¡MADRE!

¡MADRE!


¡Madre...!
Te nombro y se rompen mis límites,
me abres el infinito con tus brazos
inefables de
hierba y cielo...
Se borra la encrucijada del tiempo,
tu mano es destino, acaricia y eleva
mi voz, mi huella
y mi lamento.

¡Madre...!
Te siento y las margaritas me llaman,
se visten de rocío y entonan tu ternura,
despiertan tu flor
en mi entraña.
Y me nace el grito desgarrado y hondo,
que evoca tu presencia y enciende
tus ojos en los pétalos
del alba.

¡Madre...!
Te encuentro y extiendes una alfombra
de soles en tu jardín sempiterno,
me esperas y
prendes mi llama.
Mis pies en el suelo y mi mente en vuelo
tocan tu armonía y tu estela, mientras
el universo resuena
en mi alma.


M. Jesús Muñoz