UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
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UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
NOCHE DE INFIERNO
Antaño, si lo recuerdo bien, mi vida era un festín donde se abrían todos los corazones, donde todos los vinos corrían.
Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. —Y la encontré amarga. —Y la injurié. Me armé contra la justicia. Hu. ¡Oh hechiceras, oh miseria, oh collera, a vosotras os he confiado mi tesoro! Logré desvanecer de mi espíritu toda esperanza humana. Sobre toda alegría para estrangularla di el salto sordo de la bestia feroz.
Llamé a los verdugos para morder, mientras agonizaba, la culata de sus fusiles. Llamé a las plagas, para ahogarme con la arena, la sangre. La desdicha fue mi dios. Me revolqué en el fango.
Me sequé con el aire del crimen. Y le di buenos chascos a la locura. Y la primavera me trajo la horrenda risa del idiota. Ahora bien, hallándome hace muy poco a punto de lanzar el último ¡cuac! soñé recuperar la llave del antiguo festín, en donde tal vez recobraría el apetito. Esta llave es la claridad. —Tal inspiración prueba que he soñado!
“Seguirás hiena, etc.....”, exclama el demonio que me coronó con tan amables adormideras. “Gana la muerte con todos tus apetitos, y tu egoísmo y todos los pe cados capitales”. ¡Ah! Estoy harto de eso: —Pero, querido Satán, os conjuro, ¡una mirada menos iracunda! y a la espera de algunas pequeñas vilezas repagadas, para quienes aprecian en el escritor la ausencia de facultades descriptivas o instructivas, desprendo estas pequeñas aborrecibles hojas de mi carnet de condenado.
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
Heredo de mis antepasados galos los ojos azul–blancos, el juicio estrecho, y la torpeza en la lucha. Considero mi vestimenta tan bárbara como la suya. Pero no engraso mis cabellos. Los galos fueron los desolladores de bestias, los incendiarios de hierbas más ineptos de su tiempo. De ellos, heredo: la idolatría y el amor al sacrilegio; —¡oh! todos los vicios, cólera, lujuria—, magnífica, la lujuria; —y sobre todo mentira y pereza.
Me horrorizan todos los oficios. Patronos y obreros, todos plebe, innobles. La mano que maneja la pluma vale tanto como la que conduce el arado. —¡Qué siglo de manos!— Yo nunca tendré mano.
Además, la domesticidad lleva demasiado lejos. Me exaspera la honradez; de la mendicidad. Los criminales repugnan como los castrados: en cuanto a mí, estoy intacto, y me da lo mismo. ¡Pero! ¿Quién hizo mi lengua tan pérfida como para que guiara y protegiera hasta ahora mi pereza? Sin servirme de mi cuerpo ni siquiera para vivir, y más ocioso que el sapo, estuve en todas partes. No existe una familia de Europa que no conozca.
—Hablo de familias como la mía, que lo deben todo a la declaración de los Derechos del Hombre. —¡He conocido cada hijo de familia! ¡Si poseyera antecedentes en algún to de la historia de Francia! Pero no, nada. Es indudable que siempre fui raza inferior. No comprendo la rebeldía. Mi raza sólo se sublevó para saquear: como los lobos al animal que no mataron.
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
Mi recuerdo no va más allá de esta tierra y del cristianismo. Jamás terminaré de reverme en ese pasado. Pero siempre solo; sin familia; ¿qué lenguaje hablaría? Nunca me veo en los consejos de Cristo; ni en los consejos de los Señores, —representantes de Cristo. Quienquiera que yo fuese en el siglo pasado, sólo vuelvo a encontrarme hoy. Nada de vagabundos, nada de guerras vagas. La raza inferior lo cubrió todo —el pueblo, como se dice, la razón; la nación y la ciencia.
¡Oh! ¡la ciencia! Todo se ha retomado. Para el cuerpo y el alma, —el viático—, contamos con la medicina y la filosofía, —los remedios de buenas mujeres y las canciones populares arregladas.
¡Y los entretenimientos de los príncipes y los jueces que ellos prohibían! ¡Geografía, cosmografía, mecánica, química!... La ciencia, ¡la nueva nobleza! El progreso. ¡El mundo marcha! ¿Por qué no habría de girar?
Es la visión de los números. Vamos hacia el Espíritu. Lo que digo es muy cierto, es oráculo. Comprendo, e incapaz de explicarme sin palabras paganas, quisiera enmudecer.
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
Heme aquí en la playa armoricana. Que las ciudades se iluminen en la noche. He cumplido mi jornada; abandono a Europa. El aire marino quemará mis pulmones; me curtirán los climas perdidos. Nadar, pisotear hierba, cazar, sobre todo fumar; beber licores fuertes como metal hirviente, —a semejanza de aquellos queridos antepasados alrededor del fuego.
