LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO II
3 participantes
EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA :: Biblioteca Virtual-Cultura General :: Libros Históricos
Página 1 de 1.
LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO II
LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO II
LIBRO SEGUNDO
I. Teniendo César aquel invierno sus cuarteles en la Galia
Cisalpina, como arriba declaramos, veníanle repetidas noticias, y
también Labieno le aseguraba por cartas, que todos los belgas36 (los
cuales, según dijimos, forman la tercera parte de la Galia) se
conjuraban contra el Pueblo Romano, dándose mutuos rehenes; que
las causas de la conjura eran éstas: primera, el temor de que nuestro
ejército, una vez sosegadas las otras provincias, se revolviese contra
ellos; segunda, la instigación de varios nacionales; unos, que si bien
estaban disgustados con tan larga detención de los germanos en la
Galia, tampoco llevaban a bien que los romanos se acostumbrasen a
invernar y vivir en ella tan de asiento; otros, que por su natural
volubilidad y ligereza ansiaban por nuevo gobierno; como también
algunos que (siendo común en la Galia el apoderarse del mando los que
por más poderosos y ricos pueden levantar tropas a su sueldo) sujetos
a nuestro imperio, no podían tan fácilmente lograrlo.
II. César, en fuerza de estas noticias y cartas, alistó dos nuevas
legiones en la Galia Cisalpina, y a la entrada del verano envió por
conductor de ellas a lo interior de la Galia al legado Quinto Pedio. Él,
luego que comenzó a crecer la hierba, vino al ejército; da comisión a los
senones y demás galos confinantes con los belgas que averigüen sus
movimientos y le informen de todo. Avisaron todos unánimemente que
se hacían levas, y que las tropas se iban juntando en un lugar
determinado. Con eso no tuvo ya razón de dudar, sino que se resolvió a
marchar contra ellos de allí a doce días. Hechas, pues, las provisiones,
toma el camino, y en cosa de quince días se pone en la raya de los
belgas.
III. Como llegase de improviso, y más presto de lo que nadie
creyera, los remenses, que por la parte de los belgas son más cercanos
a la Galia, le enviaron una diputación con Iccio y Antebrogio, primeros
personajes de su República, protestándole que se ponían con cuanto
tenían en manos del Pueblo Romano; que no habían tenido parte ni
dado la más leve ocasión al alzamiento de los otros belgas, antes
estaban prontos a darle rehenes, obedecerle, franquearle las ciudades,
y suministrarle víveres y cuanto se le ofreciese; que los demás belgas
todos estaban en armas, y los germanos del Rin para acá conjurados
con ellos; que su despecho era tan universal y tan ciego, que no les ha
sido posible apartar de esta liga ni aun a los suesones37, hermanos
suyos y de la misma sangre, con quienes gozan de igual fuero, se
gobiernan por las mismas leyes y componen una república.
IV. Preguntándoles cuáles y cuan populosas y de qué fuerzas
eran las repúblicas alzadas, sacaba en limpio que la mayor parte de los
belgas descendían de los germanos; y de tiempos atrás, pasado el Rin,
se habían avecindado allí por la fertilidad del terreno, echando a sus
antiguos moradores los galos; que solos ellos en tiempos de nuestros
padres impidieron la entrada en sus tierras a los teutones y cimbros,
que venían de saquear toda la Galia; que orgullosos con la memoria de
estas hazañas, se tenían por superiores a todos en el arte militar. En
orden a su número, añadían los remenses que lo sabían a punto fijo;
porque con ocasión de la vecindad y parentesco tenían muy bien
averiguado cuánta gente de guerra ofrecía cada pueblo en la junta
general de los belgas. Los beoveses como que exceden a todos en valor,
autoridad y número, pueden poner en pie cien mil combatientes. De
éstos han prometido dar sesenta mil de tropa escogida, y pretenden el
supremo mando de esta guerra. Los suesones, sus vecinos, poseen
campiñas muy dilatadas y fértiles, cuyo rey fue aun en nuestros días
Diviciaco, el más poderoso de toda la Galia; que no sólo reinó en mucha
parte de estas regiones, sino también de la Bretaña; el rey de ahora era
Galba, a quien por su justicia y prudencia todos convenían en
nombrarle por generalísimo de las armas. Tienen los suesones doce
ciudades, y ofrecen cincuenta mil combatientes; otros tantos los
nervios, que son reputados por los más bravos38, y caen muy lejos;
quince mil dan los artesios; los amienses diez mil; veinticinco mil los
morinos; los menapios nueve mil; los caletes diez mil; velocases y
vermandeses otros tantos; los aduáticos veintinueve mil; los condrusos,
eburones, ceresos, pemanos39, conocidos por el nombre común de
germanos, a su parecer, hasta cuarenta mil.
V. César, esforzando a los remenses, y agradeciéndoles sus
buenos oficios con palabras muy corteses, mandó venir a su presencia
todo el Senado y traer a los hijos de los grandes por rehenes. Todo lo
ejecutaron puntualmente al plazo señalado. Él, con gran eficacia
exhortando a Diviciaco el eduo, le persuade lo mucho que importa al
bien común de la república el dividir las fuerzas del enemigo, para no
tener que lidiar a un tiempo con tantos; lo cual se lograría si los eduos
rompiesen por tierras de los beoveses y empezasen a talar sus campos.
Dado este consejo, le despidió. Ya que tuvo certeza por sus espías y por
los remenses, cómo unidos los belgas venían todos contra él, y que
estaban cerca, se anticipó con su ejército a pasar el río Aisne, donde
remata el territorio remense, y allí fijó sus reales, cuyo costado de una
banda quedaba defendido con esta postura por las márgenes del río, las
espaldas a cubierto del enemigo, y seguro el camino desde Reims y las
otras ciudades para el transporte de bastimentos. Guarnece el puente
que tenía el río, deja en la ribera opuesta con seis cohortes al legado
Quinto Titurio Sabino y manda fortificar los reales con un parapeto de
doce pies de alto y un foso de dieciocho.
VI. Estaba ocho millas distante de aquí una plaza de los remenses
llamada Bibracte (Bievre), que los belgas se pusieron a batirla sobre la
marcha con gran furia. No costo poco defenderla aquel día. Los belgas
en batir las murallas usan el misino arte que los galos; cercanías por
todas partes de gente, y empiezan a tirar piedras hasta tanto que ya no
queda defensor en almena. Entonces, haciendo empavesada40 vanse
arrimando a las puertas y abren la brecha; lo que a la sazón era bien
fácil, por ser tantos los que arrojaban piedras y dardos, que no dejaban
parar a hombre sobre el muro. Como la noche los forzase a desistir del
asalto, el gobernador de la plaza Iccio Remense, igualmente noble que
bienquisto entre los suyos, uno de los que vinieron con la diputación de
paz a César, le da aviso por sus mensajeros, «que si no envía socorro,
ya no puede él aguantar más».
LIBRO SEGUNDO
I. Teniendo César aquel invierno sus cuarteles en la Galia
Cisalpina, como arriba declaramos, veníanle repetidas noticias, y
también Labieno le aseguraba por cartas, que todos los belgas36 (los
cuales, según dijimos, forman la tercera parte de la Galia) se
conjuraban contra el Pueblo Romano, dándose mutuos rehenes; que
las causas de la conjura eran éstas: primera, el temor de que nuestro
ejército, una vez sosegadas las otras provincias, se revolviese contra
ellos; segunda, la instigación de varios nacionales; unos, que si bien
estaban disgustados con tan larga detención de los germanos en la
Galia, tampoco llevaban a bien que los romanos se acostumbrasen a
invernar y vivir en ella tan de asiento; otros, que por su natural
volubilidad y ligereza ansiaban por nuevo gobierno; como también
algunos que (siendo común en la Galia el apoderarse del mando los que
por más poderosos y ricos pueden levantar tropas a su sueldo) sujetos
a nuestro imperio, no podían tan fácilmente lograrlo.
II. César, en fuerza de estas noticias y cartas, alistó dos nuevas
legiones en la Galia Cisalpina, y a la entrada del verano envió por
conductor de ellas a lo interior de la Galia al legado Quinto Pedio. Él,
luego que comenzó a crecer la hierba, vino al ejército; da comisión a los
senones y demás galos confinantes con los belgas que averigüen sus
movimientos y le informen de todo. Avisaron todos unánimemente que
se hacían levas, y que las tropas se iban juntando en un lugar
determinado. Con eso no tuvo ya razón de dudar, sino que se resolvió a
marchar contra ellos de allí a doce días. Hechas, pues, las provisiones,
toma el camino, y en cosa de quince días se pone en la raya de los
belgas.
III. Como llegase de improviso, y más presto de lo que nadie
creyera, los remenses, que por la parte de los belgas son más cercanos
a la Galia, le enviaron una diputación con Iccio y Antebrogio, primeros
personajes de su República, protestándole que se ponían con cuanto
tenían en manos del Pueblo Romano; que no habían tenido parte ni
dado la más leve ocasión al alzamiento de los otros belgas, antes
estaban prontos a darle rehenes, obedecerle, franquearle las ciudades,
y suministrarle víveres y cuanto se le ofreciese; que los demás belgas
todos estaban en armas, y los germanos del Rin para acá conjurados
con ellos; que su despecho era tan universal y tan ciego, que no les ha
sido posible apartar de esta liga ni aun a los suesones37, hermanos
suyos y de la misma sangre, con quienes gozan de igual fuero, se
gobiernan por las mismas leyes y componen una república.
