EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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Meditaciones de Marco Aurelio-LIBRO VIII

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Mensaje por Marcela Noemí Silva Miér Abr 03, 2024 4:03 am






Meditaciones de Marco Aurelio
LIBRO VIII

1. También eso te lleva a desdeñar la vanagloria, el hecho de que ya no
puedes haber vivido tu vida entera, o al menos la que transcurrió desde tu
juventud, como un filósofo; por el contrario, has dejado en claro para otras
muchas personas, e incluso, para ti mismo que estás alejado de la filosofía.
Estás, pues, confundido, de manera que ya no te va a resultar fácil conseguir
la reputación de filósofo. A ello se oponen incluso los presupuestos de tu
vida. Si en efecto has visto de verdad dónde radica el fondo de la cuestión,
olvídate de la impresión que causarás. Y sea suficiente para ti vivir el resto de
tu vida, dure lo que dure, como tu naturaleza quiere. Por consiguiente, piensa
en cuál es su deseo, y nada más te inquiete. Has comprobado en cuántas
cosas anduviste sin rumbo, y en ninguna parte hallaste la vida feliz, ni en las
argumentaciones lógicas, ni en la riqueza, ni en la gloria, ni en el goce, en
ninguna parte. ¿Dónde radica, entonces? En hacer lo que quiere la naturaleza
humana. ¿Cómo conseguirlo? Con la posesión de los principios de los cuales
dependen los instintos y las acciones. ¿Qué principios? Los concernientes al
bien y al mal, en la convicción de que nada es bueno para el hombre, si no le
hace justo, sensato, valiente, libre; como tampoco nada es malo, si no le
produce los efectos contrarios a lo dicho.


2. En cada acción, pregúntate: ¿Cómo es ésta respecto a mí? ¿No me
arrepentiré después de hacerla? Dentro de poco habré muerto y todo habrá
desaparecido. ¿Qué más voy a buscar, si mi presente acción es propia de un
ser inteligente, sociable y sujeto a la misma ley de Dios?


3. Alejandro, César y Pompeyo ¿qué fueron en comparación con
Diógenes, Heráclito y Sócrates? Éstos vieron cosas, sus causas, sus materias,
y sus principios guías eran autosuficientes; pero aquéllos, ¡cuántas cosas
ignoraban, de cuántas cosas eran esclavos!


4. Que no menos harán las mismas cosas, aunque tú revientes.


5. En primer lugar, no te confundas; pues todo acontece de acuerdo con la
naturaleza del conjunto universal, y dentro de poco tiempo no serás nadie en
ninguna parte, como tampoco son nadie Adriano ni Augusto. Luego, con los
ojos fijos en tu tarea, indágala bien y teniendo presente que tu deber es ser
hombre de bien, y lo que exige la naturaleza del hombre, cúmplelo sin
desviarte y del modo que te parezca más justo: sólo con benevolencia,
modestia y sin hipocresía.


6. La misión de la naturaleza del conjunto universal consiste en
transportar lo que está aquí allí, en transformarlo, en levantarlo de aquí y
llevarlo allá. Todo es mutación, de modo que no se puede temer nada
insólito; todo es igual, pero también son equivalentes las asignaciones.


7. Toda naturaleza está satisfecha consigo misma cuando sigue el buen
camino. Y sigue el buen camino la naturaleza racional cuando en sus
imaginaciones no da su asentimiento ni a lo falso ni a lo incierto y, en
cambio, encauza sus instintos sólo a acciones útiles a la comunidad, cuando
se dedica a desear y detestar aquellas cosas que dependen exclusivamente de
nosotros, y abraza todo lo que le asigna la naturaleza común. Pues es una
parte de ella, al igual que la naturaleza de la hoja es parte de la naturaleza de
la planta, con la excepción de que, en este caso, la naturaleza de la hoja es
parte de una naturaleza insensible, desprovista de razón y capaz de ser
obstaculizada, mientras que la naturaleza del hombre es parte de una
naturaleza libre de obstáculos, inteligente y justa, si es que naturalmente
distribuye a todos con equidad y según el mérito, su parte de tiempo,
sustancia, causa, energía, accidente. Advierte, sin embargo, que no
encontrarás equivalencia en todo, si pones en relación una sola cosa con otra
sola, pero sí la encontrarás, si comparas globalmente la totalidad de una cosa
con el conjunto de otra.


