EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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Meditaciones de Marco Aurelio-LIBRO X

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Mensaje por Marcela Noemí Silva Miér Abr 03, 2024 4:18 am






Meditaciones de Marco Aurelio

LIBRO X




1. ¿Serás algún día, alma mía, buena, sencilla, única, desnuda, más
patente que el cuerpo que te circunda? ¿Probarás algún día la disposición que
te incita a amar y querer? ¿Serás algún día colmada, te hallarás sin
necesidades, sin echar nada de menos, sin ambicionar nada, ni animado ni
inanimado, para disfrute de tus placeres, sin desear siquiera un plazo de
tiempo en el transcurso del cual prolongues tu diversión, ni tampoco un lugar,
una región, un aire más apacible, ni una buena armonía entre los hombres?
¿Te conformarás con tu presente disposición, estarás satisfecha con todas tus
circunstancias presentes, te convencerás a ti misma de que todo te va bien y
te sobreviene enviado por los dioses, y asimismo, de que te será favorable
todo cuanto a ellos les es grato y cuanto tienen intención de conceder para
salvaguardar al ser perfecto, bueno, justo y bello, que todo lo genera, que
contiene, circunda y abarca todo lo que, una vez disuelto, generará otras
cosas semejantes? ¿Serás tú algún día tal, que puedas convivir como
ciudadano, con los dioses y con los hombres, hasta el extremo de no hacerles
ninguna censura ni ser condenado por ellos?


2. Observa atentamente qué reclama tu naturaleza, en la convicción de
que sólo ella te gobierna; a continuación, ponlo en práctica y acéptalo, si es
que no va en detrimento de tu naturaleza, en tanto que ser vivo.
Seguidamente, debes observar qué reclama tu naturaleza, en tanto que ser
vivo, y de todo eso debes apropiarte, a no ser que vaya en detrimento de tu
naturaleza, en tanto que ser racional. Y lo racional es como consecuencia
inmediata sociable. Sírvete, pues, de esas reglas y no te preocupes de más.


3. Todo lo que acontece, o bien acontece de tal modo que estás capacitado
por naturaleza para soportarlo, o bien te halla sin dotes naturales para
soportarlo. Si, pues, te acontece algo que por naturaleza puedes soportar, no
te molestes; al contrario, ya que tienes dotes naturales, sopórtalo. Pero si te
acontece algo que no puedes por naturaleza soportar, tampoco te molestes,
pues antes te consumirá. Sin embargo, ten presente que tienes dotes naturales
para soportar todo aquello acerca de lo cual depende de tu opinión hacerlo
soportable y tolerable, en la idea de que es interesante para ti y te conviene
obrar así.


4. Si tiene un desliz, instrúyele benévolamente e indícale su negligencia.
Mas si eres incapaz, recrimínate a ti mismo, o ni siquiera a ti mismo.
S. Cualquier cosa que te acontezca, desde la eternidad estaba
preestablecida para ti, y la concatenación de causas ha entrelazado desde
siempre tu subsistencia con este acontecimiento.


6. Existan átomos o naturaleza, admítase de entrada que soy parte del
conjunto universal que gobierna la naturaleza; luego, que tengo cierto
parentesco con las partes que son de mi mismo género. Porque, teniendo esto
presente, en tanto que soy parte, no me contrariaré con nada de lo que me es
asignado por el conjunto universal. Porque éste nada tiene que no convenga a
sí mismo, dado que todas las naturalezas tienen esto en común y, sin
embargo, la naturaleza del mundo se ha arrogado el privilegio de no ser
obligada por ninguna causa externa a generar nada que a sí misma
perjudique. Precisamente, teniendo esto presente, a saber, que soy parte de un
conjunto universal de tales características, acogeré gustoso todo suceso. Y en
la medida en que tengo cierto parentesco con las partes de mi misma
condición, nada contrario a la comunidad ejecutaré, sino que más bien mi
objetivo tenderá hacia mis semejantes, y hacia lo que es provechoso a la
comunidad encaminaré todos mis esfuerzos, absteniéndome de lo contrario.
Y si así se cumplen estas premisas, forzosamente mi vida tendrá un curso
feliz, del mismo modo que también tú concebirías próspera la vida de un
ciudadano que transcurriese entre actividades útiles a los ciudadanos y que
aceptase gustosamente el cometido que la ciudad le asignase.


