LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VIII
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EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA :: Biblioteca Virtual-Cultura General :: Libros Históricos
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LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VIII
LIBRO OCTAVO (Escrito por Aulo Hircio)
PRÓLOGO
Movido de tus instancias continuas, Balbo, pues te parece que mi
porfiada resistencia no tanto se dirigía a excusar la dificultad, como la
flojedad mía, he entrado en un empeño sumamente difícil. He
compuesto un Comentario de los hechos de nuestro César en las Galias,
no comparable a sus escritos antecedentes y posteriores; y he formado
otro, bien que imperfecto, de los sucesos de Alejandría hasta el fin, no
de la disensión civil, que éste hasta ahora no le vemos, sino de la vida
de César. Los cuales ojalá sepan los que Los leyeren cuan contra mi
voluntad he emprendido escribirlos, para que más fácilmente me
absuelvan del crimen de necio y arrogante en haberme interpolado con
los escritos de César. Porque es constante entre iodos, que no se halla
obra de alguno escrita con todo el trabajo y esmero posible, que no
quede obscurecida a la vista de la elegancia de estos comentarios, los
cuales se han publicado para que los escritores tuviesen noticia de tales
sucesos; y han merecido tanta estimación en la opinión de todos, que
no parece dan facultad a los autores, sino se la quitan, para escribir
sobre ellos una historia. Acerca de lo cual es mucho mayor la
admiración mía que la de los demás. Porque los otros saben al cabo con
cuánta elegancia y pureza están escritos; pero yo fui testigo de cuan
pronta y fácilmente los concluyó. Tenía César, no sólo una suma
facilidad y elegancia en el escribir, sino también una rara habilidad para
explicar sus pensamientos. Además, no tuve yo la suerte de hallarme
en la guerra de África, ni en la de Alejandría; de las cuales, aunque en
mucha parte tuve noticia por conversaciones del mismo César, con todo,
con diferente impresión oímos aquellos hechos que nos preocupan con
la novedad, o la admiración, de aquella con que referimos los sucesos
como testigos de vista. Mas cuando voy recogiendo todas las razones
de excusarme de ser puesto en paralelo con César, caigo en este mismo
delito de arrogancia de pensar, que a juicio de algunos pueda yo ser
comparado con él. Adiós.
PRÓLOGO
Movido de tus instancias continuas, Balbo, pues te parece que mi
porfiada resistencia no tanto se dirigía a excusar la dificultad, como la
flojedad mía, he entrado en un empeño sumamente difícil. He
compuesto un Comentario de los hechos de nuestro César en las Galias,
no comparable a sus escritos antecedentes y posteriores; y he formado
otro, bien que imperfecto, de los sucesos de Alejandría hasta el fin, no
de la disensión civil, que éste hasta ahora no le vemos, sino de la vida
de César. Los cuales ojalá sepan los que Los leyeren cuan contra mi
voluntad he emprendido escribirlos, para que más fácilmente me
absuelvan del crimen de necio y arrogante en haberme interpolado con
los escritos de César. Porque es constante entre iodos, que no se halla
obra de alguno escrita con todo el trabajo y esmero posible, que no
quede obscurecida a la vista de la elegancia de estos comentarios, los
cuales se han publicado para que los escritores tuviesen noticia de tales
sucesos; y han merecido tanta estimación en la opinión de todos, que
no parece dan facultad a los autores, sino se la quitan, para escribir
sobre ellos una historia. Acerca de lo cual es mucho mayor la
admiración mía que la de los demás. Porque los otros saben al cabo con
cuánta elegancia y pureza están escritos; pero yo fui testigo de cuan
pronta y fácilmente los concluyó. Tenía César, no sólo una suma
facilidad y elegancia en el escribir, sino también una rara habilidad para
explicar sus pensamientos. Además, no tuve yo la suerte de hallarme
en la guerra de África, ni en la de Alejandría; de las cuales, aunque en
mucha parte tuve noticia por conversaciones del mismo César, con todo,
con diferente impresión oímos aquellos hechos que nos preocupan con
la novedad, o la admiración, de aquella con que referimos los sucesos
como testigos de vista. Mas cuando voy recogiendo todas las razones
de excusarme de ser puesto en paralelo con César, caigo en este mismo
delito de arrogancia de pensar, que a juicio de algunos pueda yo ser
comparado con él. Adiós.
Galius- Moderador General
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Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VIII
I. Sujeta toda la Galia, no habiendo interrumpido César el
ejercicio de las armas en todo el verano antecedente, y deseando que
descansasen las tropas de tantos trabajos en los cuarteles de invierno,
tuvo noticia de que muchas naciones trataban de renovar la guerra a un
mismo tiempo y conjurarse para este fin. De lo cual se decía que
verosímilmente sería la causa el haber conocido los galos, que ni con la
mayor multitud junta en un lugar se podía resistir a los romanos; pero
si a un tiempo muchas provincias les declarasen diversas guerras, no
tendría su ejército bastantes auxilios, ni tiempo ni gente para acudir a
todas partes. Y así ninguna ciudad debía rehusar la suerte de la
incomodidad si con esta lentitud podían las demás recobrar su libertad.
II. Para que no se confirmase la opinión de los galos, dejó César
el mando de los cuarteles de invierno al cuestor M. Antonio, y marchó
con la caballería el último día de diciembre de la ciudad de Autun138 a
juntarse con la legión trece, que invernaba no lejos de los términos de
Autun, y le añadió la undécima, que era la más inmediata. Dejó dos
cohortes para resguardo del equipaje, y marchó con el resto del ejército
a la fértilísima campaña de Berry, cuyos moradores, como tenían
espaciosos términos y muchas ciudades, no podían ser contenidos con
una sola legión de hacer prevenciones de guerra y conspiraciones con
este intento.
III. Sucedió con la repentina llegada de César lo que era preciso a
gente desprevenida y desparramada: que estando cultivando los
campos sin temor alguno, fueron sorprendidos por la caballería antes
que pudiesen refugiarse en las poblaciones. Porque aun aquella
ordinaria señal de sobrevenir el enemigo, que acostumbra a hacerse
entender por los incendios de los edificios, había sido prohibida con
orden formal de César, para que no le faltase abundancia de pasto y
trigo, si acaso pasaba más adelante, ni los enemigos se amedrentasen
con los incendios. Atemorizados los de Berry con la presa de muchos
millares de hombres, los que pudieron escapar de la primera entrada de
los romanos se acogieron a las ciudades circunvecinas, o fiados en los
privados hospedajes, o en la sociedad de los designios. Mas fue en vano;
porque haciendo César marchas muy largas, acudió a todas partes, sin
dar tiempo a ninguna ciudad de mirar antes por su salud y conservación
ajena que por la suya propia; con cuya prontitud mantuvo en su
fidelidad a los amigos, y con el terror obligó a los dudosos a las
condiciones de la paz. Propuesta ésta, y viendo los de Berry que la
clemencia de César les abría camino para volver a su amistad, y que las
ciudades de su comarca habían sido admitidas sin otra pena que
haberle dado rehenes, hicieron ellos lo mismo.
ejercicio de las armas en todo el verano antecedente, y deseando que
descansasen las tropas de tantos trabajos en los cuarteles de invierno,
tuvo noticia de que muchas naciones trataban de renovar la guerra a un
mismo tiempo y conjurarse para este fin. De lo cual se decía que
verosímilmente sería la causa el haber conocido los galos, que ni con la
mayor multitud junta en un lugar se podía resistir a los romanos; pero
si a un tiempo muchas provincias les declarasen diversas guerras, no
tendría su ejército bastantes auxilios, ni tiempo ni gente para acudir a
todas partes. Y así ninguna ciudad debía rehusar la suerte de la
incomodidad si con esta lentitud podían las demás recobrar su libertad.
II. Para que no se confirmase la opinión de los galos, dejó César
el mando de los cuarteles de invierno al cuestor M. Antonio, y marchó
con la caballería el último día de diciembre de la ciudad de Autun138 a
juntarse con la legión trece, que invernaba no lejos de los términos de
Autun, y le añadió la undécima, que era la más inmediata. Dejó dos
cohortes para resguardo del equipaje, y marchó con el resto del ejército
a la fértilísima campaña de Berry, cuyos moradores, como tenían
espaciosos términos y muchas ciudades, no podían ser contenidos con
una sola legión de hacer prevenciones de guerra y conspiraciones con
este intento.
III. Sucedió con la repentina llegada de César lo que era preciso a
gente desprevenida y desparramada: que estando cultivando los
campos sin temor alguno, fueron sorprendidos por la caballería antes
que pudiesen refugiarse en las poblaciones. Porque aun aquella
ordinaria señal de sobrevenir el enemigo, que acostumbra a hacerse
entender por los incendios de los edificios, había sido prohibida con
orden formal de César, para que no le faltase abundancia de pasto y
trigo, si acaso pasaba más adelante, ni los enemigos se amedrentasen
con los incendios. Atemorizados los de Berry con la presa de muchos
millares de hombres, los que pudieron escapar de la primera entrada de
los romanos se acogieron a las ciudades circunvecinas, o fiados en los
privados hospedajes, o en la sociedad de los designios. Mas fue en vano;
porque haciendo César marchas muy largas, acudió a todas partes, sin
dar tiempo a ninguna ciudad de mirar antes por su salud y conservación
ajena que por la suya propia; con cuya prontitud mantuvo en su
fidelidad a los amigos, y con el terror obligó a los dudosos a las
condiciones de la paz. Propuesta ésta, y viendo los de Berry que la
clemencia de César les abría camino para volver a su amistad, y que las
ciudades de su comarca habían sido admitidas sin otra pena que
haberle dado rehenes, hicieron ellos lo mismo.
Galius- Moderador General
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Fecha de inscripción : 19/02/2013
Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VIII
IV. César, a vista de la constancia con que los soldados habían
tolerado tan grandes trabajos, siguiéndole con tan buen deseo en
tiempo de hielos por caminos muy trabajosos, y con unos fríos
intolerables, prometió regalarlos con doscientos sestercios a cada uno,
y dos mil denarios a los centuriones con título de presa, y enviadas las
legiones a sus cuarteles, se volvió a Autun a los cuarenta días que había
salido. Estando aquí administrando justicia, llegaron comisionados de
Berry a pedirle socorro contra los de Chartres, quejándose de que les
habían declarado la guerra. Con cuya noticia, sin haber sosegado más
que dieciocho días, mandó salir a las legiones decimocuarta y sexta,
que invernaban sobre el Saona, de las cuales se dijo en el libro anterior
que estaban destinadas aquí para facilitar las provisiones de víveres.
Con estas legiones partió a castigar el atrevimiento de los chartreses.
tolerado tan grandes trabajos, siguiéndole con tan buen deseo en
tiempo de hielos por caminos muy trabajosos, y con unos fríos
intolerables, prometió regalarlos con doscientos sestercios a cada uno,
y dos mil denarios a los centuriones con título de presa, y enviadas las
legiones a sus cuarteles, se volvió a Autun a los cuarenta días que había
salido. Estando aquí administrando justicia, llegaron comisionados de
Berry a pedirle socorro contra los de Chartres, quejándose de que les
habían declarado la guerra. Con cuya noticia, sin haber sosegado más
que dieciocho días, mandó salir a las legiones decimocuarta y sexta,
que invernaban sobre el Saona, de las cuales se dijo en el libro anterior
que estaban destinadas aquí para facilitar las provisiones de víveres.
Con estas legiones partió a castigar el atrevimiento de los chartreses.
Galius- Moderador General
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Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VIII
V. Llegada a los enemigos la fama del ejército, y temiendo iguales
daños que los otros, desamparando las poblaciones que habitaban, en
que por necesidad habían levantado unas pequeñas chozas y cabañas
para guarecerse del frío (porque recién conquistados habían perdido
muchas de sus ciudades), dieron a huir por diversas partes. César, que
no quería exponer sus tropas a los rigores de la estación que
amenazaba entonces, puso su real sobre Orleáns, ciudad de Chartrain,
y alojó parte de los soldados en las casas de los galos, parte en las
chozas que hicieron de pronto con la paja recogida para cubrir las
tiendas; pero a la caballería e infantería auxiliar despachó por todos
aquellos parajes por donde se decía que habían escapado los enemigos,
y no en vano, pues volvieron casi todos cargados de presa. Oprimidos
los chartreses por el rigor del invierno y el miedo del peligro, echados
de sus casas, sin atreverse a permanecer en un paraje mucho tiempo,
ni poderse refugiar al amparo de las selvas por la crueldad del temporal,
dispersos, y con la pérdida considerable de los suyos, se fueron
repartiendo por las ciudades comarcanas.
VI. César, considerando el rigor de la estación, y teniendo por
bastante deshacer estos cuerpos de tropas, para que no se originase
algún nuevo principio de guerra; y conociendo cuanto alcanzaba con la
razón, que no se podía mover empresa considerable para el verano,
puso a C. Trebonio en el cuartel de Orleáns con las dos legiones que
tenía consigo. Noticioso por frecuentes avisos de Reims que los del
Bovesis, señalados entre todos los galos y belgas en la gloria militar, y
las ciudades de su comarca prevenían ejército y se juntaban en sitio
señalado, teniendo por caudillos a Correo, natural del Bovesis, y a
Comió de Arras, para hacer una entrada con toda su gente en las tierras
de Soisóns, de la jurisdicción de Reims; y juzgando que importaba no
sólo a su reputación, sino a su propio interés que los aliados
beneméritos de la república no recibiesen daño alguno, volvió a sacar
de los cuarteles de invierno a la legión undécima, escribió a C. Fabio
que se fuese acercando a Soisóns con las dos que tenía, y envió a pedir
a Labieno una de las que estaban a su mando. De esta manera, cuando
lo permitía la inmediación de los cuarteles y el presupuesto de la guerra,
repartía el cargo de ella alternativamente a las legiones, sin descansar
él en ningún tiempo.
daños que los otros, desamparando las poblaciones que habitaban, en
que por necesidad habían levantado unas pequeñas chozas y cabañas
para guarecerse del frío (porque recién conquistados habían perdido
muchas de sus ciudades), dieron a huir por diversas partes. César, que
no quería exponer sus tropas a los rigores de la estación que
amenazaba entonces, puso su real sobre Orleáns, ciudad de Chartrain,
y alojó parte de los soldados en las casas de los galos, parte en las
chozas que hicieron de pronto con la paja recogida para cubrir las
tiendas; pero a la caballería e infantería auxiliar despachó por todos
aquellos parajes por donde se decía que habían escapado los enemigos,
y no en vano, pues volvieron casi todos cargados de presa. Oprimidos
los chartreses por el rigor del invierno y el miedo del peligro, echados
de sus casas, sin atreverse a permanecer en un paraje mucho tiempo,
ni poderse refugiar al amparo de las selvas por la crueldad del temporal,
dispersos, y con la pérdida considerable de los suyos, se fueron
repartiendo por las ciudades comarcanas.
