EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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Meditaciones de Marco Aurelio-LIBRO I

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Mensaje por Marcela Noemí Silva Miér Abr 03, 2024 12:04 am








Meditaciones de Marco Aurelio


LIBRO I





1. De mi abuelo Vero: el buen carácter y la serenidad.

2. De la reputación y memoria legadas por mi progenitor: el carácter
discreto y viril.

3. De mi madre: el respeto a los dioses, la generosidad y la abstención no
sólo de obrar mal, sino incluso de incurrir en semejante pensamiento; más
todavía, la frugalidad en el régimen de vida y el alejamiento del modo de
vivir propio de los ricos.

4. De mi bisabuelo: el no haber frecuentado las escuelas públicas y
haberme servido de buenos maestros en casa, y el haber comprendido que,
para tales fines, es preciso gastar con largueza.

5. De mi preceptor: el no haber sido de la facción de los Verdes ni de los
Azules, ni partidario de los parinularios ni de los escutarios; el soportar las
fatigas y tener pocas necesidades; el trabajo con esfuerzo personal y la
abstención de excesivas tareas, y la desfavorable acogida a la calumnia.

6. De Diogneto: el evitar inútiles ocupaciones; y la desconfianza en lo que
cuentan los que hacen prodigios y hechiceros acerca de encantamientos y
conjuración de espíritus, y de otras prácticas semejantes; y el no dedicarme a
la cría de codornices ni sentir pasión por esas cosas; el soportar la
conversación franca y familiarizarme con la filosofía; y el haber escuchado
primero a Baquio, luego a Tandasis y Marciano; haber escrito diálogos en la
niñez; y haber deseado el catre cubierto de piel de animal, y todas las demás
prácticas vinculadas a la formación helénica.

7. De Rústico: el haber concebido la idea de la necesidad de enderezar y
cuidar mi carácter; el no haberme desviado a la emulación sofística, ni
escribir tratados teóricos ni recitar discursillos de exhortación ni hacerme
pasar por persona ascética o filántropo con vistosos alardes; y el haberme
apartado de la retórica, de la poética y del refinamiento cortesano. Y el no
pasear con la toga por casa ni hacer otras cosas semejantes. También el
escribir las cartas de modo sencillo, como aquélla que escribió él mismo
desde Sinuesa a mi madre; el estar dispuesto a aceptar con indulgencia la
llamada y la reconciliación con los que nos han ofendido y molestado, tan
pronto como quieran retractarse; la lectura con precisión, sin contentarme con
unas consideraciones globales, y el no dar mi asentimiento con prontitud a los
charlatanes; el haber tomado contacto con los Recuerdos de Epicteto, de los
que me entregó una copia suya.

8. De Apolonio: la libertad de criterio y la decisión firme sin vacilaciones
ni recursos fortuitos; no dirigir la mirada a ninguna otra cosa más que a la
razón, ni siquiera por poco tiempo; el ser siempre inalterable, en los agudos
dolores, en la pérdida de un hijo, en las enfermedades prolongadas; el haber
visto claramente en un modelo vivo que la misma persona puede ser muy
rigurosa y al mismo tiempo desenfadada; el no mostrar un carácter irascible
en las explicaciones; el haber visto a un hombre que claramente consideraba
como la más ínfima de sus cualidades la experiencia y la diligencia en
transmitir las explicaciones teóricas; el haber aprendido cómo hay que
aceptar los aparentes favores de los amigos, sin dejarse sobornar por ellos ni
rechazarlos sin tacto.