Regresaré, con miembros de hierro, la piel ensombrecida, la mirada furiosa: por mi máscara, se supondrá que pertenezco a una raza fuerte. Tendré oro: seré ocioso y brutal. Las mujeres cuidan a esos feroces lisiados reflujo de las tierras cálidas. intervendré en política. Salvado. Ahora estoy maldito, tengo horror a la patria. Lo mejor, sería dormir, completamente ebrio, sobre la playa.
No se parte. —Retomemos los caminos de aquí, cargado con mi vicio, el vicio que echó sus raíces de sufrimiento en mi flanco, desde la edad de la razón— que sube al cielo, me azota, me derriba, me arrastra. La última inocencia y la última timidez;. Lo dicho. No llevar al mundo mis repugnancias y mis traiciones.
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
—¡Ah! me encuentro tan abandonado que ofrezco a cualquier divina imagen mis impulsos hacia la perfección. ¡Oh mi abnegación, oh mi caridad maravillosa! ¡aquí en la tierra, sin embargo! De profundis Domine, ¡si seré estúpido!
Cuando aún era muy niño, admiraba al presidiario intratable tras el cual se cierran siempre las puertas de la cárcel; visitaba los albergues y las posadas que él había santificado con su presencia; veía con su idea el cielo azul y el florido trabajo del campo; husmeaba su fatalidad en las ciudades.
El era más fuerte que un santo, más sensato que un viajero —y él, ¡sólo él! como único testigo de su gloria y de su razón. En las rutas, durante las noches de invierno, sin techo, sin ropas, sin pan, una voz oprimía mi corazón helado: “Debilidad o fuerza. No sabes a dónde vas ni por qué vas, entra en todas partes, responde a todo. Como si fueras un cadáver ya no te podrán matar.
” A la mañana tenía una mirada tan extraviada y un aspecto tan muerto que aquellos que encontré quizá no me hayan visto. En las ciudades el fango se me aparecía súbitamente rojo y negro, como un espejo cuando la lámpara circula en la habitación contigua, ¡cual un tesoro en el bosque! Buena suerte, exclamaba, y veía un mar de llamas y humo en el cielo; y, a izquierda, a derecha, todas las riquezas flameando como un millar de relámpagos. Pero la orgía y la camaradería de las mujeres me estaban prohibidas.
Ni siquiera un compañero. Me veía ante una multitud exasperada, ante el pelotón de ejecución, llorando la desgracia de que ellos no hubieran podido comprender, ¡y perdonando! —¡Como Juana de Arco!— “Sacerdotes, profesores, maestros, os equivocáis al entregarme a la justicia.
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
” Sí, tengo los ojos cerrados a vuestra luz. Soy una bestia, un negro. Pero puedo ser salvado. Vosotros sois falsos negros, vosotros: maniáticos, feroces, avaros. Mercader, tú eres negro; magistrado, tú eres negro; general, tú eres negro; emperador, vieja comezón, tú eres negro: has bebido un licor sin impuesto, de la fábrica de Satanás. —Este pueblo se inspira en la fiebre y el cáncer. Inválidos y ancianos son tan respetables que piden que los hiervan—. Lo sagaz es abandonar este continente, donde ronda la locura para proveer de rehenes a esos miserables. Yo entro en el verdadero reino de los hijos de Cam.
¿Conozco tan siquiera la naturaleza? ¿me conozco? —Basta de palabras. Sepulto a los muertos en mi vientre. ¡Gritos, tambor, danza, danza, danza, danza! Ni siquiera vislumbro la hora en que, al desembarcar los blancos, me precipitaré en la nada. ¡Hambre, sed, gritos, danza, danza, danza, danza!
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
No habré padecido los tormentos del alma casi muerta para el bien, por la que asciende la luz severa como los cirios funerarios. El destino del hijo de familia, féretro prematuro cubierto de límpidas lágrimas.
Sin duda el libertinaje es estúpido, el vicio es estúpido; hay que dejar a un lado la podredumbre. ¡Pero el reloj no habrá llegado a dar más que la hora del puro dolor! ¡Me raptarán como a un niño para jugar al Paraíso en el olvido de toda desdicha! ¡Pronto! ¿hay otras vidas? —El sueño en la riqueza es imposible. La riqueza fue siempre un bien público.
Únicamente el amor divino otorga las llaves de la ciencia. Veo que la naturaleza es sólo un espectáculo de bondad. Adiós quimeras, ideales, errores. El razonable canto de los ángeles se eleva del navío salvador: es el amor divino.
—¡Dos amores! puedo morir de amor terrestre, morir de abnegación. ¡Dejo almas cuya pena se acrecentará con mi partida! Me has elegido entre los náufragos; los que quedan ¿no son acaso mis amigos? ¡Sálvalos!
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
El hastío ya no es mi amor. Las iras, el libertinaje, la locura, de la que conozco todos los impulsos y los desastres, —todo mi fardo está depositado. Apreciemos sin vértigo la extensión de mi inocencia.
En adelante seré incapaz, de reclamar el consuelo de una paliza. No me creo embarcado para unas bodas donde Jesucristo es el suegro. No soy prisionero de mi razón. He dicho: Dios. Quiero la libertad en la salvación: ¿Cómo alcanzarla? Los gustos frívolos me han abandonado.
