Carta a la Princesa de Beyra, viuda de Carlos V
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Carta a la Princesa de Beyra, viuda de Carlos V
Carta a la Princesa de Beyra, viuda de Carlos V
Señora: He tenido el honor de recibir las cartas de V. M. de 4 y 17 del corriente. Mi hermano Felipe no me ha escrito ni se donde se halla, por lo que ignoro en que términos se expresó con V.M.; pero es de suponer no se habrá separado de las instrucciones que le di.
Sea como fuere, debo ser claro y explicito, tanto por el respetuoso afecto que hácia V. M. tengo, como mi propio carácter de franqueza y lealtad. Con sentimiento, pues, me atreveré á decir a V.M. que, como regla general, la marcha política que se sigue no puedo aprobarla, porque no es otra cosa que la repetición y la rutina de lo que se viene siguiendo hace más de la cuarta parte de un siglo, y cuyos resultados fueron nulos, y lo peor en ocasiones fatales. Esto solo debiera haber bastado para cambiar de rumbo y seguir otro camino, á fin de rehacer nuestro partido fraccionado, desanimado y hecho pedazos, inoculándole nueva sangre, y con ello nueva vida con otros elementos.
En vez de esto, no veo más que escritos débiles, intolerantes y mal calculados para lograr el objeto deseado, pues con ellos, léjos de atraer á nuestro partido hombres cansados de revoluciones y del estado en que España se halla, se alejan al ver ideas opuestas al espíritu del siglo, veo manifestaciones inoportunas y sin significación práctica, como la que mandaron de Paris a Venecia en Noviembre último, en la cual me consta figuraban como súbditos fieles jóvenes imberbes, y hasta niños de seis años, lo que si no es sério, es altamente informal, y aun añadiré ridiculo, cuando tales documentos se dirigen á personas Reales, y por último reuniones en Paris y en vários puntos de España de hombres desconocidos, sin posición social, sin prestigio, ni la suficiente inteligencia para poder dirigir trabajos de esta clase.
Desengáñese V. M., todas esas manifestaciones, todos estos planes, organizaciones, listas de hombres, tal vez batallones, regimientos y legiones, son exageraciones caducas de imaginaciones enfermizas, repetidas hasta la saciedad. ¿ A que, pues, perder el tiempo en lo que no ha de dar ningún resultado favorable? Yo lo sé por larga experiencia, señora, porque conozco muy de cerca cierta clase de hombres que, creyéndolo ellos ó no, viven así ó pasan de esa manera sus días.
Si de aquí pasamos á la posición en que se hallan nuestros jóvenes príncipes, preciso es confesar que es muy embarazosa y complicada. ¿Quién me asegura que se les educa con el esmero, el tacto y los conocimientos necesarios que reclaman su nacimiento y la época en que vivimos? ¿Están rodeados tan bien como deben estarlo? ¡Ojalá sea así! Pero permitido me será decir que mis dudas me quedan.
Es, á la verdad, incontestable por desgracia, que nuestro partido siempre ha carecido de hombres de valía, y hoy está más pobre que nunca, porque ha quedado en esqueleto; pero ¿se ha tratado de buscar lo mejor? Está fuera de duda que, al contrario del adulador y del intrigante, el hombre recto y de mérito no se prodiga, y se queda en su rincón si no se le busca. V.M. conoce mi vida, y no duda mis vivos deseos de ver triunfar la causa, pues en ello nadie tiene más interés que yo en todos conceptos. Mas cuando reflexiono de que se pierde el tiempo en miserables proyectos, y que siempre se cometen los mismos yerros, no quiero dar mi apoyo, ni que se valgan de mi nombre, para perpetuar una marcha manifiestamente errónea, ni tampoco asumir responsabilidades que pueden llegar á ser graves.
Si obrando así, y bien a pesar mio, no puedo hacer bien, al menos no quiero hacer mal; y por consiguiente, no entiendo contribuir por mi parte á amargas decepciones, y acaso acaso, á que se repita la segunda parte de San Carlos de la Rápita. Esto me lo prohíbe mi conciencia, además de que, antes que carlista soy español, y nunca aprobaré planes que no pueden dar otros resultados que nuevas desgracias.
Si después de haberse cambiado una marcha política, fatal á los intereses del partido, llegase y viese yo el verdadero momento de obrar, no será Cabrera el último en dar la mano, y lo hará con toda la energía de su corazón, para echar abajo el gobierno de Madrid; pero mientras tanto, deseo vivir tranquilo y retirado.
Concluyo, pues, Señora, reiterando á V. M. Mi profundo respeto y mi adhesión hácia su Real persona.
A los R.P. de V. M.