7. Es absolutamente necesario que se destruyan las partes del conjunto
universal, cuantas, por naturaleza, incluye el mundo. Pero entiéndase esto en
el sentido de «alterarse». Y si por naturaleza fuera un mal esta necesidad para
aquellas partes, no discurriría bien el conjunto universal, dado que sus partes
tenderían a alterarse y estarían dispuestas de diversas maneras a ser
destruidas. Porque, ¿acaso la naturaleza por sí misma, trató de dañar a sus
propias partes, dejándolas expuestas a caer en el mal e inclinadas
necesariamente a hacer el mal, o bien le han surgido así sin darse cuenta? Ni
una ni otra cosa merecen crédito. Pero si alguien que partiera precisamente de
la naturaleza, explicara estas cosas a tenor de su constitución natural, sería
ridículo que manifestara que las partes del conjunto universal han nacido a la
vez para transformarse y, al mismo tiempo, se sorprendiera como de un
accidente contrario a la naturaleza, o bien se irritara de ello, sobre todo,
cuando la disolución se produce con vistas a la liberación de los elementos
constitutivos de cada ser. Pues o bien se trata de una dispersión de elementos,
a partir de los cuales fue compuesto, o bien es una vuelta de lo que es sólido
en tierra, de lo que es hálito vital en aire, de modo que estos elementos
puedan ser reasumidos en la razón del conjunto universal, tanto si
periódicamente se da la conflagración en él, como si se renueva con cambios
sempiternos. Y no te imagines los elementos sólidos y volátiles como
existentes desde una primera generación, porque todos estos alcanzaron el
flujo ayer o anteayer gracias a los alimentos y a la respiración del aire. En
consecuencia, se transforma aquello que se adquirió, no lo que la madre dio a
luz. Suponte también que aquello te vincula en exceso a tu individualidad; en
absoluto, pienso, se contradice con lo que acabo de decir.


8. Después de asignarte estos nombres: bueno, reservado, veraz, prudente,
condescendiente, magnánimo, procura no cambiar nunca de nombre, y, si
perdieras dichos nombres, emprende su búsqueda a toda prisa. Y ten presente
que el término «prudente» pretendía significar en ti la atención para captar
cabalmente cada cosa y la ausencia de negligencia; el término
«condescendiente», la voluntaria aceptación de lo que asigna la naturaleza
común; «magnánimo», la supremacía de la parte pensante sobre las
convulsiones suaves o violentas de la carne, sobre la vanagloria, la muerte y
todas las cosas de esta índole. Por tanto, caso de que te mantengas en la
posesión de estos nombres, sin anhelar ser llamado con ellos por otros, serás
diferente y entrarás en una vida nueva. Porque el continuar siendo todavía tal
cual has sido hasta ahora, y en una vida como ésta, ser desgarrado y
mancillado, es demasiado propio de un ser insensato, apegado a la vida y
semejante a los gladiadores semidevorados que, cubiertos de heridas y de
sangre mezclada con polvo, a pesar de eso, reclaman ser conservados para el
día siguiente, a fin de ser arrojados en el mismo estado a las mismas garras y
mordeduras. Embárcate, pues, en la obtención de estos pocos nombres. Y si
consigues permanecer en ellos, quédate allí, como transportado a unas islas
de los bienaventurados. Pero si te das cuenta de que fracasas y no impones tu
autoridad, vete con confianza a algún rincón, donde consigas dominar, o bien,
abandona definitivamente la vida, no con despecho, sino con sencillez, libre y
modestamente, habiendo hecho, al menos, esta única cosa en la vida: salir de
ella así. Sin embargo, para recordar estos nombres, gran colaboración te
proporcionará el recuerdo de los dioses, y también que a ellos no les gusta ser
adulados, sino que todos los seres racionales se les asemejen; que la higuera
haga lo propio de la higuera, el perro lo propio del perro, la abeja lo propio de
la abeja y el hombre lo propio del hombre.