Ya no necesito ni abnegación ni amor divino. No echo de menos el siglo de los corazones sensibles. Cada uno tiene su razón, su desprecio, su caridad: yo conservo mi sitio en la cumbre de esta angelical escala de buen sentido.
En cuanto a la felicidad establecida, sea o no doméstica... no, no puedo. Soy demasiado débil, demasiado disipado.
La vida florece por el trabajo, vieja verdad: en cuanto a mi vida no es lo bastante pesada, y vuela y flota lejos muy por encima de la acción, ese dorado punto del mundo. ¡Hasta dónde me he convertido en una vieja solterona que me falta coraje para amar a la muerte!
Si Dios me concediera la calma celestial, aérea, la plegaria —como a los santos de antaño—. ¡Los santos, fuertes! ¡los anacoretas, artistas como yo no hacen falta! ¡Perpetua farsa! Mi inocencia podría hacerme llorar. La vida es la farsa en que participamos todos.
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
He ingerido un enorme trago de veneno. —¡Sea tres veces bendito el consejo que llegó hasta mí!— Se me abrasan las entrañas. La violencia del veneno me retuerce los miembros, me deforma, me derriba. Muero de sed, me ahogo, no puedo gritar. Es el infierno, ¡la pena eterna! ¡Mirad cómo asciende el fuego! Ardo como es debido. ¡Vaya, demonio!
Había entrevisto la conversión al bien y a la felicidad, la salvación. ¿Podría describir esa visión, el aire del infierno no tolera himnos! Eran millones de criaturas encantadoras, un suave concierto espiritual, la fuerza y la paz, las nobles ambiciones, ¿qué se yo? ¡Las nobles ambiciones! ¡Y aún es la vida! —¡Si la condenación es eterna! Un hombre que desea mutilarse está bien condenado ¿no es así? Yo me creo en el infierno, por lo tanto estoy en él.
Es el cumplimiento del catecismo. Soy esclavo de mi bautismo. Padres míos, habéis hecho mi desgracia y la vuestra. ¡Pobre inocente! —El infierno no puede atacar a los paganos. —¡Aún es la vida! Las delicias de la condenación resultarán después profundas. Un crimen, y pronto, que yo caiga en la nada, en virtud de la ley humana. ¡Calla, pero calla!... Es la vergüenza, el reproche, aquí: Satán proclamando que el fuego es innoble y que mi cólera es horriblemente estúpida.
—¡Basta!... Errores que me soplan al oído, magias, perfumes falsos, músicas pueriles. —Y pensar que poseo la verdad, que percibo la justicia: tengo un criterio sano y definido, estoy preparado para la perfección... Orgullo. —La piel de mi cabeza se reseca. ¡Piedad! Señor, tengo miedo. ¡Tengo sed, tanta sed! ¡Ah! la infancia, la hierba, la lluvia, el lago sobre las piedras, el claro de luna cuando el campanario daba las doce...
Allí se encuentra el diablo a esa hora. ¡María! ¡Virgen santa!... —Me horroriza mi estupidez. ¿No están allí esas almas honradas, que desean mi bien?... ¡Que acudan!... Tengo una almohada sobre la boca, no me oyen, son fantasmas. Por lo demás, nadie 38 piensa en los otros. No se me acerquen. Huelo a quemado, es evidente.
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
Cuántas malicias en la atenta contemplación del campo... Satán, Fernando, corre con los granos salvajes... Jesús camina sobre las zarcas purpurinas, sin doblegarlas... Jesús caminaba sobre las aguas irascibles. La linterna nos lo mostró de pie, blanco y de negras trenzas, sobre una ola de esmeralda...
Voy a revelar todos los misterios: misterios religiosos o naturales, muerte, nacimiento, porvenir, pasado, cosmogonía, la nada. Soy maestro en fantasmagorías. ¡Escuchad!... ¡Poseo todos los talentos! —Aquí no hay nadie y sin embargo hay alguien: no quisiera esparcir mi tesoro. —¿Queréis cantos negros, danzas de huríes? ¿Queréis que desaparezca, que me sumerja en busca del anillo.? ¿Qué queréis? Haré oro, remedios.
Confiad en mí, la fe alivia, guía, cura. Venid todos, —hasta las criaturas—, para que os consuele, para que uno esparza entre vosotros su corazón, —¡el corazón maravilloso!— ¡Pobres hombres, trabajadores! Yo no pido plegarias; con vuestra confianza solamente, seré feliz. —Y pensemos en mí.
Esto apenas me hace extrañar el mundo. Tengo suerte de no sufrir más. Mi vida sólo fue dulces locuras, es lamentable. ¡Bah! hagamos todas las muecas imaginables.
Decididamente, estamos fuera del mundo. Ni un solo sonido. Mi tacto desapareció. ¡Ah! mí castillo, mi Sajonia, mi bosque de sauces. Los atardeceres, las mañanas, las noches, los días... ¡Estoy tan cansado!