VI. César, considerando el rigor de la estación, y teniendo por
bastante deshacer estos cuerpos de tropas, para que no se originase
algún nuevo principio de guerra; y conociendo cuanto alcanzaba con la
razón, que no se podía mover empresa considerable para el verano,
puso a C. Trebonio en el cuartel de Orleáns con las dos legiones que
tenía consigo. Noticioso por frecuentes avisos de Reims que los del
Bovesis, señalados entre todos los galos y belgas en la gloria militar, y
las ciudades de su comarca prevenían ejército y se juntaban en sitio
señalado, teniendo por caudillos a Correo, natural del Bovesis, y a
Comió de Arras, para hacer una entrada con toda su gente en las tierras
de Soisóns, de la jurisdicción de Reims; y juzgando que importaba no
sólo a su reputación, sino a su propio interés que los aliados
beneméritos de la república no recibiesen daño alguno, volvió a sacar
de los cuarteles de invierno a la legión undécima, escribió a C. Fabio
que se fuese acercando a Soisóns con las dos que tenía, y envió a pedir
a Labieno una de las que estaban a su mando. De esta manera, cuando
lo permitía la inmediación de los cuarteles y el presupuesto de la guerra,
repartía el cargo de ella alternativamente a las legiones, sin descansar
él en ningún tiempo.
Galius- Moderador General
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Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VIII
VII. Juntas estas tropas, marchó la vuelta del Bovesis; y
habiendo acampado en sus términos, destacó varias partidas de
caballos a diversas partes, que hiciesen algunos prisioneros de quienes
informarse de los designios de los enemigos. Hicieron éstos su deber, y
volvieron diciendo que habían hallado muy poca gente en las
poblaciones, y ésta no que hubiese quedado por causa del cultivo de los
campos, pues se habían retirado con diligencia de toda la comarca, sino
que eran enviados como espías, A quienes, preguntando César dónde
estaba la multitud de los boveses o cuál era su designio, halló que todos
los que podían tomar las armas habían formado un cuerpo, y con ellos
los de Amiéns, de Maine, de Caux, de Rúan y Artois, y elegido para su
real una eminencia rodeada de una laguna embarazosa; que habían
retirado todo el equipaje a los montes más apartados; que eran muchos
los capitanes de aquella empresa, pero que toda la multitud obedecía a
Correo, por haber entendido que era el que más odio mostraba al
Pueblo Romano; que pocos días antes había marchado Comió de este
campo a traer tropas auxiliares de sus vecinos los germanos, cuya
multitud era infinita; que tenían determinado les del Bovesis, por
consentimiento de los cabos principales y con gran contente de la plebe,
en caso de venir César, como se decía, con tres legiones, presentarle
desde luego la batalla, para no verse después precisados a pelear con
menos ventaja con todo el resto de su ejército; pero si traía mayores
tropas, permanecer en el puesto que habían tomado, y con
emboscadas estorbar a los romanos el forraje, escaso y disperso por la
estación, y las provisiones de víveres.
VIH. Hechas estas averiguaciones, por convenir muchos en lo
mismo, y viendo que las resoluciones que le proponían estaban llenas
de prudencia y muy distantes de la temeridad de gentes bárbaras,
pensó todos los medios posibles para que, menospreciando los
enemigos el corto número de su gente, saliesen a campo raso. Tenía
consigo las legiones séptima, octava y nona, las más veteranas y de
singular valor; la undécima, de grandes esperanzas, compuesta de
mozos escogidos, que llevando ya cumplidos ocho años de servicio, con
todo no había llegado aún a igual reputación de valiente y veterana. Y
así, convocada una junta, y expuestas en ella todas las noticias
adquiridas, aseguró los ánimos de los soldados; y por si podía atraer a
los enemigos a la batalla con el número de las tres legiones, ordenó el
ejército en esta forma: Hizo marchar delante del equipaje a las legiones
séptima, octava y nona, después todo el equipaje (que no era
considerable, como suele en tales expediciones), al cual cerrase la
legión undécima para no darles apariencia de mayor número que el que
ellos habían pedido. Ordenado así el ejército, casi en forma de cuadro,
llegó a la vista de los enemigos antes de lo que pensaban.
habiendo acampado en sus términos, destacó varias partidas de
caballos a diversas partes, que hiciesen algunos prisioneros de quienes
informarse de los designios de los enemigos. Hicieron éstos su deber, y
volvieron diciendo que habían hallado muy poca gente en las
poblaciones, y ésta no que hubiese quedado por causa del cultivo de los
campos, pues se habían retirado con diligencia de toda la comarca, sino
que eran enviados como espías, A quienes, preguntando César dónde
estaba la multitud de los boveses o cuál era su designio, halló que todos
los que podían tomar las armas habían formado un cuerpo, y con ellos
los de Amiéns, de Maine, de Caux, de Rúan y Artois, y elegido para su
real una eminencia rodeada de una laguna embarazosa; que habían
retirado todo el equipaje a los montes más apartados; que eran muchos
los capitanes de aquella empresa, pero que toda la multitud obedecía a
Correo, por haber entendido que era el que más odio mostraba al
Pueblo Romano; que pocos días antes había marchado Comió de este
campo a traer tropas auxiliares de sus vecinos los germanos, cuya
multitud era infinita; que tenían determinado les del Bovesis, por
consentimiento de los cabos principales y con gran contente de la plebe,
en caso de venir César, como se decía, con tres legiones, presentarle
desde luego la batalla, para no verse después precisados a pelear con
menos ventaja con todo el resto de su ejército; pero si traía mayores
tropas, permanecer en el puesto que habían tomado, y con
emboscadas estorbar a los romanos el forraje, escaso y disperso por la
estación, y las provisiones de víveres.
VIH. Hechas estas averiguaciones, por convenir muchos en lo
mismo, y viendo que las resoluciones que le proponían estaban llenas
de prudencia y muy distantes de la temeridad de gentes bárbaras,
pensó todos los medios posibles para que, menospreciando los
enemigos el corto número de su gente, saliesen a campo raso. Tenía
consigo las legiones séptima, octava y nona, las más veteranas y de
singular valor; la undécima, de grandes esperanzas, compuesta de
mozos escogidos, que llevando ya cumplidos ocho años de servicio, con
todo no había llegado aún a igual reputación de valiente y veterana. Y
así, convocada una junta, y expuestas en ella todas las noticias
adquiridas, aseguró los ánimos de los soldados; y por si podía atraer a
los enemigos a la batalla con el número de las tres legiones, ordenó el
ejército en esta forma: Hizo marchar delante del equipaje a las legiones
séptima, octava y nona, después todo el equipaje (que no era
considerable, como suele en tales expediciones), al cual cerrase la
legión undécima para no darles apariencia de mayor número que el que
ellos habían pedido. Ordenado así el ejército, casi en forma de cuadro,
llegó a la vista de los enemigos antes de lo que pensaban.
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Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VIII
IX. Viendo ellos que se acercaban las tropas en ademán de pelear,
aunque se le había dado a entender a Cesar su mucha confianza en sus
designios, o por el peligro de la batalla, o por la llegada repentina, o por
esperar nuestra resolución, ordenó sus haces delante de los reales sin
apartarse de la eminencia. César, aunque había deseado venir a las
manos, con todo, admirado de la multitud de los enemigos, acampó
enfrente de ellos, dejando en medio un valle más profundo que de
grande espacio. Mandó fortalecer sus reales con un muro de doce pies,
y a proporción de esta altura fabricar un parapeto. Asimismo que se
hiciesen dos fosos de quince pies de profundidad, tan anchos por arriba
como por abajo; que se levantasen varias torres de tres altos, unidas
con puentes y galerías, cuyos frentes se fortaleciesen con un parapeto
de zarzos, para que fuese rechazado el enemigo por dos órdenes de
defensores, uno que disparase sus flechas de más lejos, y con mayor
atrevimiento desde las galerías, cuanto estaba más seguro en la altura,
y el otro más cercano al enemigo en la trinchera se cubriese con los
puentes, de sus flechas; y a todas las entradas hizo poner puertas y
torres muy altas.
X. Dos eran las intenciones de esta fortificación: con tan grandes
obras y la sospecha de temor esperaba aumentar la confianza de los
bárbaros; y habiéndose de ir lejos por el forraje y víveres, se podrían
defender los reales con menos gente. Entre tanto, adelantándose
muchas veces algunos soldados de una y otra parte, se peleaba sobre
una laguna que había en medio, la cual pasaban a veces nuestras
partidas, o las de los galos y germanos, persiguiendo con más ardor a
los enemigos, y a veces la pasaban ellos retando a los nuestros.
Además, sucedía diariamente en los forrajes (como era preciso yéndose
a buscar a los edificios raros y dispersos), que, desparramados los que
le buscaban en parajes quebrados, eran cercados, cosa que aunque de
poco daño para los nuestros, de caballerías y esclavos, con todo no
dejaba de levantar los necios pensamientos de los bárbaros, y más
habiendo venido Comió, de quien dijimos había ido por socorros a
Germania, con una partida de caballos, que aunque no eran más que
quinientos, bastaban para hincharlos con el socorro de los germanos.
XI. Viendo César que se mantenía el enemigo mucho tiempo en
sus reales fortificados con una laguna, y en sitio ventajoso por
naturaleza, y que no podía asaltarlos sin un choque peligroso, ni cercar
el sitio con obras sin un ejército más numeroso, escribió a C. Trebonio
que lo más pronto que pudiese llamase a sí la legión decimotercia, que
invernaba en Berry al mando del lugarteniente T. Sextio, y viniese a
largas marchas a incorporarse con él con tres legiones. Entre tanto,
destacaba todos los días la caballería de Reims y Langres, y de las
demás naciones, de que tenía un número considerable, de escolta a los
forrajeadores para que contuviesen las correrías repentinas de los
enemigos.
aunque se le había dado a entender a Cesar su mucha confianza en sus
designios, o por el peligro de la batalla, o por la llegada repentina, o por
esperar nuestra resolución, ordenó sus haces delante de los reales sin
apartarse de la eminencia. César, aunque había deseado venir a las
manos, con todo, admirado de la multitud de los enemigos, acampó
enfrente de ellos, dejando en medio un valle más profundo que de
grande espacio. Mandó fortalecer sus reales con un muro de doce pies,
y a proporción de esta altura fabricar un parapeto. Asimismo que se
hiciesen dos fosos de quince pies de profundidad, tan anchos por arriba
como por abajo; que se levantasen varias torres de tres altos, unidas
con puentes y galerías, cuyos frentes se fortaleciesen con un parapeto
de zarzos, para que fuese rechazado el enemigo por dos órdenes de
defensores, uno que disparase sus flechas de más lejos, y con mayor
atrevimiento desde las galerías, cuanto estaba más seguro en la altura,
y el otro más cercano al enemigo en la trinchera se cubriese con los
puentes, de sus flechas; y a todas las entradas hizo poner puertas y
torres muy altas.
X. Dos eran las intenciones de esta fortificación: con tan grandes
obras y la sospecha de temor esperaba aumentar la confianza de los
bárbaros; y habiéndose de ir lejos por el forraje y víveres, se podrían
defender los reales con menos gente. Entre tanto, adelantándose
muchas veces algunos soldados de una y otra parte, se peleaba sobre
una laguna que había en medio, la cual pasaban a veces nuestras
partidas, o las de los galos y germanos, persiguiendo con más ardor a
los enemigos, y a veces la pasaban ellos retando a los nuestros.
Además, sucedía diariamente en los forrajes (como era preciso yéndose
a buscar a los edificios raros y dispersos), que, desparramados los que
le buscaban en parajes quebrados, eran cercados, cosa que aunque de
poco daño para los nuestros, de caballerías y esclavos, con todo no
dejaba de levantar los necios pensamientos de los bárbaros, y más
habiendo venido Comió, de quien dijimos había ido por socorros a
Germania, con una partida de caballos, que aunque no eran más que
quinientos, bastaban para hincharlos con el socorro de los germanos.
XI. Viendo César que se mantenía el enemigo mucho tiempo en
sus reales fortificados con una laguna, y en sitio ventajoso por
naturaleza, y que no podía asaltarlos sin un choque peligroso, ni cercar
el sitio con obras sin un ejército más numeroso, escribió a C. Trebonio
que lo más pronto que pudiese llamase a sí la legión decimotercia, que
invernaba en Berry al mando del lugarteniente T. Sextio, y viniese a
largas marchas a incorporarse con él con tres legiones. Entre tanto,
destacaba todos los días la caballería de Reims y Langres, y de las
demás naciones, de que tenía un número considerable, de escolta a los
forrajeadores para que contuviesen las correrías repentinas de los
enemigos.
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Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VIII
XII. Como esto se hiciese todos los días, y con la costumbre,
como suele suceder, se fuese disminuyendo la diligencia, dispusieron
los del Bovesis una emboscada con un trozo de infantería escogida,
habiendo advertido de antemano dónde solían apostarse nuestros
caballos; y enviaron allí mismo su caballería al día siguiente, para sacar
primero a los nuestros al lugar de la emboscada y acometerlos después
cogiéndolos en medio. Esta desgracia cayó sobre la caballería de Reims,
a quien tocó aquel día resguardar a los forrajeadores. Porque
advirtiendo de pronto la de los enemigos, y despreciándolos por verse
superiores en número, los siguieron con demasiado ardor, y fueron
cercados por la infantería emboscada. Con cuyo hecho perturbados, se
retiraron más presto de lo acostumbrado en las batallas de a caballo
con pérdida de su general Vertisco, sujeto muy principal de su Estado.
El cual, pudiendo apenas manejar el caballo por su avanzada edad, con
todo, según la costumbre de la nación, ni se había excusado de tomar el
mando ni permitido que se pelease sin su presencia. Se hincharon y
levantaron más los ánimos de los enemigos con la prosperidad de la
batalla y la muerte de una persona tan principal como el general de la
caballería de Reims; y los nuestros fueron avisados con aquel daño para
apostarse examinando antes los parajes con más diligencia, y seguir
con más moderación las retiradas de los enemigos.
