EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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EL AVARO DE MOLIÈRE- ACTO QUINTO

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Mensaje por Marcela Noemí Silva Vie Ago 16, 2013 3:40 am

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ESCENA PRIMERA

HARPAGÓN, el COMISARIO y su ESCRIBIENTE

COMISARIO. Dejadme hacer; conozco mi oficio, a Dios gracias. No es hoy la primera vez que intervengo para descubrir robos, y quisiera yo tener tantos sacos de mil francos como personas he mandado ahorcar.

HARPAGÓN. Todos los magistrados están interesados en llevar este asunto; y si no me hacen recuperar mi dinero, pediré justicia de la Justicia.

COMISARIO. Hay que efectuar todas las indagaciones requeridas. ¿Decíais que había en esa arquilla...?

HARPAGÓN. Diez mil escudos bien contados.

COMISARIO. ¡Diez mil escudos!

HARPAGÓN. Diez mil escudos.

COMISARIO. ¡El robo es importante!

HARPAGÓN. No existe suplicio bastante grande para la enormidad de ese crimen, y si queda impune, las cosas más sagradas no estarán ya seguras.

COMISARIO. ¿Y en qué monedas estaba esa suma?

HARPAGÓN. En buenos luises de oro y en pistolas de peso corrido.

COMISARIO. ¿Quién sospecháis que pueda ser el autor de este robo?

HARPAGÓN. Todo el mundo; y quiero que encarceléis a la ciudad y los arrabales.

COMISARIO. Es necesario, creedme, no asustar a nadie y procurar atrapar con cautela algunas pruebas, a fin de proceder luego con todo rigor a la recuperación de las monedas que os han sido robadas.



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Mensaje por Marcela Noemí Silva Vie Ago 16, 2013 3:41 am



ESCENA II

HARPAGÓN, el COMISARIO, su ESCRIBIENTE y MAESE SANTIAGO

MAESE SANTIAGO. (Al fondo de la escena, volviéndose hacia el lado por donde ha salido.) Ahora vuelvo. Que lo degüellen en seguida, que le tuesten los pies, que lo pongan en agua hirviendo y que lo cuelguen del techo.

HARPAGÓN. (A Maese Santiago.) ¿A quién? ¿Al que me ha robado?

MAESE SANTIAGO. Hablo de un lechoncillo que acaba de enviarme vuestro intendente y que voy a aderezar a mi manera.

HARPAGÓN. No se trata de eso, y aquí está el señor con quien hay que hablar de otra cosa.

COMISARIO. (A Maese Santiago.) No os asustéis. No soy hombre que os difame, y las cosas marcharán sin tropiezos.

MAESE SANTIAGO. ¿El señor está invitado a cenar?

COMISARIO. Es preciso, mi querido amigo, no ocultar nada a vuestro amo.

MAESE SANTIAGO. A fe mía, señor, mostraré todo cuanto sé hacer y os trataré lo mejor que sea posible.

HARPAGÓN. No se trata de eso.

MAESE SANTIAGO. Si no os obsequio como quisiera, es culpa del señor intendente, que me ha recortado las alas con las tijeras de su economía.

HARPAGÓN. ¡Traidor! No se trata ahora de la cena, y quiero que me des noticias del dinero que me han quitado.

MAESE SANTIAGO. ¿Os han quitado dinero?

HARPAGÓN. Sí, truhán; y voy a hacer que te ahorquen si no me lo devuelves.

COMISARIO. (A Harpagón.) ¡Dios mío! No le maltratéis. Veo por su cara que es un hombre honrado, y que, sin necesidad de meterlo en la cárcel, os descubrirá lo que queréis saber. Sí, amigo mío; si nos confesáis la cosa, no se os hará ningún daño y seréis recompensado como es debido por vuestro amo. Le han quitado hoy su dinero, y tenéis que saber alguna noticia de ese asunto.

MAESE SANTIAGO. (Bajo, aparte.) He aquí justamente lo que necesito para vengarme de nuestro intendente. Desde que ha entrado aquí es el favorito; sólo se escuchan sus consejos, y tengo también contra él el agravio de los palos recientes.

HARPAGÓN. ¿Qué estás rumiando?