8. No te es posible leer. Pero sí puedes contener tu arrogancia; puedes
estar por encima del placer y del dolor; puedes menospreciar la vanagloria;
puedes no irritarte con insensatos y desagradecidos, incluso más, puedes
preocuparte de ellos.


9. Nadie te oiga ya censurar la vida palaciega, ni siquiera tú mismo.


10. El arrepentimiento es cierta censura personal por haber dejado de
hacer algo útil. Y el bien debe ser algo útil y debe preocuparse de él el
hombre íntegro. Pues ningún hombre íntegro se arrepentiría por haber
desdeñado un placer; por consiguiente, el placer ni es útil ni es bueno.


11. ¿Qué es eso en sí mismo según su peculiar constitución?, ¿cuál es su
sustancia y materia?, ¿y cuál su causa?, ¿y qué hace en el mundo?, ¿y cuánto
tiempo lleva subsistiendo?


12. Siempre que de mal talante despiertes de tu sueño, recuerda que está
de acuerdo con tu constitución y con tu naturaleza humana corresponder con
acciones útiles a la comunidad, y que dormir es también común a los seres
irracionales. Además, lo que está de acuerdo con la naturaleza de cada uno le
resulta más familiar, más connatural, y ciertamente también más agradable.


13. Continuamente y, si te es posible, en toda imaginación, explícala
partiendo de los principios de la naturaleza, de las pasiones, de la dialéctica.


14. Con quien te encuentres, inmediatamente hazte estas reflexiones: Éste
¿qué principios tiene respecto al bien y al mal? Porque si acerca del placer y
del pesar y de las cosas que producen ambos y acerca de la fama, de la
infamia, de la muerte, de la vida, tiene tales principios, no me parecerá en
absoluto sorprendente o extraño que proceda así; y recordaré que se ve
forzado a obrar de este modo.


15. Ten presente que, del mismo modo que es absurdo extrañarse de que
la higuera produzca higos, también lo es sorprenderse de que el mundo
produzca determinados frutos de los que es portador. E igualmente sería
vergonzoso para un médico y para un piloto sorprenderse de que ése haya
tenido fiebre o de que haya soplado un viento contrario.


16. Ten presente que cambiar de criterio y obedecer a quien te corrige es
igualmente acción libre. Pues tu actividad se lleva a término de acuerdo con
tu instinto y juicio y, particularmente además, de acuerdo con tu propia
inteligencia.


17. Si depende de ti, ¿por qué lo haces? Pero si depende de otro, ¿a quién
censuras? ¿A los átomos o a los dioses? En ambos casos es locura. A nadie
debes reprender. Porque, si puedes, corrígele, si no puedes, corrige al menos
su acción. Y si tampoco esto te es posible, ¿de qué te sirve irritarte? Porque
nada debe hacerse al azar.


18. Fuera del mundo no cae lo que muere. Si permanece aquí, aquí se
transforma y se disuelve en sus elementos propios, elementos que son del
mundo y tuyos. Y estos elementos se transforman y no murmuran.


19. Cada cosa nació con una misión, así el caballo, la vid. ¿Por qué te
asombras? También el Sol, dirá: «he nacido para una función, al igual que los
demás dioses». Y tú, ¿para qué? ¿Para el placer? Mira si es tolerable la idea.


20. No menos ha apuntado la naturaleza al fin de cada cosa que a su
principio y transcurso, como el que lanza la pelota. ¿Qué bien, entonces,
obtiene la diminuta pelota al elevarse o qué mal al descender o incluso al
haber caído? ¿Y qué bien obtiene la burbuja formada o qué mal, disuelta? Y
lo mismo puede decirse respecto a la lámpara.


21. Gíralo y contempla cómo es, y cómo llega a ser después de envejecer,
enfermar y expirar. Corta es la vida del que elogia y del que es elogiado, del
que recuerda y del que es recordado. Además, sucede en un rincón de esta
región y tampoco aquí se ponen de acuerdo todos, y ni siquiera uno mismo se
pone de acuerdo consigo; y la tierra entera es un punto.