IV. Preguntándoles cuáles y cuan populosas y de qué fuerzas
eran las repúblicas alzadas, sacaba en limpio que la mayor parte de los
belgas descendían de los germanos; y de tiempos atrás, pasado el Rin,
se habían avecindado allí por la fertilidad del terreno, echando a sus
antiguos moradores los galos; que solos ellos en tiempos de nuestros
padres impidieron la entrada en sus tierras a los teutones y cimbros,
que venían de saquear toda la Galia; que orgullosos con la memoria de
estas hazañas, se tenían por superiores a todos en el arte militar. En
orden a su número, añadían los remenses que lo sabían a punto fijo;
porque con ocasión de la vecindad y parentesco tenían muy bien
averiguado cuánta gente de guerra ofrecía cada pueblo en la junta
general de los belgas. Los beoveses como que exceden a todos en valor,
autoridad y número, pueden poner en pie cien mil combatientes. De
éstos han prometido dar sesenta mil de tropa escogida, y pretenden el
supremo mando de esta guerra. Los suesones, sus vecinos, poseen
campiñas muy dilatadas y fértiles, cuyo rey fue aun en nuestros días
Diviciaco, el más poderoso de toda la Galia; que no sólo reinó en mucha
parte de estas regiones, sino también de la Bretaña; el rey de ahora era
Galba, a quien por su justicia y prudencia todos convenían en
nombrarle por generalísimo de las armas. Tienen los suesones doce
ciudades, y ofrecen cincuenta mil combatientes; otros tantos los
nervios, que son reputados por los más bravos38, y caen muy lejos;
quince mil dan los artesios; los amienses diez mil; veinticinco mil los
morinos; los menapios nueve mil; los caletes diez mil; velocases y
vermandeses otros tantos; los aduáticos veintinueve mil; los condrusos,
eburones, ceresos, pemanos39, conocidos por el nombre común de
germanos, a su parecer, hasta cuarenta mil.
V. César, esforzando a los remenses, y agradeciéndoles sus
buenos oficios con palabras muy corteses, mandó venir a su presencia
todo el Senado y traer a los hijos de los grandes por rehenes. Todo lo
ejecutaron puntualmente al plazo señalado. Él, con gran eficacia
exhortando a Diviciaco el eduo, le persuade lo mucho que importa al
bien común de la república el dividir las fuerzas del enemigo, para no
tener que lidiar a un tiempo con tantos; lo cual se lograría si los eduos
rompiesen por tierras de los beoveses y empezasen a talar sus campos.
Dado este consejo, le despidió. Ya que tuvo certeza por sus espías y por
los remenses, cómo unidos los belgas venían todos contra él, y que
estaban cerca, se anticipó con su ejército a pasar el río Aisne, donde
remata el territorio remense, y allí fijó sus reales, cuyo costado de una
banda quedaba defendido con esta postura por las márgenes del río, las
espaldas a cubierto del enemigo, y seguro el camino desde Reims y las
otras ciudades para el transporte de bastimentos. Guarnece el puente
que tenía el río, deja en la ribera opuesta con seis cohortes al legado
Quinto Titurio Sabino y manda fortificar los reales con un parapeto de
doce pies de alto y un foso de dieciocho.
VI. Estaba ocho millas distante de aquí una plaza de los remenses
llamada Bibracte (Bievre), que los belgas se pusieron a batirla sobre la
marcha con gran furia. No costo poco defenderla aquel día. Los belgas
en batir las murallas usan el misino arte que los galos; cercanías por
todas partes de gente, y empiezan a tirar piedras hasta tanto que ya no
queda defensor en almena. Entonces, haciendo empavesada40 vanse
arrimando a las puertas y abren la brecha; lo que a la sazón era bien
fácil, por ser tantos los que arrojaban piedras y dardos, que no dejaban
parar a hombre sobre el muro. Como la noche los forzase a desistir del
asalto, el gobernador de la plaza Iccio Remense, igualmente noble que
bienquisto entre los suyos, uno de los que vinieron con la diputación de
paz a César, le da aviso por sus mensajeros, «que si no envía socorro,
ya no puede él aguantar más».
Galius- Moderador General
- Cantidad de envíos : 2705
Puntos : 49582
Fecha de inscripción : 19/02/2013
Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO II
VII. César, luego a la medianoche, destaca en ayuda de los
sitiados una partida de flecheros númidas y cretenses y de honderos
baleares a la dirección de los mismos mensajeros de Iccio. Con su
llegada, cuanto mayor ánimo cobraron los remenses con la esperanza
cierta de la defensa, tanto menos quedó a los enemigos de conquistar
aquella plaza. Así que, alzado el sitio a poco tiempo, asolando los
campos y pegando fuego a todas cuantas aldeas y caseríos
encontraban por las inmediaciones del camino, marcharon con todo su
ejército en busca del de César, y se acamparon a dos millas escasas de
él. La extensión de su campo, por lo que indicaban el humo y los fuegos,
ocupaba más de ocho millas.
VIII. César, al principio, a vista de un ejército tan numeroso y del
gran concepto41 que se hacía de su valor, determinóse a no dar batalla.
Sin embargo, con escaramuzas cotidianas de la caballería procuraba
sondear hasta dónde llegaba el esfuerzo del enemigo, como también el
coraje de los nuestros. Ya que se aseguró de que los nuestros no eran
inferiores, teniendo delante de los reales espacio competente y
acomodado para ordenar los escuadrones; porque aquel collado de su
alojamiento, no muy elevado sobre la llanura, tenía la delantera tan
ancha cuando bastaba para la formación del ejército en batalla, por las
dos laderas la bajada pendiente, y por la frente altura tan poca, que
insensiblemente iba declinando hasta confundirse con el llano, cerró los
dos lados de la colina con fosos tirados de través cada uno de
cuatrocientos pasos de longitud, y guarneciendo sus remates con
fortines, plantó baterías en ellos a fin de que al tiempo del combate no
pudiesen los enemigos (siendo tan superiores en número) acometer
por los costados y coger en medio a los nuestros. Hecho esto, y dejadas
en los reales las dos legiones recién alistadas, para poder emplearlas en
caso de necesidad, puso las otras seis delante de ellos en orden de
batalla. El enemigo asimismo había sacado sus tropas y las tenía
alineadas.
IX. Esperaban los enemigos a que la pasasen los nuestros; los
nuestros estaban a la mira para echarse sobre los enemigos atollados,
si fuesen ellos los primeros a pasarla. En tanto los caballos andaban
escaramuzando entre los dos ejércitos. Mas como ninguno de los dos
diese muestras de querer pasar el primero. César, contento con la
ventaja de la caballería en el choque, tocó la retirada. Los enemigos al
punto marcharon de allí al río Aisne, que, según se ha dicho, corría
detrás de nuestros cuarteles: donde descubierto el vado, intentaron
pasar parte de sus tropas con la mira de desalojar, si pudiesen, al
legado Quinto Titurio de la fortificación que mandaba y romper el
puente, o cuando no, talar los campos remenses, que tanto nos servían
en esta guerra proveyéndonos de bastimentos.
X. César, avisado de esto por Titurio, pasa el puente con toda la
caballería y la tropa ligera de los númidas con los honderos y flecheros,
y va contra ellos. Obráronse allí prodigios de valor. Los nuestros,
acometiendo a los enemigos metidos en el río, mataron a muchos, y a
fuerza de dardos rechazaron a los demás que, con grandísimo arrojo,
pretendían abrirse paso por encima de los cadáveres. Los primeros que
vadearon el río, rodeados de la caballería perecieron. Viendo los
enemigos fallidas sus esperanzas de la conquista de la plaza y del
tránsito del río, como también que los nuestros no querían pelear en
sitio menos ventajoso, y ellos comenzaban a sentir escasez de
alimentos, juntados a consejo, concluyeron ser lo mejor retirarse cada
cual a su casa, con el pacto de acudir de todas partes a fin de hacer la
guerra con más comodidad dentro de su comarca que fuera, y
sostenerla con sus propias abundantes cosechas. Moviólos a esta
resolución, entre otras razones, la de haber sabido que Diviciaco y los
eduos se iban acercando a las fronteras de los beoveses, los cuales por
ningún caso podían sufrir más largas sin socorrer a los suyos.