COMISARIO. (A Harpagón.) Dejadme hacer. Se dispone a complaceros, y ya os he dicho que era un hombre honrado.

MAESE SANTIAGO. Señor, si queréis que os diga las cosas, creo que es vuestro querido intendente quien ha dado el golpe.

HARPAGÓN. ¿Valerio?

MAESE SANTIAGO. Sí.

HARPAGÓN. ¡Él que me parecía tan fiel!

MAESE SANTIAGO. Sí; él mismo. Creo que ha sido quien os ha robado.

HARPAGÓN. ¿Y por qué lo crees?

MAESE SANTIAGO. ¿Por qué?

HARPAGÓN. Sí...

MAESE SANTIAGO Lo creo... porque lo creo.

COMISARIO. Mas es preciso decir los indicios que tenéis.

HARPAGÓN. ¿Le has visto merodear alrededor del sitio donde había yo puesto mi dinero?

MAESE SANTIAGO. Sí, en verdad. ¿Dónde estaba vuestro dinero?

HARPAGÓN. En el jardín.

MAESE SANTIAGO. Justamente; le he visto merodear por el jardín. ¿Y dónde estaba guardado ese dinero?

HARPAGÓN. En una arquilla.

MAESE SANTIAGO. Ahí está el asunto. Le he visto con una arquilla.

HARPAGÓN. ¿Y cómo era esa arquilla? Veré si es la mía.

MAESE SANTIAGO. ¿Cómo es?

HARPAGÓN. Sí.

MAESE SANTIAGO. Es... es como una arquilla.

COMISARIO. Por supuesto. Mas describidla un poco para que veamos...

MAESE SANTIAGO. Es una arquilla grande.

HARPAGÓN. La que me han robado es pequeña.

MAESE SANTIAGO. ¡Ah, sí! Es pequeña si se quiere tomarlo por ahí; mas yo la llamo grande por lo que contiene.

COMISARIO. ¿Y de qué color es?

MAESE SANTIAGO. ¿De qué color?

COMISARIO. Sí.

MAESE SANTIAGO. Es de color...; eso es, de cierto color... ¿No podríais ayudarme a hablar?

HARPAGÓN. ¡Pchs!

MAESE SANTIAGO. ¿No es roja?

HARPAGÓN. No; gris.

MAESE SANTIAGO. ¡Ah, sí! Roja-gris, eso es lo que quería decir.

HARPAGÓN. No hay duda alguna; es ella evidentemente. Escribid, señor, escribid su declaración. ¡Cielos! ¿De quién fiarse en lo sucesivo? No hay que decir nunca de esta agua no beberé; creo, después de esto, que acabaré por robarme a mí mismo.

MAESE SANTIAGO. (A Harpagón.) Señor, aquí vuelve. No vayáis a decirle, por lo menos, que soy yo quien os ha descubierto eso.


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Mensaje por Marcela Noemí Silva Vie Ago 16, 2013 3:42 am



ESCENA III

HARPAGÓN, el COMISARIO, su ESCRIBIENTE, VALERIO y MAESE SANTIAGO

HARPAGÓN. Acércate; ven a confesar la más negra acción, el atentado más horrible que se haya cometido nunca.

VALERIO. ¿Qué queréis, señor?

HARPAGÓN. ¡Cómo, traidor! ¿No te avergüenzas de tu crimen?

VALERIO. ¿De qué crimen queréis hablar?

HARPAGÓN. ¿De qué crimen quiero hablar, infame? ¡Como si no supieras lo que quiero decir! Es inútil que pretendas encubrirlo; está descubierto el asunto y acaban de contármelo todo. ¡Cómo! ¡Abusar así de mi bondad, introducirte deliberadamente en mi casa para traicionarme y hacerme una jugarreta de esta naturaleza!

VALERIO. Señor, puesto que os han descubierto todo, no quiero emplear rodeos ni negaros la acción.

MAESE SANTIAGO. (Aparte.) ¡Oh, oh! ¿Habré yo adivinado sin saberlo?

VALERIO. Era propósito mío hablaros de ello, y quería esperar para hacerlo a unas circunstancias favorables; mas puesto que es así, os ruego que no os enojéis y que accedáis a escuchar mis razones.

