EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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Meditaciones de Marco Aurelio-LIBRO III

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Mensaje por Marcela Noemí Silva Miér Abr 03, 2024 12:53 am








Meditaciones de Marco Aurelio


LIBRO III


1. No sólo esto debe tomarse en cuenta, que día a día se va gastando la
vida y nos queda una parte menor de ella, sino que se debe reflexionar
también que, si una persona prolonga su existencia, no está claro si su
inteligencia será igualmente capaz en adelante para la comprensión de las
cosas y de la teoría que tiende al conocimiento de las cosas divinas y
humanas. Porque, en el caso de que dicha persona empiece a desvariar, la
respiración, la nutrición, la imaginación, los instintos y todas las demás
funciones semejantes no le faltarán; pero la facultad de disponer de sí mismo,
de calibrar con exactitud el número de los deberes, de analizar las
apariencias, de detenerse a reflexionar sobre si ya ha llegado el momento de
abandonar esta vida y cuantas necesidades de características semejantes
precisan un ejercicio exhaustivo de la razón, se extingue antes. Conviene,
pues, apresurarse no sólo porque a cada instante estamos más cerca de la
muerte, sino también porque cesa con anterioridad la comprensión de las
cosas y la capacidad de acomodarnos a ellas.

2. Conviene también estar a la expectativa de hechos como éstos, que
incluso las modificaciones accesorias de las cosas naturales tienen algún
encanto y atractivo. Así, por ejemplo, un trozo de pan al cocerse se agrieta en
ciertas partes; esas grietas que así se forman y que, en cierto modo, son
contrarias a la promesa del arte del panadero, son, en cierto modo, adecuadas,
y excitan singularmente el apetito. Asimismo, los higos, cuando están muy
maduros, se entreabren. Y en las aceitunas que quedan maduras en los
árboles, su misma proximidad a la podredumbre añade al fruto una belleza
singular. Igualmente las espigas que se inclinan hacia abajo, la melena del
león y la espuma que brota de la boca de los jabalíes y muchas otras cosas,
examinadas en particular, están lejos de ser bellas; y, sin embargo, al ser
consecuencia de ciertos procesos naturales, cobran un aspecto bello y son
atractivas. De manera que, si una persona tiene sensibilidad e inteligencia
suficientemente profunda para captar lo que sucede en el conjunto, casi nada
le parecerá, incluso entre las cosas que acontecen por efectos secundarios, no
comportar algún encanto singular. Y esa persona verá las fauces reales de las
fieras con no menor agrado que todas sus reproducciones realizadas por
pintores y escultores; incluso podrá ver con sus sagaces ojos cierta plenitud y
madurez en la anciana y el anciano y también, en los niños, su amable
encanto. Muchas cosas semejantes se encontrarán no al alcance de cualquiera,
sino, exclusivamente, para el que de verdad esté familiarizado con la
naturaleza y sus obras.

3. Hipócrates, después de haber curado muchas enfermedades, enfermó él
también y murió. Los caldeos predijeron la muerte de muchos, y también a
ellos les alcanzó el destino. Alejandro, Pompeyo y Cayo César, después de
haber arrasado hasta los cimientos tantas veces ciudades enteras y destrozado
en orden de combate numerosas miríadas de jinetes e infantes, también ellos
acabaron por perder la vida. Heráclito, después de haber hecho tantas
investigaciones sobre la conflagración del mundo, aquejado de hidropesía y
recubierto de estiércol, murió. A Demócrito, los gusanos; gusanos también,
pero distintos, acabaron con Sócrates. ¿Qué significa esto? Te embarcaste,
surcaste mares, atracaste: ¡desembarca! Si es para entrar en otra vida,
tampoco allí está nada vacío de dioses; pero si es para encontrarte en la
insensibilidad, cesarás de soportar fatigas y placeres y de estar al servicio de
una envoltura tanto más ruin cuanto más superior es la parte subordinada:
ésta es inteligencia y divinidad; aquélla, tierra y sangre mezclada con polvo.