XI. Con esta determinación, arrancando hacia medianoche con
gran ruido y alboroto, sin orden ni concierto, apresurándose cada cual a
coger la delantera por llegar antes a casa, su marcha tuvo visos de
huida. César, avisado al instante del hecho por sus escuchas, temiendo
alguna celada, por no haber todavía penetrado el motivo de su partida,
se mantuvo quieto con todo su ejército dentro de los reales. Al
amanecer, asegurado de la verdad por los batidores, envía delante toda
la caballería a cargo de los legados Quinto Pedio y Lucio Arunculeyo
Cota con orden de picar la retaguardia enemiga. Al legado Tito Labieno
mandó seguirlos con tres legiones. Habiendo éstos alcanzado a los
postreros y perseguídolos por muchas millas, hicieron en los fugitivos
gran matanza. Los de la retaguardia, viéndose ejecutados, hicieron
frente, resistiendo animosamente a las embestidas de los nuestros; en
tanto los de la vanguardia, que se consideraban lejos del peligro, sin
haber quien los forzase, ni caudillo que los mantuviese, al oír aquella
gritería, desordenadas las filas, buscaron su seguridad en la fuga. Con
eso, sin el menor riesgo prosiguieron los nuestros matando gente todo
lo restante del día; y sólo al poner del sol desistieron del alcance,
retirándose a los reales según la orden que tenían.
sitiados una partida de flecheros númidas y cretenses y de honderos
baleares a la dirección de los mismos mensajeros de Iccio. Con su
llegada, cuanto mayor ánimo cobraron los remenses con la esperanza
cierta de la defensa, tanto menos quedó a los enemigos de conquistar
aquella plaza. Así que, alzado el sitio a poco tiempo, asolando los
campos y pegando fuego a todas cuantas aldeas y caseríos
encontraban por las inmediaciones del camino, marcharon con todo su
ejército en busca del de César, y se acamparon a dos millas escasas de
él. La extensión de su campo, por lo que indicaban el humo y los fuegos,
ocupaba más de ocho millas.
VIII. César, al principio, a vista de un ejército tan numeroso y del
gran concepto41 que se hacía de su valor, determinóse a no dar batalla.
Sin embargo, con escaramuzas cotidianas de la caballería procuraba
sondear hasta dónde llegaba el esfuerzo del enemigo, como también el
coraje de los nuestros. Ya que se aseguró de que los nuestros no eran
inferiores, teniendo delante de los reales espacio competente y
acomodado para ordenar los escuadrones; porque aquel collado de su
alojamiento, no muy elevado sobre la llanura, tenía la delantera tan
ancha cuando bastaba para la formación del ejército en batalla, por las
dos laderas la bajada pendiente, y por la frente altura tan poca, que
insensiblemente iba declinando hasta confundirse con el llano, cerró los
dos lados de la colina con fosos tirados de través cada uno de
cuatrocientos pasos de longitud, y guarneciendo sus remates con
fortines, plantó baterías en ellos a fin de que al tiempo del combate no
pudiesen los enemigos (siendo tan superiores en número) acometer
por los costados y coger en medio a los nuestros. Hecho esto, y dejadas
en los reales las dos legiones recién alistadas, para poder emplearlas en
caso de necesidad, puso las otras seis delante de ellos en orden de
batalla. El enemigo asimismo había sacado sus tropas y las tenía
alineadas.
IX. Esperaban los enemigos a que la pasasen los nuestros; los
nuestros estaban a la mira para echarse sobre los enemigos atollados,
si fuesen ellos los primeros a pasarla. En tanto los caballos andaban
escaramuzando entre los dos ejércitos. Mas como ninguno de los dos
diese muestras de querer pasar el primero. César, contento con la
ventaja de la caballería en el choque, tocó la retirada. Los enemigos al
punto marcharon de allí al río Aisne, que, según se ha dicho, corría
detrás de nuestros cuarteles: donde descubierto el vado, intentaron
pasar parte de sus tropas con la mira de desalojar, si pudiesen, al
legado Quinto Titurio de la fortificación que mandaba y romper el
puente, o cuando no, talar los campos remenses, que tanto nos servían
en esta guerra proveyéndonos de bastimentos.
X. César, avisado de esto por Titurio, pasa el puente con toda la
caballería y la tropa ligera de los númidas con los honderos y flecheros,
y va contra ellos. Obráronse allí prodigios de valor. Los nuestros,
acometiendo a los enemigos metidos en el río, mataron a muchos, y a
fuerza de dardos rechazaron a los demás que, con grandísimo arrojo,
pretendían abrirse paso por encima de los cadáveres. Los primeros que
vadearon el río, rodeados de la caballería perecieron. Viendo los
enemigos fallidas sus esperanzas de la conquista de la plaza y del
tránsito del río, como también que los nuestros no querían pelear en
sitio menos ventajoso, y ellos comenzaban a sentir escasez de
alimentos, juntados a consejo, concluyeron ser lo mejor retirarse cada
cual a su casa, con el pacto de acudir de todas partes a fin de hacer la
guerra con más comodidad dentro de su comarca que fuera, y
sostenerla con sus propias abundantes cosechas. Moviólos a esta
resolución, entre otras razones, la de haber sabido que Diviciaco y los
eduos se iban acercando a las fronteras de los beoveses, los cuales por
ningún caso podían sufrir más largas sin socorrer a los suyos.
XI. Con esta determinación, arrancando hacia medianoche con
gran ruido y alboroto, sin orden ni concierto, apresurándose cada cual a
coger la delantera por llegar antes a casa, su marcha tuvo visos de
huida. César, avisado al instante del hecho por sus escuchas, temiendo
alguna celada, por no haber todavía penetrado el motivo de su partida,
se mantuvo quieto con todo su ejército dentro de los reales. Al
amanecer, asegurado de la verdad por los batidores, envía delante toda
la caballería a cargo de los legados Quinto Pedio y Lucio Arunculeyo
Cota con orden de picar la retaguardia enemiga. Al legado Tito Labieno
mandó seguirlos con tres legiones. Habiendo éstos alcanzado a los
postreros y perseguídolos por muchas millas, hicieron en los fugitivos
gran matanza. Los de la retaguardia, viéndose ejecutados, hicieron
frente, resistiendo animosamente a las embestidas de los nuestros; en
tanto los de la vanguardia, que se consideraban lejos del peligro, sin
haber quien los forzase, ni caudillo que los mantuviese, al oír aquella
gritería, desordenadas las filas, buscaron su seguridad en la fuga. Con
eso, sin el menor riesgo prosiguieron los nuestros matando gente todo
lo restante del día; y sólo al poner del sol desistieron del alcance,
retirándose a los reales según la orden que tenían.
Galius- Moderador General
- Cantidad de envíos : 2705
Puntos : 49582
Fecha de inscripción : 19/02/2013
Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO II
XII. César, al otro día, sin dar a los enemigos tiempo de
recobrarse del pavor y de la fuga, dirigió su marcha contra los suesones,
fronterizos de los remenses, y después de un largo viaje se puso sobre
la ciudad de Novo42. Tentado de camino asaltarla, pues le decían que se
hallaba sin guarnición, por tener un foso muy ancho, y muy altos los
muros, no pudo tomarla, con ser pocos los que la defendían.
Fortificados los reales, trató de armar las galerías
43 y apercibir las
piezas de batir las murallas. En esto todas las tropas de suesones que
venían huyendo se recogieron la noche inmediata a la plaza. Mas
asestadas sin dilación las galerías, formando el terraplén, 44 y
levantadas las bastidas45; espantados los galos de la grandeza de
aquellas máquinas, nunca vistas ni oídas, y de la presteza de los
romanos en armarlas, envían diputados a César sobre la entrega, y a
petición de los remenses alcanzan el perdón.
XIII. Recibidos en prendas los más granados del pueblo con dos
hijos del mismo rey Galba, y entregadas todas las armas, César admitió
por vasallos a los suesones, y marchó contra los beoveses; los cuales,
habiéndose refugiado con todas sus cosas en la fortaleza de
Bratuspancio,46 y estando César distante de allí poco menos de cinco
millas, todos los ancianos saliendo de la ciudad con ademanes y voces,
le hacían señas de que venían a rendírsele a discreción, ni querían más
guerra con los romanos; asimismo, luego que se acercó al lugar y
empezó a sentar el campo, los niños y las mujeres desde las almenas,
tendidas las manos a su modo, pedían la paz a los romanos.
XIV. Diviciaco (el cual después de la retirada de los belgas, y
despedidas sus tropas, había vuelto a incorporarse con las de César)
aboga por ellos diciendo: «que siempre los beoveses habían sido
amigos fieles de los eduos; que sus jefes, con esparcir que los eduos
esclavizados por César padecían toda suerte de maltratamientos y
oprobios, los indujeron a separarse de ellos y declarar la guerra al
Pueblo Romano. Los autores de esta trama, reconociendo el grave
perjuicio acarreado a la república, se habían guarecido en Bretaña. Por
tanto, le suplican los beoveses, y juntamente con ellos y por ellos los
eduos, que los trate con su acostumbrada clemencia y benignidad. Que
haciéndolo así aumentaría el crédito de los eduos para con todos los
belgas, con cuyos socorros y bienes solían mantener las guerras
ocurrentes».
XV. César, por honrar a Diviciaco y favorecer a los eduos, dio
palabra de aceptar su homenaje y de conservarlos en su gracia; mas
porque era un estado pujante, sobresaliendo entre los belgas en
autoridad y número de habitantes, pidió seiscientos rehenes.