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
Esto es la tumba, voy hacia los gusanos, ¡horror de horrores! Satán, farsante, quieres disolverme, con tus hechizos.
Yo reclamo. ¡Yo reclamo! un horquillado, una gota de fuego. ¡Ah! ¡ascender otra vez; a la vida! Otear nuestras deformidades. ¡Y ese veneno, ese beso mil veces maldito! Mi debilidad, ¡la crueldad del mundo! ¡Piedad, Dios mío, ocúltame, me siento demasiado mal! —Estoy escondido y no lo estoy. Es el fuego que se levanta con su condenado.
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
I VIRGEN LOCA EL ESPOSO INFERNAL
Escuchemos la confesión de un compañero de infierno:
“Oh divino Esposo, mi Señor, no rehúses la confesión de la más triste de tus siervas. Estoy perdida, ebria. Soy impura. ¡Qué vida! “¡Perdón, divino Señor, perdón! ¡Ah! ¡perdón! ¡Cuántas lágrimas! ¡Y cuántas lágrimas todavía para después, espero! “¡Más tarde, conoceré al divino Esposo! Nací sometida a Él. —¡Ahora puede golpearme el otro!
“Actualmente, ¡estoy en el fondo del mundo! ¡Oh mis amigas!... no, no son mis amigas... Jamás hubo delirios ni torturas semejantes... ¡Qué tontería! “¡Ah! sufro, grito. Sufro verdaderamente. Cargada con el desprecio de los más despreciables corazones, todo me está permitido sin embargo.
“En fin, hagamos esta confidencia, a condición de poder repetirla otras veinte veces, —¡tan opaca, tan insignificante! “Soy esclava del Esposo infernal, de aquel que perdió a las vírgenes locas. Es ciertamente ese demonio.
No es un espectro, no es un fantasma. Pero a mí que perdí la prudencia, que estoy condenada y muerta para el mundo, —¡no me matarán!— ¡Cómo os lo describiré! Ya ni siquiera sé hablar. Estoy de luto, lloro, tengo miedo. ¡Un poco de frescura, Señor, si quieres, si tú así lo quieres!
“Soy viuda... —Era viuda...— pero sí, antes era muy seria, ¡y no nací para convertirme en esqueleto!... El era casi un niño... Sus misteriosas delicadezas me sedujeron. Olvidé todo deber humano por seguirlo. ¡Qué vida! La verdadera vida está ausente.
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
—Es un Demonio, ya lo sabéis, no es un hombre. “El dice: “No amo a las mujeres. Hay que reinventar el amor, ya se sabe. Ellas sólo pueden ambicionar una posición segura. Obtenida, corazón y belleza se dejan a un lado: sólo queda frío desdén, único alimento del matrimonio de hoy.
O bien encuentro mujeres con los signos de la felicidad, a quienes yo hubiera podido trasformar en buenas camaradas mías, devoradas desde el comienzo por brutos sensibles como hogueras...”
“Le escucho convertir la infamia en una gloria, la crueldad en un encanto. “Soy de raza lejana: mis padres eran escandinavos: se atravesaban las costillas, bebían su propia sangre.
—Yo cubriré de incisiones todo mi cuerpo, me tatuaré, quiero volverme horrible como un mongol: ya verás, aullaré por las calles. Quiero enloquecer de rabia.
Nunca me muestres joyas, me arrastraría y me retorcería sobre la alfombra. Mi riqueza, la querría toda manchada de sangre. Jamás trabajaré...” Muchas noches, su demonio se apoderaba de mí, y rodábamos juntos, ¡y yo luchaba con él!
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
“A veces habla, en una especie de jerga enternecida, de la muerte que hace arrepentir, de desdichados que ciertamente existen, de trabajos penosos, de despedidas que desgarran los corazones. En los tugurios donde nos embriagábamos, lloraba al pensar en la gente que nos rodeaba, rebaño de la miseria. Levantaba a los ebrios en las negras calles.
Sentía la piedad de una mala madre por las criaturas. —Se alejaba con gentileza de niñita que va al catecismo. —Simulaba conocerlo todo, comercio, arte, medicina. —Yo lo seguía, ¡como corresponde!
“Veía todo el decorado con que se rodeaba mentalmente: vestimentas, telas, muebles; yo le prestaba armas, otro rostro. Veía cuanto le concernía, como él hubiera querido crearlo para sí mismo.
Cuando su espíritu parecíame inerte, lo seguía, lejos, en acciones extrañas y complicadas, buenas o malas: estaba segura de no penetrar jamás en su mundo. Junto a su querido cuerpo dormido, cuántas horas nocturnas he velado, preguntándome por qué ansiaría tanto evadirse de la realidad.
Jamás ningún hombre hizo semejante voto. Reconocía —sin temer por él— que podría representar un serio peligro para la sociedad. ¿Tendrá acaso secretos para cambiar la vida.? “No, sólo los busca”, me respondía. En fin, su caridad está hechizada, y yo soy su prisionera.
