventura y todas mis ropas manchadas, ¿hay en estos gastos algo indebido, extravagante o exagerado? Si en seguida que volví pagué lo que era debido a gentes casi tan pobres como yo mismo, ¿hay error de mi parte o he podido economizar algo más?
Mi querido Théo:
Gracias por tu buena carta, lo mismo que por el billete de 50 francos que contenía. Responder a todas tus preguntas ¿Podrías hacerlo tú en este momento? Yo no me siento capaz. Claro que me gustaría, después de reflexionar, encontrar una solución; pero es preciso que relea todavía la carta, etcétera. Pero antes de discutir lo que gastaría o no gastaría durante todo un año, nos convendría ver un poco nada más que el mes actual. En todo caso, esto ha sido realmente lamentable y en verdad me tendría por muy feliz si dedicaras seriamente tu atención a lo que eso es y ha sido durante tanto tiempo.
Pero ¿qué quieres?, desgraciadamente todo anda complicado de varios modos; mis cuadros no tienen valor pero me cuestan, es cierto, gastos extraordinarios, quizás a veces hasta en sangre y cerebro. No insisto y ¿qué quieres que te diga? Volvamos siempre al mes actual y no hablemos más que de dinero. El 23 de diciembre había todavía en caja un luis y 3 centavos. Ese mismo día recibí de ti el billete de 100 francos.
Estos son los gastos:
Dado a Roulin para pagar a la criada su mes de diciembre 20 francos; así como la primera quincena de enero 10 francos = 30 fr.
Pagado en el hospital. 21 fr.
Pagado a los enfermeros que me habían curado. 10 fr.
Al volver aquí pagué una mesa, un calentador de gas, etc., que me habían prestado y que entonces tomé a crédito. 20 fr.
Pagado por la limpieza de toda la ropa de cama y la ropa ensangrentada 12 fr. 50
Varias compras como una docena de pinceles, un sombrero, etc, etc., pongamos. 10 fr.
103 fr. 50
Hemos llegado ya, así, al día o al otro día de mi salida del hospital, con un desembolso forzoso de mi parte de 103 fr. 50, a lo que hay que agregar todavía que, entonces, en el primer día, estuve comiendo con Roulin en el restaurante, alegremente, tranquilizado y no temiendo más una nueva angustia.
En fin, el resultado de todo esto fue que hacia el 8 estaba arruinado. Pero al cabo de uno o dos días pedí prestados 5 francos. Estábamos apenas a 10. Esperaba hacia el 10 una carta tuya; y luego, como esta carta no llegó hasta hoy 17 de enero, el intervalo ha sido un ayuno de los más rigurosos y tanto más doloroso porque mi restablecimiento no podía hacerse en estas condiciones. No obstante, he vuelto al trabajo y tengo hechos ya tres estudios en el taller; además del retrato del señor Rey que le ofrecí como recuerdo. Así que, de momento, no me pasa nada grave, como no sea un poco más de sufrimiento y de relativa angustia. Y conservo muy buena esperanza. Pero me siento débil y un poco inquieto y temeroso. Espero que pase cuando recupere mis fuerzas. Rey me ha dicho que debía ser muy impresionable para haber tenido lo que tuve cuando la crisis y que actualmente yo sólo estaba anémico, pero que realmente debía alimentarme. Pero yo me he tomado la libertad de decir al señor Rey que si actualmente lo más importante para mí era recobrar mis fuerzas, y que por una gran casualidad o malentendido justamente me había sido necesario guardar un ayuno riguroso de una semana, si en parecidas circunstancias él habría visto muchos locos regularmente ya tranquilos y capaces de trabajar; y si no, que se dignara recordar entonces, cuando la ocasión llegara que yo no estoy loco todavía. Ahora, con todos estos pagos, considerando que toda la casa estaba convulsionada por esta aventura y todas mis ropas manchadas, ¿hay en estos gastos algo indebido, extravagante o exagerado? Si en seguida que volví pagué lo que era debido a gentes casi tan pobres como yo mismo, ¿hay error de mi parte o he podido economizar algo más?