Entregados éstos juntamente con todas sus armas, encaminóse a los
amienses, que luego se le rindieron con todas sus cosas.
Con éstos confinan los nervios, de cuyos genios y costumbres
César, tomando lengua, vino a entender: «que a ningún mercader
daban47 entrada; ni permitían introducir vinos, ni cosas semejantes
que sirven para el regalo; persuadidos de que con tales géneros se
afeminan los ánimos y pierden su vigor; siendo ellos naturalmente
bravos y forzudos; que daban en rostro y afrentaban a los demás
belgas porque a gran mengua de la valentía heredada con la sangre, se
habían sujetado al Pueblo Romano; que ellos por su parte protestaban
de no proponer ni admitir condiciones de paz».
recobrarse del pavor y de la fuga, dirigió su marcha contra los suesones,
fronterizos de los remenses, y después de un largo viaje se puso sobre
la ciudad de Novo42. Tentado de camino asaltarla, pues le decían que se
hallaba sin guarnición, por tener un foso muy ancho, y muy altos los
muros, no pudo tomarla, con ser pocos los que la defendían.
Fortificados los reales, trató de armar las galerías
43 y apercibir las
piezas de batir las murallas. En esto todas las tropas de suesones que
venían huyendo se recogieron la noche inmediata a la plaza. Mas
asestadas sin dilación las galerías, formando el terraplén, 44 y
levantadas las bastidas45; espantados los galos de la grandeza de
aquellas máquinas, nunca vistas ni oídas, y de la presteza de los
romanos en armarlas, envían diputados a César sobre la entrega, y a
petición de los remenses alcanzan el perdón.
XIII. Recibidos en prendas los más granados del pueblo con dos
hijos del mismo rey Galba, y entregadas todas las armas, César admitió
por vasallos a los suesones, y marchó contra los beoveses; los cuales,
habiéndose refugiado con todas sus cosas en la fortaleza de
Bratuspancio,46 y estando César distante de allí poco menos de cinco
millas, todos los ancianos saliendo de la ciudad con ademanes y voces,
le hacían señas de que venían a rendírsele a discreción, ni querían más
guerra con los romanos; asimismo, luego que se acercó al lugar y
empezó a sentar el campo, los niños y las mujeres desde las almenas,
tendidas las manos a su modo, pedían la paz a los romanos.
XIV. Diviciaco (el cual después de la retirada de los belgas, y
despedidas sus tropas, había vuelto a incorporarse con las de César)
aboga por ellos diciendo: «que siempre los beoveses habían sido
amigos fieles de los eduos; que sus jefes, con esparcir que los eduos
esclavizados por César padecían toda suerte de maltratamientos y
oprobios, los indujeron a separarse de ellos y declarar la guerra al
Pueblo Romano. Los autores de esta trama, reconociendo el grave
perjuicio acarreado a la república, se habían guarecido en Bretaña. Por
tanto, le suplican los beoveses, y juntamente con ellos y por ellos los
eduos, que los trate con su acostumbrada clemencia y benignidad. Que
haciéndolo así aumentaría el crédito de los eduos para con todos los
belgas, con cuyos socorros y bienes solían mantener las guerras
ocurrentes».
XV. César, por honrar a Diviciaco y favorecer a los eduos, dio
palabra de aceptar su homenaje y de conservarlos en su gracia; mas
porque era un estado pujante, sobresaliendo entre los belgas en
autoridad y número de habitantes, pidió seiscientos rehenes.
Entregados éstos juntamente con todas sus armas, encaminóse a los
amienses, que luego se le rindieron con todas sus cosas.
Con éstos confinan los nervios, de cuyos genios y costumbres
César, tomando lengua, vino a entender: «que a ningún mercader
daban47 entrada; ni permitían introducir vinos, ni cosas semejantes
que sirven para el regalo; persuadidos de que con tales géneros se
afeminan los ánimos y pierden su vigor; siendo ellos naturalmente
bravos y forzudos; que daban en rostro y afrentaban a los demás
belgas porque a gran mengua de la valentía heredada con la sangre, se
habían sujetado al Pueblo Romano; que ellos por su parte protestaban
de no proponer ni admitir condiciones de paz».
Galius- Moderador General
- Cantidad de envíos : 2705
Puntos : 49582
Fecha de inscripción : 19/02/2013
Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO II
XVI. Llevaba tres días de jornada César por las tierras de éstos,
cuando le dijeron los prisioneros que a diez millas de sus tiendas corría
el río Sambre, en cuya parte opuesta estaban acampados los nervios,
aguardando allí su venida unidos con los arrebates y vermandeses,48
sus vecinos, a los cuales habían inducido a seguir la misma fortuna en
la guerra; que esperaban también tropas de los aduáticos49 que venían
marchando; que a sus mujeres y demás personas inhábiles por la edad
para el ejercicio de las armas tenían recogidas en un paraje
inpenetrable al ejército por las lagunas.
XVII. César, con estas noticias, envió delante algunos batidores y
centuriones a procurar puesto acomodado para el alojamiento. Mas
como viniesen en su compañía varios de los belgas conquistados y otros
galos, algunos de ellos (según que después se averiguó por los
prisioneros), observado el orden de la marcha de nuestro ejército en
aquellos días, se fueron de noche a los nervios y les avisaron de la gran
porción de bagaje que mediaba entre legión y legión; con que al llegar
la primera al campo, quedando muy atrás las demás, era muy fácil
sorprenderla embarazada con la carga;50 derrotada ésta, y perdido el
bagaje, a buen seguro que las siguientes no se atreviesen a
contrarrestar. Era bien recibido el consejo; por cuanto los nervios, que
ni antes usaron jamás (ni ahora tampoco usan pelear a caballo, sino
que todas sus fuerzas consisten en la infantería) para estorbar más
fácilmente la caballería de sus fronterizos en las ocasiones que hacía
correrías, desmochando y doblando los arbolillos tiernos, entretejiendo
en sus ramas zargas y espinos a lo ancho, habían formado un seto, que
les servía de muro tal y tan cerrado, que impedía no como quiera la
entrada, mas también la vista. Con este arte, teniendo atajado el paso
a nuestro ejército, juzgaron los nervios que no era de despreciar el
aviso.
XVIII. La situación del lugar elegido por los nuestros para fijar los
reales era en un collado que tenía uniforme la bajada desde la cumbre
hasta el río Sambre, arriba mencionado. De su opuesta ribera se alzaba
otro collado de igual elevación enfrente del primero, despejado a la
falda como doscientos pasos, y en la cima tan cerrado, que apenas
podía penetrar dentro la vista. Detrás de esta breña estaban
emboscados los enemigos. En el raso a la orilla del río, que tenía como
tres pies de hondo, se divisaba tal cual piquete de caballería.
XIX. César, echando adelante la suya, seguíala con el grueso del
ejército. Pero el orden de su marcha era bien diferente del que pintaron
los belgas a los nervios; pues César, por la cercanía del enemigo,
llevaba consigo, como solía, seis legiones sin más tren que las armas;
después iban los equipajes de todo el ejército, escoltados de las dos
legiones recién alistadas, que cerraban la marcha. Nuestros caballos,
pasando el río con la gente de honda y arco, trabaron combate con los
caballos enemigos. Mientras éstos, ya se retiraban al bosque entre los
suyos, ya salían de él a embestir con los nuestros, sin que los nuestros
osasen ir tras ellos en sus retiradas más allá del campo abierto; las seis
legiones, que habían llegado las primeras, delineado el campo,
empezaron a fortificarlo. Luego que los enemigos cubiertos en las
selvas avistaron los primeros bagajes de nuestro ejército, según lo
concertado entre sí, estando de antemano bien prevenidos y formados
allí mismo en orden de batalla, de repente se dispararon con todas sus
tropas y se dejaron caer sobre nuestros caballos. Batidos y deshechos
éstos sin resistencia, con velocidad increíble vinieron corriendo hasta el
río, de modo que casi a un mismo tiempo se les veía en el bosque, en el
río y en combate con los nuestros. Los del collado opuesto, con igual
ligereza, corrieron a asaltar nuestras trincheras y a los que trabajaban
en ellas.
XX. César tenía que hacerlo todo a un tiempo: enarbolar el
estandarte,51 que es la llamada a tomar las armas; hacer señal con la
bocina; retirar los soldados de sus trabajos; llamar a los que se habían
alejado en busca de fagina; escuadronar el ejército; dar la
contraseña;52 arengar a los soldados. Mas no permitía la estrechez del
tiempo, ni la sucesión continua de negocios, ni la avenida de los
enemigos dar expediente a todas estas cosas. En medio de tantas
dificultades dos circunstancias militaban a su favor: una era la
inteligencia y práctica de los soldados, que como ejercitados en las
anteriores batallas, podían por sí mismos dirigir cualquier acción con
tanta pericia como sus decuriones; la otra haber intimado César la
orden que ninguno de los legados se apartase de su legión durante la
faena del atrincheramiento. Así que, vista la prisa y cercanía del
enemigo, sin aguardar las órdenes de César, ejecutaban lo que parecía
del caso.