XIII. Con todo no cesaban las diarias escaramuzas a vista de uno
y otro campo en los vados y pasos de la laguna. En una de días los
germanos que César había traído para pelear mezclados con nuestros
caballos, habiendo pasado todos la laguna con gran tesón y muerto a
algunos que les quisieron hacer frente, y persiguiendo con denuedo a
todo el resto de la multitud, se amedrentaron de suerte, no sólo los
oprimidos de cerca o heridos desde lejos, que huyeron
vergonzosamente, sin dejar de correr, perdiendo siempre las alturas
que ocupaban, unos hasta meterse dentro de sus reales y otros mucho
más lejos movidos de su propia vergüenza. Con cuyo riesgo llegaron a
cobrar tal miedo todas las tropas, que apenas se podía discernir si eran
más insolentes en las cosas favorables y muy pequeñas, que
pusilánimes en las adversas de alguna mayor consideración.
XIV. Pasados muchos días en los reales, y noticiosos los
generales de los enemigos que se acercaban las legiones y el
lugarteniente C. Trebonio, temiéndose un cerco semejante al de Alesia,
despacharon una noche a los que por sus años, debilidad o falta de
armas eran menos a propósito para la guerra, y enviaron con ellos el
resto de los equipajes; cuyo perturbado y confuso escuadrón, mientras
se dispuso a la marcha (pues aunque marchen estas gentes a la ligera,
les sigue siempre una gran multitud de carros), sobreviniendo la luz del
día, formaron algunas tropas al frente de los reales, no fuese que los
romanos salieran en su seguimiento antes que se adelantase el
equipaje. Pero ni César tenía por conveniente provocarlos, cuando se
defendían desde un collado muy alto, ni tampoco dejar de acercar las
legiones, hasta no poder retirarse los bárbaros de aquel puesto sin
recibir algún daño. Y así, visto que la laguna embarazosa separaba un
campo de otro, cuya dificultad podía estorbar la prontitud de seguirles
el alcance, y que el collado, pegado al real enemigo a espaldas de la
laguna, estaba también separado de los suyos por un mediano valle,
echando puente sobre la laguna, pasó las legiones del otro lado, y tomó
prontamente el llano de encima del collado, que con suave declive
estaba fortalecido por los lados. Ordenadas aquí las legiones, subió a lo
alto de la cuesta, y sentó su real en un paraje desde donde con
máquinas podían herir las flechas al enemigo.
como suele suceder, se fuese disminuyendo la diligencia, dispusieron
los del Bovesis una emboscada con un trozo de infantería escogida,
habiendo advertido de antemano dónde solían apostarse nuestros
caballos; y enviaron allí mismo su caballería al día siguiente, para sacar
primero a los nuestros al lugar de la emboscada y acometerlos después
cogiéndolos en medio. Esta desgracia cayó sobre la caballería de Reims,
a quien tocó aquel día resguardar a los forrajeadores. Porque
advirtiendo de pronto la de los enemigos, y despreciándolos por verse
superiores en número, los siguieron con demasiado ardor, y fueron
cercados por la infantería emboscada. Con cuyo hecho perturbados, se
retiraron más presto de lo acostumbrado en las batallas de a caballo
con pérdida de su general Vertisco, sujeto muy principal de su Estado.
El cual, pudiendo apenas manejar el caballo por su avanzada edad, con
todo, según la costumbre de la nación, ni se había excusado de tomar el
mando ni permitido que se pelease sin su presencia. Se hincharon y
levantaron más los ánimos de los enemigos con la prosperidad de la
batalla y la muerte de una persona tan principal como el general de la
caballería de Reims; y los nuestros fueron avisados con aquel daño para
apostarse examinando antes los parajes con más diligencia, y seguir
con más moderación las retiradas de los enemigos.
XIII. Con todo no cesaban las diarias escaramuzas a vista de uno
y otro campo en los vados y pasos de la laguna. En una de días los
germanos que César había traído para pelear mezclados con nuestros
caballos, habiendo pasado todos la laguna con gran tesón y muerto a
algunos que les quisieron hacer frente, y persiguiendo con denuedo a
todo el resto de la multitud, se amedrentaron de suerte, no sólo los
oprimidos de cerca o heridos desde lejos, que huyeron
vergonzosamente, sin dejar de correr, perdiendo siempre las alturas
que ocupaban, unos hasta meterse dentro de sus reales y otros mucho
más lejos movidos de su propia vergüenza. Con cuyo riesgo llegaron a
cobrar tal miedo todas las tropas, que apenas se podía discernir si eran
más insolentes en las cosas favorables y muy pequeñas, que
pusilánimes en las adversas de alguna mayor consideración.
XIV. Pasados muchos días en los reales, y noticiosos los
generales de los enemigos que se acercaban las legiones y el
lugarteniente C. Trebonio, temiéndose un cerco semejante al de Alesia,
despacharon una noche a los que por sus años, debilidad o falta de
armas eran menos a propósito para la guerra, y enviaron con ellos el
resto de los equipajes; cuyo perturbado y confuso escuadrón, mientras
se dispuso a la marcha (pues aunque marchen estas gentes a la ligera,
les sigue siempre una gran multitud de carros), sobreviniendo la luz del
día, formaron algunas tropas al frente de los reales, no fuese que los
romanos salieran en su seguimiento antes que se adelantase el
equipaje. Pero ni César tenía por conveniente provocarlos, cuando se
defendían desde un collado muy alto, ni tampoco dejar de acercar las
legiones, hasta no poder retirarse los bárbaros de aquel puesto sin
recibir algún daño. Y así, visto que la laguna embarazosa separaba un
campo de otro, cuya dificultad podía estorbar la prontitud de seguirles
el alcance, y que el collado, pegado al real enemigo a espaldas de la
laguna, estaba también separado de los suyos por un mediano valle,
echando puente sobre la laguna, pasó las legiones del otro lado, y tomó
prontamente el llano de encima del collado, que con suave declive
estaba fortalecido por los lados. Ordenadas aquí las legiones, subió a lo
alto de la cuesta, y sentó su real en un paraje desde donde con
máquinas podían herir las flechas al enemigo.
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Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VIII
XV. Confiando los bárbaros en la situación de su campo, y no
rehusando pelear si los romanos intentaban subir la cuesta, pero no
atreviéndose a echar partidas separadas por no ser sorprendidos
hallándose dispersos, se estuvieron quietos. César, vista su pertinacia,
previno veinte cohortes, señaló el espacio para los reales, y mandó que
se fortaleciesen. Concluida la obra, formó las legiones en batalla al
frente de la trinchera, y dio orden de detener los caballos aparejados en
sus puestos. Viendo los enemigos dispuestos a los romanos para
perseguirlos y no pudiendo pernoctar ni permanecer más tiempo en
aquel paraje sin vitualla, tomaron para retirarse esta resolución:
Fueron pasando de mano en mano delante del campamento todos los
haces de paja y fagina sobre que estaban sentados los reales, y de que
tenían gran copia (pues como se ha dicho en los libros anteriores, así lo
acostumbraban), y dada la señal del anochecer, a un tiempo les
pusieron fuego. Así extendida la llama, quitó todas las tropas de la vista
de los romanos, lo cual hecho, dieron a huir con gran prisa.
XVI. César, aunque no podía distinguir la fuga de los enemigos
por el estorbo de las llamas, con todo, sospechando que habrían
tomado aquella resolución para escaparse, adelantó las legiones, y
echó delante algunas partidas de caballos que los siguiesen. Él
marchaba más despacio temiendo alguna emboscada por si
permanecía el enemigo en el mismo puesto y pretendía llamar a los
nuestros a algún desfiladero, los de a caballo temían penetrar por el
humo y por las llamas muy espesas; y si algunos más animosos
penetraban, como apenas viesen las cabezas de sus propios caballos,
temerosos de alguna celada, dieron a los enemigos oportunidad para
ponerse a salvo. De esta manera, con una fuga llena de temor y astucia,
habiendo caminado sin estorbo no más que diez millas, sentaron su real
en un puesto muy ventajoso. Desde allí, poniendo muchas veces en
celada ya la infantería, ya la caballería, hacían mucho daño a los
nuestros en los forrajees.
XVII. Como esto sucediese con frecuencia, supo César, por un
prisionero, que Correo, general de los enemigos, había escogido seis
mil infantes de los más esforzados y mil caballos de todo el resto de su
gente para armar una celada en cierto paraje, adonde creía que
enviarían los romanos a hacer forraje, porque le había en abundancia.
Sabido este designio, sacó César más legiones de las que
acostumbraba, y echó delante la caballería, según solía enviarla para
escolta de los forrajeadores. Puso entre ellos algunas partidas de tropa
ligera, y se acercó lo más que pudo con las legiones.
XVIII. Los enemigos puestos en la emboscada eligieron para dar
el golpe un lugar que sólo se extendía hasta mil pasos, fortalecido
alrededor con selvas muy embarazosas y con un río muy profundo, y le
cercaron todo. Los nuestros, averiguada la intención de los enemigos,
prevenidos de armas y valor para la batalla y no rehusando peligro
alguno, por saber que los seguían las legiones, llegaron al paraje en
varias partidas. Con su venida pensó Correo que se le había ofrecido la
ocasión del logro de su empresa, y así se mostró a lo primero con poca
gente y arremetió a las partidas que tenía más inmediatas. Los
nuestros sufrieron constantemente el ataque de los emboscados, sin
juntarse el mayor número, como sucede en los choques de a caballo,
así por algún temor como por el daño que se recibe de la misma
multitud de la caballería.
rehusando pelear si los romanos intentaban subir la cuesta, pero no
atreviéndose a echar partidas separadas por no ser sorprendidos
hallándose dispersos, se estuvieron quietos. César, vista su pertinacia,
previno veinte cohortes, señaló el espacio para los reales, y mandó que
se fortaleciesen. Concluida la obra, formó las legiones en batalla al
frente de la trinchera, y dio orden de detener los caballos aparejados en
sus puestos. Viendo los enemigos dispuestos a los romanos para
perseguirlos y no pudiendo pernoctar ni permanecer más tiempo en
aquel paraje sin vitualla, tomaron para retirarse esta resolución:
Fueron pasando de mano en mano delante del campamento todos los
haces de paja y fagina sobre que estaban sentados los reales, y de que
tenían gran copia (pues como se ha dicho en los libros anteriores, así lo
acostumbraban), y dada la señal del anochecer, a un tiempo les
pusieron fuego. Así extendida la llama, quitó todas las tropas de la vista
de los romanos, lo cual hecho, dieron a huir con gran prisa.
XVI. César, aunque no podía distinguir la fuga de los enemigos
por el estorbo de las llamas, con todo, sospechando que habrían
tomado aquella resolución para escaparse, adelantó las legiones, y
echó delante algunas partidas de caballos que los siguiesen. Él
marchaba más despacio temiendo alguna emboscada por si
permanecía el enemigo en el mismo puesto y pretendía llamar a los
nuestros a algún desfiladero, los de a caballo temían penetrar por el
humo y por las llamas muy espesas; y si algunos más animosos
penetraban, como apenas viesen las cabezas de sus propios caballos,
temerosos de alguna celada, dieron a los enemigos oportunidad para
ponerse a salvo. De esta manera, con una fuga llena de temor y astucia,
habiendo caminado sin estorbo no más que diez millas, sentaron su real
en un puesto muy ventajoso. Desde allí, poniendo muchas veces en
celada ya la infantería, ya la caballería, hacían mucho daño a los
nuestros en los forrajees.
XVII. Como esto sucediese con frecuencia, supo César, por un
prisionero, que Correo, general de los enemigos, había escogido seis
mil infantes de los más esforzados y mil caballos de todo el resto de su
gente para armar una celada en cierto paraje, adonde creía que
enviarían los romanos a hacer forraje, porque le había en abundancia.
Sabido este designio, sacó César más legiones de las que
acostumbraba, y echó delante la caballería, según solía enviarla para
escolta de los forrajeadores. Puso entre ellos algunas partidas de tropa
ligera, y se acercó lo más que pudo con las legiones.
XVIII. Los enemigos puestos en la emboscada eligieron para dar
el golpe un lugar que sólo se extendía hasta mil pasos, fortalecido
alrededor con selvas muy embarazosas y con un río muy profundo, y le
cercaron todo. Los nuestros, averiguada la intención de los enemigos,
prevenidos de armas y valor para la batalla y no rehusando peligro
alguno, por saber que los seguían las legiones, llegaron al paraje en
varias partidas. Con su venida pensó Correo que se le había ofrecido la
ocasión del logro de su empresa, y así se mostró a lo primero con poca
gente y arremetió a las partidas que tenía más inmediatas. Los
nuestros sufrieron constantemente el ataque de los emboscados, sin
juntarse el mayor número, como sucede en los choques de a caballo,
así por algún temor como por el daño que se recibe de la misma
multitud de la caballería.
Galius- Moderador General
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Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VIII
XIX. Como ésta pelease a pelotones, dispuestas alternativamente
las partidas, sin permitir que los cercasen por los lados, salió corriendo
todo el resto de las selvas con el mismo Correo a su frente. Trabóse la
batalla muy reñida, la cual mantenida largo rato sin conocida ventaja,
se dejó ver poco a poco la multitud de infantería en formación de batalla,
la cual obligó a retirarse a nuestra caballería; pero acudió presto a su
socorro la infantería ligera, que dije había marchado delante de las
legiones y peleaba con grande esfuerzo entreverada con los caballos.
Peleóse algún tiempo con igual resistencia; más después, como el lance
lo pedía de suyo, los que sostuvieron los primeros encuentros de la
emboscada, por esto mismo eran superiores, porque aunque fueron
cogidos de sobresalto no habían recibido daño alguno. Entre tanto se
iban acercando ya las legiones, y a un mismo tiempo llegaban
frecuentes avisos a los nuestros y a los enemigos de que se acercaba el
general con todo el resto del ejército. Con esta noticia, confiados los
nuestros con el socorro de las legiones, peleaban con grande esfuerzo,
para que no se creyese que por descuido comunicaban la gloria con el
ejército. Los enemigos cayeron de su estado, y por diversos caminos
buscaban la fuga en vano, pues se veían cercados en las mismas
dificultades en que habían pretendido encerrar a los nuestros. Al fin,
vencidos, derrotados y perdida la mayor parte, huían consternados por
donde los llevaba la suerte, parte a guarecerse de las selvas, parte a
escapar por el río, los cuales acabaron de perecer en la fuga, siguiendo
el alcance porfiadamente los nuestros. Correo, sin embargo, no
pudiendo ser vencido de la calamidad, ni reducido a salir de la batalla y
esconderse en las selvas, ni a rendirse, como le instaban los nuestros,
peleando valerosamente e hiriendo a muchos, obligó al cabo a los
vencedores a que, airados de su obstinación, le atravesasen de una
multitud de flechas.