9. La farsa, la guerra, el temor, la estupidez, la esclavitud, irán borrando,
día a día, aquellos principios sagrados que tú, hombre estudioso de la
naturaleza, te imaginas y acatas. Preciso es que todo lo mires y hagas de tal
modo, que simultáneamente cumplas lo que es dificultoso y a la vez pongas
en práctica lo teórico; y conserves el orgullo, procedente del conocimiento de
cada cosa, disimulado, pero no secreto. Porque, ¿cuándo gozarás de la
simplicidad?, ¿cuándo de la gravedad?, ¿cuándo del conocimiento de cada
cosa?, ¿y qué es en esencia, qué puesto ocupa en el mundo y cuánto tiempo
está dispuesto por la naturaleza que subsista, y qué elementos la componen?,
¿a quiénes puede pertenecer?, ¿quiénes pueden otorgarla y quitarla?


10. Una pequeña araña se enorgullece de haber cazado una mosca; otro,
un lebrato; otro, una sardina en la red; otro, cochinillos; otro, osos; y el otro,
Sármatas. ¿No son todos ellos unos bandidos, si examinas atentamente sus
principios?


11. Adquiere un método para contemplar cómo todas las cosas se
transforman, unas en otras, y sin cesar aplícate y ejercítate en este punto
particular, porque nada es tan apto para infundir magnanimidad. Se ha
despojado de su cuerpo y después de concluir que cuanto antes deberá
abandonar todas estas cosas y alejarse de los hombres, se entrega enteramente
a la justicia en las actividades que dependen de él, y a la naturaleza del
conjunto universal en los demás sucesos. Qué se dirá de él, o qué se
imaginará, o qué se hará contra él, no se le ocurre pensarlo, conformándose
con estas dos cosas: hacer con rectitud lo que actualmente le ocupa y amar la
parte que ahora se le asigna, renunciando a toda actividad y afán. Y no quiere
otra cosa que no sea cumplir con rectitud según la ley y seguir a Dios que
marcha por el recto camino.


12. ¿Qué necesidad de recelos, cuando te es posible examinar qué debes
hacer, y, caso de que lo veas en su conjunto, camina por esta senda
benévolamente y sin volver la mirada atrás? Mas, en caso contrario, detente y
recurre a los mejores consejeros; y en el caso de que otras diversas trabas
obstaculicen la misión a la que te encaminas, sigue adelante según los
recursos a tu alcance, teniendo muy presente en tus cálculos lo que te parece
justo. Porque lo mejor es alcanzar este objetivo, dado que apartarse de él es
ciertamente fracaso. Tranquilo a la vez que resuelto, alegre a la par que
consistente, es el hombre que en todo sigue la razón.


13. Tan pronto como despiertes de tu sueño, pregúntate: «¿Te importará
que otro te reproche acciones justas y buenas?». No te importará. ¿Tienes
olvidado cómo esos que alardean con alabanzas y censuras a otros se
comportan en la cama y en la mesa, qué cosas hacen, qué evitan, qué
persiguen, qué roban, qué arrebatan, no con sus manos y pies, sino con la
parte más valiosa de su ser, de la que nacen, siempre que se quiera,
confianza, pudor, verdad, ley y una buena divinidad?


14. A la naturaleza que todo lo da y lo recobra, dice el hombre educado y
respetuoso: «Dame lo que quieras, recobra lo que quieras». Y esto lo dice, no
envalentonado, sino únicamente por sumisión y benevolencia con ella.


15. Poco es lo que te queda. Vive como en un monte, pues nada importa
el allí o aquí, caso de que por todas partes viva uno en el mundo como en su
ciudad. Vean, estudien los hombres a un hombre que vive de verdad en
consonancia con la naturaleza. Si no te soportan, que te maten. Porque mejor
es morir que vivir así.


16. No sigas discutiendo ya acerca de qué tipo de cualidades debe reunir
el hombre bueno, sino trata de serlo.


17. Imagínate sin cesar la eternidad en su conjunto y la sustancia, y que
todas las cosas en particular son, respecto a la sustancia, como un grano de
higo, y, respecto al tiempo, como un giro de trépano.


