EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO PRIMERO

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Mensaje por Galius Lun Abr 11, 2016 3:26 am

LA GUERRA DE LAS GALIAS
LIBRO PRIMERO

I.
La Galia1 está dividida en tres partes: una que habitan los
belgas, otra los aquitanos, la tercera los que en su lengua se llaman
celtas y en la nuestra galos. Todos estos se diferencian entre sí en
lenguaje, costumbres y leyes. A los galos separa de los aquitanos el río
Carona, de los belgas el Marne y Sena. Los más valientes de todos son
los belgas, porque viven muy remotos del fausto y delicadeza de
nuestra provincia; y rarísima vez llegan allá los mercaderes con cosas a
propósito para enflaquecer los bríos; y por estar vecinos a los germanos,
que moran a la otra parte del Rin, con quienes traen continua guerra.
Ésta es también la causa porque los helvecios2
se aventajan en valor a
los otros galos, pues casi todos los días vienen a las manos con los
germanos, ya cubriendo sus propias fronteras, ya invadiendo las ajenas.
La parte que hemos dicho ocupan los galos comienza del río Ródano,
confina con el Carona, el Océano y el país de los belgas; por el de los
secuanos3
y helvecios toca en el Rin, inclinándose al Norte. Los belgas
toman su principio de los últimos límites de la Galia, dilatándose hasta
el Bajo Rin, mirando al Septentrión y al Oriente. La Aquitania entre
Poniente y Norte por el río Carona se extiende hasta los montes Pirineos,
y aquella parte del Océano que baña a España.

II. Entre los helvecios fue sin disputa el más noble y el más rico
Orgetórige. Éste, siendo cónsules4
Marco Mésala y Marco Pisón, llevado
de la ambición de reinar, ganó a la nobleza y persuadió al pueblo «a
salir de su patria con todo lo que tenían; diciendo que les era muy fácil,
por la ventaja que hacían a todos en fuerzas, señorearse de toda la
Galia». Poco le costó persuadírselo, porque los helvecios, por su
situación, están cerrados por todas partes; de una por el Rin, río muy
ancho y muy profundo, que divide el país Helvético de la Germania; de
otra por el altísimo monte Jura, que lo separa de los secuanos; de la
tercera por el lago Lemán y el Ródano, que parte términos entre
nuestra provincia y los helvecios. Por cuya causa tenían menos libertad
de hacer correrías, y menos comodidad para mover guerra contra sus
vecinos; cosa de gran pena para gente tan belicosa. Demás que para
tanto número de habitantes, para la reputación de sus hazañas
militares y valor, les parecía término estrecho el de doscientas cuarenta
millas de largo, con ciento ochenta de ancho.

III. En fuerza de estos motivos y del crédito de Orgetórige, se
concertaron de apercibir todo lo necesario para la expedición,
comprando acémilas y carros cuantos se hallasen, haciendo
sementeras copiosísimas a trueque de estar bien provistos de trigo en
el viaje, asentando paz y alianza con los pueblos comarcanos. A fin de
efectuarlo, pareciéndoles que para todo esto bastaría el espacio de dos
años, fijaron el tercero con decreto en fuerza de ley por plazo de su
partida. Para el manejo de todo este negocio eligen a Orgetórige, quien
tomó a su cuenta los tratados con las otras naciones; y de camino
persuade a Castice, secuano, hijo de Catamantáledes (rey que había
sido muchos años de los secuanos, y honrado por el Senado y Pueblo
Romanos con el título de amigo) que ocupase el trono en que antes
había estado su padre: lo mismo persuade a Dumnórige eduo, hermano
de Diviciaco (que a la sazón era la primera persona de su patria, muy
bienquisto del pueblo) y le casa con una hija suya. «Representábales
llana empresa, puesto que, habiendo él de obtener el mando de los
helvecios, y siendo éstos sin duda los más poderosos de toda la Galia,
con sus fuerzas y ejército los aseguraría en la posesión de los reinos. »
Convencidos del discurso, se juramentan entre sí, esperando que,
afianzada su soberanía y unidas tres naciones poderosísimas y
fortísimas, podrían apoderarse de toda la Galia.
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Mensaje por Galius Lun Abr 11, 2016 3:31 am

IV. Luego que los helvecios tuvieron por algunos indicios noticia
de la trama, obligaron a Orgetórige a que diese sus descargos,
aprisionado5
según estilo. Una vez condenado, sin remedio había de ser
quemado vivo. Aplazado el día de la citación, Orgetórige compareció en
juicio, acompañado de toda su familia, que acudió de todas partes a su
llamamiento en número de diez mil personas6
, juntamente con todos
sus dependientes y adeudados, que no eran pocos, consiguiendo, con
su intervención, substraerse al proceso. Mientras el pueblo irritado de
tal tropelía trataba de mantener con las armas su derecho y los
magistrados juntaban las milicias de las aldeas, vino a morir Orgetórige,
no sin sospecha en opinión de los helvecios, de que se dio él a sí mismo
la muerte.7