XX. Con este suceso siguió César los pasos de la victoria; y
creyendo que desmayados los enemigos con la codicia de esta derrota
desampararían sus reales, que se decía distaban sólo ocho millas de
donde había pasado la refriega, aunque veía el embarazo del río, con
todo pasó adelante con su ejército. Los del Bovesis y sus aliados,
habiendo recogido muy pocos de los suyos, y éstos maltratados y
heridos, que evitaron la muerte al favor de las selvas, viendo las cosas
tan contrarias, informados de la calamidad, muerto Correo, perdida la
caballería y la mejor parte de la infantería, y creyendo que vendrían
sobre ellos los romanos, convocada una junta al son de las trompetas,
clamaron todos a una voz que se enviasen comisionados y rehenes a César.
las partidas, sin permitir que los cercasen por los lados, salió corriendo
todo el resto de las selvas con el mismo Correo a su frente. Trabóse la
batalla muy reñida, la cual mantenida largo rato sin conocida ventaja,
se dejó ver poco a poco la multitud de infantería en formación de batalla,
la cual obligó a retirarse a nuestra caballería; pero acudió presto a su
socorro la infantería ligera, que dije había marchado delante de las
legiones y peleaba con grande esfuerzo entreverada con los caballos.
Peleóse algún tiempo con igual resistencia; más después, como el lance
lo pedía de suyo, los que sostuvieron los primeros encuentros de la
emboscada, por esto mismo eran superiores, porque aunque fueron
cogidos de sobresalto no habían recibido daño alguno. Entre tanto se
iban acercando ya las legiones, y a un mismo tiempo llegaban
frecuentes avisos a los nuestros y a los enemigos de que se acercaba el
general con todo el resto del ejército. Con esta noticia, confiados los
nuestros con el socorro de las legiones, peleaban con grande esfuerzo,
para que no se creyese que por descuido comunicaban la gloria con el
ejército. Los enemigos cayeron de su estado, y por diversos caminos
buscaban la fuga en vano, pues se veían cercados en las mismas
dificultades en que habían pretendido encerrar a los nuestros. Al fin,
vencidos, derrotados y perdida la mayor parte, huían consternados por
donde los llevaba la suerte, parte a guarecerse de las selvas, parte a
escapar por el río, los cuales acabaron de perecer en la fuga, siguiendo
el alcance porfiadamente los nuestros. Correo, sin embargo, no
pudiendo ser vencido de la calamidad, ni reducido a salir de la batalla y
esconderse en las selvas, ni a rendirse, como le instaban los nuestros,
peleando valerosamente e hiriendo a muchos, obligó al cabo a los
vencedores a que, airados de su obstinación, le atravesasen de una
multitud de flechas.
XX. Con este suceso siguió César los pasos de la victoria; y
creyendo que desmayados los enemigos con la codicia de esta derrota
desampararían sus reales, que se decía distaban sólo ocho millas de
donde había pasado la refriega, aunque veía el embarazo del río, con
todo pasó adelante con su ejército. Los del Bovesis y sus aliados,
habiendo recogido muy pocos de los suyos, y éstos maltratados y
heridos, que evitaron la muerte al favor de las selvas, viendo las cosas
tan contrarias, informados de la calamidad, muerto Correo, perdida la
caballería y la mejor parte de la infantería, y creyendo que vendrían
sobre ellos los romanos, convocada una junta al son de las trompetas,
clamaron todos a una voz que se enviasen comisionados y rehenes a César.
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Fecha de inscripción : 19/02/2013
Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VIII
XXI. Aprobada por todos esta resolución, Comió se pasó huyendo
a aquellos pueblos de Germania de quienes había recibido auxilios para
esta guerra. Los demás, sin detención, enviaron diputados a César,
pidiéndole: «Se contentase con aquel castigo, que aun pudiendo y sin
haber abatido sus fuerzas con la victoria, nunca se le impondría tal por
su clemencia y humanidad; que había quedado desbaratado su poder
con la batalla ecuestre; habían perecido muchos millares de gente
escogida de infantería, quedando apenas quienes les llevasen la
infausta noticia; pero que con todos estos males le aseguraban haber
conseguido un gran bien en que Correo, autor de aquel levantamiento y
alborotador de la muchedumbre, hubiese quedado sepultado en sus
ruinas; pues nunca en vida de él había podido tanto en la ciudad el
Senado como la necia plebe. »
XXII. Hecha esta súplica por los diputados, les trajo César a la
memoria: «Que el año pasado ellos, y todas las demás provincias de la
Galia habían emprendido a un mismo tiempo la guerra, pero ninguno
permaneció en su resolución con tanta obstinación como ellos, no
habiéndose querido reducir a la razón y cordura con la entrega y
rendición de los demás; que sabía y entendía muy bien con cuánta
facilidad se atribuyesen las causas de los yerros a los muertos, pero que
nadie era tan poderoso que con el flaco ejército de la plebe fuese capaz
de emprender y sostener una guerra contra la voluntad de los
principales, contradiciéndolo el Senado y oponiéndose todos los buenos.
Mas con todo eso él quedaría satisfecho con aquel castigo que ellos
mismos se habían acarreado. »
XXIII. A la noche siguiente volvieron los diputados con la
respuesta a los suyos, y sin más detención aprontaron los rehenes.
Concurrieron allí mismo los comisionados de otras ciudades que
observaban el éxito de los boveses, trajeron sus rehenes y obedecieron
las órdenes que se les dieron, menos Comió, a quien el temor no dejaba
fiar de nadie su persona. Porque estando César el año antes
administrando justicia en Lombardía, averiguó Labieno que este Comió
solicitaba las ciudades y tramaba una conjuración contra César, por lo
cual, creyendo que sin injusticia podía oprimir su perfidia y que aunque
le llamase a sus reales no vendría, por no hacerle más cauto por otros
medios, envió a C. Voluseno Cuadrato, que con pretexto de alguna
conferencia procurase matarle, para cuya empresa le dio unos
centuriones escogidos. Habiendo venido a la plática, y tomado la mano
a Comió, que era la seña acordada, uno de los centuriones, como
irritado de la familiaridad tan poco usada, arremetiendo a él, le dejó
maltrecho de la primera cuchillada que le descargó en la cabeza,
aunque no acabó de matarle, porque se lo estorbaron prontamente los
que le acompañaban. Unos y otros sacaron las espadas, pensando no
tanto en ofenderse como en huir, los nuestros por creer que era mortal
la herida de Comió, y los galos porque, conocida la traición, temían más
de lo que veían. Con esto se dijo que Comió había hecho propósito de
no ponerse jamás delante de ningún romano.
a aquellos pueblos de Germania de quienes había recibido auxilios para
esta guerra. Los demás, sin detención, enviaron diputados a César,
pidiéndole: «Se contentase con aquel castigo, que aun pudiendo y sin
haber abatido sus fuerzas con la victoria, nunca se le impondría tal por
su clemencia y humanidad; que había quedado desbaratado su poder
con la batalla ecuestre; habían perecido muchos millares de gente
escogida de infantería, quedando apenas quienes les llevasen la
infausta noticia; pero que con todos estos males le aseguraban haber
conseguido un gran bien en que Correo, autor de aquel levantamiento y
alborotador de la muchedumbre, hubiese quedado sepultado en sus
ruinas; pues nunca en vida de él había podido tanto en la ciudad el
Senado como la necia plebe. »
XXII. Hecha esta súplica por los diputados, les trajo César a la
memoria: «Que el año pasado ellos, y todas las demás provincias de la
Galia habían emprendido a un mismo tiempo la guerra, pero ninguno
permaneció en su resolución con tanta obstinación como ellos, no
habiéndose querido reducir a la razón y cordura con la entrega y
rendición de los demás; que sabía y entendía muy bien con cuánta
facilidad se atribuyesen las causas de los yerros a los muertos, pero que
nadie era tan poderoso que con el flaco ejército de la plebe fuese capaz
de emprender y sostener una guerra contra la voluntad de los
principales, contradiciéndolo el Senado y oponiéndose todos los buenos.
Mas con todo eso él quedaría satisfecho con aquel castigo que ellos
mismos se habían acarreado. »
XXIII. A la noche siguiente volvieron los diputados con la
respuesta a los suyos, y sin más detención aprontaron los rehenes.
Concurrieron allí mismo los comisionados de otras ciudades que
observaban el éxito de los boveses, trajeron sus rehenes y obedecieron
las órdenes que se les dieron, menos Comió, a quien el temor no dejaba
fiar de nadie su persona. Porque estando César el año antes
administrando justicia en Lombardía, averiguó Labieno que este Comió
solicitaba las ciudades y tramaba una conjuración contra César, por lo
cual, creyendo que sin injusticia podía oprimir su perfidia y que aunque
le llamase a sus reales no vendría, por no hacerle más cauto por otros
medios, envió a C. Voluseno Cuadrato, que con pretexto de alguna
conferencia procurase matarle, para cuya empresa le dio unos
centuriones escogidos. Habiendo venido a la plática, y tomado la mano
a Comió, que era la seña acordada, uno de los centuriones, como
irritado de la familiaridad tan poco usada, arremetiendo a él, le dejó
maltrecho de la primera cuchillada que le descargó en la cabeza,
aunque no acabó de matarle, porque se lo estorbaron prontamente los
que le acompañaban. Unos y otros sacaron las espadas, pensando no
tanto en ofenderse como en huir, los nuestros por creer que era mortal
la herida de Comió, y los galos porque, conocida la traición, temían más
de lo que veían. Con esto se dijo que Comió había hecho propósito de
no ponerse jamás delante de ningún romano.
Galius- Moderador General
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Fecha de inscripción : 19/02/2013
Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VIII
XXIV. Debeladas estas gentes tan belicosas, y viendo César que
no quedaba ya nación que pudiese romper la guerra para oponérsele,
pero que todavía se salían algunos de los pueblos y huían de los campos
para evitar el yugo del Imperio, determinó repartir el ejército en
diversas partes. Incorporó consigo al cuestor M. Antonio con la legión
undécima. Despachó al lugarteniente C. Fabio con veinticinco cohortes
a una parte de la Galia más distante, porque tenía noticia que estaban
todavía en armas algunas ciudades de ella, y creía que Caninio Rebilo,
que mandaba en aquel paraje, no tenía muy seguras las dos legiones de
su cargo. Llamó a sí a T. Labieno, y envió la legión duodécima que éste
había mandado en la invernada a Lombardía, para defensa de las
colonias romanas, y que no les sucediese una desgracia igual a la que
acaeció el verano anterior a los pueblos de Istria, que fueron
sorprendidos de una inundación y pillaje repentino de los bárbaros. Él
marchó a talar y destruir las tierras de Ambiorix139 el cual andaba
atemorizado y fugitivo; y desconfiando de reducirle a su obediencia,
creía que era lo más conveniente a su reputación abrasar de tal manera
sus tierras, haciendo todo el daño posible en los hombres, en los
ganados y en los edificios, que cayendo en odio de los suyos, si algunos
amigos le había dejado la fortuna, no tuviese acogida en su país por
haberle causado tantas calamidades.
XXV. Extendidas por sus tierras las legiones o las tropas
auxiliares, asolado todo con muertes, incendios y robos, matando y
cautivando muchas gentes, envió a Labieno con dos legiones contra
Tréveris, cuyos moradores ejercitados en continuas guerras por la
inmediación a Germania, no se diferenciaban mucho de los germanos
en su grosería y fiereza, ni obedecían jamás a las órdenes sino
obligados por fuerza de armas.
XXVI. En este intermedio, informado el teniente general C.
Caninio por cartas y avisos de Duracio de que se había congregado una
gran multitud de gente en los términos de Poitou, el cual, aun rebelada
una parte de su Estado, se había mantenido siempre fiel a la amistad
del Pueblo Romano, marchó la vuelta de la ciudad cíe Poitiers. Cuando
ya estaba cerca, sabiendo con certeza de los cautivos que, encerrado
en ella Duracio, era combatido por muchos millares de hombres a las
órdenes de Dumnaco, general de Agen, y no atreviéndose a oponer sus
legiones debilitadas a los enemigos, sentó su real en un sitio fuerte por
naturaleza. Informado Dumnaco de que se acercaba Caninio, dirigió
todas sus tropas contra los romanos, resuelto a atacar su campo.
Después de consumidos muchos días en este intento, sin haber podido
forzar parte alguna de las fortificaciones, volvió otra vez al cerco de
Poitiers.
no quedaba ya nación que pudiese romper la guerra para oponérsele,
pero que todavía se salían algunos de los pueblos y huían de los campos
para evitar el yugo del Imperio, determinó repartir el ejército en
diversas partes. Incorporó consigo al cuestor M. Antonio con la legión
undécima. Despachó al lugarteniente C. Fabio con veinticinco cohortes
a una parte de la Galia más distante, porque tenía noticia que estaban
todavía en armas algunas ciudades de ella, y creía que Caninio Rebilo,
que mandaba en aquel paraje, no tenía muy seguras las dos legiones de
su cargo. Llamó a sí a T. Labieno, y envió la legión duodécima que éste
había mandado en la invernada a Lombardía, para defensa de las
colonias romanas, y que no les sucediese una desgracia igual a la que
acaeció el verano anterior a los pueblos de Istria, que fueron
sorprendidos de una inundación y pillaje repentino de los bárbaros. Él
marchó a talar y destruir las tierras de Ambiorix139 el cual andaba
atemorizado y fugitivo; y desconfiando de reducirle a su obediencia,
creía que era lo más conveniente a su reputación abrasar de tal manera
sus tierras, haciendo todo el daño posible en los hombres, en los
ganados y en los edificios, que cayendo en odio de los suyos, si algunos
amigos le había dejado la fortuna, no tuviese acogida en su país por
haberle causado tantas calamidades.
XXV. Extendidas por sus tierras las legiones o las tropas
auxiliares, asolado todo con muertes, incendios y robos, matando y
cautivando muchas gentes, envió a Labieno con dos legiones contra
Tréveris, cuyos moradores ejercitados en continuas guerras por la
inmediación a Germania, no se diferenciaban mucho de los germanos
en su grosería y fiereza, ni obedecían jamás a las órdenes sino
obligados por fuerza de armas.