HARPAGÓN. ¿Y qué lindas razones puedes darme, infame ladrón?

VALERIO. ¡Ah, señor! No merezco esos nombres. Cierto es que he cometido una ofensa contra vos; mas, después de todo, mi culpa es perdonable.

HARPAGÓN. ¡Cómo...! ¿Perdonable! ¿Una traición, un asesinato de este género...?

VALERIO. Por favor, no os encolericéis. Cuando me hayáis oído, veréis que el daño no es tan grande como creéis.

HARPAGÓN. ¡Que no es tan grande el daño como creo! ¡Cómo! ¡Mi sangre, mis entrañas, bergante!

VALERIO. Vuestra sangre, señor, no ha caído en malas manos. Soy de una clase que no la perjudicará, y no hay nada, en todo esto, que no pueda yo reparar.

HARPAGÓN. Esa es mi intención, y que me restituyas lo que me has quitado.

VALERIO. Vuestra honra, señor, quedará plenamente satisfecha.

HARPAGÓN. No se trata aquí de la honra. Mas dime: ¿quién te ha impulsado a esa acción?

VALERIO. ¡Ay! ¿Me lo preguntáis?

HARPAGÓN. Sí; te lo pregunto, en efecto.

VALERIO. Un dios que lleva en sí la disculpa de todo cuanto obliga a hacer: el Amor.

HARPAGÓN. ¿El amor?

VALERIO. Sí.

HARPAGÓN. ¡Bonito amor, bonito amor, a fe mía! ¡El amor a mis luises de oro!

VALERIO. No, señor; no son vuestras riquezas las que me han tentado; no es eso lo que me ha deslumbrado, y os aseguro que no aspiro, en modo alguno, a vuestros bienes, con tal que me dejéis el que poseo.

HARPAGÓN. ¡No lo haré, por todos los diablos! No te lo dejaré. ¡Mas ved su insolencia queriendo quedarse con lo que me ha robado!

VALERIO. ¿Y llamáis a eso robo?

HARPAGÓN. ¿Que si lo llamo robo? ¡Un tesoro como éste!

VALERIO. Es un tesoro, verdaderamente, y el más preciado que poseéis, sin duda; mas no lo perderéis dejándomelo. Os pido de rodillas ese tesoro lleno de encantos, y si queréis obrar bien, habréis de concedérmelo.

HARPAGÓN. No haré tal. ¿Qué quiere esto decir?

VALERIO. Nos hemos prometido fidelidad mutua y hemos jurado no separarnos.

HARPAGÓN. ¡Admirable juramento y divertida promesa!

VALERIO. Sí; nos hemos comprometido a ser el uno del otro para siempre.

HARPAGÓN. Os lo impediré; estad seguro.

VALERIO. Solamente la muerte puede separarnos.

HARPAGÓN. ¡Eso es estar maniático por mi dinero!

VALERIO. Ya os he dicho, señor, que no era el interés lo que me había empujado a hacer lo que he hecho. Mi corazón no ha obrado por los móviles que imagináis, y un motivo más noble me ha inspirado esta resolución.

HARPAGÓN. ¡Ya veréis cómo resulta que quiere quedarse con mi caudal por caridad cristiana! Mas yo tomare mis medidas, y la Justicia, descarado bergante, va a ampararme en todo.

VALERIO. Empleadla como queráis; estoy dispuesto a sufrir cuantas violencias os plazcan; mas os ruego que creáis, al menos, que si existe perjuicio, sólo debe acusárseme a mí, y que vuestra hija no tiene culpa en todo ello.

HARPAGÓN. Así lo creo, realmente; sería muy extraño que mi hija hubiera estado complicada en este crimen. Mas quiero recuperar mi fortuna y que me confieses adónde la has llevado.

VALERIO. ¿Yo? No la he llevado a ningún sitio; sigue en vuestra casa.

HARPAGÓN. (Aparte.) ¡Oh, mi querida arquilla! (Alto.) ¿No ha salido de mi casa?

VALERIO. No, señor.

HARPAGÓN. ¡Eh! Dime entonces: ¿no la has tocado?