Ninguna otra alma tendría fuerza suficiente —¡fuerza de desesperación!— para soportarla, para ser protegida y amada por él.
Por lo demás, no lo imaginaba con otra alma: uno ve a su propio Ángel, nunca al Ángel de otro, creo.
Yo residía en su alma como en un palacio que se ha desocupado para no recibir a una persona tan innoble como vosotros: eso es todo. ¡Qué vamos a hacerle! Yo dependía de él enteramente. Pero ¿qué pretendía con mi opaca y pusilánime existencia?
¡El no conseguía que fuese mejor, sino haciéndome morir! “Te comprendo.” Él se encogía de hombros.
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
Con sus besos y sus cariñosos abrazos aquello era un verdadero cielo, un sombrío cielo en el que yo penetraba, y en el cual hubiese querido que me dejaran, pobre, sorda, muda, ciega. Ya me iba habituando a ello. Yo nos veía como dos buenos niños que pueden pasearse libremente en el Paraíso de la tristeza.
Nos compenetrábamos. Llenos de emoción, trabajábamos juntos. Pero, después de una penetrante caricia, él me decía: “Qué extraño te parecerá todo lo que has pasado, cuando ya no esté. Cuando ya no tengas mi brazo bajo tu cuello, mi corazón para que reposes, ni esta boca sobre tus ojos. Porque tendré que irme, muy lejos, algún día. Pues tengo que ayudar a otros: es mi deber. Aunque sea tan poco apetecible... alma querida..
.” En seguida yo me presentía, ya lejos de él, presa de un vértigo que me precipitaba en las más horribles de las sombras: la muerte. Le hacía jurar que no me abandonaría. Veinte veces, hizo esta promesa de amante. Era tan frívolo como yo cuando le decía: “Te comprendo”. “¡Ah! Jamás me inspiró celos. Creo que no me abandonará. ¿Qué sucedería? Carece de relaciones; no trabajará jamás. Quiere vivir sonámbulo.
¿Bastarían su bondad y su caridad para darle derecho al mundo real? Hay instante en que olvido la miseria en que he caído: él me hará fuerte, viajaremos, casaremos en los desiertos, dormiremos sobre el pavimento de ciudades desconocidas, sin cuidados, sin penas. O despertaré, y las leyes y las costumbres habrán cambiado —gracias a su poder mágico—, el mundo, aunque siga siendo el mismo, me permitirá entregarme a mis deseos, a mis alegrías, a mis indolencias.
¡Oh! la vida de aventuras que existe en los libros de los niños ¿me la darás como recompensa por todo lo que he sufrido? No puede. Ignoro su ideal.
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
“Si me explicase sus tristezas, ¿las comprendería mejor que sus sarcasmos? Me ataca, pasa horas enteras avergonzándome por todo lo que pudo conmoverme en el mundo, y se indigna si lloro. “—Ves a ese elegante joven, penetrando en la hermosa y calma mansión: se llama Duval, Dufour, Armando, Mauricio, ¿qué sé yo? Una mujer se ha consagrado a querer a ese maligno idiota: está muerta, con seguridad ahora es una santa en el cielo.
Tú me matarás como él mató a esa mujer. Es nuestro destino, el destino de los corazones caritativos...” ¡Ay! algunos días se le antojaba que todos los hombres laboriosos eran juguetes de delirios grotescos; se reía largo rato, espantosamente.
Luego recobraba sus modales de joven madre, de hermana querida. ¡Si fuera menos salvaje, estaríamos salvados! Pero su dulzura también es mortal. Yo estoy sometida a él. ¡Ah! ¡Si seré loca!
“Quizás algún día él desaparezca maravillosamente; ¡pero necesito saber si subirá a un cielo, y presenciar, aunque sea en parte, la asunción de mi amiguito!” ¡Vaya una pareja!
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
¡A mí! La historia de una de mis locuras. Desde tiempo atrás me vanagloriaba de poseer todos los paisajes imaginables, y me parecían irrisorias todas las celebridades de la pintura y la poesía modernas.
Gustaba de las pinturas idiotas, ornamentos de puertas, decorados, telas de saltimbanquis, enseñas, iluminadas estampas populares; la literatura pasada de moda, latín de iglesia, libros eróticos sin ortografía, novelas de nuestras abuelas, cuentos de hadas, pequeños libros de infancia, viejas óperas, estribillos bobos, ritmos ingenuos.
Soñaba cruzadas, viajes de descubrimiento sobre los que no existen relaciones, repúblicas sin historia, guerras de religión sofocadas, revoluciones de costumbres, desplazamientos de razas y de continentes: creía en todos los encantamientos.
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
Reservaba la traducción. Al comiendo fue un estudio. Escribía silencios, noches, anotaba lo inexpresable. Fijaba vértigos: Lejos ya de rebaños, de pájaros, de aldeanos, ¿qué era lo que bebía entre aquella maleza, de rodillas, en ese tierno bosque de avellanos y ese brumoso y tibio mediodía? ¿Qué era lo que bebía en ese joven Oise, —¡olmos sin voz, oscurecido cielo, césped sin una flor!— en esas amarillas calabazas, lejos ya de mi choza, tan amada? Un licor de oro insípido que nos baña en sudor.