Galius- Moderador General
- Cantidad de envíos : 2705
Puntos : 49582
Fecha de inscripción : 19/02/2013
Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO II
XXI. César, dadas las providencias necesarias, corriendo a
exhortar a los soldados adonde le guió la suerte, encontróse con la
legión décima. No dijo más a los soldados sino que se acordasen de su
antiguo valor, y sin asustarse resistiesen animosamente al ímpetu de
los enemigos. Y como éstos ya estaban a tiro de dardo, hizo señal de
acometer. Partiendo de allí a otra banda con el mismo fin de alentarlos,
los halló peleando. El tiempo fue tan corto, los enemigos tan
determinados al salto, que no dieron lugar a los nuestros para ponerse
las cimeras, ni aun siquiera para ajustar las viseras de los yelmos y
quitar las fundas a los escudos. Donde cada cual acertó a encontrarse al
partir mano del trabajo, allí se paró, agregándose a las primeras
banderas que se le pusieron delante, para no gastar tiempo de pelear
en buscar a los suyos.
XXII. Ordenado el ejército según lo permitían la situación del
lugar, la cuesta de la colina y la urgencia del tiempo más que conforme
al arte y disciplina militar; combatiendo separadas las legiones, cuál en
una parte y cuál en otra, impedida la vista por la espesura de los
bardales interpuestos, de que hicimos antes mención, no era factible
que un hombre sólo pudiese socorrer a todos a un tiempo, ni dar las
providencias necesarias, ni mandarlo todo. Por lo cual, en concurrencia
de cosas tan adversas, eran varios a proporción los sucesos de la
fortuna.
XXIII. Los soldados de la nona y la décima legiones,
escuadronados en el ala izquierda del ejército, disparando sus dardos a
los artesios, que tenían enfrente, presto los precipitaron el collado
abajo hasta el río, ya sin aliento del mucho correr y el cansancio, y
malparados de las heridas; y tentando pasarle, persiguiéndolos espada
en mano, degollaron gran parte de ellos cuando no podían valerse. Los
nuestros no dudaron atravesar el río, y como los enemigos, viéndolos
empeñados en un paraje peligroso, intentasen hacerles frente,
renovada la refriega los obligaron a huir de nuevo. Por otra banda las
legiones octava y undécima, después de desalojar de la loma a los
vermandeses sus contrarios, proseguían batiéndolos en las márgenes
mismas del río. Pero quedando sin defensa los reales por el frente y
costado izquierdo, estando apostada en el derecho la legión duodécima
y a corta distancia de ésta la séptima, todos los nervios, acaudillados de
su general Buduognato, cerrados en un escuadrón muy apiñado,
acometieron aquel puesto, tirando unos por el flanco descubierto a
coger en medio las legiones, y otros a subir la cima de los reales.
XXIV. A este tiempo nuestros caballos, con los soldados ligeros
que, como ya referí, iban en su compañía, cuando fueron derrotados al
primer ataque de los enemigos, viniendo a guarecerse dentro de las
trincheras, tropezaban con los enemigos y echaban a huir por otro lado.
Pues los gastadores que a la puerta53 trasera desde la cumbre del
collado vieron a los nuestros pasar el río en forma de vencedores,
saliendo al pillaje, como mirasen atrás y viesen a los enemigos en
medio de nuestro campo, precipitadamente huían a todo huir. En aquel
punto y tiempo comenzaban a sentirse las voces y alaridos de los que
conducían el bagaje; con que corrían despavoridos unos acá, otros
acullá sin orden ni concierto. Entonces los caballos trevirenses, muy
alabados de valientes entre los galos, enviados de socorro a César por
su república, sobrecogidos de tantos malos sucesos, viendo nuestros
reales cubiertos de enemigos, las legiones estrechadas y poco menos
que cogidas; gastadores, caballos, honderos númidas dispersos,
descarriados, huyendo por donde podían, dándonos ya por perdidos, se
volvieron a su patria con la noticia de que los romanos quedaban rotos
y vencidos, sus reales y bagajes en poder de los enemigos.
exhortar a los soldados adonde le guió la suerte, encontróse con la
legión décima. No dijo más a los soldados sino que se acordasen de su
antiguo valor, y sin asustarse resistiesen animosamente al ímpetu de
los enemigos. Y como éstos ya estaban a tiro de dardo, hizo señal de
acometer. Partiendo de allí a otra banda con el mismo fin de alentarlos,
los halló peleando. El tiempo fue tan corto, los enemigos tan
determinados al salto, que no dieron lugar a los nuestros para ponerse
las cimeras, ni aun siquiera para ajustar las viseras de los yelmos y
quitar las fundas a los escudos. Donde cada cual acertó a encontrarse al
partir mano del trabajo, allí se paró, agregándose a las primeras
banderas que se le pusieron delante, para no gastar tiempo de pelear
en buscar a los suyos.
XXII. Ordenado el ejército según lo permitían la situación del
lugar, la cuesta de la colina y la urgencia del tiempo más que conforme
al arte y disciplina militar; combatiendo separadas las legiones, cuál en
una parte y cuál en otra, impedida la vista por la espesura de los
bardales interpuestos, de que hicimos antes mención, no era factible
que un hombre sólo pudiese socorrer a todos a un tiempo, ni dar las
providencias necesarias, ni mandarlo todo. Por lo cual, en concurrencia
de cosas tan adversas, eran varios a proporción los sucesos de la
fortuna.
XXIII. Los soldados de la nona y la décima legiones,
escuadronados en el ala izquierda del ejército, disparando sus dardos a
los artesios, que tenían enfrente, presto los precipitaron el collado
abajo hasta el río, ya sin aliento del mucho correr y el cansancio, y
malparados de las heridas; y tentando pasarle, persiguiéndolos espada
en mano, degollaron gran parte de ellos cuando no podían valerse. Los
nuestros no dudaron atravesar el río, y como los enemigos, viéndolos
empeñados en un paraje peligroso, intentasen hacerles frente,
renovada la refriega los obligaron a huir de nuevo. Por otra banda las
legiones octava y undécima, después de desalojar de la loma a los
vermandeses sus contrarios, proseguían batiéndolos en las márgenes
mismas del río. Pero quedando sin defensa los reales por el frente y
costado izquierdo, estando apostada en el derecho la legión duodécima
y a corta distancia de ésta la séptima, todos los nervios, acaudillados de
su general Buduognato, cerrados en un escuadrón muy apiñado,
acometieron aquel puesto, tirando unos por el flanco descubierto a
coger en medio las legiones, y otros a subir la cima de los reales.
XXIV. A este tiempo nuestros caballos, con los soldados ligeros
que, como ya referí, iban en su compañía, cuando fueron derrotados al
primer ataque de los enemigos, viniendo a guarecerse dentro de las
trincheras, tropezaban con los enemigos y echaban a huir por otro lado.
Pues los gastadores que a la puerta53 trasera desde la cumbre del
collado vieron a los nuestros pasar el río en forma de vencedores,
saliendo al pillaje, como mirasen atrás y viesen a los enemigos en
medio de nuestro campo, precipitadamente huían a todo huir. En aquel
punto y tiempo comenzaban a sentirse las voces y alaridos de los que
conducían el bagaje; con que corrían despavoridos unos acá, otros
acullá sin orden ni concierto. Entonces los caballos trevirenses, muy
alabados de valientes entre los galos, enviados de socorro a César por
su república, sobrecogidos de tantos malos sucesos, viendo nuestros
reales cubiertos de enemigos, las legiones estrechadas y poco menos
que cogidas; gastadores, caballos, honderos númidas dispersos,
descarriados, huyendo por donde podían, dándonos ya por perdidos, se
volvieron a su patria con la noticia de que los romanos quedaban rotos
y vencidos, sus reales y bagajes en poder de los enemigos.
Galius- Moderador General
- Cantidad de envíos : 2705
Puntos : 49582
Fecha de inscripción : 19/02/2013
Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO II
XXV. César, después de haber animado a la legión décima,
viniendo al costado derecho, como vio el aprieto de los suyos, apiñadas
las banderas, los soldados de la duodécima legión tan pegados que no
podían manejar las armas, muertos todos los centuriones y el alférez de
la cuarta cohorte, perdido el estandarte; los de las otras legiones o
muertos o heridos, y el principal de ellos Publio Sextio Báculo, hombre
valerosísimo, traspasado de muchas y graves heridas sin poderse tener
en pie; que los demás caían en desaliento, y aun algunos,
desamparados de los que les hacían espaldas, abandonaban su puesto
hurtando el cuerpo a los golpes; que los enemigos subiendo la cuesta,
ni por el frente daban treguas, ni los dejaban respirar por los costados,
reducidos al extremo sin esperanza de ser ayudados; arrebatando el
escudo a un soldado de las últimas filas (que César se vino sin él por la
prisa) se puso al frente; y nombrando a los centuriones por su nombre,
exhortando a los demás, mandó avanzar y ensanchar las filas para que
pudieran servirse mejor de las espadas. Con su presencia recobrando
los soldados nueva esperanza y nuevos bríos, deseoso cada cual de
hacer los últimos esfuerzos a vista del general en medio de su mayor
peligro, cejó algún tanto el ímpetu de los enemigos.