22. Presta atención a lo que tienes entre manos, sea actividad, principio o
significado. Justamente tienes este sufrimiento, pues prefieres ser bueno
mañana a serlo hoy.


23. ¿Hago algo? Lo hago teniendo en cuenta el beneficiar a los hombres.
¿Me acontece algo? Lo acepto ofreciéndolo a los dioses y a la fuente de todo,
de la que dimanan todos los sucesos.


24. Cual se te presenta el baño: aceite, sudor, suciedad, agua viscosa, todo
lo que provoca repugnancia, tal se presenta toda parte de la vida y todo objeto
que se nos ofrece.


25. Lucila sepultó a Vero; a continuación, Lucila; Secunda, a Máximo;
seguidamente, Secunda; Epitincano, a Diátimo; luego, Epitincano; Antonino,
a Faustina; luego, Antonino. Y así, todo. Céler, a Adriano; a continuación,
Céler. ¿Y dónde están aquellos hombres agudos y perspicaces, ya
conocedores del futuro, ya engreídos? (Así, por ejemplo, agudos, Cárax,
Demetrio el Platónico, Eudemón y sus semejantes). Todo es efímero, muerto
tiempo ha. Algunos no han perdurado en el recuerdo siquiera un instante;
otros han pasado a la leyenda, y otros incluso han desaparecido de las
leyendas. Ten presente, pues, esto: será preciso que tu composición se
disemine, que tu hálito vital se extinga o que cambie de lugar y se establezca
en otra parte.


26. La dicha del hombre consiste en hacer lo que es propio del hombre. Y
es propio del hombre el trato benevolente con sus semejantes, el menosprecio
de los movimientos de los sentidos, el discernir las ideas que inspiran crédito,
la contemplación de la naturaleza del conjunto universal y de las cosas que se
producen de acuerdo con ella.


27. Tres son las relaciones: una con [la causa] que nos rodea, otra con la
causa divina, de donde todo nos acontece a todos, y la tercera con los que
viven con nosotros.


28. El pesar, o es un mal para el cuerpo, y en consecuencia que lo
manifieste, o para el alma. Pero a ella le es posible conservar su propia
serenidad y calma, y no opinar que el pesar sea un mal. Porque todo juicio,
instinto, deseo y aversión está dentro, y nada se remonta hasta aquí.


29. Borra las imaginaciones diciéndote a ti mismo de continuo: «Ahora de
mí depende que no se ubique en esta alma ninguna perversidad, ni deseo, ni,
en suma, ninguna turbación; sin embargo, contemplando todas las cosas tal
como son, me sirvo de cada una de ellas de acuerdo con su mérito». Ten
presente esta posibilidad acorde con tu naturaleza.


30. Habla, sea en el Senado, sea ante cualquiera, con elegancia y
certeramente. Utiliza una terminología sana.


31. La corte de Augusto, su mujer, su hija, sus descendientes, sus
ascendientes, su hermana, Agripa, sus parientes, sus familiares, Ario,
Mecenas, sus médicos, sus encargados de los sacrificios; muerte de toda la
corte. A continuación pásate a las demás..., no a la muerte de un solo hombre,
por ejemplo, la de los Pompeyos. Toma en consideración aquello que suele
grabarse en las tumbas: «el último de su linaje». Cuántas convulsiones
sufrieron sus antecesores, con el fin de dejar un sucesor, luego fue inevitable
que existiera un último; de nuevo aquí la muerte de todo un linaje.


32. Es preciso compaginar la vida de acuerdo con cada una de las
acciones y, si cada una consigue su fin, dentro de sus posibilidades,
contentarse. Y que baste a su fin, nadie puede impedírtelo. «Pero alguna
acción externa se opondrá». Nada, al menos en lo referente a obrar con
justicia, con moderación y reflexivamente. Pero tal vez alguna otra actividad
se verá obstaculizada. Sin embargo, gracias a la acogida favorable del mismo
obstáculo y al cambio inteligente en lo que se te ofrece, al punto se sustituye
otra acción que armoniza con la composición de la cual hablaba.