18. Detente en cada una de las cosas que existen, y concíbela ya en estado
de disolución y transformación, y cómo evoluciona a la putrefacción o
dispersión, o bien piensa que cada cosa ha nacido para morir.


19. ¡Cómo son cuando comen, duermen, copulan, evacuan, y en lo demás!
Luego, ¡cómo son cuando se muestran altivos y orgullosos, o cuando se
enfadan y, basándose en su superioridad, humillan!. Poco ha eran esclavos de
cuántos y por qué cosas. Y dentro de poco se encontrarán en circunstancias
parecidas.


20. Conviene a cada uno lo que le aporta la naturaleza del conjunto
universal, y conviene precisamente en el momento en que aquélla lo aporta.


21. La tierra desea la lluvia; la desea también el venerable aire. También
el mundo desea hacer lo que debe acontecer. Digo, pues, al mundo: Mis
deseos son los tuyos. ¿No lo dice aquella frase proverbial: «eso desea llegar a
ser»?


22. O bien vives aquí, a lo que ya estás acostumbrado, o te alejas, que es
lo que querías, o mueres, y has cumplido tu misión. Fuera de eso, nada más
existe. Por consiguiente, ten buen ánimo

.
23. Sea claro para ti que eso es como la preciada campiña; y cómo todo lo
de aquí es igual a lo que está en el campo o en el monte o en la costa o donde
quieras. Pues te tropezarás con las palabras de Platón: «Rodeado de un cerco
en el monte, dice, y ordeñando un rebaño balador».


24. ¿Qué significa para mí mi guía interior?, ¿y qué hago de él ahora, y
para qué lo utilizo actualmente? ¿Por ventura está vacío de inteligencia,
desvinculado, y arrancado de la comunidad, fundido y mezclado con la carne,
hasta el punto de poder modificarse con ésta?


25. El que rehúye a su señor es un desertor. La ley es nuestro señor, y el
que la transgrede es un desertor. Y a la vez, también quien se aflige, irrita o
teme, no quiere que haya sucedido, suceda o vaya a sucederle una cosa de las
que han sido ordenadas por el que gobierna todas las cosas, que es la ley que
distribuye todo cuanto atañe a cada uno. Por tanto, el que teme, se aflige o
irrita es un desertor.


26. Depositó el semen en la matriz y se retiró; a partir de este momento
otra causa intervino elaborando y perfeccionando el feto. Es tal cual
corresponde a su procedencia. A su vez, se hace discurrir el alimento a través
de la garganta y, a continuación, otra causa interviene y produce la sensación,
el instinto y, en suma, la vida, el vigor físico y todas las demás facultades.
Así, pues, contempla estos sucesos que se producen en tal secreto y observa
su poder, de la misma manera que nosotros vemos el poder que inclina los
cuerpos hacia abajo y los hace subir, no con los ojos, pero no por eso con
menor claridad.


27. Reflexiona sin cesar en cómo todas las cosas, tal como ahora se
producen, también antes se produjeron. Piensa también que seguirán
produciéndose en el futuro. Y ponte ante los ojos todos los dramas y escenas
semejantes que has conocido por propia experiencia o por narraciones
históricas más antiguas, como, por ejemplo, toda la corte de Adriano, toda la
corte de Antonino, toda la corte de Filipo, de Alejandro, de Creso. Todos
aquellos espectáculos tenían las mismas características, sólo que con otros
actores.


28. Imagínate que todo aquel que se aflige por cualquier cosa, o que de
mal talante la acoge, se asemeja a un cochinillo al sacrificarle, que cocea y
gruñe. Igual procede también el hombre que se lamenta, a solas y en silencio,
de nuestras ataduras sobre un pequeño lecho. Piensa también que tan sólo al
ser racional se le ha concedido la facultad de acomodarse de buen grado a los
acontecimientos, y acomodarse, a secas, es necesario a todos.


29. Detente particularmente en cada una de las acciones que haces y
pregúntate si la muerte es terrible porque te priva de eso.