XXVI. Advirtiendo César que la legión séptima, allí cerca, se
hallaba también en grande aprieto, insinuó a los tribunos que fuesen
poco a poco reuniendo las legiones, y todas a una cerrasen a banderas
desplegadas con el enemigo. Con esta evolución, sosteniéndose
recíprocamente sin temor ya de ser cogidos por la espalda, comenzaron
a resistir con más brío y a pelear con más coraje. En esto las dos
legiones que venían escoltando los bagajes de retaguardia, con la
noticia de la batalla apretando el paso, se dejaban ya ver de los
enemigos sobre la cima del collado. Y Tito Labieno, que se había
apoderado de sus reales, observando desde un alto el estado de las
cosas en los nuestros, destacó la décima legión a socorrernos. Los
soldados, infiriendo de la fuga de los caballos y gastadores la triste
situación y riesgo grande que corrían las trincheras, las legiones y el
general, no perdieron punto de tiempo.
XXVII. Con su llegada se trocaron tanto las suertes, que los
nuestros, aun los más postrados de las heridas, apoyados sobre los
escudos renovaron el combate; hasta los mismos furrieles, viendo
consternados a los enemigos, con estar desarmados, se atrevían con
los armados. Pues los caballeros, a trueque de borrar con proezas de
valor la infamia de la huida, combatían en todas partes, por aventajarse
a los soldados legionarios. Los enemigos, reducidos al último extremo,
se portaron con tal valentía, que al caer de los primeros, luego
ocupaban su puesto los inmediatos, peleando por sobre los cuerpos de
aquellos que yacían derribados y amontonados, y parapetándose en los
cuales nos disparaban los demás sus dardos, recogían los que les
tirábamos y volvíanlos a arrojar contra nosotros; así que no es
maravilla que hombres tan intrépidos osasen a esguazar un río tan
ancho, trepar por ribazos tan ásperos y apostarse en lugar tan
escarpado; y es que todas estas cosas, bien que de suyo muy difíciles,
se les facilitaba su bravura.
XXVIII. Acabada la batalla, y con ella casi toda la raza y nombre
de los nervios, los viejos que, según dijimos, estaban con los niños y las
mujeres recogidos entre pantanos y lagunas, sabedores de la desgracia,
considerando que para los vencedores todo es llano y para los vencidos
nada seguro, enviaron, de común consentimiento de todos los que se
salvaron, embajadores a César, entregándose a discreción; y
encareciendo el infortunio de su república, afirmaron que de seiscientos
senadores les quedaban solos tres, y de sesenta mil combatientes
apenas54 llegaban a quinientos. A los cuales César, haciendo alarde de
su clemencia para con los miserables y rendidos, conservó con el mayor
empeño, dejándolos en la libre posesión de sus tierras y ciudades; y
mandó a los rayanos que nadie osase hacerles daño.
XXIX. Los aduáticos, de quien se habló ya, viniendo con todas sus
fuerzas en socorro de los nervios, oído el suceso de la batalla, dieron
desde el camino la vuelta a su casa; y abandonando las poblaciones, se
retiraron con cuanto tenían a una plaza muy fuerte por naturaleza.
Estaba ésta rodeada por todas partes de altísimos riscos y
despeñaderos, y por una sola tenía la entrada, no muy pendiente, ni
más ancha que de doscientos pies, pero guarnecida de dos
elevadísimos rebellines, sobre los cuales habían colocado piedras
gruesísimas y estacas puntiagudas. Eran los aduáticos descendientes
de los cimbros y teutones, que al partirse para nuestra provincia e Italia,
descargando a la orilla del Rin los fardos que no podían llevar consigo,
dejaron para su custodia y defensa a seis mil de los suyos. Los cuales,
muertos aquéllos, molestados por muchos años de los vecinos con
guerras ya ofensivas, ya defensivas, hechas al fin las paces de común
acuerdo, hicieron aquí su asiento.
XXX. Éstos, pues, al principio de nuestra llegada hacían
frecuentes salidas y escaramuzas con los nuestros. Después, habiendo
nosotros tirado una valla de doce pies en alto y quince mil en circuito, y
bloqueándolos con baluartes de trecho en trecho, se mantenían
cercados en la plaza. Mas cuando armadas ya las galerías y formado el
terraplén, vieron erigirse una torre a lo lejos, por entonces comenzaron
desde los adarves a hacer mofa y fisga de los nuestros, gritando, a qué
fin erigían máquina tan grande a tanta distancia, y con qué brazos o
fuerzas se prometían, mayormente siendo unos hombrezuelos, arrimar
a los muros un torreón de peso tan enorme (y es que los más de los
galos, por ser de grande estatura, miran con desprecio la pequeñez de
la nuestra).
viniendo al costado derecho, como vio el aprieto de los suyos, apiñadas
las banderas, los soldados de la duodécima legión tan pegados que no
podían manejar las armas, muertos todos los centuriones y el alférez de
la cuarta cohorte, perdido el estandarte; los de las otras legiones o
muertos o heridos, y el principal de ellos Publio Sextio Báculo, hombre
valerosísimo, traspasado de muchas y graves heridas sin poderse tener
en pie; que los demás caían en desaliento, y aun algunos,
desamparados de los que les hacían espaldas, abandonaban su puesto
hurtando el cuerpo a los golpes; que los enemigos subiendo la cuesta,
ni por el frente daban treguas, ni los dejaban respirar por los costados,
reducidos al extremo sin esperanza de ser ayudados; arrebatando el
escudo a un soldado de las últimas filas (que César se vino sin él por la
prisa) se puso al frente; y nombrando a los centuriones por su nombre,
exhortando a los demás, mandó avanzar y ensanchar las filas para que
pudieran servirse mejor de las espadas. Con su presencia recobrando
los soldados nueva esperanza y nuevos bríos, deseoso cada cual de
hacer los últimos esfuerzos a vista del general en medio de su mayor
peligro, cejó algún tanto el ímpetu de los enemigos.
XXVI. Advirtiendo César que la legión séptima, allí cerca, se
hallaba también en grande aprieto, insinuó a los tribunos que fuesen
poco a poco reuniendo las legiones, y todas a una cerrasen a banderas
desplegadas con el enemigo. Con esta evolución, sosteniéndose
recíprocamente sin temor ya de ser cogidos por la espalda, comenzaron
a resistir con más brío y a pelear con más coraje. En esto las dos
legiones que venían escoltando los bagajes de retaguardia, con la
noticia de la batalla apretando el paso, se dejaban ya ver de los
enemigos sobre la cima del collado. Y Tito Labieno, que se había
apoderado de sus reales, observando desde un alto el estado de las
cosas en los nuestros, destacó la décima legión a socorrernos. Los
soldados, infiriendo de la fuga de los caballos y gastadores la triste
situación y riesgo grande que corrían las trincheras, las legiones y el
general, no perdieron punto de tiempo.
XXVII. Con su llegada se trocaron tanto las suertes, que los
nuestros, aun los más postrados de las heridas, apoyados sobre los
escudos renovaron el combate; hasta los mismos furrieles, viendo
consternados a los enemigos, con estar desarmados, se atrevían con
los armados. Pues los caballeros, a trueque de borrar con proezas de
valor la infamia de la huida, combatían en todas partes, por aventajarse
a los soldados legionarios. Los enemigos, reducidos al último extremo,
se portaron con tal valentía, que al caer de los primeros, luego
ocupaban su puesto los inmediatos, peleando por sobre los cuerpos de
aquellos que yacían derribados y amontonados, y parapetándose en los
cuales nos disparaban los demás sus dardos, recogían los que les
tirábamos y volvíanlos a arrojar contra nosotros; así que no es
maravilla que hombres tan intrépidos osasen a esguazar un río tan
ancho, trepar por ribazos tan ásperos y apostarse en lugar tan
escarpado; y es que todas estas cosas, bien que de suyo muy difíciles,
se les facilitaba su bravura.
XXVIII. Acabada la batalla, y con ella casi toda la raza y nombre
de los nervios, los viejos que, según dijimos, estaban con los niños y las
mujeres recogidos entre pantanos y lagunas, sabedores de la desgracia,
considerando que para los vencedores todo es llano y para los vencidos
nada seguro, enviaron, de común consentimiento de todos los que se
salvaron, embajadores a César, entregándose a discreción; y
encareciendo el infortunio de su república, afirmaron que de seiscientos
senadores les quedaban solos tres, y de sesenta mil combatientes
apenas54 llegaban a quinientos. A los cuales César, haciendo alarde de
su clemencia para con los miserables y rendidos, conservó con el mayor
empeño, dejándolos en la libre posesión de sus tierras y ciudades; y
mandó a los rayanos que nadie osase hacerles daño.
XXIX. Los aduáticos, de quien se habló ya, viniendo con todas sus
fuerzas en socorro de los nervios, oído el suceso de la batalla, dieron
desde el camino la vuelta a su casa; y abandonando las poblaciones, se
retiraron con cuanto tenían a una plaza muy fuerte por naturaleza.