33. Recibir sin orgullo, desprenderse sin apego.


34. Alguna vez viste una mano amputada, un pie o una cabeza seccionada
yacente en alguna parte lejos del resto del cuerpo. Algo parecido hace
consigo, en la medida que de él depende, el que no se conforma con lo que
acaece y se separa, o el que hace algo contrario al bien común. Tú de alguna
manera te has excluido de la unión con la naturaleza, pues de ella formabas
parte por naturaleza. Pero ahora tú mismo te cercenaste. Sin embargo, tan
admirable es aquélla, que te es posible unirte de nuevo a ella. A ningún otro
miembro permitió Dios separarse y desgajarse, para reunirse de nuevo. Pero
examina la bondad con la que Dios ha honrado al hombre. Pues en sus manos
dejó la posibilidad de no separarse absolutamente del conjunto universal y,
una vez separado, la de reunirse, combinarse en un todo y recobrar la
posición de miembro.


35. Al igual que la naturaleza de los seres racionales ha distribuido a cada
uno a su manera las demás facultades, así también nosotros hemos recibido
de ella esta facultad. Pues de la misma manera que aquélla convierte todo lo
que se le opone y resiste, lo sitúa en el orden de su destino y lo hace parte de
sí misma, así también el ser racional puede hacer todo obstáculo material de
sí mismo y servirse de él, fuera el que fuera el objeto al que hubiese tendido.


36. No te confunda la imaginación de la vida entera. No abarques en tu
pensamiento qué tipo de fatigas y cuántas es verosímil que te sobrevengan;
por el contrario, en cada una de las fatigas presentes, pregúntate: ¿Qué es lo
intolerable y lo insoportable de esta acción? Sentirás vergüenza de
confesarlo. Luego recuerda que ni el futuro ni el pasado te son gravosos, sino
siempre el presente. Y éste se minimiza, en el caso de que lo delimites
exclusivamente a sí mismo y refutes a tu inteligencia, si no es capaz de hacer
frente a esta nimiedad.


37. ¿Están ahora sentados junto al túmulo de Vero, Pantea o Pérgamo? ¿Y
qué?, ¿junto a la tumba de Adriano, Cabrias o Diótimo? Ridículo. ¿Y qué? Si
estuvieran sentados, ¿es que iban a enterarse los muertos? ¿Y qué? Si se
dieran cuenta, ¿iban a complacerse? ¿Y qué? Si se complacieran, ¿iban ellos
a ser inmortales? ¿No estaba así decretado que primero llegarían a ser viejos
y viejas, para a continuación morir? Entonces, ¿qué debían hacer
posteriormente aquéllos, muertos ya éstos? Todo esto es hedor y sangre
mezclada con polvo en un pellejo.


38. «Si eres capaz de mirar con perspicacia, mira y juzga, afirma..., con la
máxima habilidad.»


39. En la constitución de un ser racional no veo virtud rebelde a la
justicia, pero sí veo la templanza contra el placer.


40. Si eliminas tu opinión acerca de lo que crees que te aflige, tú mismo te
afirmas en la mayor seguridad. «¿Quién es tú mismo?». La razón. «Pero yo
no soy razón». Sea. Por consiguiente, no se aflija la razón. Y si alguna otra
parte de ti se siente mal, opine ella en lo que le atañe.


41. Un obstáculo a la sensación es un mal para la naturaleza animal; un
obstáculo al instinto es igualmente un mal para la naturaleza animal. Existe
además igualmente otro obstáculo y mal propio de la constitución vegetal.
Así, pues, un obstáculo a la inteligencia es un mal para la naturaleza
inteligente. Todas estas consideraciones aplícatelas a ti mismo. ¿Te embarga
un pesar, un placer? La sensación lo verá. ¿Tuviste alguna dificultad cuando
emprendiste instintivamente algo? Si lo emprendes sin una reserva mental, ya
es un mal para ti, en tanto que ser racional. Pero si recobras la inteligencia,
todavía no has sido dañado ni obstaculizado. Lo que es propio de la
inteligencia sólo ella acostumbra a obstaculizarlo. Porque ni el fuego, ni el
hierro, ni el tirano, ni la infamia, ni ninguna otra cosa la alcanzan. Cuando
logra convertirse en «esfera redondeada», permanece.