30. Siempre que tropieces con un fallo de otro, al punto cambia de lugar y
piensa qué falta semejante tú cometes; por ejemplo, al considerar que el
dinero es un bien, o el placer, o la fama, o bien otras cosas de este estilo.
Porque si te aplicas a esto, rápidamente olvidarás el enojo, al caer en la
cuenta de que se ve forzado. Pues, ¿qué va a hacer? O bien, si puedes,
libérale de la violencia.


31. Al ver a Satirón, Eutiques o Himen, imagínate a un socrático; y al ver
a Eufrates, imagínate a Eutiquión o Silvano; al ver a Alcifrón, imagínate a
Tropeóforo; y al ver a Jenofonte, imagínate a Critón o Severo; vuelve
también los ojos sobre ti mismo e imagínate a uno de los Césares; y sobre
cada uno de ellos imagina paralelamente. A continuación, sobrevenga a tu
pensamiento la siguiente consideración: ¿Dónde, pues, están aquéllos? En
ninguna parte o en cualquier lugar. Pues de esta manera contemplarás
constantemente que las cosas humanas son humo y nada, sobre todo si
recuerdas que lo que se transforma una sola vez ya no volverá en el tiempo
infinito. ¿A qué, pues, te esfuerzas? ¿Por qué no te basta traspasar este breve
período de tiempo decorosamente? ¡Qué materia y qué tema rehúyes! Porque,
¿qué otra cosa es todo sino ejercicios de la razón que ha visto exactamente y
según la ciencia de la naturaleza las vicisitudes de la vida? Persiste, pues,
hasta que te hayas familiarizado también con estas consideraciones, al igual
que el estómago fuerte asimila todos los alimentos, como el fuego brillante
reduce a llama y resplandor cualquier cosa que le eches.


32. A nadie le sea posible decir de ti con verdad que no eres hombre
sencillo y bueno. Por el contrario, mienta todo el que imagine algo semejante
de ti. Y todo esto de ti depende. Pues, ¿quién te impide ser sencillo y bueno?
Tú toma sólo la decisión de no seguir viviendo, si no logras ser un hombre
así, pues la razón no te coacciona a vivir, si no reúnes estas cualidades.


33. ¿ Qué es lo que puede hacerse o decirse sobre esta materia de la
manera más sana? Porque, sea lo que fuere, es posible hacerlo o decirlo, y no
pretextes que te ponen impedimentos. No cesarás de gemir hasta que hayas
experimentado que, al igual que la molicie corresponde a los que se entregan
a los placeres, a ti te incumbe hacer lo que es propio de la condición humana
sobre la materia sugerida y que se te presente. Porque es preciso considerar
como disfrute todo lo que te es posible ejecutar de acuerdo con tu particular
naturaleza; y en todas partes te es posible. En efecto, no se permite al cilindro
desarrollar por todas partes su movimiento particular, tampoco se le permite
al agua, ni al fuego, ni a los demás objetos que son rígidos por una naturaleza
o alma carente de razón. Porque son muchas las trabas que los retienen y
contienen. Sin embargo, la inteligencia y la razón pueden traspasar todo
obstáculo de conformidad con sus dotes naturales y sus deseos. Ponte delante
de los ojos esta facilidad, según la cual la razón cruzará todos los obstáculos,
al igual que el fuego sube, la piedra baja, el cilindro se desliza por una
pendiente, y ya nada más indagues. Porque los demás obstáculos, o bien
pertenecen al cuerpo, al cadáver, o, sin una opinión y concesión de la misma
razón, ni hieren ni hacen daño alguno, con que ciertamente el que lo sufriera,
se haría al punto malo. Por consiguiente, en todas las demás constituciones,
cualquier mal que acontezca a alguna de ellas, deteriora al que lo sufre. En
este caso, si hay que decirlo, el hombre mejora y se hace más merecedor de
elogio, si utiliza correctamente las adversidades. En suma, ten presente que lo
que no perjudica a la ciudad, tampoco perjudica en absoluto a su ciudadano
natural, al igual que lo que no perjudica a la ley, tampoco perjudica a la
ciudad. Ahora bien, de estos llamados infortunios ninguno perjudica a la ley.
Consecuentemente, lo que no perjudica a la ley, tampoco al ciudadano ni a la
ciudad.