V. No por eso dejaron ellos de llevar adelante la resolución
concertada de salir de su comarca. Cuando les pareció estar ya todo a
punto, ponen fuego a todas sus ciudades, que eran doce, y a
cuatrocientas aldeas con los demás caseríos; queman todo el grano,
salvo el que podían llevar consigo, para que perdida la esperanza de
volver a su patria, estuviesen más prontos a todos los trances. Mandan
que cada cual se provea de harina8
para tres meses. Inducen a sus
rayanos los rauracos,9
tulingos, latobrigos a que sigan su ejemplo y,
quemando las poblaciones, se pongan en marcha con ellos, y a los
boyos,10 que, establecidos a la otra parte del Rin, y adelantándose
hasta el país de los noricos, tenían sitiada su capital, empeñándolos en
la facción, los reciben por compañeros.

VI. Sólo por dos caminos podían salir de su tierra: uno por los
secuanos, estrecho y escabroso entre el Jura y el Ródano, por donde
apenas podía pasar un carro y señoreado de una elevadísima cordillera,
de la cual muy pocos podían embarazar el paso; el otro por nuestra
provincia, más llano y ancho, a causa de que, corriendo el Ródano entre
los helvecios y alóbroges,11 con quien poco antes12 se habían hecho
paces, por algunas partes es vadeable. Junto a la raya de los helvecios
está Ginebra, última ciudad de los alóbroges, donde hay un puente que
remata en tierra de los helvecios. Daban por hecho que, o ganarían a
los alóbroges, por parecerles no del todo sincera su reconciliación con
los romanos, o los obligarían por fuerza a franquearles el paso.
Aparejado todo para la marcha, señalan el día fijo en que todos se
debían congregar a las riberas del Ródano. Era éste el 28 de marzo en
el consulado de Lucio Pisón y Aulo Gabinio.

VIL Informado César de que pretendían hacer su marcha por
nuestra provincia, parte aceleradamente de Roma; y encaminándose a
marchas forzadas a la Galia Ulterior, se planta en Ginebra. Da luego
orden a toda la provincia de aprestarle el mayor número posible de
milicias, pues no había en la Galia Ulterior sino una legión sola. Manda
cortar el puente de junto a Ginebra. Cuando los helvecios supieron su
venida, despáchanle al punto embajadores de la gente más distinguida
de su nación, cuya voz llevaban Numeyo y Verodocio, para proponerle
que ya que su intención era pasar por la provincia sin agravio de nadie,
por no haber otro camino, que le pedían lo llevase a bien. César no lo
juzgaba conveniente, acordándose del atentado de los helvecios
cuando mataron al cónsul Lucio Casio, derrotaron su ejército y lo
hicieron pasar bajo el yugo; ni creía que hombres de tan mal corazón,
dándoles paso franco por la provincia, se contuviesen de hacer mal y
daño. Sin embargo, por dar lugar a que se juntasen las milicias
provinciales, respondió a los enviados: «que tomaría tiempo para
pensarlo; que si gustaban, volviesen por la respuesta en 13 de abril».
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Mensaje por Galius Lun Abr 11, 2016 3:33 am

VIII. Entre tanto, con la legión que tenía consigo y con los
soldados que llegaban de la provincia desde el lago Lemán, que se ceba
del Ródano hasta el Jura, que separa los secuanos de los helvecios, tira
un vallado a manera de muro de diecinueve millas en largo, dieciséis
pies en alto, y su foso correspondiente; pone guardias de trecho en
trecho, y guarnece los cubos para rechazar más fácilmente a los
enemigos, caso que por fuerza intentasen el tránsito. Llegado el plazo
señalado a los embajadores, y presentados éstos, responde: «que,
según costumbre y práctica del Pueblo Romano, él a nadie puede
permitir el paso por la provincia; que si ellos presumen abrírselo por sí,
protesta oponerse». Los helvecios, viendo frustrada su pretensión,
parte en barcas y muchas balsas que formaron, parte tentando vadear
el Ródano por donde corría más somero, unas veces de día y las más de
noche, forcejando por romper adelante, siempre rebatidos por la
fortificación y vigorosa resistencia de la tropa, hubieron de cejar al
cabo.