XXVI. En este intermedio, informado el teniente general C.
Caninio por cartas y avisos de Duracio de que se había congregado una
gran multitud de gente en los términos de Poitou, el cual, aun rebelada
una parte de su Estado, se había mantenido siempre fiel a la amistad
del Pueblo Romano, marchó la vuelta de la ciudad cíe Poitiers. Cuando
ya estaba cerca, sabiendo con certeza de los cautivos que, encerrado
en ella Duracio, era combatido por muchos millares de hombres a las
órdenes de Dumnaco, general de Agen, y no atreviéndose a oponer sus
legiones debilitadas a los enemigos, sentó su real en un sitio fuerte por
naturaleza. Informado Dumnaco de que se acercaba Caninio, dirigió
todas sus tropas contra los romanos, resuelto a atacar su campo.
Después de consumidos muchos días en este intento, sin haber podido
forzar parte alguna de las fortificaciones, volvió otra vez al cerco de
Poitiers.
Galius- Moderador General
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Fecha de inscripción : 19/02/2013
Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VIII
XXVII. A este tiempo, el lugarteniente Fabio redujo muchas
ciudades a la obediencia, las aseguró con rehenes y fue avisado por
cartas de Caninio de lo que pasaba en Poitou, con cuya noticia se puso
en marcha para socorrer a Duracio. Dumnaco, que supo la venida de
Fabio, desconfiando de su salud si a un mismo tiempo se veía en
precisión de resistir al ejército de Fabio, al enemigo de fuera, y estar
atento, y recelarse de los sitiados, levantó al momento el campo, y aun
no se tuvo por seguro si no pasaba con sus tropas el Loire, que por su
profundidad tenía construido puente. Fabio, aunque no había llegado a
avistar al enemigo ni incorporádose a Caninio, con todo, guiado por
gentes prácticas de la tierra, creyó más bien que amedrentados los
enemigos se encaminarían a aquel paraje adonde, con efecto, se
enderezaban. Así dirigió su marcha al mismo puente y dio orden a la
caballería que se adelantase a las legiones, tanto cuanto pudiese volver
a los mismos reales sin cansar los caballos. Alcanzó nuestra caballería,
conforme a la orden, y acometió al ejército de Dumnaco; y dando sobre
la marcha en los temerosos y fugitivos con el peso de sus cargas, mató
una gran parte y se apoderó de mucha presa. Con esto, logrado el golpe,
se retiró a los reales.
XXVIII. La noche siguiente echó Fabio delante la caballería,
dispuesta para pelear y estorbar la marcha hasta que él llegase. Para
que se ejecutase la acción según sus órdenes. Q. Acio Varo, general de
la caballería, varón de singular valor y prudencia, animó a su gente; y
habiendo alcanzado el ejército enemigo, dispuso parte de los suyos en
puestos ventajosos, y con otra parte dio la batalla. Hizo alto
animosamente la caballería enemiga sostenida de toda la infantería,
formada con todo el resto para dar socorro a los suyos. Trabóse la
batalla con gran denuedo; porque los nuestros, despreciando al
enemigo, a quien habían vencido el día antes, y en la confianza de que
venían detrás las legiones con el pundonor de no ceder y la codicia de
acabar por sí la acción, pelearon contra la infantería con el mayor
esfuerzo; y los enemigos, creyendo que no se les juntarían más tropas
como el día anterior, juzgaban se les había venido a las manos la
ocasión de deshacer del todo nuestra caballería.
XXIX. Duraba algún tiempo el choque muy porfiado, y preparaba
Dumnaco la infantería para que sirviese de refuerzo a los suyos, cuando
llegaron de repente las legiones formadas a la vista de los enemigos.
Con su vista, desbaratadas las cohortes de a caballo, amedrentadas las
de a pie y perturbado el escuadrón del convoy, con gran grita y carrera
se pusieron en fuga. Entonces nuestra caballería, que había peleado
antes con tanto valor contra los que le hacían frente, animados con la
alegría de la victoria y levantando una grande algazara, partieron en
seguimiento de los fugitivos y mataron cuantos las fuerzas de los
caballos pudieron alcanzar y los brazos descargar golpes. Así, muertos
más de doce mil hombres, unos armados, otros que de miedo habían
arrojado las armas, se tomó todo el equipaje.
XXX. Después de esta derrota, se supo que Drapes de Sens (el
cual luego que se rebeló la Galia, recogiendo la gente perdida de todas
partes, llamando a la libertad a los esclavos, convidando a los
desterrados de todas las ciudades, y admitiendo a los ladrones, había
robado varias veces nuestros convoyes y vituallas) se encaminaba a la
provincia con solos dos mil hombres recogidos de la fuga, y se había
unido con él Lucterio de Cahors, de quien se dijo en el libro anterior que
había intentado hacer una entrada en la provincia en el primer
levantamiento de la Galia. Marchó en su seguimiento el lugarteniente
Caninio con dos legiones, no fuese que con el miedo o daños de la
provincia se recibiese una infamia grande por los latrocinios de aquella
gente perdida.
ciudades a la obediencia, las aseguró con rehenes y fue avisado por
cartas de Caninio de lo que pasaba en Poitou, con cuya noticia se puso
en marcha para socorrer a Duracio. Dumnaco, que supo la venida de
Fabio, desconfiando de su salud si a un mismo tiempo se veía en
precisión de resistir al ejército de Fabio, al enemigo de fuera, y estar
atento, y recelarse de los sitiados, levantó al momento el campo, y aun
no se tuvo por seguro si no pasaba con sus tropas el Loire, que por su
profundidad tenía construido puente. Fabio, aunque no había llegado a
avistar al enemigo ni incorporádose a Caninio, con todo, guiado por
gentes prácticas de la tierra, creyó más bien que amedrentados los
enemigos se encaminarían a aquel paraje adonde, con efecto, se
enderezaban. Así dirigió su marcha al mismo puente y dio orden a la
caballería que se adelantase a las legiones, tanto cuanto pudiese volver
a los mismos reales sin cansar los caballos. Alcanzó nuestra caballería,
conforme a la orden, y acometió al ejército de Dumnaco; y dando sobre
la marcha en los temerosos y fugitivos con el peso de sus cargas, mató
una gran parte y se apoderó de mucha presa. Con esto, logrado el golpe,
se retiró a los reales.
XXVIII. La noche siguiente echó Fabio delante la caballería,
dispuesta para pelear y estorbar la marcha hasta que él llegase. Para
que se ejecutase la acción según sus órdenes. Q. Acio Varo, general de
la caballería, varón de singular valor y prudencia, animó a su gente; y
habiendo alcanzado el ejército enemigo, dispuso parte de los suyos en
puestos ventajosos, y con otra parte dio la batalla. Hizo alto
animosamente la caballería enemiga sostenida de toda la infantería,
formada con todo el resto para dar socorro a los suyos. Trabóse la
batalla con gran denuedo; porque los nuestros, despreciando al
enemigo, a quien habían vencido el día antes, y en la confianza de que
venían detrás las legiones con el pundonor de no ceder y la codicia de
acabar por sí la acción, pelearon contra la infantería con el mayor
esfuerzo; y los enemigos, creyendo que no se les juntarían más tropas
como el día anterior, juzgaban se les había venido a las manos la
ocasión de deshacer del todo nuestra caballería.
XXIX. Duraba algún tiempo el choque muy porfiado, y preparaba
Dumnaco la infantería para que sirviese de refuerzo a los suyos, cuando
llegaron de repente las legiones formadas a la vista de los enemigos.
Con su vista, desbaratadas las cohortes de a caballo, amedrentadas las
de a pie y perturbado el escuadrón del convoy, con gran grita y carrera
se pusieron en fuga. Entonces nuestra caballería, que había peleado
antes con tanto valor contra los que le hacían frente, animados con la
alegría de la victoria y levantando una grande algazara, partieron en
seguimiento de los fugitivos y mataron cuantos las fuerzas de los
caballos pudieron alcanzar y los brazos descargar golpes. Así, muertos
más de doce mil hombres, unos armados, otros que de miedo habían
arrojado las armas, se tomó todo el equipaje.
XXX. Después de esta derrota, se supo que Drapes de Sens (el
cual luego que se rebeló la Galia, recogiendo la gente perdida de todas
partes, llamando a la libertad a los esclavos, convidando a los
desterrados de todas las ciudades, y admitiendo a los ladrones, había
robado varias veces nuestros convoyes y vituallas) se encaminaba a la
provincia con solos dos mil hombres recogidos de la fuga, y se había
unido con él Lucterio de Cahors, de quien se dijo en el libro anterior que
había intentado hacer una entrada en la provincia en el primer
levantamiento de la Galia. Marchó en su seguimiento el lugarteniente
Caninio con dos legiones, no fuese que con el miedo o daños de la
provincia se recibiese una infamia grande por los latrocinios de aquella
gente perdida.
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Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VIII
XXXI. Cayo Fabio, con el resto del ejército, marchó la vuelta de
Chartrain y de las demás ciudades de donde sabía se habían sacado
tropas para la batalla en que fue Dumnaco derrotado, no dudando
hallarlas más sumisas por la reciente pérdida, pero que si se les daba
lugar y tiempo, podrían volverse a levantar a instancias del mismo
Dumnaco. Acompañó a Fabio una suma presteza y felicidad para
recobrarlas. Porque los de Chartrain, que muchas veces maltratados,
jamás habían hecho mención de paz, dándoles rehenes, vinieron a
rendirse; y las demás ciudades sitas en los últimos confines de la Galia,
junto a las orillas del Océano que se llaman armóricas, movidas de la
autoridad de los de Chartres, con la venida de Fabio y las legiones, al
punto obedecieron la ley. Dumnaco, desterrado y fugitivo de su país y
oculto, se vio precisado a huir a los últimos rincones de la Galia.
XXXII. Pero Drapes y Lucterio, sabiendo que venían sobre ellos
las legiones y Caninio, desconfiando de poder entrar en la provincia
persiguiéndolos el ejército, y perdida la disposición de andar salteando
y robando libremente, hicieron alto en la campaña de Quercy, donde
habiendo sido Lucterio hombre de mucho poder entre sus ciudadanos
cuando se hallaban las cosas de mejor semblante, y alcanzando
siempre grande autoridad por favorecedor de novedades, ocupó con
sus tropas y las de Drapes la ciudad de Cahors, que había antes estado
bajo su protección, muy fuerte por su situación, y atrajo a su partido a
los ciudadanos.
XXXIII. Vino prontamente sobre ella C. Caninio, y viendo que por
todas partes estaba muy fortalecida con unas peñas cortadas, adonde,
aun sin otra resistencia, era muy difícil que subiese gente armada, y
observando el grande equipaje de los ciudadanos, el cual si intentasen
retirar con una fuga secreta, no sólo no podrían escaparse de la
caballería, pero ni aun de las legiones, dividió en tres trozos sus
cohortes y formó tres campamentos en un sitio muy elevado, desde
donde poco a poco, según lo permitía el número de sus tropas, empezó
a tirar una línea de circunvalación alrededor de la plaza.
XXXIV. Advertido esto por los de adentro, y solícitos con la
memoria tristísima de Alesia, temiendo semejante suceso del cerco, y
aconsejando más vivamente Lucterio, que había probado aquella
fortuna, que se cuidase de la provisión de trigo, determinaron de
común acuerdo dejar allí una parte de sus tropas, y salir ellos con toda
prontitud a conducir vitualla. Aprobado este parecer, la noche siguiente,
dejando dos mil soldados, salieron Lucterio y Drapes con el resto de la
ciudad. En pocos días acopiaron gran cantidad de trigo en el país de
Quercy, que en parte deseaban ayudarlos con esta provisión, y
tampoco podían estorbar que lo tomasen. Algunas veces, con salidas de
noche acometían a nuestros fuertes. Por lo que se detuvo Caninio en
rodear toda la plaza con fortificaciones, no fuese que o no pudiese
defender las obras hechas, o se viese precisado a poner débiles
presidios en muchas partes.
Chartrain y de las demás ciudades de donde sabía se habían sacado
tropas para la batalla en que fue Dumnaco derrotado, no dudando
hallarlas más sumisas por la reciente pérdida, pero que si se les daba
lugar y tiempo, podrían volverse a levantar a instancias del mismo
Dumnaco. Acompañó a Fabio una suma presteza y felicidad para
recobrarlas. Porque los de Chartrain, que muchas veces maltratados,
jamás habían hecho mención de paz, dándoles rehenes, vinieron a
rendirse; y las demás ciudades sitas en los últimos confines de la Galia,
junto a las orillas del Océano que se llaman armóricas, movidas de la
autoridad de los de Chartres, con la venida de Fabio y las legiones, al
punto obedecieron la ley. Dumnaco, desterrado y fugitivo de su país y
oculto, se vio precisado a huir a los últimos rincones de la Galia.
XXXII. Pero Drapes y Lucterio, sabiendo que venían sobre ellos
las legiones y Caninio, desconfiando de poder entrar en la provincia
persiguiéndolos el ejército, y perdida la disposición de andar salteando
y robando libremente, hicieron alto en la campaña de Quercy, donde
habiendo sido Lucterio hombre de mucho poder entre sus ciudadanos
cuando se hallaban las cosas de mejor semblante, y alcanzando
siempre grande autoridad por favorecedor de novedades, ocupó con
sus tropas y las de Drapes la ciudad de Cahors, que había antes estado
bajo su protección, muy fuerte por su situación, y atrajo a su partido a
los ciudadanos.
XXXIII. Vino prontamente sobre ella C. Caninio, y viendo que por
todas partes estaba muy fortalecida con unas peñas cortadas, adonde,
aun sin otra resistencia, era muy difícil que subiese gente armada, y
observando el grande equipaje de los ciudadanos, el cual si intentasen
retirar con una fuga secreta, no sólo no podrían escaparse de la
caballería, pero ni aun de las legiones, dividió en tres trozos sus
cohortes y formó tres campamentos en un sitio muy elevado, desde
donde poco a poco, según lo permitía el número de sus tropas, empezó
a tirar una línea de circunvalación alrededor de la plaza.