RAMÓN CABRERA
Wentworth, 23 de Febrero de 1866
(Publicada en el libro "La cuestión Cabrera", de José Indalecio Caso. Madrid. 1875)
Señora: He tenido el honor de recibir las cartas de V. M. de 4 y 17 del corriente. Mi hermano Felipe no me ha escrito ni se donde se halla, por lo que ignoro en que términos se expresó con V.M.; pero es de suponer no se habrá separado de las instrucciones que le di.
Sea como fuere, debo ser claro y explicito, tanto por el respetuoso afecto que hácia V. M. tengo, como mi propio carácter de franqueza y lealtad. Con sentimiento, pues, me atreveré á decir a V.M. que, como regla general, la marcha política que se sigue no puedo aprobarla, porque no es otra cosa que la repetición y la rutina de lo que se viene siguiendo hace más de la cuarta parte de un siglo, y cuyos resultados fueron nulos, y lo peor en ocasiones fatales. Esto solo debiera haber bastado para cambiar de rumbo y seguir otro camino, á fin de rehacer nuestro partido fraccionado, desanimado y hecho pedazos, inoculándole nueva sangre, y con ello nueva vida con otros elementos.
En vez de esto, no veo más que escritos débiles, intolerantes y mal calculados para lograr el objeto deseado, pues con ellos, léjos de atraer á nuestro partido hombres cansados de revoluciones y del estado en que España se halla, se alejan al ver ideas opuestas al espíritu del siglo, veo manifestaciones inoportunas y sin significación práctica, como la que mandaron de Paris a Venecia en Noviembre último, en la cual me consta figuraban como súbditos fieles jóvenes imberbes, y hasta niños de seis años, lo que si no es sério, es altamente informal, y aun añadiré ridiculo, cuando tales documentos se dirigen á personas Reales, y por último reuniones en Paris y en vários puntos de España de hombres desconocidos, sin posición social, sin prestigio, ni la suficiente inteligencia para poder dirigir trabajos de esta clase.
Desengáñese V. M., todas esas manifestaciones, todos estos planes, organizaciones, listas de hombres, tal vez batallones, regimientos y legiones, son exageraciones caducas de imaginaciones enfermizas, repetidas hasta la saciedad. ¿ A que, pues, perder el tiempo en lo que no ha de dar ningún resultado favorable? Yo lo sé por larga experiencia, señora, porque conozco muy de cerca cierta clase de hombres que, creyéndolo ellos ó no, viven así ó pasan de esa manera sus días.
Si de aquí pasamos á la posición en que se hallan nuestros jóvenes príncipes, preciso es confesar que es muy embarazosa y complicada. ¿Quién me asegura que se les educa con el esmero, el tacto y los conocimientos necesarios que reclaman su nacimiento y la época en que vivimos? ¿Están rodeados tan bien como deben estarlo? ¡Ojalá sea así! Pero permitido me será decir que mis dudas me quedan.
Es, á la verdad, incontestable por desgracia, que nuestro partido siempre ha carecido de hombres de valía, y hoy está más pobre que nunca, porque ha quedado en esqueleto; pero ¿se ha tratado de buscar lo mejor? Está fuera de duda que, al contrario del adulador y del intrigante, el hombre recto y de mérito no se prodiga, y se queda en su rincón si no se le busca. V.M. conoce mi vida, y no duda mis vivos deseos de ver triunfar la causa, pues en ello nadie tiene más interés que yo en todos conceptos. Mas cuando reflexiono de que se pierde el tiempo en miserables proyectos, y que siempre se cometen los mismos yerros, no quiero dar mi apoyo, ni que se valgan de mi nombre, para perpetuar una marcha manifiestamente errónea, ni tampoco asumir responsabilidades que pueden llegar á ser graves.
Si obrando así, y bien a pesar mio, no puedo hacer bien, al menos no quiero hacer mal; y por consiguiente, no entiendo contribuir por mi parte á amargas decepciones, y acaso acaso, á que se repita la segunda parte de San Carlos de la Rápita. Esto me lo prohíbe mi conciencia, además de que, antes que carlista soy español, y nunca aprobaré planes que no pueden dar otros resultados que nuevas desgracias.
Si después de haberse cambiado una marcha política, fatal á los intereses del partido, llegase y viese yo el verdadero momento de obrar, no será Cabrera el último en dar la mano, y lo hará con toda la energía de su corazón, para echar abajo el gobierno de Madrid; pero mientras tanto, deseo vivir tranquilo y retirado.
Concluyo, pues, Señora, reiterando á V. M. Mi profundo respeto y mi adhesión hácia su Real persona.
A los R.P. de V. M.
RAMÓN CABRERA
Wentworth, 23 de Febrero de 1866
(Publicada en el libro "La cuestión Cabrera", de José Indalecio Caso. Madrid. 1875)
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