IX. Quedábales sólo el camino por los secuanos; mas sin el
consentimiento de éstos era imposible atravesarlo, siendo tan angosto.
Como no pudiesen ganarlos por sí, envían legados al eduo Dumnórige
para recabar por su intercesión el beneplácito de los secuanos, con
quienes podía él mucho y los tenía obligados con sus liberalidades; y
era también afecto a los helvecios, por estar casado con mujer de su
país, hija de Orgetórige; y al paso que por la ambición de reinar
intentaba novedades, procuraba con beneficios granjearse las
voluntades de cuantos pueblos podía. Toma, pues, a su cargo el
negocio y logra que los secuanos dejen el paso libre a los helvecios por
sus tierras, dando y recibiendo rehenes en seguridad de que los
secuanos no embarazarán la marcha, y de que los helvecios la
ejecutarán sin causar daño ni mal alguno.
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Mensaje por Galius Lun Abr 11, 2016 3:34 am

X. Avisan a César que los helvecios están resueltos a marchar por
el país de los secuanos y eduos hacia el de los santones, 13 poco
distantes de los tolosanos, que caen dentro de nuestra jurisdicción.14 Si
tal sucediese, echaba de ver el gran riesgo de la provincia con la
vecindad de hombres tan feroces y enemigos del Pueblo Romano en
aquellas regiones abiertas y sumamente fértiles. Por estos motivos,
dejando el gobierno de las fortificaciones hechas a su legado Tito
Labieno, él mismo en persona a grandes jornadas vuelve a Italia, donde
alista dos legiones; saca de los cuarteles otras tres que invernaban en
los contornos de Aquileia, y con todas cinco, atravesando los Alpes por
el camino más corto, marcha en diligencia hacia la Galia Ulterior.
Opónense al paso del ejército los centrones, gravocelos y caturiges,15
ocupando las alturas; rebatidos todos en varios reencuentros, desde
Ocelo, último lugar de la Galia Cisalpina, en siete días se puso en los
voconcios, territorio de la Transalpina; desde allí conduce su ejército a
los alóbroges; de los alóbroges a los segusianos, que son los primeros
del Ródano para allá fuera de la provincia.

XI. Ya los helvecios, transportadas sus tropas por los desfiladeros
y confines de los secuanos, habían penetrado por el país de los eduos,
y le corrían. Los eduos, no pudiendo defenderse de la violencia, envían
a pedir socorro a César, representándole: «haber sido siempre tan
leales al Pueblo Romano, que no debiera sufrirse que casi a vista de
nuestro ejército sus labranzas fuesen destruidas, cautivados sus hijos y
sus pueblos asolados». Al mismo tiempo que los eduos, sus aliados y
parientes los ambarros16 dan parte a César cómo arrasadas ya sus
heredades, a duras penas defienden los lugares del furor enemigo;
igualmente los alóbroges, que tenían haciendas y granjas al otro lado
del Ródano, van a ampararse de César diciendo que nada les queda de
lo suyo sino el suelo desnudo de sus campos y heredades. César, en
vista de tantos desafueros, no quiso aguardar a que los helvecios,
después de una desolación general de los países aliados, llegasen sin
contraste a los santones.

XII. Habían llegado los helvecios al río Arar, el cual desagua en el
Ródano, corriendo por tierras de los eduos y secuanos tan mansamente,
que no pueden discernir los ojos hacia qué parte corre, y lo iban
pasando en balsas y barcones. Mas informado César por sus espías que
los helvecios habían ya pasado tres partes de sus tropas al otro lado del
río, quedando de éste la cuarta sola, sobre la medianoche moviendo
con tres legiones, alcanzó aquel trozo, que aún estaba por pasar el río,
y acometiéndolos en el mayor calor de esta maniobra, deshizo una gran
parte de ellos; los demás echaron a huir, escondiéndose dentro de los
bosques cercanos. Éste era el cantón Tigurino, uno de los cuatro17 en
que está dividida toda la Helvecia, y aquel mismo que, habiendo salido
solo de su tierra en tiempo de nuestros padres, mató al cónsul Lucio
Casio y sujetó su ejército a la ignominia del yugo. Así, o por acaso o por
acuerdo de los dioses inmortales, la parte del cuerpo helvético que
tanto mal hizo al Pueblo Romano, ésa fue la primera que pagó la pena;
con la cual vengó César las injurias no sólo de la República, sino
también las suyas propias; pues los tigurinos habían muerto al legado
Lucio Pisón, abuelo de su suegro, del propio nombre, en la misma
batalla en que mataron a Casio.

XIII. Después de esta acción, a fin de poder dar alcance a las
demás tropas enemigas, dispone echar un puente sobre el Arar, y por él
conduce su ejército a la otra parte. Los helvecios, espantados de su
repentino arribo, viendo ejecutado por él en un día el pasaje del río, que
apenas y con sumo trabajo pudieron ellos en veinte, despáchanle una
embajada, y por jefe de ella a Divicón, que acaudilló a los helvecios en
la guerra contra Casio; y habló a César en esta sustancia: «que si el
Pueblo Romano hacía paz con los helvecios, estaban ellos prontos a ir y
morar donde César lo mandase y tuviese por conveniente; mas si
persistía en hacerles guerra, se acordase de la rota del ejército romano
y del valor de los helvecios. Que la sorpresa de un cantón sólo en sazón
que los otros de la orilla opuesta no podían socorrerle, ni era motivo
para presumir de su propia valentía, ni para menospreciarlos a ellos;
que tenían por máxima recibida de padre a hijos confiar en los
combates más de la fortaleza propia que no de ardides y estratagemas.
Por tanto, no diese lugar a que el sitio donde se hallaba se hiciese
famoso por una calamidad del Pueblo Romano, y testificase a la
posteridad la derrota de su ejército».
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Mensaje por Galius Lun Abr 11, 2016 3:57 am

XIV.