42. No merezco causarme aflicción, porque nunca a otro voluntariamente
afligí.


43. Uno se alegra de una manera, otro de otra. En cuanto a mí, si tengo
sano mi guía interior, me alegro de no rechazar a ningún hombre ni nada de
lo que a los hombres acontece; antes bien, de mirar todas las cosas con ojos
benévolos y aceptando y usando cada cosa de acuerdo con su mérito.


44. Procura acoger con agrado para ti mismo el tiempo presente. Los que
más persiguen la fama póstuma no calculan que ellos van a ser iguales que
estos a los que importunan. También ellos serán mortales. ¿Y qué significa
para ti, en suma, que aquéllos repitan tu nombre con tales voces o que tengan
de ti tal opinión?
45. ¡Levántame y arrójame donde quieras! Pues allí tendré mi divinidad
propicia, esto es, satisfecha, si se comporta y actúa consecuentemente con su
propia constitución. ¿Acaso merece la pena que mi alma esté mal por ello y
sea de peor condición, envilecida, apasionada, agitada? ¿Y qué encontrarás
merecedor de eso?


46. A ningún hombre puede acontecer algo que no sea accidente humano,
ni a un buey algo que no sea propio del buey, ni a una viña algo que no sea
propio de la viña, ni a una piedra lo que no sea propio de la piedra. Luego si a
cada uno le acontece lo que es habitual y natural, ¿por qué vas a molestarte?
Porque nada insoportable te aportó la naturaleza común.


47. Si te afliges por alguna causa externa, no es ella lo que te importuna,
sino el juicio que tú haces de ella. Y borrar este juicio, de ti depende. Pero si
te aflige algo que radica en tu disposición, ¿quién te impide rectificar tu
criterio? Y dé igual modo, si te afliges por no ejecutar esta acción que te
parece sana, ¿Por qué no la pones en práctica en vez de afligirte? «Me lo
dificulta un obstáculo superior». No te aflijas, pues, dado que no es tuya la
culpa de que no lo ejecutes. «Mas no merezco vivir si no lo ejecuto». Vete,
pues, de la vida apaciblemente, de la manera que muere el que cumple su
cometido, indulgente con los que te ponen obstáculos.


48. Ten presente que el guía interior llega a ser inexpugnable, siempre
que, concentrado en sí mismo, se conforme absteniéndose de hacer lo que no
quiere, aunque se oponga sin razón. ¿Qué, pues, ocurrirá, cuando reflexiva y
atentamente formule algún juicio? Por esta razón, la inteligencia libre de
pasiones es una ciudadela. Porque el hombre no dispone de ningún reducto
más fortificado en el que pueda refugiarse y ser en adelante imposible de
expugnar. En consecuencia, el que no se ha dado cuenta de eso es un
ignorante; pero quien se ha dado cuenta y no se refugia en ella es un
desdichado.


49. No te digas a ti mismo otra cosa que lo que te anuncian las primeras
impresiones. Se te ha anunciado que un tal habla mal de ti. Esto se te ha
anunciado. Pero no se te ha anunciado que has sufrido daño. Veo que mi
hijito está enfermo. Lo veo. Pero que esté en peligro, no lo veo. Así pues,
manténte siempre en las primeras impresiones, y nada añadas a tu interior y
nada te sucederá. O mejor, añade como persona conocedora de cada una de
las cosas que acontecen en el mundo.


50. Amargo es el pepino. Tíralo. Hay zarzas en el camino. Desvíate.
¿Basta eso? No añadas: «¿Por qué sucede eso en el mundo?». Porque serás
ridiculizado por el hombre que estudia la naturaleza, como también lo serías
por el carpintero y el zapatero si les condenaras por el hecho de que en sus
talleres ves virutas y recortes de los materiales que trabajan. Y en verdad
aquéllos al menos tienen dónde arrojarlos, pero la naturaleza universal nada
tiene fuera; mas lo admirable de este arte estriba en que, habiéndose puesto
límites a sí mismo, transforma en sí mismo todo lo que en su interior parece
destruirse, envejecer y ser inútil, y que de nuevo hace brotar de esas mismas
cosas otras nuevas, de manera que ni tiene necesidad de sustancias exteriores,
ni precisa un lugar donde arrojar esos desperdicios podridos. Por
consiguiente, se conforma con su propio lugar, con la materia que le
pertenece y con su peculiar arte.