Estaba ésta rodeada por todas partes de altísimos riscos y
despeñaderos, y por una sola tenía la entrada, no muy pendiente, ni
más ancha que de doscientos pies, pero guarnecida de dos
elevadísimos rebellines, sobre los cuales habían colocado piedras
gruesísimas y estacas puntiagudas. Eran los aduáticos descendientes
de los cimbros y teutones, que al partirse para nuestra provincia e Italia,
descargando a la orilla del Rin los fardos que no podían llevar consigo,
dejaron para su custodia y defensa a seis mil de los suyos. Los cuales,
muertos aquéllos, molestados por muchos años de los vecinos con
guerras ya ofensivas, ya defensivas, hechas al fin las paces de común
acuerdo, hicieron aquí su asiento.
XXX. Éstos, pues, al principio de nuestra llegada hacían
frecuentes salidas y escaramuzas con los nuestros. Después, habiendo
nosotros tirado una valla de doce pies en alto y quince mil en circuito, y
bloqueándolos con baluartes de trecho en trecho, se mantenían
cercados en la plaza. Mas cuando armadas ya las galerías y formado el
terraplén, vieron erigirse una torre a lo lejos, por entonces comenzaron
desde los adarves a hacer mofa y fisga de los nuestros, gritando, a qué
fin erigían máquina tan grande a tanta distancia, y con qué brazos o
fuerzas se prometían, mayormente siendo unos hombrezuelos, arrimar
a los muros un torreón de peso tan enorme (y es que los más de los
galos, por ser de grande estatura, miran con desprecio la pequeñez de
la nuestra).
Galius- Moderador General
- Cantidad de envíos : 2705
Puntos : 49582
Fecha de inscripción : 19/02/2013
Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO II
XXXI. Mas cuando repararon que se movía y acercaba a las
murallas, espantados del nuevo y desusado espectáculo, despacharon
a César embajadores de paz, que hablaron de esta sustancia: «que no
podían menos de creer que los romanos guerreaban asistidos de los
dioses, cuando con tanta facilidad podían dar movimiento a máquinas
de tanta elevación, y pelear tan de cerca; por tanto, se entregaban con
todas las cosas en sus manos. Que si por dicha, usando de su clemencia
y mansedumbre, de que ya tenían noticia, quisiese perdonar también a
los aduáticos, una sola cosa le pedían y suplicaban, no los despojase de
las armas; que casi todos los comarcanos eran sus enemigos y
envidiosos de su poder, de quienes mal podían defenderse sin ellas. En
tal caso les sería mejor sufrir de los romanos cualquier aventura, que
morir atormentados a manos de aquellos a quienes solían dar la ley».
XXXII. A esto respondió César: «que hubiera conservado la
ciudad, no porque lo mereciese, sino por ser esa su costumbre, caso de
haberse rendido antes de batir la muralla; pero ya no había lugar a la
rendición sin la entrega de las armas; haría sí con ellos lo mismo que
con los nervios, mandando a los confinantes que se guardasen de hacer
ningún agravio a los vasallos del Pueblo Romano». Comunicada esta
respuesta a los sitiados, dijeron estar prontos a cumplir lo mandado.
Arrojada, pues, gran cantidad de armas desde los muros al foso que
ceñía la plaza, de suerte que los montones de ellas casi tocaban con las
almenas y la plataforma, con ser que habían escondido y reservado
dentro una tercera parte, según se averiguó después, abiertas las
puertas, estuvieron en paz aquel día.
XXXIII. Al anochecer César mandó cerrarla, y a los soldados que
saliesen fuera de la plaza, porque no se desmandase alguno contra los
ciudadanos. Pero éstos de antemano, como se supo después,
convenidos entre sí, bajo el supuesto de que los nuestros, hecha ya la
entrega, o no harían guardias, o cuando mucho no estarían tan alerta,
parte valiéndose de las armas reservadas y encubiertas, parte de
rodelas hechas de cortezas de árbol y de mimbre entretejidas, que
aforraron de pronto con pieles (no permitiéndole otra cosa la falta de
tiempo) sobre la medianoche salieron de tropel al improviso con todas
sus tropas derechos adonde parecía más fácil la subida a nuestras
trincheras. Dado aviso al instante con fuegos, como César lo tenía
prevenido, acudieron allá luego de los baluartes vecinos. Los enemigos
combatieron con tal coraje cual se debía esperar de hombres reducidos
a la última desesperación, sin embargo, de la desigualdad del sitio
contra los que desde la valla y torres disparaban, como quienes tenían
librada la esperanza de vivir en su brazo. Muertos hasta cuatro mil, los
demás fueron rebatidos a la plaza. Al otro día rompiendo las puertas,
sin haber quien resistiese, introducida nuestra tropa, César vendió en
almoneda todos los moradores de este pueblo con sus haciendas. El
número de personas vendidas, según la lista qué le exhibieron los
compradores, fue de cincuenta y tres mil.
XXXIV. Al mismo tiempo Publio Craso, enviado por César con una
legión a sujetar a los vénetos, únelos, osismios, curiosolitas, sesuvios,
aulercos y reñeses,55 pueblos marítimos sobre la costa del Océano, le
dio aviso cómo todos quedaban sujetos al Pueblo Romano.
XXXV. Concluidas estas empresas y pacificada la Galia toda, fue
tan célebre la fama de esta guerra divulgada hasta los bárbaros, que las
naciones transrenanas enviaban a porfía embajadores a César
prometiéndole la obediencia y rehenes en prendas de su lealtad. El
despacho de estos embajadores, por estar de partida para Italia y el
Ilírico, difirió por entonces César, remitiéndolos al principio del verano
siguiente. Con eso, repartidas las legiones en cuarteles de invierno por
las comarcas de Chartres, Anjou y Tours, vecinas a los países que
fueron el teatro de la guerra, marchó la vuelta de Italia. Por tan
prósperos sucesos, leídas en Roma las cartas de César, se mandaron
hacer fiestas solemnes por quince días;56 demostración hasta entonces
nunca hecha con ninguno.
murallas, espantados del nuevo y desusado espectáculo, despacharon
a César embajadores de paz, que hablaron de esta sustancia: «que no
podían menos de creer que los romanos guerreaban asistidos de los
dioses, cuando con tanta facilidad podían dar movimiento a máquinas
de tanta elevación, y pelear tan de cerca; por tanto, se entregaban con
todas las cosas en sus manos. Que si por dicha, usando de su clemencia
y mansedumbre, de que ya tenían noticia, quisiese perdonar también a
los aduáticos, una sola cosa le pedían y suplicaban, no los despojase de
las armas; que casi todos los comarcanos eran sus enemigos y
envidiosos de su poder, de quienes mal podían defenderse sin ellas. En
tal caso les sería mejor sufrir de los romanos cualquier aventura, que
morir atormentados a manos de aquellos a quienes solían dar la ley».
XXXII. A esto respondió César: «que hubiera conservado la
ciudad, no porque lo mereciese, sino por ser esa su costumbre, caso de
haberse rendido antes de batir la muralla; pero ya no había lugar a la
rendición sin la entrega de las armas; haría sí con ellos lo mismo que
con los nervios, mandando a los confinantes que se guardasen de hacer
ningún agravio a los vasallos del Pueblo Romano». Comunicada esta
respuesta a los sitiados, dijeron estar prontos a cumplir lo mandado.
Arrojada, pues, gran cantidad de armas desde los muros al foso que
ceñía la plaza, de suerte que los montones de ellas casi tocaban con las
almenas y la plataforma, con ser que habían escondido y reservado
dentro una tercera parte, según se averiguó después, abiertas las
puertas, estuvieron en paz aquel día.
XXXIII. Al anochecer César mandó cerrarla, y a los soldados que
saliesen fuera de la plaza, porque no se desmandase alguno contra los
ciudadanos. Pero éstos de antemano, como se supo después,
convenidos entre sí, bajo el supuesto de que los nuestros, hecha ya la
entrega, o no harían guardias, o cuando mucho no estarían tan alerta,
parte valiéndose de las armas reservadas y encubiertas, parte de
rodelas hechas de cortezas de árbol y de mimbre entretejidas, que
aforraron de pronto con pieles (no permitiéndole otra cosa la falta de
tiempo) sobre la medianoche salieron de tropel al improviso con todas
sus tropas derechos adonde parecía más fácil la subida a nuestras
trincheras. Dado aviso al instante con fuegos, como César lo tenía
prevenido, acudieron allá luego de los baluartes vecinos. Los enemigos
combatieron con tal coraje cual se debía esperar de hombres reducidos
a la última desesperación, sin embargo, de la desigualdad del sitio
contra los que desde la valla y torres disparaban, como quienes tenían
librada la esperanza de vivir en su brazo. Muertos hasta cuatro mil, los
demás fueron rebatidos a la plaza. Al otro día rompiendo las puertas,
sin haber quien resistiese, introducida nuestra tropa, César vendió en
almoneda todos los moradores de este pueblo con sus haciendas. El
número de personas vendidas, según la lista qué le exhibieron los
compradores, fue de cincuenta y tres mil.