Rosko- Moderador Musical
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Re: 17 de enero de 1889...-Carta de Vincent Van Gogh
Ahora, hoy 17, recibo al fin 50 francos. Con respecto a esto, pago primero los 5 francos pedidos al dueño del café, más 10 consumiciones tomadas durante esta última semana a crédito, lo que hace 7 fr. 50
Debo pagar todavía ropa blanca traída del hospital y además de esta semana pasada, y reparaciones de zapatos y de un pantalón; todo junto, algo así como 5 fr.
Madera y carbón a pagar todavía de diciembre y lo que hay que comprar aún, no menos de 4 fr.
Criada; segunda quincena de enero 10 fr. 26 fr. 50
Neto, me quedará mañana por la mañana cuando haya pagado ese total. 23 fr. 50
Estamos a 17; faltan trece días para fin de mes. Pregunto cuánto podré gastar por día. Hay que agregar luego, que has enviado 30 francos a Roulin, de los cuales ha pagado los 21 fr. 50 del alquiler de diciembre.
He aquí, mi querido hermano, la cuenta del mes actual. Y sin acabar. Llegamos ahora a los gastos que te han sido ocasionados por un telegrama de Gauguin, que ya le reproché muy formalmente que te mandara. Los gastos hechos así, al margen, son inferiores a 200 francos. El mismo Gauguin, ¿pretende que ha hecho allá maniobras magistrales? Escucha: no insisto más sobre lo absurdo de esta diligencia; supongamos que yo estuviera todo lo extraviado que quieran ¿por qué entonces el ilustre compañero no estuvo más atento? No insistiré más sobre este punto.
Yo no sabré agradecerte bastante por haber pagado a Gauguin de modo que él no pueda quejarse de las relaciones que ha tenido con nosotros. Por desgracia éste es otro gasto quizá más fuerte que de costumbre; pero en fin, me permite una esperanza.
¿No debe él o por lo menos no debía comenzar por ver que nosotros no éramos sus explotadores, sino que, por el contrario, hemos tratado de salvaguardarle la existencia, la posibilidad de trabajo y... y ... la honradez? Si esto está por debajo de sus grandiosos proyectos de asociaciones de artistas que ha propuesto y a los cuales se adhiere siempre en la forma que sabes; si esto está por debajo de sus otros castillos en el aire, ¿por qué no considerarlo entonces como irresponsable de los dolores y estragos que inconscientemente, tanto a ti como a mí ha podido causarnos en su ceguera? Si actualmente esta tesis te pareciera demasiado atrevida, no insisto; pero esperemos. El ha tenido antecedentes en lo que él llama «la banca de París», y se cree ducho en eso. Quizás en ese aspecto, a ti y a mí eso apenas nos interese.
De igual modo, esto contradice totalmente ciertos párrafos de nuestra correspondencia anterior. Si Gauguin fuera a París para que lo revisaran un poco o lo estudiara un médico especialista, te juro... no sé muy bien qué resultaría. Yo le he visto hacer en diversas ocasiones, cosas que tú o yo no nos permitiríamos, porque tenemos conciencias más sensatas; he oído dos tres cosas que se decían de él, del mismo tenor; pero yo que lo he visto de muy, pero de muy cerca, lo creo arrastrado por la imaginación, por el orgullo quizás, pero bastante irresponsable. Esta conclusión no se opone a que convenga escucharlo en cualquier circunstancia. Pero en el caso del arreglo de su cuenta, veo que has procedido con una conciencia superior y pienso que no tenemos que temer en lo más mínimo que él pueda contagiamos de los errores de la «banca de París».
Pero él ... ¡a fe mía!... que haga todo lo que quiera, que tenga sus independencias, sus opiniones y que siga su camino desde el momento que le parece que lo conoce mejor que nosotros.
Encuentro muy extraño que me reclame un cuadro de girasoles ofreciéndome a cambio, supongo, o como regalo, algunos estudios que ha dejado aquí. Le enviaré de vuelta sus estudios; que probablemente tendrán para él utilidades que no tendrían de ningún modo para mí. Pero, por el momento, guardo mis telas aquí y categóricamente guardo para mí los girasoles en cuestión.
El ya tiene dos; que se dé por satisfecho. Y si no le gusta el cambio que hicimos, entonces puede recuperar su pequeña tela de la Martinica y su retrato, el que me mandó desde Bretaña, devolviéndome por su parte mi retrato y mis dos telas de girasoles que ha tomado en París. Así pues, que no saque a relucir más este tema: lo que digo está bastante claro.