34. Bástanle a la persona mordida por los verdaderos principios la mínima
palabra y la más coloquial para sugerirle ausencia de aflicción y de temor.
Por ejemplo: «Desparrama por el suelo el viento las hojas, así también la
generación de los hombres» Pequeñas hojas son también tus hijitos, hojitas
asimismo estos pequeños seres que te aclaman sinceramente y te exaltan, o
bien por el contrario te maldicen, o en secreto te censuran y se burlan de ti, y
hojitas igualmente los que recibirán tu fama póstuma. Porque todo esto
«resurge en la estación primaveral». Luego, el viento las derriba; a
continuación, otra maleza brota en sustitución de ésta. Común a todas las
cosas es la fugacidad. Pero tú todo lo rehúyes y persigues como si fuera a ser
eterno. Dentro de poco también tú cerrarás los ojos, y otro entonces llorará al
que a ti te dio sepultura.


35. Es preciso que el ojo sano vea todo lo visible y no diga: «quiero que
eso sea verde». Porque esto es propio de un hombre aquejado de oftalmía. Y
el oído y el olfato sanos deben estar dispuestos a percibir todo sonido y todo
olor. Y el estómago sano debe comportarse igual respecto a todos los
alimentos, como la muela con respecto a todas las cosas que le han sido
dispuestas para moler. Por consiguiente, también la inteligencia sana debe
estar dispuesta a afrontar todo lo que le sobrevenga. Y la que dice: «Sálvense
mis hijos» y «alaben todos lo que haga» es un ojo que busca lo verde, o
dientes que reclaman lo tierno.


36. Nadie es tan afortunado que, en el momento de su muerte, no le
acompañen ciertas personas que acojan con gusto el funesto desenlace. Era
diligente y sabio. En último término habrá alguno que diga para sí: «Al fin
vamos a respirar, libres de este preceptor». «Ciertamente, con ninguno de
nosotros era severo, pero me daba cuenta de que, tácitamente, nos
condenaba». Esto, en efecto, se dirá respecto al hombre diligente. Por lo que
a nosotros se refiere, ¡cuántas y cuán diferentes razones existen por las cuales
muchos desean verse libres de nosotros! Esta reflexión te harás al morir, y te
irás de este mundo con ánimo bastante más plácido si te haces esas
consideraciones: «Me alejo de una vida tal, que en el curso de ella mis
propios colaboradores, por los que tanto luché, supliqué, sufrí desvelos, ellos
mismos quieren retirarme, confiados en la posibilidad de obtener cierta
comodidad con mi partida». ¿Por qué, pues, resistirse a una estancia más
prolongada aquí? Mas no por eso te vayas con ánimo peor dispuesto con
ellos; antes bien, conserva tu carácter propio, amistoso, benévolo, favorable,
y no, al revés, como si fueras arrancado, sino que, del mismo modo que en
una buena muerte el alma se desprende fácilmente del cuerpo, así también
debe producirse tu alejamiento de éstos. Porque con éstos la naturaleza te
ensambló y te mezcló íntimamente. «Pero ahora te separa». Me separo como
de mis íntimos sin ofrecer resistencia, sin violencia. Porque también esto es
uno de los hechos conformes a la naturaleza.


37. En toda acción hecha por cualquiera, acostúmbrate, en la medida de
tus posibilidades, a preguntarte: «¿Con qué fin promueve ése esta acción?».
Empieza por ti mismo y a ti mismo en primer término examínate.


38. Ten presente que lo que te mueve como un títere es cierta fuerza
oculta en tu interior; esta fuerza es la elocuencia, es la vida, es, si hay que
decirlo, el hombre. Nunca la imagines confundida con el recipiente que la
contiene ni con los miembros modelados en tomo suyo. Porque son
semejantes a los pequeños aparejos, y únicamente diferentes, en tanto que son
connaturales. Porque ninguna utilidad se deriva de estas partes sin la causa
que los mueve y da vigor superior a la que tiene la lanzadera para la tejedora,
la pluma para el escriba y el latiguillo para el conductor.




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