VALERIO. ¡Tocarla yo! ¡Ah!, la ofendéis, e igualmente a mí. Y la pasión que por ella siento es muy pura y muy respetuosa.

HARPAGÓN. (Aparte.) ¡Que siente pasión por mi arquilla!

VALERIO. Preferiría morir antes que dedicarle un pensamiento ofensivo: es ella demasiado digna y no menos honesta para eso.

HARPAGÓN. (Aparte.) ¡Que mi arquilla es demasiado honesta!

VALERIO. Todos mis deseos se han reducido a gozar de su contemplación, y nada que sea criminal ha profanado la pasión que sus bellos ojos me han inspirado.

HARPAGÓN. ¡Los bellos ojos de mi arquilla! Habla de ella como un enamorado de su amada.

VALERIO. Doña Claudia, señor, sabe la verdad de esta aventura, y ella puede atestiguar...

HARPAGÓN. ¡Cómo! ¿Mi sirvienta es cómplice del negocio?

VALERIO. Sí, señor; ha sido testigo de nuestro compromiso, y sólo después de conocer la honestidad de mi pasión me ha ayudado a convencer a vuestra hija de que me entregase su palabra y de que aceptara la mía.

HARPAGÓN. (Aparte.) ¡Eh! ¿Es que el miedo a la Justicia le hace desvariar? (A Valerio.) ¿Por qué mezclar a mi hija en esto?

VALERIO. Digo, señor, que me ha costado grandísimo trabajo hacer que consintiera su pudor en lo que mi amor deseaba.

HARPAGÓN. El pudor, ¿de quién?

VALERIO. De vuestra hija, y tan sólo desde ayer ha querido dedicarse a que firmásemos una promesa de casamiento.

HARPAGÓN. ¿Mi hija te ha firmado una promesa de casamiento?

VALERIO. Sí, señor, y yo, por mi parte, le he firmado otra.

HARPAGÓN. ¡Oh, cielos, otra gran desdicha!

MAESE SANTIAGO. (Al Comisario.) Escribid, señor, escribid.

HARPAGÓN. ¡Agravación del mal! ¡Acrecimiento de la desesperación! (Al Comisario.) Vamos, señor; desempeñad el deber de vuestro cargo e instruidle una querella por ladrón y por seductor.

MAESE SANTIAGO. Por ladrón y por seductor...

VALERIO. Esos son nombres que no me corresponden, y cuando sepan quién soy...



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Mensaje por Marcela Noemí Silva Vie Ago 16, 2013 3:43 am




ESCENA IV

HARPAGÓN, ELISA, MARIANA, VALERIO, FROSINA, MAESE SANTIAGO, el COMISARIO y su ESCRIBIENTE

HARPAGÓN. ¡Ah, hija malvada! ¡Hija indigna de un padre como yo! ¿Así es como pones en práctica las lecciones que te he dado? ¿Te enamoras de un infame ladrón y te comprometes con él sin mi consentimiento? Mas vais a quedar chasqueados el uno y el otro. (A Elisa.) Cuatro buenos muros me responderán de tu conducta. (A Valerio.) Y una buena horca domeñará tu osadía.

VALERIO. No será vuestra pasión la que juzgue el asunto, y, cuando menos, me escucharán antes de condenarme.

HARPAGÓN. Me he engañado al decir una horca: te descuartizarán vivo.

ELISA. (De rodillas ante Harpagón.) ¡Ah, padre mío! Mostrad unos sentimientos más humanos, os lo ruego, y no llevéis las cosas a las últimos extremos de la potestad paterna. No os dejéis arrastrar por los primeros arrebatos de vuestra pasión y emplead algún tiempo en reflexionar sobre lo que queréis hacer. Tomaos el trabajo de ver mejor al que consideráis ofensor vuestro. Es totalmente distinto de lo que se figuran vuestros ojos, y os parecerá menos extraño que me haya prometido a él cuando sepáis que sin él no me tendríais ya hace mucho tiempo. Sí, padre mío; él es quien me salvó de aquel gran peligro que, como sabéis, corrí en el agua, y a quien debéis la vida de esta hija, cuyo...

