EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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El gordo y el flaco

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Mensaje por Pablo Martin Vie Jun 24, 2022 11:40 pm

El gordo y el flaco

En una estación de ferrocarril de la línea Nikoláiev se encontraron dos amigos:
uno, gordo; el otro, flaco.
El gordo, que acababa de comer en la estación, tenía los labios untados de
mantequilla y le lucían como guindas maduras. Olía a Jere y a Fleure d'orange.
El flaco acababa de bajar del tren e iba cargado de maletas, bultos y cajitas de
cartón. Olía a jamón y a posos de café. Tras él asomaba una mujer delgaducha,
de mentón alargado -su esposa-, y un colegial espigado que guiñaba un ojo -su
hijo.
-¡Porfiri! -exclamó el gordo, al ver al flaco-. ¿Eres tú? ¡Mi querido amigo!
¡Cuánto tiempo sin verte!
-¡Madre mía! -soltó el flaco, asombrado-. ¡Misha! ¡Mi amigo de la infancia! ¿De
dónde sales?
Los amigos se besaron tres veces y se quedaron mirándose el uno al otro con los
ojos llenos de lágrimas. Los dos estaban agradablemente asombrados.
-¡Amigo mío! -comenzó a decir el flaco después de haberse besado-. ¡Esto no me
lo esperaba! ¡Vaya sorpresa! ¡A ver, deja que te mire bien! ¡Siempre tan buen
mozo! ¡Siempre tan perfumado y elegante! ¡Ah, Señor! ¿Y qué ha sido de ti?
¿Eres rico? ¿Casado? Yo ya estoy casado, como ves... Ésta es mi mujer, Luisa,
nacida Vanzenbach... luterana... Y éste es mi hijo, Nafanail, alumno de la tercera
clase. ¡Nafania, este amigo mío es amigo de la infancia! ¡Estudiamos juntos en el
gimnasio!
Nafanail reflexionó un poco y se quitó el gorro.
-¡Estudiamos juntos en el gimnasio! -prosiguió el flaco-. ¿Recuerdas el apodo
que te pusieron? Te llamaban Eróstrato porque pegaste fuego a un libro de la
escuela con un pitillo; a mí me llamaban Efial, porque me gustaba hacer de
espía... Ja, ja... ¡Qué niños éramos! ¡No temas, Nafania! Acércate más ... Y ésta
es mi mujer, nacida Vanzenbach... luterana.
Nafanail lo pensó un poco y se escondió tras la espalda de su padre.
-Bueno, bueno. ¿Y qué tal vives, amigazo? -preguntó el gordo mirando
entusiasmado a su amigo-. Estarás metido en algún ministerio, ¿no? ¿En cuál?
¿Ya has hecho carrera?
-¡Soy funcionario, querido amigo! Soy asesor colegiado hace ya más de un año y
tengo la cruz de San Estanislao. El sueldo es pequeño... pero ¡allá penas! Mi
mujer da lecciones de música, yo fabrico por mi cuenta pitilleras de madera...
¡Son unas pitilleras estupendas! Las vendo a rublo la pieza. Si alquien me toma
diez o más, le hago un descuento, ¿comprendes? Bien que mal, vamos tirando.


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Mensaje por Pablo Martin Vie Jun 24, 2022 11:42 pm

He servido en un ministerio, ¿sabes?, y ahora he sido trasladado aquí como jefe
de oficina por el mismo departamento... Ahora prestaré mis servicios aquí. Y tú
¿qué tal? A lo mejor ya eres consejero de Estado, ¿no?
-No, querido, sube un poco más alto -contestó el gordo-. He llegado ya a
consejero privado... Tanto dos estrellas.
Súbitamente el flaco se puso pálido, se quedó de una pieza; pero en seguida
torció el rostro en todas direcciones con la más amplia de las sonrisas; parecía
que de sus ojos y de su cara saltaban chispas. Se contrajo, se encorvó, se
empequeñeció... Maletas, bultos y paquetes se le empequeñecieron, se le
arrugaron... El largo mentón de la esposa se hizo aún más largo; Nafanail se
estiró y se abrochó todos los botones de la guerrera...
-Yo, Excelencia... ¡Estoy muy contento, Excelencia! ¡Un amigo, por así decirlo,
de la infancia, y de pronto convertido en tan alto dignatario!¡Ji, ji!
-¡Basta, hombre! -repuso el gordo, arrugando la frente-. ¿A qué viene este tono?
Tú y yo somos amigos de la infancia. ¿A qué viene este tono? Tú y yo somos
amigos de la infancia, ¿a qué me vienes ahora con zarandajos y ceremonias?
-¡Por favor!... ¡Cómo quiere usted...! -replicó el flaco, encogiéndose todavía más,
con risa de conejo-. La benevolente atención de Su Excelencia, mi hijo
Nafanail... mi esposa Luisa, luterana, en cierto modo...
El gordo quiso replicar, pero en el rostro del flaco era tanta la expresión de
deferencia, de dulzura y de respetuosa acidez, que el consejero privado sintió
náuseas. Se apartó un poco del flaco y le tendió la mano para despedirse.
El flaco estrechó tres dedos, inclinó todo el espinazo y se rió como un chino: "¡Ji,
ji, ji!" La esposa se sonrió.
Nafanail dio un taconazo y dejó caer la gorra. Los tres estaban agradablemente
estupefactos.



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