¿Cómo puede pretender Gauguin que teme molestarme con su presencia, cuando difícilmente podría negar que ha sabido que siempre preguntaba por él y que se le ha dicho y redicho que yo insistía en verlo inmediatamente? Precisamente para decirle que mantuviera esto entre nosotros, sin molestarte a ti. No ha querido escuchar.
Me fatiga reconsiderar todo esto y calcular y volver a calcular cosas de este género. He tratado de mostrarte en esta carta la diferencia que existe entre mis gastos propiamente dichos y aquellos de los cuales soy menos responsable. Me ha sabido muy mal que en este momento preciso tengas tales gastos que no han de beneficiar a nadie. ¿Cuál será la consecuencia a medida que recupere mis fuerzas si mi posición se puede sostener? Temo mucho un cambio o una mudanza justamente a causa de nuevos gastos. Llevo ya mucho tiempo incapaz de recobrar el aliento. No abandono el trabajo porque avanza por momentos y creo que, con paciencia, llegaré al resultado de poder cubrir con los cuadros hechos los gastos anteriores. Roulin se marcha dentro de poco, el 21 lo trasladan a Marsella; el aumento de sueldo es mínimo, se ve obligado a dejar por algún tiempo a su mujer y a los niños que no podrán seguirlo sino mucho más tarde, a causa de que los gastos de toda una familia serían mucho más pesados en Marsella.
Es un adelanto para él: pero es un consuelo muy, muy escaso el que da el gobierno a un empleado después de tantos años de trabajo. Y en el fondo creo que tanto él como su mujer se quedan muy, muy apenados. Roulin me ha acompañado frecuentemente, durante esta última semana. Estoy totalmente de acuerdo contigo acerca de que no debemos mezclamos en las cuestiones de los médicos, que no nos conciernen en lo absoluto. Precisamente como le decías al señor Rey en una carta que le escribiste, que podías presentarlo en París, he creído comprender que, en lo referente a Rivet, no pensé hacer nada comprometedor diciéndole al señor Rey que si se iba a París me haría un gran favor llevándole un cuadro al señor Rivet, en recuerdo mío.
Naturalmente, no le he hablado de nada más; pero lo que le he dicho es que siempre lamentaría no ser médico, y que aquéllos que creen que la pintura es bella, harían bien en no ver en ella más que un estudio de la naturaleza. También sigue siendo una lástima que Gauguin y yo hayamos abandonado demasiado pronto la discusión que habíamos entablado sobre Rembrandt y la luz. De Haan e Isaacson ¿están todavía allí?; que no se desanimen. Después de mi enfermedad he tenido lógicamente la vista muy sensible. He observado al sepulturero de Haan ya que tuvo la atención de enviarme la fotografía. Y bien, me parece que el verdadero espíritu de Rembrandt asoma en ese rostro que parece iluminado por el reflejo de una luz surgida de la tumba abierta delante de la cual permanece como sonámbulo el sepulturero. Esta es una construcción muy sutil. Yo no trabajo con carbón; y él, de Haan, ha elegido como medio de expresión justamente el carbón, que es además una materia incolora. Me gustaría mucho que de Haan viera un estudio mío de un candelabro encendido y dos novelas (una amarilla y la otra rosa) puestas sobre un sillón vacío (precisamente el sillón de Gauguin) tela de 30; en rojo y verde. Acabo de trabajar incluso hoy en uno que le hace Pego: mi silla vacía; una silla de madera blanca, con una pipa y una petaca de tabaco. En los dos estudios, así como en los otros, he buscado un efecto de luz con el color claro; de Haan comprenderá probablemente lo que busco, si le lees lo que te he escrito al respecto.
Por muy larga que sea esta carta, en la cual he tratado de analizar el mes y en la que me quejo un poco del extraño fenómeno de que Gauguin haya preferido no volverme a hablar eclipsándose por completo, me falta agregar algunas palabras de apreciación.