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
Oro veía, llorando —y no pude beber.
Hasta la aurora, en verano,
el sueño de amor perdura.
Bajo el follaje se esfuma
la noche que festejamos.
Allí, en sus vastos talleres
—y ya en mangas de camisa
los carpinteros trajinan
bajo el sol de las Hespérides.
En espumosos Desiertos
tranquilos arman los techos,
donde, luego, ha de pintar
falsos cielos, la ciudad.
¡Oh, por esos Artesanos
de algún rey de Babilonia
deja, Venus, los Amantes
de alma en forma de corona!
¡Oh Reina de los Rebaños,
obsequiales aguardiente!
¡Que en paz; su fuerza se encuentre,
mientras esperan el baño
en el mar más meridiano!
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
Me habitué a la alucinación simple: veía con toda nitidez una mezquita en lugar de una fábrica, una escuela de tambores erigida por ángeles, calesas por las rutas del cielo, un salón en el fondo de un lago; los monstruos, los misterios; un título de sainete proyectaba espantos ante mí.
¡Después explicaba mis sofismas mágicos por medio de la alucinación de las palabras!
Terminé por encontrar sagrado el desorden de mi espíritu. Permanecía ocioso, presa de pesada fiebre: envidiaba la felicidad de las bestias —las orugas, que representan la inocencia de los limbos, los topos ¡el sueño de la virginidad! Mi carácter se agriaba. Me despedía del mundo en una especie de romanzas:
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
¡Que venga! ¡Que venga!
el tiempo que nos prenda.
Tuve tanta paciencia
que por siempre olvidé.
Sufrimientos, temores
a los cielos se elevan.
Y la malsana sed
oscurece mis venas.
¡Que venga! ¡Que venga!
el tiempo que nos prenda.
Tal como una pradera
entregada al olvido,
se expande, florecida
de inciensos y cardones,
al huraño zumbido
de sucios moscardones.
¡Que venga! ¡Que venga!
el tiempo que nos prenda.
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
“General, si queda un viejo cañón sobre tus ruinosas murallas, bombardéanos con bloques de tierra seca. ¡A los cristales de los espléndidos almacenes! ¡a los salones! Que la ciudad trague su polvo. Oxida las gárgolas... Colma los tocadores con polvos de rubí ardiente...”
¡Oh! ¡el ebrio moscardón en el mingitorio de la posada, enamorado del sedimento, y al que un rayo disuelve!
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
Si es que algún gusto me queda
es por la tierra y las piedras.
Me desayuno con viento,
peñascos, carbones, hierro.
¡Den vueltas, mis hambres!
Las hambres, ¡que pasten
en prado de sones!
¡Que atraigan la suave,
la alegre ponzoña
de las amapolas!
Coman riscos que alguien quiebra,
antiguas piedras de iglesia
o de diluvios de antaño;
panes de los valles pálidos.
Aullaba bajo la fronda
el lobo escupiendo plumas
de un volátil desayuno:
como él ¡ay! yo me consumo.
Las frutas, las ensaladas,
sólo esperan la cosecha;
pero en el soto la araña
no ingiere más que violetas.
¡Que yo duerma, que yo hierva!
en aras de Salomón.
Corre el caldo por la herrumbre
para mezclarse al Cedrón.
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
¡Se la volvió a encontrar!
¿Qué? la eternidad.
Es el sol mezclado
al mar.
Cumple tu voto alma eterna
pese a los fuegos del día
y de la noche desierta.
Así pues tú te desprendes
de los sufragios humanos
y entusiasmos cotidianos
para alzar vuelo... según.
—Ya se alejó la esperanza,
nunca ya más orietur.
Tan sólo ciencia y paciencia.
El suplicio es sin albur.
Ha sucumbido el mañana.
Brasas ardientes de raso,
es el deber vuestras llamas.
Se la volvió a encontrar.
—¿Qué?— la eternidad.
Es el sol mezclado
al mar.
Karla Benitez- Moderadora
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
Me pareció que, a cada ser, se le debían muchas otras vidas. Ese señor ignora lo que hace: es un ángel. Esta familia es una carnada de perros.
Ante muchos hombres, conversé en voz; alta con un momento de una de sus otras vidas. —Así, amé a un cerdo.
Ninguno de los sofismas de la locura —de la locura que se recluye—, fue olvidado por mí: podría repetirlos todos, poseo el sistema.
Mi salud peligró. El terror llegaba. Caía dormido durante días enteros, y, despierto, continuaba los sueños más tristes.
Me encontraba maduro para la muerte, y por una ruta de peligros mi debilidad me conducía a los confines del mundo y de la Cimeria, patria de la sombra y de los torbellinos.