4. No consumas la parte de la vida que te resta en hacer conjeturas sobre
otras personas, de no ser que tu objetivo apunte a un bien común; porque
ciertamente te privas de otra tarea; a saber, al imaginar qué hace fulano y por
qué, y qué piensa y qué trama y tantas cosas semejantes que provocan tu
aturdimiento, te apartas de la observación de tu guía interior. Conviene, por
consiguiente, que en el encadenamiento de tus ideas, evites admitir lo que es
fruto del azar y superfluo, pero mucho más lo inútil y pernicioso. Debes
también acostumbrarte a formarte únicamente aquellas ideas acerca de las
cuales, si se te preguntara de súbito: «¿En qué piensas ahora?», con franqueza
pudieras contestar al instante: «En esto y en aquello», de manera que al
instante se pusiera de manifiesto que todo en ti es sencillo, benévolo y propio
de un ser sociable al que no importan placeres o, en una palabra, imágenes
que procuran goces; un ser exento de toda codicia, envidia, recelo o cualquier
otra pasión, de la que pudieras ruborizarte reconociendo que la posees en tu
pensamiento. Porque el hombre de estas características que ya no demora el
situarse como entre los mejores, se convierte en sacerdote y servidor de los
dioses, puesto al servicio también de la divinidad que se asienta en su
interior, todo lo cual le inmuniza contra los placeres, le hace invulnerable a
todo dolor, intocable respecto a todo exceso, insensible a toda maldad, atleta
de la más excelsa lucha, lucha que se entabla para no ser abatido por ninguna
pasión, impregnado a fondo de justicia, apegado, con toda su alma, a los
acontecimientos y a todo lo que se le ha asignado; y raramente, a no ser por
una gran necesidad y en vista al bien común, cavila lo que dice, hace o
proyecta otra persona. Pondrá únicamente en práctica aquellas cosas que le
corresponden, y piensa sin cesar en lo que le pertenece, que ha sido hilado del
conjunto; y mientras en lo uno cumple con su deber, en lo otro está
convencido de que es bueno. Porque el destino asignado a cada uno está
involucrado en el conjunto y al mismo tiempo lo involucra. Tiene también
presente que todos los seres racionales están emparentados y que preocuparse
de todos los hombres está de acuerdo con la naturaleza humana; pero no debe
tenerse en cuenta la opinión de todos, sino sólo la de aquellos que viven
conforme a la naturaleza. Y respecto a los que no viven así, prosigue
recordando hasta el fin cómo son en casa y fuera de ella, por la noche y
durante el día, y qué clase de gente frecuentan. En consecuencia, no toma en
consideración el elogio de tales hombres que ni consigo mismo están
satisfechos.

5. Ni actúes contra tu voluntad, ni de manera insociable, ni sin reflexión,
ni arrastrado en sentidos opuestos. Con la afectación del léxico no trates de
decorar tu pensamiento. Ni seas extremadamente locuaz, ni polifacético. Más
aún, sea el dios que en ti reside protector y guía de un hombre venerable,
ciudadano, romano y jefe que a sí mismo se ha asignado su puesto, cual sería
un hombre que aguarda la llamada para dejar la vida, bien desprovisto de
ataduras, sin tener necesidad de juramento ni tampoco de persona alguna en
calidad de testigo. Habite en ti la serenidad, la ausencia de necesidad de
ayuda externa y de la tranquilidad que procuran otros. Conviene, por
consiguiente, mantenerse recto, no enderezado.