XXXIV. Advertido esto por los de adentro, y solícitos con la
memoria tristísima de Alesia, temiendo semejante suceso del cerco, y
aconsejando más vivamente Lucterio, que había probado aquella
fortuna, que se cuidase de la provisión de trigo, determinaron de
común acuerdo dejar allí una parte de sus tropas, y salir ellos con toda
prontitud a conducir vitualla. Aprobado este parecer, la noche siguiente,
dejando dos mil soldados, salieron Lucterio y Drapes con el resto de la
ciudad. En pocos días acopiaron gran cantidad de trigo en el país de
Quercy, que en parte deseaban ayudarlos con esta provisión, y
tampoco podían estorbar que lo tomasen. Algunas veces, con salidas de
noche acometían a nuestros fuertes. Por lo que se detuvo Caninio en
rodear toda la plaza con fortificaciones, no fuese que o no pudiese
defender las obras hechas, o se viese precisado a poner débiles
presidios en muchas partes.
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Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VIII
XXXV. Acopiada gran provisión de trigo, hicieron alto Drapes y
Lucterio a diez millas de la plaza, desde donde pensaban conducir poco
a poco el trigo. Repartieron entre sí la ocupación, de manera que
Drapes quedó de guarnición en los reales con parte de las tropas y
Lucterio conducía a la plaza una porción de caballerías cargadas.
Dispuestas por allí ciertas guarniciones, cerca de las cuatro de la
mañana empezó a conducir el trigo por caminos montuosos y estrechos.
Cuyo estrépito sentido de nuestras centinelas, y enviados batidores que
trajesen noticia de lo que pasaba, salió Caninio prontamente con las
cohortes de los castillos inmediatos y al amanecer dio sobre los
conductores. Éstos, atemorizados del acontecimiento repentino,
huyeron a sus escoltas, las cuales, cuando fueron vistas de los nuestros,
movidos con vehemencia contra ellas, no permitieron que se hiciese un
prisionero de todos ellos. Escapó Lucterio con unos pocos, sin atreverse
a parar en los reales.
XXXVI. Logrado este golpe, supo Caninio de los cautivos que por
parte de las tropas estaban con Drapes en los reales a distancia de diez
millas. Confirmado lo cual por otros muchos, y entendiendo que puesto
en fuga el uno de los dos capitanes, fácilmente podrían ser
desbaratados los demás con el miedo, juzgaba gran fortuna el que
nadie se hubiese retirado a los reales que llevase a Drapes la noticia de
la primera derrota. Mas como no veía riesgo en hacer la experiencia,
envió delante a los reales del enemigo toda la caballería, y la infantería
germana, que es de una ligereza increíble. Repartió una legión por su
campo, y partió con la otra a la ligera. Cuando estaba ya cerca del
enemigo, supo por los corredores que, conforme a la costumbre de los
bárbaros, habían éstos sentado su real a las orillas del río,
abandonando las alturas, y que los germanos y nuestras caballerías,
cogiéndolos de improviso, se habían echado sobre ellos y trabado la
batalla. Con esta noticia encaminó hacia aquel paraje la legión en orden
de batalla, y así de repente, dando señal en todas partes, se tomaron
todas las alturas. Lo cual hecho, los germanos y la caballería, viendo las
insignias de la legión, pelearon con gran denuedo. Al punto
acometieron las cohortes por todas partes; y muertos todos, o hechos
prisioneros, se apoderaron de la presa, que era cuantiosa, y quedó el
mismo Drapes prisionero.
Lucterio a diez millas de la plaza, desde donde pensaban conducir poco
a poco el trigo. Repartieron entre sí la ocupación, de manera que
Drapes quedó de guarnición en los reales con parte de las tropas y
Lucterio conducía a la plaza una porción de caballerías cargadas.
Dispuestas por allí ciertas guarniciones, cerca de las cuatro de la
mañana empezó a conducir el trigo por caminos montuosos y estrechos.
Cuyo estrépito sentido de nuestras centinelas, y enviados batidores que
trajesen noticia de lo que pasaba, salió Caninio prontamente con las
cohortes de los castillos inmediatos y al amanecer dio sobre los
conductores. Éstos, atemorizados del acontecimiento repentino,
huyeron a sus escoltas, las cuales, cuando fueron vistas de los nuestros,
movidos con vehemencia contra ellas, no permitieron que se hiciese un
prisionero de todos ellos. Escapó Lucterio con unos pocos, sin atreverse
a parar en los reales.
XXXVI. Logrado este golpe, supo Caninio de los cautivos que por
parte de las tropas estaban con Drapes en los reales a distancia de diez
millas. Confirmado lo cual por otros muchos, y entendiendo que puesto
en fuga el uno de los dos capitanes, fácilmente podrían ser
desbaratados los demás con el miedo, juzgaba gran fortuna el que
nadie se hubiese retirado a los reales que llevase a Drapes la noticia de
la primera derrota. Mas como no veía riesgo en hacer la experiencia,
envió delante a los reales del enemigo toda la caballería, y la infantería
germana, que es de una ligereza increíble. Repartió una legión por su
campo, y partió con la otra a la ligera. Cuando estaba ya cerca del
enemigo, supo por los corredores que, conforme a la costumbre de los
bárbaros, habían éstos sentado su real a las orillas del río,
abandonando las alturas, y que los germanos y nuestras caballerías,
cogiéndolos de improviso, se habían echado sobre ellos y trabado la
batalla. Con esta noticia encaminó hacia aquel paraje la legión en orden
de batalla, y así de repente, dando señal en todas partes, se tomaron
todas las alturas. Lo cual hecho, los germanos y la caballería, viendo las
insignias de la legión, pelearon con gran denuedo. Al punto
acometieron las cohortes por todas partes; y muertos todos, o hechos
prisioneros, se apoderaron de la presa, que era cuantiosa, y quedó el
mismo Drapes prisionero.
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Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VIII
XXXVII. Caninio, logrado el lance felicísimamente, sin tener
apenas un hombre herido, volvió a cercar a los ciudadanos, y deshecho
el enemigo de afuera, cuyo temor le había estorbado el aumento de sus
presidios y la circunvalación de la plaza, dio orden de que por todas
partes se adelantasen las obras. Al día siguiente llegó C. Fabio con sus
tropas y tomó a su cargo el ataque de una parte de la ciudad.
XXXVIII. En este intermedio dejó César en el Bovesis al cuestor M.
Antonio con sus quince cohortes, para que no les quedase otra vez
disposición de alterar las cosas y mover la guerra. Visitó las otras
ciudades, las hizo aprontar muchos rehenes, y aseguró y consoló todos
los ánimos temerosos. Llegando a Chartres, en donde dejó dicho César
en el libro anterior que se había suscitado la guerra, y entendiendo que
los de este país tenían más miedo que todos por el remordimiento de su
atentado, para sacarlos más presto del temor, pidió al principal autor
de la guerra, Guturvato, para castigarle a su arbitrio. El cual, aunque ni
de los suyos se fiaba, con todo, buscado con gran cuidado, fue llevado
a los reales. Se vio obligado César a su castigo contra su propio natural,
con gran contento de todos los soldados, que le atribuían todos los
peligros y daños de la guerra. Y así se le dio muerte después de
cruelmente azotado.
XXXIX. Aquí tuvo la noticia por cartas frecuentes de Caninio de
los sucesos con Drapes y Lucterio, y de la resolución en que
permanecían los cercados. Cuyo corto número, aunque miraba con
desprecio, con todo juzgaba merecía grave castigo su pertinacia, para
que no pensase la Galia que le habían faltado fuerzas, sino constancia
para resistir a los romanos; y para que con su ejemplo las demás
ciudades, fiadas en la proporción de sus situaciones, no pensasen en
recobrar la libertad, sabiendo que no ignoraban los galos que no le
faltaba ya más que un año de su gobierno, el cual si hubieran podido
sostenerse, no tenían que temer otro peligro. Así que dejó a Q. Caleño
su lugarteniente con dos legiones que le siguiese por sus marchas
regulares y él partió lo más pronto que pudo con toda la caballería a
juntarse con Caninio.
XL. Llegado César a Cahors contra la expectación de todos, y
viendo concluida la circunvalación de la plaza, y que con ninguna
condición se podía levantar el cerco, informado de que los de adentro
tenían gran copia de vitualla, empezó a tentar cómo cortarles el agua.
A la parte inferior cortaba el río un valle que ceñía casi todo el monte en
que estaba sita la ciudad, áspero y quebrado por todos lados. La
naturaleza del sitio no permitía echar al río por otra parte, porque tan
bajo corría por la falda del monte, que en ningún lado se le podía
sangrar con grandes fosos. Era también áspera y difícil para los
cercados la bajada al río; de suerte que sin mucho daño, como lo
resistiesen los nuestros, ni podían llegar a él, ni retirarse con la
fragosidad de la subida. Conocida esta dificultad por César, dispuestos
sus honderos y flecheros en ciertos parajes, y colocadas también
algunas máquinas contra los más fáciles descensos, estorbaba a los
cercados tomar agua del río, cuya multitud acudía después a un solo
paraje a proveerse de ella. Porque debajo de la misma muralla brotaba
una gran fuente, por la parte que no bañaba el río, que se extendía
como a trescientos pies.
apenas un hombre herido, volvió a cercar a los ciudadanos, y deshecho
el enemigo de afuera, cuyo temor le había estorbado el aumento de sus
presidios y la circunvalación de la plaza, dio orden de que por todas
partes se adelantasen las obras. Al día siguiente llegó C. Fabio con sus
tropas y tomó a su cargo el ataque de una parte de la ciudad.
XXXVIII. En este intermedio dejó César en el Bovesis al cuestor M.
Antonio con sus quince cohortes, para que no les quedase otra vez
disposición de alterar las cosas y mover la guerra. Visitó las otras
ciudades, las hizo aprontar muchos rehenes, y aseguró y consoló todos
los ánimos temerosos. Llegando a Chartres, en donde dejó dicho César
en el libro anterior que se había suscitado la guerra, y entendiendo que
los de este país tenían más miedo que todos por el remordimiento de su
atentado, para sacarlos más presto del temor, pidió al principal autor
de la guerra, Guturvato, para castigarle a su arbitrio. El cual, aunque ni
de los suyos se fiaba, con todo, buscado con gran cuidado, fue llevado
a los reales. Se vio obligado César a su castigo contra su propio natural,
con gran contento de todos los soldados, que le atribuían todos los
peligros y daños de la guerra. Y así se le dio muerte después de
cruelmente azotado.
XXXIX. Aquí tuvo la noticia por cartas frecuentes de Caninio de
los sucesos con Drapes y Lucterio, y de la resolución en que
permanecían los cercados. Cuyo corto número, aunque miraba con
desprecio, con todo juzgaba merecía grave castigo su pertinacia, para
que no pensase la Galia que le habían faltado fuerzas, sino constancia
para resistir a los romanos; y para que con su ejemplo las demás
ciudades, fiadas en la proporción de sus situaciones, no pensasen en
recobrar la libertad, sabiendo que no ignoraban los galos que no le
faltaba ya más que un año de su gobierno, el cual si hubieran podido
sostenerse, no tenían que temer otro peligro. Así que dejó a Q. Caleño
su lugarteniente con dos legiones que le siguiese por sus marchas
regulares y él partió lo más pronto que pudo con toda la caballería a
juntarse con Caninio.
XL. Llegado César a Cahors contra la expectación de todos, y
viendo concluida la circunvalación de la plaza, y que con ninguna
condición se podía levantar el cerco, informado de que los de adentro
tenían gran copia de vitualla, empezó a tentar cómo cortarles el agua.
A la parte inferior cortaba el río un valle que ceñía casi todo el monte en
que estaba sita la ciudad, áspero y quebrado por todos lados. La
naturaleza del sitio no permitía echar al río por otra parte, porque tan
bajo corría por la falda del monte, que en ningún lado se le podía
sangrar con grandes fosos. Era también áspera y difícil para los
cercados la bajada al río; de suerte que sin mucho daño, como lo
resistiesen los nuestros, ni podían llegar a él, ni retirarse con la
fragosidad de la subida. Conocida esta dificultad por César, dispuestos
sus honderos y flecheros en ciertos parajes, y colocadas también
algunas máquinas contra los más fáciles descensos, estorbaba a los
cercados tomar agua del río, cuya multitud acudía después a un solo
paraje a proveerse de ella. Porque debajo de la misma muralla brotaba
una gran fuente, por la parte que no bañaba el río, que se extendía
como a trescientos pies.
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Fecha de inscripción : 19/02/2013
Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VIII
XLI. Deseando todos que se les cortase el agua de esta fuente, y
sabiendo solamente César que no se lograría sin grave peligro, empezó
a formar manteletes enfrente de ella contra el monte, y a levantar
valladar con mucho trabajo y continuos combates. Porque acudían los
cercados desde puestos ventajosos, y peleaban a lo lejos sin riesgo,
hiriendo a muchos que con porfía se arrimaban. Con todo, no se
recelaban los nuestros de adelantar los manteletes, y vencer con el
trabajo y reparos las dificultades del terreno. Al mismo tiempo hacían
minas al origen de la fuente, la cual obra podía hacerse sin peligro ni
sospecha de los enemigos. Levantó un valladar de sesenta pies de alto;
se colocó en él una torre de diez altos, no que igualase a las murallas,
que ésta era obra imposible, sino que excediese la situación de la
fuente. Desde ella se disparaban dardos con máquinas a las cercanías
de la fuente. Los cercados no podían tomar el agua sin mucho peligro;
se morían de sed, no sólo los ganados y caballerías, sino también las
personas.
XLII. Atemorizados de esto, empezaron a disparar contra
nuestros reparos barriles llenos de sebo, pez y bardas ardiendo. Al
mismo tiempo hicieron una vigorosa salida para estorbar a los romanos
el apagar el fuego con el peligro del combate. En un instante se
extendió una llama terrible por nuestras obras. Porque todos cuantos
fuegos arrojaban por aquel sitio precipitado, detenidos en el valladar y
el parapeto, incendiaban todo cuanto tropezaban. Con todo eso
nuestros soldados, aunque se veían apretados de un peligroso combate
y un puesto muy contrario, soportaban con el mayor espíritu todos
estos trabajos. Porque pasaba la acción en un paraje exento, y a la vista
del resto del ejército. Levantábase una grande algazara de ambas
partes; de suerte que el que más presto podía, y como podía, para que
fuese más claro y patente su valor, se ofrecía a las armas y fuego del
enemigo.
XLIII. Viendo César que recibían mucho daño los suyos, dio orden
a las cohortes de que por todos los lados de la ciudad subieran al monte
y levantasen una algazara falsa, como si se apoderasen de las murallas.