51. Ni seas negligente en tus acciones, ni embrolles en tus
conversaciones, ni en tus imaginaciones andes sin rumbo, ni, en suma,
constriñas tu alma o te disperses, ni en el transcurso de la vida estés
excesivamente ocupado. Te matan, despedazan, persiguen con maldiciones.
¿Qué importa esto para que tu pensamiento permanezca puro, prudente,
sensato, justo? Como si alguien al pasar junto a una fuente cristalina y dulce,
la insultara; no por ello deja de brotar potable. Aunque se arroje fango,
estiércol, muy pronto lo dispersará, se liberará de ellos y de ningún modo
quedará teñida. ¿Cómo, pues, conseguirás tener una fuente perenne [y no un
simple pozo]? Progresa en todo momento hacia la libertad con benevolencia,
sencillez y modestia.


52. El que no sabe lo que es el mundo, no sabe dónde está. Y el que no
sabe para qué ha nacido, tampoco sabe quién es él ni qué es el mundo. Y el
que ha olvidado una sola cosa de esas, tampoco podría decir para qué ha
nacido. ¿Quién, pues, te parece que es el que evita el elogio de los que
aplauden..., los cuales ni conocen dónde están, ni quiénes son?


53. ¿Quieres ser alabado por un hombre que se maldice a sí mismo tres
veces por hora? ¿Quieres complacer a un hombre que no se complace a sí
mismo? ¿Se complace a sí mismo el hombre que se arrepiente de casi todo lo
que hace?


54. Ya no te limites a respirar el aire que te rodea, sino piensa también,
desde este momento, en conjunción con la inteligencia que todo lo rodea.
Porque la facultad inteligente está dispersa por doquier y ha penetrado en el
hombre capaz de atraerla no menos que el aire en el hombre capaz de
respirarlo.


55. En general, el vicio no daña en nada al mundo. Y, en particular, es
nulo el daño que produce a otro; es únicamente pernicioso para aquel a quien
le ha sido permitido renunciar a él, tan pronto como lo desee.


56. Para mi facultad de decisión es tan indiferente la facultad decisoria del
vecino como su hálito vital y su carne. Porque, a pesar de que especialmente
hemos nacido los unos para los otros, con todo, nuestro individual guía
interior tiene su propia soberanía. Pues, en otro caso, la maldad del vecino iba
a ser ciertamente mal mío, cosa que no estimó oportuna Dios, a fin de que no
dependiera de otro el hacerme desdichado.


57. El sol parece estar difuso y, en verdad, lo está por doquier, pero no
desborda. Pues esta difusión es extensión. Y así, sus destellos se llaman
«aktines» (rayos), procedentes del término «ekteínesthai» (extenderse). Y qué
cosa es un rayo, podrías verlo, si contemplaras a través de una rendija la luz
del sol introducida en una habitación oscura. Pues se extiende en línea recta y
se apoya, en cierto modo, en el cuerpo sólido con el que tropiece, cuerpo que
le separa del aire que viene a continuación. Allí se detiene sin deslizarse ni
caer. Tal, en efecto, conviene que sea la difusión y dilatación de la
inteligencia, sin desbordarse en ningún caso, pero sí extendiéndose; conviene
también que, frente a los obstáculos con que tropiece, no choque
violentamente, ni con ímpetu, ni tampoco caiga, sino que se detenga y dé
brillo al objeto que la recibe. Porque se privará del resplandor el objeto que la
desdeñe.


58. El que teme la muerte, o teme la insensibilidad u otra sensación. Pero
si ya no percibes la sensibilidad, tampoco percibirás ningún mal. Y si
adquieres una sensibilidad distinta, serás un ser indiferente y no cesarás de
vivir.


59. Los hombres han nacido los unos para los otros. Instrúyelos o
sopórtalos.


60. La flecha sigue una trayectoria, la inteligencia otra distinta. Sin
embargo, la inteligencia, siempre que toma precauciones y se dedica a
indagar, avanza en línea recta y hacia su objetivo no menos que la flecha.


61. Introdúcete en el guía interior de cada uno y permite también a otro
cualquiera que penetre en tu guía interior.






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