6. Si en el transcurso de la vida humana encuentras un bien superior a la
justicia, a la verdad, a la moderación, a la valentía y, en suma, a tu
inteligencia que se basta a sí misma, en aquellas cosas en las que te facilita
actuar de acuerdo con la recta razón, y de acuerdo con el destino en las cosas
repartidas sin elección previa; si percibes, digo, un bien de más valía que ese,
vuélvete hacia él con toda el alma y disfruta del bien supremo que descubras.
Pero si nada mejor aparece que la propia divinidad que en ti habita, que ha
sometido a su dominio los instintos particulares, que vigila las ideas y que,
como decía Sócrates, se ha desprendido de las pasiones sensuales, que se ha
sometido a la autoridad de los dioses y que preferentemente se preocupa de
los hombres; si encuentras todo lo demás más pequeño y vil, no cedas terreno
a ninguna otra cosa, porque una vez arrastrado e inclinado hacia ella, ya no
serás capaz de estimar preferentemente y de continuo aquel bien que te es
propio y te pertenece. Porque no es lícito oponer al bien de la razón y de la
convivencia otro bien de distinto género, como, por ejemplo, el elogio de la
muchedumbre, cargos públicos, riqueza o disfrute de placeres. Todas esas
cosas, aunque parezcan momentáneamente armonizar con nuestra naturaleza,
de pronto se imponen y nos desvían. Por tanto, reitero, elige sencilla y
libremente lo mejor y persevera en ello. «Pero lo mejor es lo conveniente.» Si
lo es para ti, en tanto que ser racional, obsérvalo. Pero si lo es para la parte
animal, manifiéstalo y conserva tu juicio sin orgullo. Trata sólo de hacer tu
examen de un modo seguro.

7. Nunca estimes como útil para ti lo que un día te forzará a transgredir el
pacto, a renunciar al pudor, a odiar a alguien, a mostrarte receloso, a
maldecir, a fingir, a desear algo que precisa paredes y cortinas. Porque la
persona que prefiere, ante todo, su propia razón, su divinidad y los ritos del
culto debido a la excelencia de ésta, no representa tragedias, no gime, no
precisará soledad ni tampoco aglomeraciones de gente. Lo que es más
importante: vivirá sin perseguir ni huir. Tanto si es mayor el intervalo de
tiempo que va a vivir el cuerpo con el alma unido, como si es menor, no le
importa en absoluto. Porque aun en el caso de precisar desprenderse de él, se
irá tan resueltamente como si fuera a emprender cualquier otra de las tareas
que pueden ejecutarse con discreción y decoro; tratando de evitar, en el curso
de la vida entera, sólo eso, que su pensamiento se comporte de manera
impropia de un ser dotado de inteligencia y sociable.

8. En el pensamiento del hombre que se ha disciplinado y purificado a
fondo, nada purulento ni manchado ni mal cicatrizado podrías encontrar. Y
no arrebata el destino su vida incompleta, como se podría afirmar del actor
que se retirara de escena antes de haber finalizado su papel y concluido la
obra. Es más, nada esclavo hay en él, ninguna afectación, nada añadido, ni
disociado, nada sometido a rendición de cuentas ni necesitado de escondrijo.

9. Venera la facultad intelectiva. En ella radica todo, para que no se halle
jamás en tu guía interior una opinión inconsecuente con la naturaleza y con la
disposición del ser racional. Esta, en efecto, garantiza la ausencia de
precipitación, la familiaridad con los hombres y la conformidad con los
dioses.

10. Desecha, pues, todo lo demás y conserva sólo unos pocos preceptos.
Y además recuerda que cada uno vive exclusivamente el presente, el instante
fugaz. Lo restante, o se ha vivido o es incierto; insignificante es, por tanto, la
vida de cada uno, e insignificante también el rinconcillo de la tierra donde
vive. Pequeña es asimismo la fama póstuma, incluso la más prolongada, y
ésta se da a través de una sucesión de hombrecillos que muy pronto morirán,
que ni siquiera se conocen a sí mismos, ni tampoco al que murió tiempo ha.