Con esto, atemorizados los cercados, sin saber lo que pasaba en los
otros parajes retiraron sus tropas del ataque de las obras, para acudir a
coronar la muralla. De esta manera pudieron los nuestros, puesto fin al
combate, apagar parte del fuego y cortar lo restante. Resistíanse los
cercados con tanta obstinación, que aun habiendo perecido mucha
gente por falta de agua, con todo estaban firmes en su resolución; pero
al fin fueron cortados con las minas los conductos de la fuente, y
echados por otra parte; de suerte que viniendo a secarse el manantial
que los sustentaba, los puso en tal desesperación, que creyeron no
haberse ejecutado sin particular disposición de los dioses, no que por
obra de hombres. Y así obligados de la necesidad se rindieron.
XLIV. César, puesto que todos tenían bien conocida su clemencia,
no recelando entendiesen que había obrado por crueldad de su propio
natural, y por otra parte no sabiendo que fin tendrían sus designios si
empezaban a rebelarse del mismo modo otros en diversas partes,
pensó hacer con éstos un ejemplar que contuviese a los demás. Y así
mandó cortar las manos a todos cuantos habían tomado las armas,
concediéndoles la vida para que fuese más notorio el castigo de los
malvados.
Drapes, de quien dije que había sido preso por Caninio, o por
indignación y sentimiento de las prisiones, o por temor de un castigo
más severo, no quiso comer en unos días, y así murió. Al mismo tiempo
Lucterio, de quien dije había escapado huyendo de la batalla, habiendo
caído en manos de Espasnacto auvernate, pues mudando
frecuentemente de estancia se fiaba de muchos en la inteligencia de
que no estaba fuera de peligro en parte alguna, sabiendo cuan enojado
debía tener a César, fue entregado preso a éste por su grande amigo
Epasnacto.
sabiendo solamente César que no se lograría sin grave peligro, empezó
a formar manteletes enfrente de ella contra el monte, y a levantar
valladar con mucho trabajo y continuos combates. Porque acudían los
cercados desde puestos ventajosos, y peleaban a lo lejos sin riesgo,
hiriendo a muchos que con porfía se arrimaban. Con todo, no se
recelaban los nuestros de adelantar los manteletes, y vencer con el
trabajo y reparos las dificultades del terreno. Al mismo tiempo hacían
minas al origen de la fuente, la cual obra podía hacerse sin peligro ni
sospecha de los enemigos. Levantó un valladar de sesenta pies de alto;
se colocó en él una torre de diez altos, no que igualase a las murallas,
que ésta era obra imposible, sino que excediese la situación de la
fuente. Desde ella se disparaban dardos con máquinas a las cercanías
de la fuente. Los cercados no podían tomar el agua sin mucho peligro;
se morían de sed, no sólo los ganados y caballerías, sino también las
personas.
XLII. Atemorizados de esto, empezaron a disparar contra
nuestros reparos barriles llenos de sebo, pez y bardas ardiendo. Al
mismo tiempo hicieron una vigorosa salida para estorbar a los romanos
el apagar el fuego con el peligro del combate. En un instante se
extendió una llama terrible por nuestras obras. Porque todos cuantos
fuegos arrojaban por aquel sitio precipitado, detenidos en el valladar y
el parapeto, incendiaban todo cuanto tropezaban. Con todo eso
nuestros soldados, aunque se veían apretados de un peligroso combate
y un puesto muy contrario, soportaban con el mayor espíritu todos
estos trabajos. Porque pasaba la acción en un paraje exento, y a la vista
del resto del ejército. Levantábase una grande algazara de ambas
partes; de suerte que el que más presto podía, y como podía, para que
fuese más claro y patente su valor, se ofrecía a las armas y fuego del
enemigo.
XLIII. Viendo César que recibían mucho daño los suyos, dio orden
a las cohortes de que por todos los lados de la ciudad subieran al monte
y levantasen una algazara falsa, como si se apoderasen de las murallas.
Con esto, atemorizados los cercados, sin saber lo que pasaba en los
otros parajes retiraron sus tropas del ataque de las obras, para acudir a
coronar la muralla. De esta manera pudieron los nuestros, puesto fin al
combate, apagar parte del fuego y cortar lo restante. Resistíanse los
cercados con tanta obstinación, que aun habiendo perecido mucha
gente por falta de agua, con todo estaban firmes en su resolución; pero
al fin fueron cortados con las minas los conductos de la fuente, y
echados por otra parte; de suerte que viniendo a secarse el manantial
que los sustentaba, los puso en tal desesperación, que creyeron no
haberse ejecutado sin particular disposición de los dioses, no que por
obra de hombres. Y así obligados de la necesidad se rindieron.
XLIV. César, puesto que todos tenían bien conocida su clemencia,
no recelando entendiesen que había obrado por crueldad de su propio
natural, y por otra parte no sabiendo que fin tendrían sus designios si
empezaban a rebelarse del mismo modo otros en diversas partes,
pensó hacer con éstos un ejemplar que contuviese a los demás. Y así
mandó cortar las manos a todos cuantos habían tomado las armas,
concediéndoles la vida para que fuese más notorio el castigo de los
malvados.
Drapes, de quien dije que había sido preso por Caninio, o por
indignación y sentimiento de las prisiones, o por temor de un castigo
más severo, no quiso comer en unos días, y así murió. Al mismo tiempo
Lucterio, de quien dije había escapado huyendo de la batalla, habiendo
caído en manos de Espasnacto auvernate, pues mudando
frecuentemente de estancia se fiaba de muchos en la inteligencia de
que no estaba fuera de peligro en parte alguna, sabiendo cuan enojado
debía tener a César, fue entregado preso a éste por su grande amigo
Epasnacto.
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Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VIII
XLV. En este intermedio ganó Labieno una batalla a los de
Tréveris, y habiéndoles muerto mucha gente, y también a los germanos,
que a nadie negaban socorro contra los romanos, vinieron a su poder
las personas más principales, y entre ellos Suro autunés, que así por su
valor como por su nacimiento era famoso, y el único de este país que se
había mantenido hasta entonces en campaña.
XLVI. Avisado César de estas victorias, vistos los buenos sucesos
de sus armas en toda la Galia, y juzgando que con la campaña pasada
quedaba sujeta y debeleda, determinó pasar el resto del verano en
visitar la Aquitania, adonde él no había estado en persona, sino que le
había rendido en parte por P. Craso. Se puso en marcha la vuelta de ella
con dos legiones, y logró esto como todo lo demás con presteza y
felicidad. Porque todas las ciudades de Aquitania le enviaron
embajadores y le dieron rehenes. Lo cual hecho, partió hacia Narbona
con una escolta de caballería, y destinó el ejército a los cuarteles de
invierno al mando de sus tenientes. Colocó en la Galia bélgica cuatro
legiones a cargo de los lugartenientes M. Antonio, C. Trebonio, P.
Vatinio y Q. Tulio; dos envió a Autun, que eran los pueblos de más
reputación y autoridad entre todos; otras dos alojó en Turena, cerca de
Chartrain, para contener a toda la región confinante con el Océano, y
las dos restantes en el Limosin, no lejos de Auvernia, para que no
faltasen tropas en ninguna provincia de la Galia. Detúvose muy pocos
días en la provincia; recorrió prontamente todas las audiencias; juzgó
las diferencias públicas; repartió premios entre los beneméritos,
porque tenía la mayor habilidad para conocer de qué ánimo había
estado cada uno en la universal rebelión contra la república, a quién
había contenido con la fidelidad y socorros de esta provincia; y
concluida la visita, se restituyó a las legiones que invernaban en la Galia
bélgica, y se alojó en Arras.
XLVII. Aquí supo que Comió había tenido un choque con su
caballería; pues habiendo pasado Antonio a su cuartel de invierno, y
estando los pueblos de Artois bajo nuestra obediencia, Comio, que
después de aquella herida de que arriba se hizo mención, siempre había
estado a la mira, para que si sus pueblos querían renovar la guerra no
les faltase caudillo, se mantenía a sí y a un escuadrón de caballos con
robos, interceptando con correrías diversos bastimentos que se
conducían a los cuarteles de invierno de los romanos
Tréveris, y habiéndoles muerto mucha gente, y también a los germanos,
que a nadie negaban socorro contra los romanos, vinieron a su poder
las personas más principales, y entre ellos Suro autunés, que así por su
valor como por su nacimiento era famoso, y el único de este país que se
había mantenido hasta entonces en campaña.
XLVI. Avisado César de estas victorias, vistos los buenos sucesos
de sus armas en toda la Galia, y juzgando que con la campaña pasada
quedaba sujeta y debeleda, determinó pasar el resto del verano en
visitar la Aquitania, adonde él no había estado en persona, sino que le
había rendido en parte por P. Craso. Se puso en marcha la vuelta de ella
con dos legiones, y logró esto como todo lo demás con presteza y
felicidad. Porque todas las ciudades de Aquitania le enviaron
embajadores y le dieron rehenes. Lo cual hecho, partió hacia Narbona
con una escolta de caballería, y destinó el ejército a los cuarteles de
invierno al mando de sus tenientes. Colocó en la Galia bélgica cuatro
legiones a cargo de los lugartenientes M. Antonio, C. Trebonio, P.
Vatinio y Q. Tulio; dos envió a Autun, que eran los pueblos de más
reputación y autoridad entre todos; otras dos alojó en Turena, cerca de
Chartrain, para contener a toda la región confinante con el Océano, y
las dos restantes en el Limosin, no lejos de Auvernia, para que no
faltasen tropas en ninguna provincia de la Galia. Detúvose muy pocos
días en la provincia; recorrió prontamente todas las audiencias; juzgó
las diferencias públicas; repartió premios entre los beneméritos,
porque tenía la mayor habilidad para conocer de qué ánimo había
estado cada uno en la universal rebelión contra la república, a quién
había contenido con la fidelidad y socorros de esta provincia; y
concluida la visita, se restituyó a las legiones que invernaban en la Galia
bélgica, y se alojó en Arras.
XLVII. Aquí supo que Comió había tenido un choque con su
caballería; pues habiendo pasado Antonio a su cuartel de invierno, y
estando los pueblos de Artois bajo nuestra obediencia, Comio, que
después de aquella herida de que arriba se hizo mención, siempre había
estado a la mira, para que si sus pueblos querían renovar la guerra no
les faltase caudillo, se mantenía a sí y a un escuadrón de caballos con
robos, interceptando con correrías diversos bastimentos que se
conducían a los cuarteles de invierno de los romanos
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Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VIII
XLVIII. Estaba a las órdenes de Antonio en el mismo alojamiento
el prefecto de caballería C. Voluseno Quadrato. Diole Antonio la
comisión de perseguir la escolta del enemigo. Voluseno acompañaba el
valor en que era muy señalado con el odio grande que profesaba a
Comió, y así hacía con más gusto lo que se le mandaba. Dispuso, pues,
varias celadas e hizo algunas salidas contra la caballería enemiga, en
que llevó siempre lo mejor; pero últimamente, trabada una recia
batalla y habiendo perseguido Voluseno a los contrarios con demasiado
ardor por el deseo de acabar con Comio, llevado por éste algo lejos con
precipitada fuga, invocó de repente la fidelidad y socorro de los suyos
para que no dejasen sin venganza la herida que recibió con amistad
fingida. Dijo, y revolviendo el caballo, se adelantó desapoderadamente
sobre el prefecto. Todos los suyos, haciendo lo mismo, desbarataron y
retiraron el corto número de los nuestros. Comio, apretando el caballo,
llegó a encontrarse con el de Quadrato, y con la lanza en ristre, le pasó
con gran fuerza un muslo. Herido el comandante, no dudaron los
nuestros hacer frente a los enemigos; volvieron sobre ellos unidos
todos, y los desbarataron. Muchos de los contrarios fueron heridos en el
primer encuentro; otros murieron en la fuga, y parte quedaron
prisioneros. El general se escapó por la velocidad del caballo, y el
prefecto fue conducido a los reales herido gravemente y casi en el
último riesgo de la vida. Mas Comio, o por haber satisfecho su
resentimiento, o por haber perdido la mayor parte de los suyos, envió
diputados a Antonio; y dándole rehenes, le aseguró que estaría a su
obediencia donde le señalase; sólo le suplicó concediese a su temor el
no ponerse delante de ningún romano. Antonio condescendió a esta
pretensión, creyendo que nacía de un justo miedo, le perdonó, y recibió
sus rehenes.
No ignoro que César hizo de cada año un comentario; mas yo be
pensado que no debía hacer lo mismo; porque en el año siguiente en
que fueron cónsules L. Paulo y C. Marcelo, no hubo suceso memorable
en la Gaita. Pero para que se sepa en qué parajes estuvo César y su
ejército, he añadido estas pocas noticias al mismo comentario.
XLIX. Pasaba César el invierno en la Galia bélgica, sólo con el
presupuesto de mantener la amistad de las ciudades y no dar a nadie
esperanza o motivo de renovar la guerra. Porque nada menos deseaba
que el que al tiempo de partir se le ofreciese alguna precisión de volver
a tomar las armas, por no dejar algún movimiento, habiendo de
licenciar el ejército, que excitase con gusto a toda la Galia, sin temor del
peligro presente. Y así tratando honoríficamente a las ciudades,
honrando con premios a las personas principales, no imponiendo
nuevos tributos, contuvo en paz fácilmente, con la condición de una
suave obediencia, a la Galia, trabajada con tantas batallas adversas.
el prefecto de caballería C. Voluseno Quadrato. Diole Antonio la
comisión de perseguir la escolta del enemigo. Voluseno acompañaba el
valor en que era muy señalado con el odio grande que profesaba a
Comió, y así hacía con más gusto lo que se le mandaba. Dispuso, pues,
varias celadas e hizo algunas salidas contra la caballería enemiga, en
que llevó siempre lo mejor; pero últimamente, trabada una recia
batalla y habiendo perseguido Voluseno a los contrarios con demasiado
ardor por el deseo de acabar con Comio, llevado por éste algo lejos con
precipitada fuga, invocó de repente la fidelidad y socorro de los suyos
para que no dejasen sin venganza la herida que recibió con amistad
fingida. Dijo, y revolviendo el caballo, se adelantó desapoderadamente
sobre el prefecto. Todos los suyos, haciendo lo mismo, desbarataron y
retiraron el corto número de los nuestros. Comio, apretando el caballo,
llegó a encontrarse con el de Quadrato, y con la lanza en ristre, le pasó
con gran fuerza un muslo. Herido el comandante, no dudaron los
nuestros hacer frente a los enemigos; volvieron sobre ellos unidos
todos, y los desbarataron. Muchos de los contrarios fueron heridos en el
primer encuentro; otros murieron en la fuga, y parte quedaron
prisioneros. El general se escapó por la velocidad del caballo, y el
prefecto fue conducido a los reales herido gravemente y casi en el
último riesgo de la vida. Mas Comio, o por haber satisfecho su
resentimiento, o por haber perdido la mayor parte de los suyos, envió
diputados a Antonio; y dándole rehenes, le aseguró que estaría a su
obediencia donde le señalase; sólo le suplicó concediese a su temor el
no ponerse delante de ningún romano. Antonio condescendió a esta
pretensión, creyendo que nacía de un justo miedo, le perdonó, y recibió
sus rehenes.