Debí viajar, disipar los encantamientos acumulados en mi cerebro. Sobre el mar, al que amaba como si él debiera lavarme de un estigma, veía elevarse la cruz; consoladora.
Yo había sido condenado por el arco iris. La Dicha era mi fatalidad, mi remordimiento, mi gusano: mi vida sería siempre demasiado inmensa para ser consagrada a la fuerza y a la belleza.
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
¡Oh estaciones! ¡Oh castillos!
¿qué alma carece de vicios?
El mágico estudio yo hice
de la dicha ineludible.
¡Salud! a ella, cada ves
que canta el gallo francés.
¡Ah! no tendré más codicia.
Se ha encargado de mi vida.
Su encanto invade alma y cuerpo
y dispersa todo esfuerzo.
¡Oh estaciones! ¡Oh castillos!
El instante, ¡ay! de su fuga
será el mismo de la tumba.
¡Oh estaciones! ¡Oh castillos!
Eso ha terminado. Hoy sé saludar a la belleza.
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
¡Ah! la vida de mi infancia, el ancho camino en cualquier tiempo, sobrenaturalmente sobrio, más desinteresado que el mejor de los mendigos, orgulloso de no tener patria, ni amigos, qué tontería fue aquello.
—¡Y sólo ahora lo advierto! —Tuve razón de despreciar a esos buenos burgueses que no perderían la oportunidad de una caricia, parásitos del aseo y de la salud de nuestras mujeres, hoy cuando ellas están tan poco de acuerdo con nosotros.
Tuve razón en todos mis desdenes: ¡puesto que me evado! ¡Me evado! Me explicaré.
Ayer no más, suspiraba: “¡Cielos! ¡Somos ya bastantes los condenados aquí abajo! ¡Llevo ya tanto tiempo en su rebaño!
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
Ahora bien, hay gentes ariscas y joviales, falsos elegidos, puesto que se necesita humildad o audacia para abordarlos. Ellos son los únicos elegidos. ¡No son bendecidores! Al recobrar dos céntimos de razón —¡eso pasa pronto!— veo que mis malestares provienen de no haberme figurado a tiempo que estamos en Occidente.
¡Los pantanos occidentales! No es que la luz me parezca alterada, la forma extenuada, el movimiento extraviado... ¡Bueno! He aquí que mi espíritu quiere asumir íntegramente todos los crueles desarrollos que ha sufrido el espíritu desde el fin del Oriente...
¡Pues no es nada lo que quiere mi espíritu! … ¡Mis dos céntimos de razón terminaron! El espíritu es autoridad, exige que permanezca en Occidente.
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
¡Parece un sueño de grosera pereza! No pensaba ni remotamente, sin embargo, en el placer de eludir los sufrimientos modernos.
No tomaba en cuenta la sabiduría bastarda del Corán. Pero ¿no es realmente un suplicio que, desde esa declaración de la ciencia, el cristianismo, el hombre se burle, se pruebe las evidencias, se hinche de placer al repetir esas pruebas y sólo viva en tal forma?
¡Tortura sutil, tonta; fuente de mis divagaciones espirituales! ¡La naturaleza quizá pudiera hastiarse! El señor Prudhomme ha nacido con Cristo.
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
¿Se encuentra todo esto muy lejos del pensamiento, de la sabiduría de Oriente, la patria primitiva? ¡Para qué un mundo moderno, si se inventan semejantes venenos!
Las gentes de Iglesia dirán: Entendido. Pero tú quieres referirte al Edén. No hay nada para ti en la historia de los pueblos orientales.
Es cierto. ¡Pensaba en el Edén! ¿Qué significa para mi sueño la purera de las rasas antiguas? Los filósofos: El mundo no tiene edad.
La humanidad se desplaza, simplemente. Te encuentras en Occidente, pero eres libre de habitar en tu Oriente, tan antiguo como te haga falta — y de habitarlo a gusto. No seas un vencido.
Filósofos, sois de vuestro Occidente. Espíritu mío, ten cuidado. Nada de medios de salvación violentos. ¡Ejercítate! —¡Ah! ¡la ciencia no avanza lo suficientemente veloz; para nosotros! —Pero advierto que mi espíritu duerme.
Última edición por Karla Benitez el Mar Abr 12, 2022 6:27 am, editado 1 vez
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
—¡Si hasta ahora hubiese permanecido despierto, yo no habría cedido a los instintos deletéreos, en una época inmemorial!...
—¡Si siempre él hubiera estado despierto, navegaría yo en plena sabiduría!... ¡Oh pureza! ¡pureza! ¡Es este minuto de vigilia el que me ha proporcionado la visión de la pureza! —¡Por el espíritu se va a Dios! ¡Desgarrador infortunio!
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
¡El trabajo humano! explosión que ilumina mi abismo de vez en cuando. “Nada es vanidad; ¡hacia la ciencia, y adelante!” exclama el Eclesiastés moderno, es decir Todo el mundo.