11. A los consejos mencionados añádase todavía uno: delimitar o
describir siempre la imagen que sobreviene, de manera que se la pueda ver tal
cual es en esencia, desnuda, totalmente entera a través de todos sus aspectos,
y pueda designarse con su nombre preciso y con los nombres de aquellos
elementos que la constituyeron y en los que se desintegrará. Porque nada es
tan capaz de engrandecer el ánimo, como la posibilidad de comprobar con
método y veracidad cada uno de los objetos que se presentan en la vida, y
verlos siempre de tal modo que pueda entonces comprenderse en qué orden
encaja, qué utilidad le proporciona este objeto, qué valor tiene con respecto a
su conjunto, y cuál en relación al ciudadano de la ciudad más excelsa, de la
que las demás ciudades son como casas. Qué es, y de qué elementos está
compuesto y cuánto tiempo es natural que perdure este objeto que provoca
ahora en mí esta imagen, y qué virtud preciso respecto a él: por ejemplo,
mansedumbre, coraje, sinceridad, fidelidad, sencillez, autosuficiencia, etc.
Por esta razón debe decirse respecto a cada una: esto procede de Dios;
aquello se da según el encadenamiento de los hechos, según la trama
compacta, según el encuentro casual y por azar. Esto procede de un ser de mi
raza, de un pariente, de un colega que, no obstante, ignora lo que es para él
acorde con la naturaleza. Pero yo no lo ignoro; por esta razón me relaciono
con él, de acuerdo con la ley natural propia de la comunidad, con
benevolencia y justicia. Con todo, respecto a las cosas indiferentes, me
decido conjeturando su valor.

12. Si ejecutas la tarea presente siguiendo la recta razón, diligentemente,
con firmeza, con benevolencia y sin ninguna preocupación accesoria, antes
bien, velas por la pureza de tu dios, como si fuera ya preciso restituirlo, si
agregas esta condición de no esperar ni tampoco evitar nada, sino que te
conformas con la actividad presente conforme a la naturaleza y con la verdad
heroica en todo lo que digas y comentes, vivirás feliz. Y nadie será capaz de
impedírtelo.

13. Del mismo modo que los médicos siempre tienen a mano los
instrumentos de hierro para las curas de urgencia, así también, conserva tú a
punto los principios fundamentales para conocer las cosas divinas y las
humanas, y así llevarlo a cabo todo, incluso lo más insignificante, recordando
la trabazón íntima y mutua de unas cosas con otras. Pues no llevarás a feliz
término ninguna cosa humana sin relacionarla al mismo tiempo con las
divinas, ni tampoco al revés.

14. No vagabundees más. Porque ni vas a leer tus memorias, ni tampoco
las gestas de los romanos antiguos y griegos, ni las selecciones de escritos
que reservabas para tu vejez. Apresúrate, pues, al fin, y renuncia a las vanas
esperanzas y acude en tu propia ayuda, si es que algo de ti mismo te importa,
mientras te queda esa posibilidad.

15. Desconocen cuántas acepciones tienen los términos: robar, sembrar,
comprar, vivir en paz, ver lo que se debe hacer, cosa que no se consigue con
los ojos, sino con una visión distinta.

16. Cuerpo, alma, inteligencia; propias del cuerpo, las sensaciones; del
alma, los instintos; de la inteligencia, los principios. Recibir impresiones por
medio de la imagen es propio también de las bestias, ser movido como un
títere por los instintos corresponde también a las fieras, a los andróginos, a
Fálaris y a Nerón. Pero tener a la inteligencia como guía hacia los deberes
aparentes pertenece también a los que no creen en los dioses, a los que
abandonan su patria y a los que obran a su placer, una vez han cerrado las
puertas. Por tanto, si lo restante es común a los seres mencionados, resta
como peculiar del hombre excelente amar y abrazar lo que le sobreviene y se
entrelaza con él. Y el no confundir ni perturbar jamás al Dios que tiene la
morada dentro de su pecho con una multitud de imágenes, antes bien, velar
para conservarse propicio, sumiso, disciplinadamente al Dios, sin mencionar
una palabra contraria a la verdad, sin hacer nada contrario a la justicia. Y si
todos los hombres desconfían de él, de que vive con sencillez, modestia y
buen ánimo, no por ello se molesta con ninguno, ni se desvía del camino
trazado que le lleva al fin de su vida, objetivo hacia el cual debe encaminarse,
puro, tranquilo, liberado, sin violencias y en armonía con su propio destino.

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