Carta de César Vallejo a su hermano Víctor Clemente Vallejo
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Carta de César Vallejo a su hermano Víctor Clemente Vallejo
París, 14 de julio de 1923.
Mi queridísimo hermanito Víctor:
El Altísimo permita que mis letras les hallen llenos de bienestar, papacito y toda la familia. El Altísimo también ya me hizo llegar sin contratiempo alguno, a esta gran capital, que según opinión universal, es lo más bello que Dios ha hecho sobre la tierra. Aquí estoy ya, y me parece todo un sueño, hermanito amado. Un sueño! Un sueño! Quiero llorar ahora viéndome aquí, tan lejos de ustedes… uf! muy lejos! Quiero llorar mucho, a torrentes porque mi dolor y mi tristeza asoman a mis ojos y no me dejan escribir…
París! París! ¡Oh qué grandeza! ¡Qué maravilla! He realizado el anhelo más grande que todo hombre culto siente al mirar sobre este globo de tierra. ¡Oh qué maravilla de las maravillas!
Llegué ayer 13, a las 7 de la mañana, en el expreso de La Rochelle. Mi salud buena. He visto aún poco. La Torre de Eiffiel, Cuartel de los Inválidos, el Sena, el Arco del Triunfo, los Campos Elíseos, el Palacio y el Lago de Versalles. Esto no es nada. París no tiene ni principio ni fin. Es para no acabar.
Hoy, 14, es la fiesta nacional de Francia. En este momento acabo de llegar al Palacio de la Legación del Perú, donde he sido agasajado con un almuerzo, por invitación del Ministro Plenipotenciario doctor Mariano Cornejo. Qué almuerzo más lujoso! Criados de correctos frac nos han servido. Cornejo brindó por la alegría de tener aquí al poeta Vallejo. Estas son sus palabras textuales. He saboreado el champán auténtico de Francia. Ya han de ver ustedes periódicos, ahí donde se cuenta de todo esto.
De España le escribí a papacito una carta que supongo la habrá recibido ya.
Hermanito: Jamás soñé cuando yo era niño, que algún día me vería yo en París, alternando con grandes personajes. Todo me parece que estoy soñando, y me miro y no me reconozco. Tan humildes hemos sido, tan pobres!
Ahora ya, Dios verá por mí. Confío en él y en él espero. Aquí sigo trabajando una novela para presentarla al Concurso de París de este año, con un premio de 10, 000 francos. Dios quiera que yo sea el premiado, con lo que yo habría logrado el laurel definitivo y una gloria universal. Dios lo quiera. Yo les avisaré.
En este hotel, cuya fotografía se inserta en este pliego, estoy alojado. Ocupo la habitación del quinto piso, que verá usted marcada con tinta, de ahí le escribo ahora, a las 5 de la tarde. Llegan del boulevard un murmullo de músicos, risas, voces, traquidos de carros subterráneos, etc, etc. Dedico este momento a la sagrada memoria de mi padre y de todos ustedes, que, a esta hora, estarán en mi Santiago, y en casita, quizás conversando juntos, riendo o acaso llorando. Pienso en ustedes y la melancolía me ahoga y no puedo más. Yo regresaré a América, Dios lo permita muy pronto. Vamos a ver.
París está en pleno verano. Hay un calor horrible.
Poco a poco hablaré en francés correctamente.
Escríbame siempre. No me olviden. A papacito le escribo mañana.
Díganme cómo va el juicio de agosto. Esto me tiene muy intranquilo.
A Néstor le escribo ahora.
Mis caricias y ternuras.
César.
Mi queridísimo hermanito Víctor:
El Altísimo permita que mis letras les hallen llenos de bienestar, papacito y toda la familia. El Altísimo también ya me hizo llegar sin contratiempo alguno, a esta gran capital, que según opinión universal, es lo más bello que Dios ha hecho sobre la tierra. Aquí estoy ya, y me parece todo un sueño, hermanito amado. Un sueño! Un sueño! Quiero llorar ahora viéndome aquí, tan lejos de ustedes… uf! muy lejos! Quiero llorar mucho, a torrentes porque mi dolor y mi tristeza asoman a mis ojos y no me dejan escribir…
París! París! ¡Oh qué grandeza! ¡Qué maravilla! He realizado el anhelo más grande que todo hombre culto siente al mirar sobre este globo de tierra. ¡Oh qué maravilla de las maravillas!
Llegué ayer 13, a las 7 de la mañana, en el expreso de La Rochelle. Mi salud buena. He visto aún poco. La Torre de Eiffiel, Cuartel de los Inválidos, el Sena, el Arco del Triunfo, los Campos Elíseos, el Palacio y el Lago de Versalles. Esto no es nada. París no tiene ni principio ni fin. Es para no acabar.
Hoy, 14, es la fiesta nacional de Francia. En este momento acabo de llegar al Palacio de la Legación del Perú, donde he sido agasajado con un almuerzo, por invitación del Ministro Plenipotenciario doctor Mariano Cornejo. Qué almuerzo más lujoso! Criados de correctos frac nos han servido. Cornejo brindó por la alegría de tener aquí al poeta Vallejo. Estas son sus palabras textuales. He saboreado el champán auténtico de Francia. Ya han de ver ustedes periódicos, ahí donde se cuenta de todo esto.
De España le escribí a papacito una carta que supongo la habrá recibido ya.
Hermanito: Jamás soñé cuando yo era niño, que algún día me vería yo en París, alternando con grandes personajes. Todo me parece que estoy soñando, y me miro y no me reconozco. Tan humildes hemos sido, tan pobres!
Ahora ya, Dios verá por mí. Confío en él y en él espero. Aquí sigo trabajando una novela para presentarla al Concurso de París de este año, con un premio de 10, 000 francos. Dios quiera que yo sea el premiado, con lo que yo habría logrado el laurel definitivo y una gloria universal. Dios lo quiera. Yo les avisaré.
En este hotel, cuya fotografía se inserta en este pliego, estoy alojado. Ocupo la habitación del quinto piso, que verá usted marcada con tinta, de ahí le escribo ahora, a las 5 de la tarde. Llegan del boulevard un murmullo de músicos, risas, voces, traquidos de carros subterráneos, etc, etc. Dedico este momento a la sagrada memoria de mi padre y de todos ustedes, que, a esta hora, estarán en mi Santiago, y en casita, quizás conversando juntos, riendo o acaso llorando. Pienso en ustedes y la melancolía me ahoga y no puedo más. Yo regresaré a América, Dios lo permita muy pronto. Vamos a ver.
París está en pleno verano. Hay un calor horrible.
Poco a poco hablaré en francés correctamente.
Escríbame siempre. No me olviden. A papacito le escribo mañana.
Díganme cómo va el juicio de agosto. Esto me tiene muy intranquilo.
A Néstor le escribo ahora.
Mis caricias y ternuras.
César.
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