Lo que tiene de bueno es que sabe dirigir maravillosamente el gasto de cada día. Entonces, en tanto yo estoy a menudo ausente, preocupado por llegar a buen fin, él puede más que yo para mantener el equilibrio del dinero en el mismo día. Pero su debilidad consiste en que con una coz y una huida de bestia trastorna todo lo que compuso. Luego, ¿hay que resistir en un sitio después de conquistarlo o hay que desertar? No juzgo a las personas por su interior, esperando no ser condenado yo mismo en caso de que las fuerzas me faltaran; pero si Gauguin tiene tanta virtud real y tanta capacidad de beneficencia, ¿cómo las va a emplear? Yo ya renuncio a seguir sus actos y me detengo silenciosamente; con un punto de interrogación, sin embargo.
El y yo, de vez en cuando, hemos vivido cambiando ideas sobre el arte francés, sobre el impresionismo... Me parece ahora imposible, o por lo menos bastante improbable, que el impresionismo se organice y se calme. ¿Por qué no ocurrirá lo que sucedió en Inglaterra cuando los Prerrafaelistas? La sociedad se ha disuelto.
Me tomo quizás todas estas cosas demasiado a pecho y siento tal vez demasiada tristeza. ¿Habrá leído alguna vez Gauguin Tartarín en los Alpes y recordará al ilustre camarada tarasconés de Tartarín, que tenía tanta imaginación que había concebido de pronto toda una Suiza imaginaria? ¿Se acuerda del nudo en una cuerda encontrada en lo alto de los Alpes, después de la caída? Y tú, que deseas saber cómo han sucedido las cosas, ¿has leído ya el Tartarín por completo? Esto te enseñará a reconocer a Gauguin. Te aconsejo muy en serio que releas este pasaje en el libro de Daudet. ¿Llegaste a ver el estudio que pinté de la diligencia de Tarascón; aquélla que como sabes se menciona en Tartarín cazador de leones? Y después, recuerdas a Borripard en Numa Roumestan y su feliz imaginación? Eso es lo que es, aunque de otro género, Gauguin; tiene una hermosa, franca y absolutamente completa imaginación del Mediodía; con esta imaginación se va a trabajar al norte, ¡a fe mía!... ¡se verán quizás mas farsas, todavía! Y ahora disecando, con todo atrevimiento, nada nos impide ver en él al tigrecito bonaparte del impresionismo, en tanto que.... no sé bien cómo decir esto, su eclipse de Arlés, sea comparable o paralelo a la vuelta de Egipto del pequeño cabo que como el nuestro se volvió después a París, siempre abandonaba los ejércitos en el desastre. Felizmente Gauguin, yo y otros pintores, no andamos armados todavía de ametralladoras y otras nocivas máquinas de guerra. Por mi parte yo estoy muy decidido a no tener más armas que mi pincel y mi pluma.
Con gran alharaca, sin embargo, me ha reclamado Gauguin en su última carta «sus caretas y guantes de guerra», guardados en el cuartito de mi casita amarilla. Voy a mandarle en seguida por paquete postal todas esas niñerías. Probablemente jamás se servirá de cosas más serias. El es físicamente más fuerte que nosotros; sus pasiones también deben ser mucho más fuertes que las nuestras. Además es padre de unos niños; tiene a su mujer y a sus hijos en Dinamarca y quiere simultáneamente irse al otro extremo del globo, a la Martinica. Es horrible toda la oposición de deseos y necesidades incompatibles que esto le debe ocasionar.
Yo me habría atrevido a asegurarle que si permanecía tranquilo con nosotros, trabajando aquí en Arlés, sin perder dinero y ganándolo, ya que tú te ocupabas de sus cuadros, es seguro que su mujer le hubiera escrito aprobando su tranquilidad. Hay más aún, resulta que andaba sufriendo y gravemente enfermo y se trataba de encontrar el mal y el remedio. Luego aquí, sus dolores se terminaron. Ya basta por hoy. ¿Tienes la dirección de Laval, el amigo de Gauguin? Puedes decirle a Laval que me asombra mucho que su amigo Gauguin no haya llevado para entregárselo un retrato mío que le destinaba. Ahora te lo enviaré a ti y podrás hacérselo llegar. Tengo también otro nuevo para ti. Gracias una vez más por tu carta; te ruego que trates de pensar en que sería realmente imposible vivir 13 días con los 23 fr. 50 que van a quedarme; con 20 francos que tú me enviaras la próxima semana, ya trataría que alcanzaran.