HARPAGÓN. Todo eso no es nada, y valía más para mí que te hubiera dejado ahogar que hacer lo que ha hecho.

ELISA. Padre mío, os suplico, por el amor paterno, que me...

HARPAGÓN. No, no; no quiero oír nada, y es preciso que la Justicia cumpla su deber.

MAESE SANTIAGO. (Aparte.) ¡Me pagarás mis palos!

FROSINA. (Aparte.) ¡Vaya un extraño enredo!



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Mensaje por Marcela Noemí Silva Vie Ago 16, 2013 3:44 am



ESCENA V

ANSELMO, HARPAGÓN, ELISA, MARIANA, FROSINA, VALERIO, el COMISARIO, su ESCRIBIENTE y MAESE SANTIAGO

ANSELMO. ¿Qué pasa, señor Harpagón? Os veo todo emocionado.

HARPAGÓN. ¡Ah, señor Anselmo! Soy el más desventurado de los hombres, ¡y he aquí un trastorno y un desorden grande para el contrato que venía a formalizar! Me asesinan en mi fortuna y en mi honor, y aquí tenéis un traidor, un malvado, que, violando los sagrados derechos, se ha introducido en mi casa bajo el título de criado para robarme mi dinero y seducir a mi hija.

VALERIO. ¡Quién piensa en vuestro dinero, con el que me estáis haciendo un embrollo!

HARPAGÓN. Sí; se han dado uno a otro promesa de casamiento. Esta afrenta os concierne, señor Anselmo, y sois vos quien debéis alzaros contra él y utilizar todas las persecuciones de la Justicia para vengaros de su insolencia.

ANSELMO. No es mi deseo hacer que se case conmigo a la fuerza. No solicitar nada de un corazón que se ha entregado ya; mas, en cuanto a vuestros intereses, estoy dispuesto a defenderlos como si fueran míos.

HARPAGÓN. Aquí tenéis al señor, que es un honrado comisario y que no olvidará nada, según me ha dicho, en las funciones de su cargo. (Al Comisario, señalando a Valerio.) Encartadle como es debido, señor, y haced que los hechos tengan la mayor criminalidad.

VALERIO. No veo qué crimen pueden imputarme por la pasión que siento hacia vuestra hija, ni tampoco comprendo a qué suplicio creéis que puedo ser condenado por nuestro compromiso cuando se sepa quién soy...

HARPAGÓN. Me río de todos vuestros cuentos, y el mundo está hoy lleno de estos ladrones de nobleza, de estos impostores que sacan provecho de su oscuridad y se revisten insolentemente con el primer nombre ilustre que se les ocurre adoptar.

VALERIO. Sabed que poseo un corazón demasiado digno para adornarme con algo que no sea mío, y que todo Nápoles puede dar fe de mi alcurnia.

ANSELMO. ¡Poco a poco! Tened cuidado con lo que vais a decir. Arriesgáis aquí más de lo que pensáis, y estáis hablando delante de un hombre que conoce a todo Nápoles, y a quien le será fácil discernir con claridad en la historia que contáis.

VALERIO. (Cubriéndose altivamente.) Soy hombre que no tiene nada que temer, y si conocéis a Nápoles, sabréis quién era don Tomás de Alburci.

ANSELMO. Sin duda que lo sé, y pocas personas le han conocido mejor que yo.

HARPAGÓN. Me tienen sin cuidado don Tomás o don Martín. (Harpagón ve que están encendidas dos velas y apaga una.)

ANSELMO. Por favor, dejadle hablar; veremos lo que quiere decir.

VALERIO. Quiero decir que él fue quien me dio la vida.

ANSELMO. ¡Él!

VALERIO. Sí.

ANSELMO. Vamos, bromeáis. Buscad otro cuento que pueda resultaros mejor y no pretendáis salvaros con esa impostura.

VALERIO. Cuidad vuestras palabras. No es ninguna impostura, y no anticipo nada que no me sea fácil justificar.

ANSELMO. ¿Cómo? ¡Os atrevéis a llamaros hijo de don Tomás de Alburci?

VALERIO. Sí; me atrevo a ello, y estoy dispuesto a sostener esta verdad ante quien sea.