9. De Sexto: la benevolencia, el ejemplo de una casa gobernada
patriarcalmente, el proyecto de vivir conforme a la naturaleza; la dignidad sin
afectación; el atender a los amigos con solicitud; la tolerancia con los
ignorantes y con los que opinan sin reflexionar; la armonía con todos, de
manera que su trato era más agradable que cualquier adulación, y le tenían en
aquel preciso momento el máximo respeto; la capacidad de descubrir con
método inductivo y ordenado los principios necesarios para la vida; el no
haber dado nunca la impresión de cólera ni de ninguna otra pasión, antes
bien, el ser el menos afectado por las pasiones y a la vez el que ama más
entrañablemente a los hombres; el elogio, sin estridencias; el saber
polifacético, sin alardes.

10. De Alejandro el gramático: la aversión a criticar; el no reprender con
injurias a los que han proferido un barbarismo, solecismo o sonido mal
pronunciado, sino proclamar con destreza el término preciso que debía ser
pronunciado, en forma de respuesta, o de ratificación o de una consideración
en común sobre el tema mismo, no sobre la expresión gramatical, o por
medio de cualquier otra sugerencia ocasional y apropiada.

11. De Frontón: el haberme detenido a pensar cómo es la envidia, la
astucia y la hipocresía propia del tirano, y que, en general, los que entre
nosotros son llamados «eupátridas», son, en cierto modo, incapaces de afecto.

12. De Alejandro el platónico: el no decir a alguien muchas veces y sin
necesidad o escribirle por carta: «Estoy ocupado», y no rechazar de este
modo sistemáticamente las obligaciones que imponen las relaciones sociales,
pretextando excesivas ocupaciones.

13. De Catulo: el no dar poca importancia a la queja de un amigo, aunque
casualmente fuera infundada, sino intentar consolidar la relación habitual; el
elogio cordial a los maestros, como se recuerda que lo hacían Domicio y
Atenódoto; el amor verdadero por los hijos.

14. De «mi hermano» Severo: el amor a la familia, a la verdad y la
justicia; el haber conocido, gracias a él, a Traseas, Helvidio, Catón, Dión,
Bruto; el haber concebido la idea de una constitución basada en la igualdad
ante la ley, regida por la equidad y la libertad de expresión igual para todos, y
de una realeza que honra y respeta, por encima de todo, Existe en el texto
griego una laguna. Farquharson, para salvar el sentido de la frase,
sobrentiende: («en la vida de sociedad»). La libertad de sus súbditos. De él
también: la uniformidad y constante aplicación al servicio de la filosofía; la
beneficencia y generosidad constante; el optimismo y la confianza en la
amistad de los amigos; ningún disimulo para con los que merecían su
censura; el no requerir que sus amigos conjeturaran qué quería o qué no
quería, pues estaba claro.

15. De Máxirno: el dominio de sí mismo y no dejarse arrastrar por nada;
el buen ánimo en todas las circunstancias y especialmente en las
enfermedades; la moderación de carácter, dulce y a la vez grave; la ejecución
sin refunfuñar de las tareas propuestas; la confianza de todos en él, porque
sus palabras respondían a sus pensamientos y en sus actuaciones procedía sin
mala fe; el no sorprenderse ni arredrarse; en ningún caso precipitación o
lentitud, ni impotencia, ni abatimiento, ni risa a carcajadas, seguidas de
accesos de ira o de recelo. La beneficencia, el perdón y la sinceridad; el dar la
impresión de hombre recto e inflexible más bien que corregido; que nadie se
creyera menospreciado por él ni sospechara que se consideraba superior a él;
su amabilidad en...