Un apretón de manos: releeré tu carta y te escribiré bien pronto sobre las otras cuestiones.
Debo pagar todavía ropa blanca traída del hospital y además de esta semana pasada, y reparaciones de zapatos y de un pantalón; todo junto, algo así como 5 fr.
Madera y carbón a pagar todavía de diciembre y lo que hay que comprar aún, no menos de 4 fr.
Criada; segunda quincena de enero 10 fr. 26 fr. 50
Neto, me quedará mañana por la mañana cuando haya pagado ese total. 23 fr. 50
Estamos a 17; faltan trece días para fin de mes. Pregunto cuánto podré gastar por día. Hay que agregar luego, que has enviado 30 francos a Roulin, de los cuales ha pagado los 21 fr. 50 del alquiler de diciembre.
He aquí, mi querido hermano, la cuenta del mes actual. Y sin acabar. Llegamos ahora a los gastos que te han sido ocasionados por un telegrama de Gauguin, que ya le reproché muy formalmente que te mandara. Los gastos hechos así, al margen, son inferiores a 200 francos. El mismo Gauguin, ¿pretende que ha hecho allá maniobras magistrales? Escucha: no insisto más sobre lo absurdo de esta diligencia; supongamos que yo estuviera todo lo extraviado que quieran ¿por qué entonces el ilustre compañero no estuvo más atento? No insistiré más sobre este punto.
Yo no sabré agradecerte bastante por haber pagado a Gauguin de modo que él no pueda quejarse de las relaciones que ha tenido con nosotros. Por desgracia éste es otro gasto quizá más fuerte que de costumbre; pero en fin, me permite una esperanza.
¿No debe él o por lo menos no debía comenzar por ver que nosotros no éramos sus explotadores, sino que, por el contrario, hemos tratado de salvaguardarle la existencia, la posibilidad de trabajo y... y ... la honradez? Si esto está por debajo de sus grandiosos proyectos de asociaciones de artistas que ha propuesto y a los cuales se adhiere siempre en la forma que sabes; si esto está por debajo de sus otros castillos en el aire, ¿por qué no considerarlo entonces como irresponsable de los dolores y estragos que inconscientemente, tanto a ti como a mí ha podido causarnos en su ceguera? Si actualmente esta tesis te pareciera demasiado atrevida, no insisto; pero esperemos. El ha tenido antecedentes en lo que él llama «la banca de París», y se cree ducho en eso. Quizás en ese aspecto, a ti y a mí eso apenas nos interese.
De igual modo, esto contradice totalmente ciertos párrafos de nuestra correspondencia anterior. Si Gauguin fuera a París para que lo revisaran un poco o lo estudiara un médico especialista, te juro... no sé muy bien qué resultaría. Yo le he visto hacer en diversas ocasiones, cosas que tú o yo no nos permitiríamos, porque tenemos conciencias más sensatas; he oído dos tres cosas que se decían de él, del mismo tenor; pero yo que lo he visto de muy, pero de muy cerca, lo creo arrastrado por la imaginación, por el orgullo quizás, pero bastante irresponsable. Esta conclusión no se opone a que convenga escucharlo en cualquier circunstancia. Pero en el caso del arreglo de su cuenta, veo que has procedido con una conciencia superior y pienso que no tenemos que temer en lo más mínimo que él pueda contagiamos de los errores de la «banca de París».
Pero él ... ¡a fe mía!... que haga todo lo que quiera, que tenga sus independencias, sus opiniones y que siga su camino desde el momento que le parece que lo conoce mejor que nosotros.
Encuentro muy extraño que me reclame un cuadro de girasoles ofreciéndome a cambio, supongo, o como regalo, algunos estudios que ha dejado aquí. Le enviaré de vuelta sus estudios; que probablemente tendrán para él utilidades que no tendrían de ningún modo para mí. Pero, por el momento, guardo mis telas aquí y categóricamente guardo para mí los girasoles en cuestión.
El ya tiene dos; que se dé por satisfecho. Y si no le gusta el cambio que hicimos, entonces puede recuperar su pequeña tela de la Martinica y su retrato, el que me mandó desde Bretaña, devolviéndome por su parte mi retrato y mis dos telas de girasoles que ha tomado en París. Así pues, que no saque a relucir más este tema: lo que digo está bastante claro.