ANSELMO. ¡Maravillosa osadía! Sabed, para confusión vuestra, que hace dieciséis años, cuando menos, el hombre de quien nos habláis pereció en el mar con sus hijos y su esposa al querer salvar sus vidas de las persecuciones que acompañaron las revueltas de Nápoles y que hicieron expatriarse a varias nobles familias.

VALERIO. Sí; mas sabed, para confundiros, a mi vez, que su hijo, de siete años de edad, fue salvado, en unión de un criado, de ese naufragio, por un navío español, y que este hijo salvado es el que os habla. Sabed también que el capitán de ese navío, conmovido ante mi suerte, me consagró su amistad, me hizo educar como su propio hijo, y que las armas fueron mi ocupación en cuanto estuve en aptitud de ello; que he sabido hace poco que mi padre no había muerto, como yo creí siempre; que, al pasar por aquí para ir en su busca, una aventura, concertada por el Cielo, me hizo ver a la encantadora Elisa; que este encuentro me hizo esclavo de sus bellezas y que la violencia de mi amor y las severidades de su padre me hicieron tomar la resolución de introducirme en su casa y de enviar a otro en busca de mi padre.

ANSELMO. Mas ¿qué nuevas pruebas aparte de vuestras palabras, pueden garantizarnos de que no sea ésta acaso una fábula que hayáis edificado sobre una verdad?

VALERIO. El capitán español; un sello de rubíes, que era de mi padre; un brazalete de ágata, que mi madre me había puesto en el brazo, y el viejo Pedro, ese criado que se salvó conmigo del naufragio.

MARIANA. ¡Ah! Puedo responder aquí de vuestras palabras, yo, a quien no engañáis, y todo cuanto decís me hace saber claramente que sois mi hermano.

VALERIO. ¡Vos mi hermana!

MARIANA. Sí. Mi corazón se ha conmovido no bien abristeis la boca, y nuestra madre, a quien vais a cautivar, me habló mil veces de los infortunios de nuestra familia. El Cielo no nos hizo perecer tampoco en ese triste naufragio; mas nos salvó la vida y nos privó de libertad: fueron unos corsarios los que nos recogieron a mi madre y a mí sobre unos restos de nuestro navío. Después de diez años de esclavitud, una suerte venturosa nos devolvió nuestra libertad y regresamos a Nápoles, donde encontramos todos nuestros bienes vendidos, sin que pudiéramos saber allí noticias de nuestro padre. Nos trasladamos a Génova, adonde mi madre fue a recoger los míseros residuos de una herencia que había sido anulada, y desde allí, huyendo de la bárbara injusticia de sus parientes, vino ella a estos lugares, en donde ha vivido tan sólo una vida casi mísera.

ANSELMO. ¡Oh, Cielos! ¡Qué rasgos los de tu poder y cuán claramente haces ver que sólo a ti te pertenece el don de hacer milagros! Abrazadme, hijos míos, y unid vuestros transportes a los de vuestro padre.

VALERIO. ¿Sois nuestro padre?

MARIANA. ¿Sois vos al que mi madre ha llorado tanto?

ANSELMO. Sí, hija mía; sí, hijo mío; soy don Tomás de Alburci, a quien el Cielo preservó de las ondas con todo el dinero que llevaba, y que, creyéndoos muertos a todos, durante dieciséis años, se disponía ahora, después de largos viajes, a buscar en el himeneo con una dulce y discreta persona el consuelo de una nueva familia. La escasa seguridad que para mi vida he podido apreciar si volvía a Nápoles me ha hecho renunciar a ello para siempre, y habiendo sabido encontrar medios de hacer que se vendiera allí lo que poseía, me he acostumbrado a vivir aquí, donde, bajo el nombre de Anselmo, he querido alejar de mí las penas de ese otro nombre, que tantos sinsabores me ocasionó.

HARPAGÓN. (A Anselmo.) ¿Éste es vuestro hijo?

ANSELMO. Sí.

HARPAGÓN. Os emplazo entonces a que me paguéis diez mil escudos que me ha robado.

ANSELMO. ¿Que os ha robado él?

HARPAGÓN. Él en persona.