Y sin embargo los cadáveres de los malvados y de los holgazanes caen sobre el corazón de los otros... ¡Ah! rápido, un poco rápido; allá lejos, más allá de la noche, esas recompensas futuras, eternas... ¿las eludiremos? —¿Qué puedo hacer?
Conozco el trabajo; y la ciencia es demasiado lenta. Que la plegaria galopa y la luz brama... bien lo veo. Es demasiado simple y hace demasiado calor; prescindirán de mí.
Tengo mi deber, pero me enorgullecería como muchos, dejándolo a un lado.
He malgastado mi vida.
¡Vamos! Finjamos, holguemos, ¡oh piedad! Y existiremos divirtiéndonos, soñando amores monstruosos y universos fantásticos, quejándonos y combatiendo las apariencias del mundo, saltimbanqui, mendigo, artista, bandido, ¡sacerdote! Sobre mi lecho de hospital, el olor del incienso retornó a mí tan potente; guardián de aromas sagrados, confesor, mártir...
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
¡No! ¡No! ¡ahora me rebelo contra la muerte! El trabajo resulta excesivamente liviano para mi orgullo: mi traición al mundo significaría un suplicio demasiado breve.
A último momento, atacaría a diestra y siniestra... Entonces, —¡oh!— pobre alma querida, ¡la eternidad no se habría perdido para nosotros!
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
¿Acaso no tuve una vez una juventud amable, heroica, fabulosa, digna de inscribirse en hojas de oro? — ¡demasiada suerte!
¿Por qué crimen, por qué error he merecido mi actual debilidad? Ya que pretendéis que las bestias sollozan de dolor, que los enfermos desesperan, que los muertos sueñan mal, intentad relatar mi caída y mi sueño.
Ya no logro expresarme mejor que el mendigo con sus continuos Pater y Ave Maña... ¡Ya no sé hablar! Hoy creo, sin embargo, haber terminado la relación de mi infierno.
En verdad era el infierno; el antiguo, aquél cuyas puertas abrió el hijo del hombre.
Desde el mismo desierto, hasta la misma noche, mis fatigados ojos siempre se abren a la estrella de plata, siempre, sin que se conmuevan los Reyes de la vida, los tres magos, el corazón, el alma, el espíritu.
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
¡El otoño ya! — Pero por qué añorar un sol eterno, cuando estamos empeñados en descubrir la claridad divina, — lejos de las gentes que mueren en las estaciones.
El otoño. Nuestra barca en lo alto de las brumas inmóviles vira hacia el puerto de la miseria, la ciudad enorme de cielo manchado de fuego y lodo. ¡Ah! ¡los harapos podridos, el pan empapado en lluvia, la embriagues, los mil amores que me han crucificado!
¿No acabará nunca esta vampira, soberana de millones de almas y de cuerpos muertos y que serán juzgados.! Vuelvo a verme, la piel devorada por el fango y la peste, lleno de gusanos los cabellos y las axilas y con gusanos aún mayores en el corazón, tendido entre desconocidos sin edad, sin sentimiento... Hubiera podido morir allí... ¡Horrible evocación! Execro la miseria.
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
Por encima de mí, un enorme navío de oro agita sus pabellones multicolores en las brisas de la mañana. He creado todas las fiestas, todos los triunfos, todos los dramas.
He tratado de inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevos idiomas. Creí adquirir poderes sobrenaturales.
¡Y bien! ¡debo enterrar mi imaginación y mis recuerdos! ¿Bella gloría de artista y de narrador perdida! ¡Yo! ¡Yo que me consideré ángel o mago, dispensado de toda moral, soy restituido a la tierra, con un deber que hay que buscar, y una rugosa realidad que es necesario estrechar! ¡Patán! ¿Me engaño? ¿La caridad sería, para mí, hermana de la muerte? En fin, pediré perdón por haberme nutrido de falsedad.
¡Y adelante! ¡Pero ni una mano amiga! ¿Y adónde pedir socorro?
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
Todos los inmundos recuerdos se desvanecen. Mis últimos pesares escapan —celos de los mendigos, los bandoleros, los amigos de la muerte, los retardados de toda especie—. Condenados, ¡si yo me vengase! Hay que ser absolutamente moderno.
Nada de cánticos: conservar lo ganado. ¡Dura noche! La sangre reseca humea sobre mi rostro, y detrás de mí sólo tengo ese horrible y diminuto arbusto... El combate espiritual es tan brutal como la batalla de los hombres; pero la visión de la justicia es el placer de Dios únicamente. Entretanto es la víspera.
Recibamos todos los influjos de vigor y de auténtica ternura. Y al llegar la aurora, armados de ardiente paciencia, entraremos en las espléndidas ciudades.
¡Qué hablaba yo de mano amiga! Es una ventaja considerable poder reírme de los viejos amores engañosos y cubrir de vergüenza a esas parejas embusteras —he visto allá el infierno de las mujeres—; y me será posible poseer la verdad en un alma y un cuerpo.
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Re: UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO-RIMBAUD
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"El amor es la razón del corazón"
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