ODAS DE HORACIO-LIBRO I -LA NAVE QUE CONDUCÍA A VIRGILIO
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ODAS DE HORACIO-LIBRO I -LA NAVE QUE CONDUCÍA A VIRGILIO
III A LA NAVE QUE CONDUCÍA A VIRGILIO
Así la diosa reverenciada en Chipre, así los hermanos de Helena, astros luminosos, dirijan tu curso, y el padre de los vientos los sujete a todos menos al Iapiga, ¡oh bajel!, que nos debes a Virgilio confiado a tu custodia; ruégote le conduzcas sano a los confines de Ática y guardes esa preciosa mitad de mi alma.
Guarnecido debía llevar el pecho de roble y triple cota de bronce quien osó el primero lanzarse en frágil navío al piélago irritado, sin temer la lucha violenta del Ábrego con el frío Aquilón, las tristes Híadas, ni la rabia del Noto, árbitro el más poderoso del Adriático, ya quiera sublevar o calmar sus olas.
¿Qué muerte tan horrible infundirá miedo al que vio con ojos serenos los monstruos que nadan sobre el mar enfurecido, y los peñascos de Acroceraunia, famosos por tantos desastres?
En balde la providencia de un dios separó los continentes con la barrera infranqueable del Océano, si las impías naves atraviesan las sirtes que deben llenarlas de terror.
Audaz el linaje humano se precipita en todos los crímenes y conculca todas las leyes. El hijo audaz de Jápeto, con sacrílego fraude, entregó a los mortales el fuego; y así que lo hubo arrebatado de las regiones etéreas, la escuálida palidez, con las fiebres antes desconocidas, se esparcieron por la tierra, y la muerte inevitable, que antes caminaba tardía, aceleró sus pasos. Dédalo se arrojó a volar por los aires con alas no concedidas al hombre, y el infatigable Hércules descendió al Averno: ninguna temeridad detiene el arrojo de los mortales. En nuestra demencia pretendemos escalar los cielos, y con nuestros crímenes impedimos que Júpiter deponga sus rayos iracundos.
Así la diosa reverenciada en Chipre, así los hermanos de Helena, astros luminosos, dirijan tu curso, y el padre de los vientos los sujete a todos menos al Iapiga, ¡oh bajel!, que nos debes a Virgilio confiado a tu custodia; ruégote le conduzcas sano a los confines de Ática y guardes esa preciosa mitad de mi alma.
Guarnecido debía llevar el pecho de roble y triple cota de bronce quien osó el primero lanzarse en frágil navío al piélago irritado, sin temer la lucha violenta del Ábrego con el frío Aquilón, las tristes Híadas, ni la rabia del Noto, árbitro el más poderoso del Adriático, ya quiera sublevar o calmar sus olas.
¿Qué muerte tan horrible infundirá miedo al que vio con ojos serenos los monstruos que nadan sobre el mar enfurecido, y los peñascos de Acroceraunia, famosos por tantos desastres?
En balde la providencia de un dios separó los continentes con la barrera infranqueable del Océano, si las impías naves atraviesan las sirtes que deben llenarlas de terror.
Audaz el linaje humano se precipita en todos los crímenes y conculca todas las leyes. El hijo audaz de Jápeto, con sacrílego fraude, entregó a los mortales el fuego; y así que lo hubo arrebatado de las regiones etéreas, la escuálida palidez, con las fiebres antes desconocidas, se esparcieron por la tierra, y la muerte inevitable, que antes caminaba tardía, aceleró sus pasos. Dédalo se arrojó a volar por los aires con alas no concedidas al hombre, y el infatigable Hércules descendió al Averno: ninguna temeridad detiene el arrojo de los mortales. En nuestra demencia pretendemos escalar los cielos, y con nuestros crímenes impedimos que Júpiter deponga sus rayos iracundos.
Roana Varela- Moderadora
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