VALERIO. ¿Quién os ha dicho eso?

HARPAGÓN. Maese Santiago.

VALERIO. (A Maese Santiago.) ¿Lo has dicho tú?

MAESE SANTIAGO. Como veis, yo no digo nada.

HARPAGÓN. Sí. Aquí está el señor comisario, que le ha tomado declaración escrita.

VALERIO. ¿Podéis creerme capaz de tan cobarde acción?

HARPAGÓN. Capaz o no, yo quiero recuperar mi dinero.



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Mensaje por Marcela Noemí Silva Vie Ago 16, 2013 3:46 am




ESCENA VI

HARPAGÓN, ANSELMO, ELISA, MARIANA, CLEANTO, VALERIO, FROSINA, el COMISARIO, su ESCRIBIENTE, MAESE SANTIAGO y FLECHA

CLEANTO. No os atormentéis padre mío, ni acuséis a nadie. He conseguido noticias de vuestro asunto, y vengo a deciros que si queréis decidiros a dejarme casar con Mariana, vuestro dinero os será devuelto.

HARPAGÓN. ¿Dónde está?

CLEANTO. No os aflijáis. Está en un sitio del que respondo, y todo depende de mí. A vos toca decirme lo que decidís, y podéis escoger entre darme a Mariana o perder vuestra arquilla.

HARPAGÓN. ¿No han quitado nada de ella?

CLEANTO. Nada en absoluto. Ved si es vuestra intención suscribir este casamiento y unir vuestro consentimiento al de su madre, que la deja en libertad de hacer su elección entre nosotras dos.

MARIANA. (A Cleanto.) Mas no sabéis que no basta con ese consentimiento, y que el Cielo (señalando a Valerio), con el hermano que aquí veis, acaba de devolverme un padre (señalando a Anselmo), a quien debéis pedirme.

ANSELMO. El Cielo, hijos míos, no ha vuelto a traerme entre vosotros para que contraríe vuestros anhelos. Señor Harpagón, claramente comprendéis que la elección de una joven recaerá en el hijo antes que en el padre; vamos, no hagáis que os diga lo que no es necesario que escuchéis, y consentid, como yo, en este doble himeneo.

HARPAGÓN. Para buscar consejo tengo que ver mi arquilla.

CLEANTO. La veréis sana e íntegra.

HARPAGÓN. No tengo dinero que dar en matrimonio a mis hijos.

ANSELMO. Pues bien, yo lo tengo para los dos; no os preocupéis por esto.

HARPAGÓN. ¿Os comprometéis a correr con todos los gastos de estos dos casamientos?

ANSELMO. Sí, me comprometo a ello. ¿Estáis satisfecho?

HARPAGÓN. Sí, con tal que me encarguéis un traje para las bodas.

ANSELMO. De acuerdo. Vamos a gozar de la dicha que este día feliz nos depara.

COMISARIO. ¡Hola, señores, hola! Poco a poco, si os place. ¿Quién me abonará mis escritos?

HARPAGÓN. De nada nos sirven vuestros escritos.

COMISARIO. ¡Sí! Mas yo no tengo la intención de haberlos hecho gratuitamente.

HARPAGÓN. (Señalando a Maese Santiago.) Como pago, os entrego a este hombre para que le mandéis ahorcar.

MAESE SANTIAGO. ¡Ah! ¿Cómo hay que proceder entonces? ¡Me apalean por decir la verdad y quieren colgarme por mentir!

ANSELMO. ¡Señor Harpagón, hay que perdonarle esa impostura!

HARPAGÓN. ¿Pagaréis, entonces, al comisario?

ANSELMO. Sea. Vamos pronto a participar nuestra alegría a vuestra madre.

HARPAGÓN. Y yo, a ver mi arquilla querida.



FIN DEL ACTO QUINTO

FIN DE LA OBRA


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EL AVARO DE MOLIÈRE- ACTO QUINTO Empty Re: EL AVARO DE MOLIÈRE- ACTO QUINTO

Mensaje por Admin Dom Ago 24, 2014 9:10 pm

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Mensaje por Armando Lopez Miér Oct 06, 2021 5:13 am

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