16. De mi padre: la mansedumbre y la firmeza serena en las decisiones
profundamente examinadas. El no vanagloriarse con los honores aparentes; el
amor al trabajo y la perseverancia; el estar dispuesto a escuchar a los que
podían hacer una contribución útil a la comunidad. El distribuir sin
vacilaciones a cada uno según su mérito. La experiencia para distinguir
cuando es necesario un esfuerzo sin desmayo, y cuándo hay que relajarse. El
saber poner fin a las relaciones amorosas con los adolescentes. La
sociabilidad y el consentir a los amigos que no asistieran siempre a sus
comidas y que no le acompañaran necesariamente en sus desplazamientos;
antes bien, quienes le habían dejado momentáneamente por alguna necesidad
le encontraban siempre igual. El examen minucioso en las deliberaciones y la
tenacidad, sin eludir la indagación, satisfecho con las primeras impresiones.
El celo por conservar los amigos, sin mostrar nunca disgusto ni loco
apasionamiento. La autosuficiencia en todo y la serenidad. La previsión
desde lejos y la regulación previa de los detalles más insignificantes sin
escenas trágicas. La represión de las aclamaciones y de toda adulación
dirigida a su persona. El velar constantemente por las necesidades del
Imperio. La administración de los recursos públicos y la tolerancia ante la
crítica en cualquiera de estas materias; ningún temor supersticioso respecto a
los dioses ni disposición para captar el favor de los hombres mediante
agasajos o lisonjas al pueblo; por el contrario, sobriedad en todo y firmeza,
ausencia absoluta de gustos vulgares y de deseo innovador. El uso de los
bienes que contribuyen a una vida fácil y la Fortuna se los había deparado en
abundancia, sin orgullo y a la vez sin pretextos, de manera que los acogía con
naturalidad, cuando los tenía, pero no sentía necesidad de ellos, cuando le
faltaban. El hecho de que nadie hubiese podido tacharle de sofista, bufón o
pedante; por el contrario, era tenido por hombre maduro, completo,
inaccesible a la adulación, capaz de estar al frente de los asuntos propios y
ajenos. Además, el aprecio por quienes filosofan de verdad, sin ofender a los
demás ni dejarse tampoco embaucar por ellos; más todavía, su trato afable y
buen humor, pero no en exceso. El cuidado moderado del propio cuerpo, no
como quien ama la vida, ni con coquetería ni tampoco negligentemente, sino
de manera que, gracias a su cuidado personal, en contadísimas ocasiones tuvo
necesidad de asistencia médica, de fármacos o emplastos. Y especialmente,
su complacencia, exenta de envidia, en los que poseían alguna facultad, por
ejemplo, la facilidad de expresión, el conocimiento de la historia, de las leyes,
de las costumbres o de cualquier otra materia; su ahínco en ayudarles para
que cada uno consiguiera los honores acordes a su peculiar excelencia;
procediendo en todo según las tradiciones ancestrales, pero procurando no
hacer ostentación ni siquiera de esto: de velar por dichas tradiciones.
Además, no era propicio a desplazarse ni a agitarse fácilmente, sino que
gustaba de permanecer en los mismos lugares y ocupaciones. E
inmediatamente, después de los agudos dolores de cabeza, rejuvenecido y en
plenas facultades, se entregaba a las tareas habituales. El no tener muchos
secretos, sino muy pocos, excepcionalmente, y sólo sobre asuntos de Estado.
Su sagacidad y mesura en la celebración de fiestas, en la construcción de
obras públicas, en las asignaciones y en otras cosas semejantes, es propia de
una persona que mira exclusivamente lo que debe hacerse, sin tener en cuenta
la aprobación popular a las obras realizadas. Ni baños a destiempo, ni amor a
la construcción de casas, ni preocupación por las comidas, ni por las telas, ni
por el color de los vestidos, ni por el buen aspecto de sus servidores; el
vestido que llevaba procedía de su casa de campo en Lorio, y la mayoría de
sus enseres, de la que tenía en Lanuvio. ¡Cómo trató al recaudador de
impuestos en Túsculo que le hacía reclamaciones! Y todo su carácter era así;
no fue ni cruel, ni hosco, ni duro, de manera que jamás se habría podido decir
de él: «Ya suda», sino que todo lo había calculado con exactitud, como si le
sobrara tiempo, sin turbación, sin desorden, con firmeza, concertadamente. Y
encajaría bien en él lo que se recuerda de Sócrates: que era capaz de
abstenerse y disfrutar de aquellos bienes, cuya privación debilita a la mayor
parte, mientras que su disfrute les hace abandonarse a ellos. Su vigor físico y
su resistencia, y la sobriedad en ambos casos son propiedades de un hombre
que tiene un alma equilibrada e invencible, como mostró durante la
enfermedad que le llevó a la muerte.