No ignoro que César hizo de cada año un comentario; mas yo be
pensado que no debía hacer lo mismo; porque en el año siguiente en
que fueron cónsules L. Paulo y C. Marcelo, no hubo suceso memorable
en la Gaita. Pero para que se sepa en qué parajes estuvo César y su
ejército, he añadido estas pocas noticias al mismo comentario.
XLIX. Pasaba César el invierno en la Galia bélgica, sólo con el
presupuesto de mantener la amistad de las ciudades y no dar a nadie
esperanza o motivo de renovar la guerra. Porque nada menos deseaba
que el que al tiempo de partir se le ofreciese alguna precisión de volver
a tomar las armas, por no dejar algún movimiento, habiendo de
licenciar el ejército, que excitase con gusto a toda la Galia, sin temor del
peligro presente. Y así tratando honoríficamente a las ciudades,
honrando con premios a las personas principales, no imponiendo
nuevos tributos, contuvo en paz fácilmente, con la condición de una
suave obediencia, a la Galia, trabajada con tantas batallas adversas.
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Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VIII
L. Después de concluida la invernada, partió a largas marchas la
vuelta de la Italia contra su costumbre, para hablar a las colonias y
municipios y recomendarles la pretensión del sacerdocio que tenía su
cuestor M. Antonio; en la cual se empeñaba, así por favorecer a un
sujeto con quien tenía suma estrechez y a quien había enviado un poco
antes a seguir su pretensión, como por resistir animosamente a la
poderosa facción de algunos que con la repulsa de Antonio intentaban
abatir la exaltación de César que le favorecía. Y aunque en el camino
antes de llegar a Italia supo que Antonio estaba nombrado agorero, con
todo pensó tener no menos justo motivo de visitar las colonias y
municipios, para darles las gracias de haber interpuesto su asistencia a
favor para con Antonio y para recomendarse a sí y a su empleo para el
año siguiente; porque se vanagloriaban sus émulos con insolencia de
que habían sido creados cónsules Lentulo y Marcelo con el fin de
despojar a César de su honra y dignidad, habiendo quitado además el
consulado a Sergio Galba, que había tenido más votos y crédito que
ellos, por ser muy amigo suyo y su lugarteniente.
LI. Fue recibido César en todos los municipios y colonias con
increíbles demostraciones de amor y estimación, por ser esta la
primera vez que volvía de la conquista de toda la Galia. Nada quedaba
que hacer de cuanto se podía inventar para el adorno de las puertas,
caminos y lugares por donde había de pasar. Ha todas partes salía el
pueblo con los hijos a recibirle, en todas partes se ofrecían sacrificios;
ocupábanse las plazas y los templos con mesas prevenidas,
igualándose la alegría a la del más deseado triunfo: tanta era la
magnificencia en los más poderosos, y los afectos en los más humildes.
LII. Habiendo recorrido César toda la Galia tomada, volvió con
prontitud a Arras a incorporarse a su ejército; y convocadas las legiones
para los confines de Tréveris, partió hacia allá y las pasó revista. Dio a
Tito Labieno el gobierno de la Lombardía para hacerle más
recomendable en la pretensión del consulado. Él mismo marchaba sólo
lo que le parecía suficiente para conservar la salud de las tropas
mudando de país. Y aunque oía a menudo que sus émulos solicitaban a
Labieno,140 y tenía noticia de que se trataba por consejo de unos pocos
de quitarle una parte del ejército, interpuesta la autoridad del senado,
con todo, ni creyó en Labieno mudanza alguna, ni se movió a hacer
nada contra la autoridad del Senado, juzgando que alcanzaría
fácilmente el logro de sus deseos estando libres los padres conscriptos
para decir sus pareceres. Pues habiendo tomado a su cargo C. Curión,
tribuno del pueblo, defender la causa y dignidad de César, había
prometido muchas veces al Senado que si le causaban algún recelo las
armas de César, supuesto que la dominación y tropas de Pompeyo
ponían no poco pavor y grima en el Foro, dejasen uno y otro las armas,
y licenciasen los ejércitos; de esta manera quedaría la ciudad libre y
señora de sí misma. Mas no sólo prometió esto, sino que ya el Senado
por sí se inclinaba a tomar este partido, cuando los cónsules y los
amigos de Pompeyo se pusieron de por medio, y así dilatándolo, se
separaron.
vuelta de la Italia contra su costumbre, para hablar a las colonias y
municipios y recomendarles la pretensión del sacerdocio que tenía su
cuestor M. Antonio; en la cual se empeñaba, así por favorecer a un
sujeto con quien tenía suma estrechez y a quien había enviado un poco
antes a seguir su pretensión, como por resistir animosamente a la
poderosa facción de algunos que con la repulsa de Antonio intentaban
abatir la exaltación de César que le favorecía. Y aunque en el camino
antes de llegar a Italia supo que Antonio estaba nombrado agorero, con
todo pensó tener no menos justo motivo de visitar las colonias y
municipios, para darles las gracias de haber interpuesto su asistencia a
favor para con Antonio y para recomendarse a sí y a su empleo para el
año siguiente; porque se vanagloriaban sus émulos con insolencia de
que habían sido creados cónsules Lentulo y Marcelo con el fin de
despojar a César de su honra y dignidad, habiendo quitado además el
consulado a Sergio Galba, que había tenido más votos y crédito que
ellos, por ser muy amigo suyo y su lugarteniente.
LI. Fue recibido César en todos los municipios y colonias con
increíbles demostraciones de amor y estimación, por ser esta la
primera vez que volvía de la conquista de toda la Galia. Nada quedaba
que hacer de cuanto se podía inventar para el adorno de las puertas,
caminos y lugares por donde había de pasar. Ha todas partes salía el
pueblo con los hijos a recibirle, en todas partes se ofrecían sacrificios;
ocupábanse las plazas y los templos con mesas prevenidas,
igualándose la alegría a la del más deseado triunfo: tanta era la
magnificencia en los más poderosos, y los afectos en los más humildes.
LII. Habiendo recorrido César toda la Galia tomada, volvió con
prontitud a Arras a incorporarse a su ejército; y convocadas las legiones
para los confines de Tréveris, partió hacia allá y las pasó revista. Dio a
Tito Labieno el gobierno de la Lombardía para hacerle más
recomendable en la pretensión del consulado. Él mismo marchaba sólo
lo que le parecía suficiente para conservar la salud de las tropas
mudando de país. Y aunque oía a menudo que sus émulos solicitaban a
Labieno,140 y tenía noticia de que se trataba por consejo de unos pocos
de quitarle una parte del ejército, interpuesta la autoridad del senado,
con todo, ni creyó en Labieno mudanza alguna, ni se movió a hacer
nada contra la autoridad del Senado, juzgando que alcanzaría
fácilmente el logro de sus deseos estando libres los padres conscriptos
para decir sus pareceres. Pues habiendo tomado a su cargo C. Curión,
tribuno del pueblo, defender la causa y dignidad de César, había
prometido muchas veces al Senado que si le causaban algún recelo las
armas de César, supuesto que la dominación y tropas de Pompeyo
ponían no poco pavor y grima en el Foro, dejasen uno y otro las armas,
y licenciasen los ejércitos; de esta manera quedaría la ciudad libre y
señora de sí misma. Mas no sólo prometió esto, sino que ya el Senado
por sí se inclinaba a tomar este partido, cuando los cónsules y los
amigos de Pompeyo se pusieron de por medio, y así dilatándolo, se
separaron.
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Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VIII
LIII. Era grande el testimonio de todo el Senado, y muy conforme
a lo que antes había pasado. Porque hablando Marcelo el año antes
contra la dignidad de César, dio parte antes de tiempo al Senado contra
la ley de Pompeyo y Craso sobre las provincias de César; y dichos los
pareceres, retirado Marcelo como cabeza de partido, pretendiendo
acrecentar su dignidad con el odio de César, pasó el Senado a tratar de
otras cosas muy diversas. Con estos sucesos no se aquietaban los
ánimos de los enemigos de César, sino se excitaban a buscar nuevas
amistades para obligar al Senado a aprobar lo que ellos tenían
determinado.
LIV. Hízose después un decreto para que Pompeyo y César
enviase cada uno una legión para la guerra de los partos, las cuales se
le quitaron a César claramente. Porque Pompeyo dio como de su
número la legión primera que había enviado a César, compuesta de
gente joven escogida en la provincia; pero César, aunque nadie dudaba
que era despojado por amor de los contrarios, envió la legión a Cn.
Pompeyo, y mandó que de las suyas se entregase la decimoquinta,
conforme a la orden del Senado, la cual estaba en Lombardía. En su
lugar destacó a la Italia la legión decimotercia, para defensa de los
presidios de donde salía la decimoquinta, y distribuyó su ejército por los
cuarteles de invierno. Puso a C. Trebonio en la Galia bélgica con cuatro
legiones; envió a C. Fabio con otras tantas a Autun; pensando que así
estaba más segura la Galia, contenidos con las tropas los belgas, cuyo
valor era el más respetado, y los autuneses, que por su autoridad
daban la ley en toda la Galia. Él partió la vuelta de Italia, donde supo
que las dos legiones que había enviado, las cuales, según la orden del
Senado, debían destinarse a la guerra de los partos, habían sido
entregadas por el cónsul Marcelo a Cn. Pompeyo, y retenidas en Italia.
Con este hecho, aunque nadie dudaba que se trataba de tomar las
armas contra César, con todo eso determinó éste sufrirlo todo mientras
le quedaba alguna esperanza de disputar sus derechos en justicia,
antes que romper la guerra. Pidió César141 al Senado que Pompeyo
renunciase al poder, prometiendo imitarle; de lo contrario, añadió,
César sabrá mantenerse digno de él y defenderá a su patria.
a lo que antes había pasado. Porque hablando Marcelo el año antes
contra la dignidad de César, dio parte antes de tiempo al Senado contra
la ley de Pompeyo y Craso sobre las provincias de César; y dichos los
pareceres, retirado Marcelo como cabeza de partido, pretendiendo
acrecentar su dignidad con el odio de César, pasó el Senado a tratar de
otras cosas muy diversas. Con estos sucesos no se aquietaban los
ánimos de los enemigos de César, sino se excitaban a buscar nuevas
amistades para obligar al Senado a aprobar lo que ellos tenían
determinado.
LIV. Hízose después un decreto para que Pompeyo y César
enviase cada uno una legión para la guerra de los partos, las cuales se
le quitaron a César claramente. Porque Pompeyo dio como de su
número la legión primera que había enviado a César, compuesta de
gente joven escogida en la provincia; pero César, aunque nadie dudaba
que era despojado por amor de los contrarios, envió la legión a Cn.
Pompeyo, y mandó que de las suyas se entregase la decimoquinta,
conforme a la orden del Senado, la cual estaba en Lombardía. En su
lugar destacó a la Italia la legión decimotercia, para defensa de los
presidios de donde salía la decimoquinta, y distribuyó su ejército por los
cuarteles de invierno. Puso a C. Trebonio en la Galia bélgica con cuatro
legiones; envió a C. Fabio con otras tantas a Autun; pensando que así
estaba más segura la Galia, contenidos con las tropas los belgas, cuyo
valor era el más respetado, y los autuneses, que por su autoridad
daban la ley en toda la Galia. Él partió la vuelta de Italia, donde supo
que las dos legiones que había enviado, las cuales, según la orden del
Senado, debían destinarse a la guerra de los partos, habían sido
entregadas por el cónsul Marcelo a Cn. Pompeyo, y retenidas en Italia.
Con este hecho, aunque nadie dudaba que se trataba de tomar las
armas contra César, con todo eso determinó éste sufrirlo todo mientras
le quedaba alguna esperanza de disputar sus derechos en justicia,
antes que romper la guerra. Pidió César141 al Senado que Pompeyo
renunciase al poder, prometiendo imitarle; de lo contrario, añadió,
César sabrá mantenerse digno de él y defenderá a su patria.
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Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VIII
NOTAS DE NAPOLEÓN AL LIBRO VIII
1. En esta campaña César no encontró resistencia más que en los
beauveses; es que, efectivamente, estos pueblos no habían intervenido,
o muy poco, en la guerra de Vercingetórige; no tuvieron frente a Alesia
sino 10.000 hombres. Opusieron más resistencia, porque obraron con
mayor prudencia y habilidad que lo habían hecho los galos hasta
entonces; pero los otros galos no pusieron ninguna ni en Berri ni en
Chartres; se apoderó de ellos el terror y cedieron. Cap. XX.
2. La guarnición de Cohors estaba formada por los restos de los
ejércitos galos. La decisión adoptada por César de hacer cortar la mano
a todos los soldados no dejó de ser una atrocidad. César se mostró
clemente en la guerra civil con los suyos, pero cruel y a menudo feroz
con los galos. Cap. XLIV.
1. En esta campaña César no encontró resistencia más que en los
beauveses; es que, efectivamente, estos pueblos no habían intervenido,
o muy poco, en la guerra de Vercingetórige; no tuvieron frente a Alesia
sino 10.000 hombres. Opusieron más resistencia, porque obraron con
mayor prudencia y habilidad que lo habían hecho los galos hasta
entonces; pero los otros galos no pusieron ninguna ni en Berri ni en
Chartres; se apoderó de ellos el terror y cedieron. Cap. XX.
2. La guarnición de Cohors estaba formada por los restos de los
ejércitos galos. La decisión adoptada por César de hacer cortar la mano
a todos los soldados no dejó de ser una atrocidad. César se mostró
clemente en la guerra civil con los suyos, pero cruel y a menudo feroz
con los galos. Cap. XLIV.
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Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VIII
Gracias por compartir en este espacio.
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