XXXIV. Al mismo tiempo Publio Craso, enviado por César con una
legión a sujetar a los vénetos, únelos, osismios, curiosolitas, sesuvios,
aulercos y reñeses,55 pueblos marítimos sobre la costa del Océano, le
dio aviso cómo todos quedaban sujetos al Pueblo Romano.
XXXV. Concluidas estas empresas y pacificada la Galia toda, fue
tan célebre la fama de esta guerra divulgada hasta los bárbaros, que las
naciones transrenanas enviaban a porfía embajadores a César
prometiéndole la obediencia y rehenes en prendas de su lealtad. El
despacho de estos embajadores, por estar de partida para Italia y el
Ilírico, difirió por entonces César, remitiéndolos al principio del verano
siguiente. Con eso, repartidas las legiones en cuarteles de invierno por
las comarcas de Chartres, Anjou y Tours, vecinas a los países que
fueron el teatro de la guerra, marchó la vuelta de Italia. Por tan
prósperos sucesos, leídas en Roma las cartas de César, se mandaron
hacer fiestas solemnes por quince días;56 demostración hasta entonces
nunca hecha con ninguno.
Galius- Moderador General
- Cantidad de envíos : 2705
Puntos : 49582
Fecha de inscripción : 19/02/2013
Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO II
NOTAS DE NAPOLEÓN AL LIBRO II
1. César, en esta campaña, contaba con ocho legiones, y además
de las tropas auxiliares agregadas a cada legión, contaba con un gran
número de galos a pie y a caballo y de tropas ligeras, de las Islas
Baleares, de Creta y de África, que constituían un ejército muy nutrido.
Los 300.000 hombres que los belgas le opusieron estaban compuestos
por soldados de diversos pueblos, sin disciplina y sin consistencia. Cap.
IV.
2. Han supuesto los comentadores que la ciudad de Fismes o de
Laon era la que los belgas hablan tratado de atacar por sorpresa antes
de dirigirse contra el campamento de César; es un error: se trataba de
la ciudad de Bievre y el campamento de César estaba aguas abajo de
Pont-a-Vaire. Por su derecha se apoyaba en el recodo del Aisne, entre
Pontr-a-Vaire y el pueblecito de Chandarde; por su izquierda en el
arroyo de la Mielle, y frente a él se extendían las marismas. El
campamento de César en Pont-a-Vaire estaba a una distancia de 8.000
toesas de Bievre, a 14.000 de Reims, a 22.000 de Soisóns, a 16.000 de
Laon, lo que concuerda con todas las indicaciones del texto de los
Comentarios. Los combates junto al Aisne se desarrollaron a principios
de julio. Cap. VI.
3. La batalla del Sambre se dio a fin de julio en los alrededores de
Maubeuge. Cap. XXVIII.
4. La posición de Calais está de acuerdo con las indicaciones de
los Comentarios. César dice que la contravalación que hizo levantar
alrededor de la ciudad era de doce pies de altura, con un foso de
dieciocho pies de profundidad; debe de tratarse de un error; hay que
leer dieciocho pies de anchura pues dieciocho pies de profundidad
supondrían una anchura de seis toesas; el foso estaba construido en
forma de palomilla, por lo cual la excavación sería de nueve toesas
cúbicas. Es probable que este atrincheramiento tuviese un foso de
dieciséis pies de anchura por nueve de profundidad, cubicando 486 pies
por toesa corriente; con la tierra extraída había levantado un muro y un
parapeto cuyo nivel se elevaba a dieciocho pies sobre el fondo del foso.
Cap. XXX.
6. No es tarea fácil hacer observaciones de orden estrictamente
militar sobre un texto tan conciso y sobre ejércitos de naturaleza tan
distinta. ¿Cómo comparar, en efecto, un ejército de línea romano,
reclutado y escogido en toda Italia y en las provincias romanas, con
ejércitos bárbaros compuestos de reclutamientos en masa, valientes,
feroces, pero que poseían escasísimas nociones de la guerra, que
ignoraban el arte de tender un puente, de levantar rápidamente un
atrincheramiento, de construir una torre, y que se aterraban en cuanto
veían acercarse los arietes a sus murallas? Cap. XXXI.
6 No sin razón se ha reprochado a César, a pesar de todo, el que
se dejara sorprender en la batalla del Sambre contando con tanta
caballería y tropas ligeras. Es verdad que su caballería y sus tropas
ligeras habían pasado el Sambre, pero desde el lugar donde encontraba
advertía que éstos se habían detenido a 150 toesas de él en el linde del
bosque; debía, pues, o tener una parte de sus tropas en alerta, o
esperar a que sus exploradores hubiesen atravesado el bosque y
explorado el terreno. César se justifica con decir que las orillas del
Sambre eran tan escarpadas que parecían ponerle al abrigo de
sorpresas en el lugar donde quería acampar. Cap. XXXIII.
1. César, en esta campaña, contaba con ocho legiones, y además
de las tropas auxiliares agregadas a cada legión, contaba con un gran
número de galos a pie y a caballo y de tropas ligeras, de las Islas
Baleares, de Creta y de África, que constituían un ejército muy nutrido.
Los 300.000 hombres que los belgas le opusieron estaban compuestos
por soldados de diversos pueblos, sin disciplina y sin consistencia. Cap.
IV.
2. Han supuesto los comentadores que la ciudad de Fismes o de
Laon era la que los belgas hablan tratado de atacar por sorpresa antes
de dirigirse contra el campamento de César; es un error: se trataba de
la ciudad de Bievre y el campamento de César estaba aguas abajo de
Pont-a-Vaire. Por su derecha se apoyaba en el recodo del Aisne, entre
Pontr-a-Vaire y el pueblecito de Chandarde; por su izquierda en el
arroyo de la Mielle, y frente a él se extendían las marismas. El
campamento de César en Pont-a-Vaire estaba a una distancia de 8.000
toesas de Bievre, a 14.000 de Reims, a 22.000 de Soisóns, a 16.000 de
Laon, lo que concuerda con todas las indicaciones del texto de los
Comentarios. Los combates junto al Aisne se desarrollaron a principios
de julio. Cap. VI.
3. La batalla del Sambre se dio a fin de julio en los alrededores de
Maubeuge. Cap. XXVIII.
4. La posición de Calais está de acuerdo con las indicaciones de
los Comentarios. César dice que la contravalación que hizo levantar
alrededor de la ciudad era de doce pies de altura, con un foso de
dieciocho pies de profundidad; debe de tratarse de un error; hay que
leer dieciocho pies de anchura pues dieciocho pies de profundidad
supondrían una anchura de seis toesas; el foso estaba construido en
forma de palomilla, por lo cual la excavación sería de nueve toesas
cúbicas. Es probable que este atrincheramiento tuviese un foso de
dieciséis pies de anchura por nueve de profundidad, cubicando 486 pies
por toesa corriente; con la tierra extraída había levantado un muro y un
parapeto cuyo nivel se elevaba a dieciocho pies sobre el fondo del foso.
Cap. XXX.
6. No es tarea fácil hacer observaciones de orden estrictamente
militar sobre un texto tan conciso y sobre ejércitos de naturaleza tan
distinta. ¿Cómo comparar, en efecto, un ejército de línea romano,
reclutado y escogido en toda Italia y en las provincias romanas, con
ejércitos bárbaros compuestos de reclutamientos en masa, valientes,
feroces, pero que poseían escasísimas nociones de la guerra, que
ignoraban el arte de tender un puente, de levantar rápidamente un
atrincheramiento, de construir una torre, y que se aterraban en cuanto
veían acercarse los arietes a sus murallas? Cap. XXXI.
6 No sin razón se ha reprochado a César, a pesar de todo, el que
se dejara sorprender en la batalla del Sambre contando con tanta
caballería y tropas ligeras. Es verdad que su caballería y sus tropas
ligeras habían pasado el Sambre, pero desde el lugar donde encontraba
advertía que éstos se habían detenido a 150 toesas de él en el linde del
bosque; debía, pues, o tener una parte de sus tropas en alerta, o
esperar a que sus exploradores hubiesen atravesado el bosque y
explorado el terreno. César se justifica con decir que las orillas del
Sambre eran tan escarpadas que parecían ponerle al abrigo de
sorpresas en el lugar donde quería acampar. Cap. XXXIII.
Galius- Moderador General
- Cantidad de envíos : 2705
Puntos : 49582
Fecha de inscripción : 19/02/2013
Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO II
Gran aporte.
Agradezco tu participación en este espacio.
Muy bueno!!
Agradezco tu participación en este espacio.
Muy bueno!!
_________________
Gracias por Visitarnos
sabra- Admin
- Cantidad de envíos : 16986
Puntos : 97327
Fecha de inscripción : 30/05/2009
Temas similares
» LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO III
» LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO IV
» LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO V
» LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VI
» LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VII
» LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO IV
» LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO V
» LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VI
» LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO VII
EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA :: Biblioteca Virtual-Cultura General :: Libros Históricos
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.