¿Cómo puede pretender Gauguin que teme molestarme con su presencia, cuando difícilmente podría negar que ha sabido que siempre preguntaba por él y que se le ha dicho y redicho que yo insistía en verlo inmediatamente? Precisamente para decirle que mantuviera esto entre nosotros, sin molestarte a ti. No ha querido escuchar.
Me fatiga reconsiderar todo esto y calcular y volver a calcular cosas de este género. He tratado de mostrarte en esta carta la diferencia que existe entre mis gastos propiamente dichos y aquellos de los cuales soy menos responsable. Me ha sabido muy mal que en este momento preciso tengas tales gastos que no han de beneficiar a nadie. ¿Cuál será la consecuencia a medida que recupere mis fuerzas si mi posición se puede sostener? Temo mucho un cambio o una mudanza justamente a causa de nuevos gastos. Llevo ya mucho tiempo incapaz de recobrar el aliento. No abandono el trabajo porque avanza por momentos y creo que, con paciencia, llegaré al resultado de poder cubrir con los cuadros hechos los gastos anteriores. Roulin se marcha dentro de poco, el 21 lo trasladan a Marsella; el aumento de sueldo es mínimo, se ve obligado a dejar por algún tiempo a su mujer y a los niños que no podrán seguirlo sino mucho más tarde, a causa de que los gastos de toda una familia serían mucho más pesados en Marsella.
Es un adelanto para él: pero es un consuelo muy, muy escaso el que da el gobierno a un empleado después de tantos años de trabajo. Y en el fondo creo que tanto él como su mujer se quedan muy, muy apenados. Roulin me ha acompañado frecuentemente, durante esta última semana. Estoy totalmente de acuerdo contigo acerca de que no debemos mezclamos en las cuestiones de los médicos, que no nos conciernen en lo absoluto. Precisamente como le decías al señor Rey en una carta que le escribiste, que podías presentarlo en París, he creído comprender que, en lo referente a Rivet, no pensé hacer nada comprometedor diciéndole al señor Rey que si se iba a París me haría un gran favor llevándole un cuadro al señor Rivet, en recuerdo mío.
Naturalmente, no le he hablado de nada más; pero lo que le he dicho es que siempre lamentaría no ser médico, y que aquéllos que creen que la pintura es bella, harían bien en no ver en ella más que un estudio de la naturaleza. También sigue siendo una lástima que Gauguin y yo hayamos abandonado demasiado pronto la discusión que habíamos entablado sobre Rembrandt y la luz. De Haan e Isaacson ¿están todavía allí?; que no se desanimen. Después de mi enfermedad he tenido lógicamente la vista muy sensible. He observado al sepulturero de Haan ya que tuvo la atención de enviarme la fotografía. Y bien, me parece que el verdadero espíritu de Rembrandt asoma en ese rostro que parece iluminado por el reflejo de una luz surgida de la tumba abierta delante de la cual permanece como sonámbulo el sepulturero. Esta es una construcción muy sutil. Yo no trabajo con carbón; y él, de Haan, ha elegido como medio de expresión justamente el carbón, que es además una materia incolora. Me gustaría mucho que de Haan viera un estudio mío de un candelabro encendido y dos novelas (una amarilla y la otra rosa) puestas sobre un sillón vacío (precisamente el sillón de Gauguin) tela de 30; en rojo y verde. Acabo de trabajar incluso hoy en uno que le hace Pego: mi silla vacía; una silla de madera blanca, con una pipa y una petaca de tabaco. En los dos estudios, así como en los otros, he buscado un efecto de luz con el color claro; de Haan comprenderá probablemente lo que busco, si le lees lo que te he escrito al respecto.
Por muy larga que sea esta carta, en la cual he tratado de analizar el mes y en la que me quejo un poco del extraño fenómeno de que Gauguin haya preferido no volverme a hablar eclipsándose por completo, me falta agregar algunas palabras de apreciación.
