Égloga II-Parte 1.11-Garcilaso de la Vega
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Égloga II-Parte 1.11-Garcilaso de la Vega
SALICIO
En procurar cualquiera beneficio
a la vida y salud d’un tal amigo,
haremos el debido y justo oficio.
NEMOROSO
Escucha, pues, un poco lo que digo;
contaréte una ’straña y nueva cosa
de que yo fui la parte y el testigo.
En la ribera verde y deleitosa
del sacro Tormes, dulce y claro río,
hay una vega grande y espaciosa,
verde en el medio del invierno frío,
en el otoño verde y primavera,
verde en la fuerza del ardiente estío.
Levántase al fin della una ladera,
con proporción graciosa en el altura,
que sojuzga la vega y la ribera;
allí está sobrepuesta la espesura
de las hermosas torres, levantadas
al cielo con estraña hermosura,
no tanto por la fábrica estimadas,
aunque ’straña labor allí se vea,
cuanto por sus señores ensalzadas.
Allí se halla lo que se desea:
virtud, linaje, haber y todo cuanto
bien de natura o de fortuna sea.
Un hombre mora allí de ingenio tanto
que toda la ribera adonde él vino
nunca se harta d’escuchar su canto.
Nacido fue en el campo placentino,
que con estrago y destrución romana
en el antiguo tiempo fue sanguino,
y en éste con la propia la inhumana
furia infernal, por otro nombre guerra,
le tiñe, le rüina y le profana;
él, viendo aquesto, abandonó su tierra,
por ser más del reposo compañero
que de la patria, que el furor atierra.
Llevóle a aquella parte el buen agüero
d’aquella tierra d’Alba tan nombrada,
que éste’s el nombre della, y d’él Severo.
A aquéste Febo no le´scondió nada,
antes de piedras, hierbas y animales
diz que le fue noticia entera dada.
Éste, cuando le place, a los caudales
ríos el curso presuroso enfrena
con fuerza de palabras y señales;
la negra tempestad en muy serena
y clara luz convierte, y aquel día,
si quiere revolvelle, el mundo atruena;
la luna d’allá arriba bajaría
si al son de las palabras no impidiese
el son del carro que la mueve y guía.
Temo que si decirte presumiese
de su saber la fuerza con loores,
que en lugar d’alaballe l’ofendiese.
Mas no te callaré que los amores
con un tan eficaz remedio cura
cual se conviene a tristes amadores;
en un punto remueve la tristura,
convierte’n odio aquel amor insano,
y restituye’l alma a su natura.
No te sabré dicir, Salicio hermano,
la orden de mi cura y la manera,
mas sé que me partí d’él libre y sano.
Acuérdaseme bien que en la ribera
de Tormes le hallé solo, cantando
tan dulce que una piedra enterneciera.
Como cerca me vido, adevinando
la causa y la razón de mi venida,
suspenso un rato ’stuvo así callando,
y luego con voz clara y espedida
soltó la rienda al verso numeroso
en alabanzas de la libre vida.
Yo estaba embebecido y vergonzoso,
atento al son y viéndome del todo
fuera de libertad y de reposo.
No sé decir sino que’n fin de modo
aplicó a mi dolor la medicina
qu’el mal desarraigó de todo en todo.
Quedé yo entonces como quien camina
de noche por caminos enriscados,
sin ver dónde la senda o paso inclina;
mas, venida la luz y contemplados,
del peligro pasado nace un miedo
que deja los cabellos erizados:
así estaba mirando, atento y quedo,
aquel peligro yo que atrás dejaba,
que nunca sin temor pensallo puedo.
Tras esto luego se me presentaba,
sin antojos delante, la vileza
de lo que antes ardiendo deseaba.
Así curó mi mal, con tal destreza,
el sabio viejo, como t’he contado,
que volvió el alma a su naturaleza
y soltó el corazón aherrojado.
Autor:Garcilaso de la Vega
En procurar cualquiera beneficio
a la vida y salud d’un tal amigo,
haremos el debido y justo oficio.
NEMOROSO
Escucha, pues, un poco lo que digo;
contaréte una ’straña y nueva cosa
de que yo fui la parte y el testigo.
En la ribera verde y deleitosa
del sacro Tormes, dulce y claro río,
hay una vega grande y espaciosa,
verde en el medio del invierno frío,
en el otoño verde y primavera,
verde en la fuerza del ardiente estío.
Levántase al fin della una ladera,
con proporción graciosa en el altura,
que sojuzga la vega y la ribera;
allí está sobrepuesta la espesura
de las hermosas torres, levantadas
al cielo con estraña hermosura,
no tanto por la fábrica estimadas,
aunque ’straña labor allí se vea,
cuanto por sus señores ensalzadas.
Allí se halla lo que se desea:
virtud, linaje, haber y todo cuanto
bien de natura o de fortuna sea.
Un hombre mora allí de ingenio tanto
que toda la ribera adonde él vino
nunca se harta d’escuchar su canto.
Nacido fue en el campo placentino,
que con estrago y destrución romana
en el antiguo tiempo fue sanguino,
y en éste con la propia la inhumana
furia infernal, por otro nombre guerra,
le tiñe, le rüina y le profana;
él, viendo aquesto, abandonó su tierra,
por ser más del reposo compañero
que de la patria, que el furor atierra.
Llevóle a aquella parte el buen agüero
d’aquella tierra d’Alba tan nombrada,
que éste’s el nombre della, y d’él Severo.
A aquéste Febo no le´scondió nada,
antes de piedras, hierbas y animales
diz que le fue noticia entera dada.
Éste, cuando le place, a los caudales
ríos el curso presuroso enfrena
con fuerza de palabras y señales;
la negra tempestad en muy serena
y clara luz convierte, y aquel día,
si quiere revolvelle, el mundo atruena;
la luna d’allá arriba bajaría
si al son de las palabras no impidiese
el son del carro que la mueve y guía.
Temo que si decirte presumiese
de su saber la fuerza con loores,
que en lugar d’alaballe l’ofendiese.
Mas no te callaré que los amores
con un tan eficaz remedio cura
cual se conviene a tristes amadores;
en un punto remueve la tristura,
convierte’n odio aquel amor insano,
y restituye’l alma a su natura.
No te sabré dicir, Salicio hermano,
la orden de mi cura y la manera,
mas sé que me partí d’él libre y sano.
Acuérdaseme bien que en la ribera
de Tormes le hallé solo, cantando
tan dulce que una piedra enterneciera.
Como cerca me vido, adevinando
la causa y la razón de mi venida,
suspenso un rato ’stuvo así callando,
y luego con voz clara y espedida
soltó la rienda al verso numeroso
en alabanzas de la libre vida.
Yo estaba embebecido y vergonzoso,
atento al son y viéndome del todo
fuera de libertad y de reposo.
No sé decir sino que’n fin de modo
aplicó a mi dolor la medicina
qu’el mal desarraigó de todo en todo.
Quedé yo entonces como quien camina
de noche por caminos enriscados,
sin ver dónde la senda o paso inclina;
mas, venida la luz y contemplados,
del peligro pasado nace un miedo
que deja los cabellos erizados:
así estaba mirando, atento y quedo,
aquel peligro yo que atrás dejaba,
que nunca sin temor pensallo puedo.
Tras esto luego se me presentaba,
sin antojos delante, la vileza
de lo que antes ardiendo deseaba.
Así curó mi mal, con tal destreza,
el sabio viejo, como t’he contado,
que volvió el alma a su naturaleza
y soltó el corazón aherrojado.
Autor:Garcilaso de la Vega
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