17. De los dioses: el tener buenos abuelos, buenos progenitores, buena
hermana, buenos maestros, buenos amigos íntimos, parientes y amigos, casi
todos buenos; el no haberme dejado llevar fácilmente nunca a ofender a
ninguno de ellos, a pesar de tener una disposición natural idónea para poder
hacer algo semejante, si se hubiese presentado la ocasión. Es un favor divino
que no se presentara ninguna combinación de circunstancias que me pusiera a
prueba; el no haber sido educado largo tiempo junto a la concubina de mi
abuelo; el haber conservado la flor de mi juventud y el no haber demostrado
antes de tiempo mi virilidad, sino incluso haberlo demorado por algún
tiempo; el haber estado sometido a las órdenes de un gobernante, mi padre,
que debía arrancar de mí todo orgullo y llevarme a comprender que es posible
vivir en palacio sin tener necesidad de guardia personal, de vestidos
suntuosos, de candelabros, de estatuas y otras cosas semejantes y de un lujo
parecido; sino que es posible ceñirse a un régimen de vida muy próximo al de
un simple particular, y no por ello ser más desgraciado o más negligente en el
cumplimiento de los deberes que soberanamente nos exige la comunidad. El
haberme tocado en suerte un hermano capaz, por su carácter, de incitarme al
cuidado de mí mismo y que, a la vez, me alegraba por su respeto y afecto; el
no haber tenido hijos subnormales o deformes; el no haber progresado
demasiado en la retórica, en la poética y en las demás disciplinas, en las que
tal vez me habría detenido, si hubiese percibido que progresaba a buen ritmo.
El haberme anticipado a situar a mis educadores en el punto de dignidad que
estimaba deseaban, sin demorarlo, con la esperanza de que, puesto que eran
todavía jóvenes, lo pondría en práctica más tarde. El haber conocido a
Apolonio, Rústico, Máximo. El haberme representado claramente y en
muchas ocasiones qué es la vida acorde con la naturaleza, de manera que, en
la medida que depende de los dioses, de sus comunicaciones, de sus socorros
y de sus inspiraciones, nada impedía ya que viviera de acuerdo con la
naturaleza, y si continúo todavía lejos de este ideal, es culpa mía por no
observar las sugerencias de los dioses y a duras penas sus enseñanzas; la
resistencia de mi cuerpo durante largo tiempo en una vida de estas
características; el no haber tocado ni a Benedicta ni a Teódoto, e incluso, más
tarde, víctima de pasiones amorosas, haber curado; el no haberme excedido
nunca con Rústico, a pesar de las frecuentes disputas, de lo que me habría
arrepentido; el hecho de que mi madre, que debía morir joven, viviera, sin
embargo, conmigo sus últimos años; el hecho de que cuantas veces quise
socorrer a un pobre o necesitado de otra cosa, jamás oí decir que no tenía
dinero disponible; el no haber caído yo mismo en una necesidad semejante
como para reclamar ayuda ajena; el tener una esposa de tales cualidades: tan
obediente, tan cariñosa, tan sencilla; el haber conseguido fácilmente para mis
hijos educadores adecuados; el haber recibido, a través de sueños, remedios,
sobre todo para no escupir sangre y evitar los mareos, y lo de Gaeta, a modo
de oráculo; el no haber caído, cuando me aficioné a la filosofía, en manos de
un sofista ni haberme entretenido en el análisis de autores o de silogismos ni
ocuparme a fondo de los fenómenos celestes. Todo esto «requiere ayudas de
los dioses y de la Fortuna».



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