Lo que tiene de bueno es que sabe dirigir maravillosamente el gasto de cada día. Entonces, en tanto yo estoy a menudo ausente, preocupado por llegar a buen fin, él puede más que yo para mantener el equilibrio del dinero en el mismo día. Pero su debilidad consiste en que con una coz y una huida de bestia trastorna todo lo que compuso. Luego, ¿hay que resistir en un sitio después de conquistarlo o hay que desertar? No juzgo a las personas por su interior, esperando no ser condenado yo mismo en caso de que las fuerzas me faltaran; pero si Gauguin tiene tanta virtud real y tanta capacidad de beneficencia, ¿cómo las va a emplear? Yo ya renuncio a seguir sus actos y me detengo silenciosamente; con un punto de interrogación, sin embargo.
El y yo, de vez en cuando, hemos vivido cambiando ideas sobre el arte francés, sobre el impresionismo... Me parece ahora imposible, o por lo menos bastante improbable, que el impresionismo se organice y se calme. ¿Por qué no ocurrirá lo que sucedió en Inglaterra cuando los Prerrafaelistas? La sociedad se ha disuelto.
Me tomo quizás todas estas cosas demasiado a pecho y siento tal vez demasiada tristeza. ¿Habrá leído alguna vez Gauguin Tartarín en los Alpes y recordará al ilustre camarada tarasconés de Tartarín, que tenía tanta imaginación que había concebido de pronto toda una Suiza imaginaria? ¿Se acuerda del nudo en una cuerda encontrada en lo alto de los Alpes, después de la caída? Y tú, que deseas saber cómo han sucedido las cosas, ¿has leído ya el Tartarín por completo? Esto te enseñará a reconocer a Gauguin. Te aconsejo muy en serio que releas este pasaje en el libro de Daudet. ¿Llegaste a ver el estudio que pinté de la diligencia de Tarascón; aquélla que como sabes se menciona en Tartarín cazador de leones? Y después, recuerdas a Borripard en Numa Roumestan y su feliz imaginación? Eso es lo que es, aunque de otro género, Gauguin; tiene una hermosa, franca y absolutamente completa imaginación del Mediodía; con esta imaginación se va a trabajar al norte, ¡a fe mía!... ¡se verán quizás mas farsas, todavía! Y ahora disecando, con todo atrevimiento, nada nos impide ver en él al tigrecito bonaparte del impresionismo, en tanto que.... no sé bien cómo decir esto, su eclipse de Arlés, sea comparable o paralelo a la vuelta de Egipto del pequeño cabo que como el nuestro se volvió después a París, siempre abandonaba los ejércitos en el desastre. Felizmente Gauguin, yo y otros pintores, no andamos armados todavía de ametralladoras y otras nocivas máquinas de guerra. Por mi parte yo estoy muy decidido a no tener más armas que mi pincel y mi pluma.
Con gran alharaca, sin embargo, me ha reclamado Gauguin en su última carta «sus caretas y guantes de guerra», guardados en el cuartito de mi casita amarilla. Voy a mandarle en seguida por paquete postal todas esas niñerías. Probablemente jamás se servirá de cosas más serias. El es físicamente más fuerte que nosotros; sus pasiones también deben ser mucho más fuertes que las nuestras. Además es padre de unos niños; tiene a su mujer y a sus hijos en Dinamarca y quiere simultáneamente irse al otro extremo del globo, a la Martinica. Es horrible toda la oposición de deseos y necesidades incompatibles que esto le debe ocasionar.
Yo me habría atrevido a asegurarle que si permanecía tranquilo con nosotros, trabajando aquí en Arlés, sin perder dinero y ganándolo, ya que tú te ocupabas de sus cuadros, es seguro que su mujer le hubiera escrito aprobando su tranquilidad. Hay más aún, resulta que andaba sufriendo y gravemente enfermo y se trataba de encontrar el mal y el remedio. Luego aquí, sus dolores se terminaron. Ya basta por hoy. ¿Tienes la dirección de Laval, el amigo de Gauguin? Puedes decirle a Laval que me asombra mucho que su amigo Gauguin no haya llevado para entregárselo un retrato mío que le destinaba. Ahora te lo enviaré a ti y podrás hacérselo llegar. Tengo también otro nuevo para ti. Gracias una vez más por tu carta; te ruego que trates de pensar en que sería realmente imposible vivir 13 días con los 23 fr. 50 que van a quedarme; con 20 francos que tú me enviaras la próxima semana, ya trataría que alcanzaran.
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