A estas razones respondió César: «que tenía muy presente
cuanto decían los embajadores helvecios; y que por lo mismo hallaba
menos motivos para vacilar en su resolución; los hallaba sí grandes de
sentimiento, y tanto mayor, cuanto menos se lo había merecido el
Pueblo Romano, quien, si se creyera culpado, hubiera fácilmente
evitado el golpe; pero fue lastimosamente engañado, por estar cierto
de no haber cometido cosa de qué temer, y pensar que no debía
recelarse sin causa. Y cuando quisiese olvidar el antiguo desacato,
¿cómo era posible borrar la memoria de las presentes injurias, cuales
eran haber intentado el paso de la provincia mal de su grado, y las
vejaciones hechas a los eduos, a los ambarros, a los alóbroges? Que
tanta insolencia en gloriarse de su victoria, y el extrañar que por tanto
tiempo se tolerasen sin castigo sus atentados, dimanaba de un mismo
principio; pues que suelen los dioses inmortales, cuando quieren
descargar su ira sobre los hombres en venganza de sus maldades
concederles tal vez prosperidad con impunidad más prolongada, para
que después les cause mayor tormento el trastorno de su fortuna. Con
todo esto, hará paz con ellos, si le aseguran con rehenes que cumplirán
lo prometido, y si reparan los daños hechos a los eduos, a sus aliados y
a los alóbroges». Respondió Divicón: «que de sus mayores habían los
helvecios aprendido la costumbre de recibir rehenes, no de darlos; de
que los romanos eran testigos». Dicho esto, se despidió.

XV. Al día siguiente alzan los reales de aquel puesto. Hace lo
propio César; enviando delante la caballería compuesta de cuatro mil
hombres que había juntado en toda la provincia, en los eduos, y los
confederados de éstos, para que observasen hacia dónde marchaban
los enemigos. Más como diesen tras ellos con demasiado ardimiento,
vienen a trabarse en un mal paso con la caballería de los helvecios, y
mueren algunos de los nuestros. Engreído ellos con esta ventaja, pues
con quinientos caballos habían hecho retroceder a cuatro mil,
empezaron a esperar a los nuestros con mayor osadía, y a provocarlos
a combate vuelta de frente la retaguardia. César reprimía el ardor de
los suyos, contentándose por entonces con estorbar al enemigo los
robos, forrajes y talas. De este modo anduvieron cerca de quince días,
no distando su retaguardia de la vanguardia nuestra más de cinco a seis
millas.

XVI. Mientras tanto instaba César todos los días a los eduos por el
trigo que por acuerdo de la República le tenían ofrecido; y es que, a
causa de los fríos de aquel clima, que, como antes se dijo, es muy
septentrional, no sólo no estaba sazonado, pero ni aun alcanzaba el
forraje; y no podía tampoco servirse del trigo conducido en barcas por
el Arar, porque los helvecios se habían desviado de este río, y él no
quería perderlos de vista. Dábanle largas los eduos con decir que lo
estaban acopiando, que ya venía en camino, que luego llegaba.
Advirtiendo él que era entretenerlo no más, y que apuraba el plazo en
que debía repartir las raciones de pan a los soldados, habiendo
convocado a los principales de la nación, muchos de los cuales
militaban en su campo, y también a Diviciaco y Lisco, que tenían el
supremo magistrado (que los eduos llaman Vergobreto, y es anual con
derecho sobre la vida y muerte de sus nacionales) quéjase de ellos
agriamente, porque no pudiendo haber trigo por compra ni cosecha, en
tiempo de tanta necesidad, y con los enemigos a la vista, no cuidaban
de remediarle; que habiendo él emprendido aquella guerra obligado en
parte de sus ruegos, todavía sentía más el verse así abandonado.
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Mensaje por Galius Lun Abr 11, 2016 4:00 am

XVII. En fin, Lisco, movido del discurso de César, descubre lo que
hasta entonces había callado; y era «la mucha mano que algunos de su
nación tenían con la gente menuda, los cuales, con ser unos meros
particulares, mandaban más que los mismos magistrados; ésos eran
los que, vertiendo especies sediciosas y malignas, disuadían al pueblo
que no aprontase el trigo, diciendo que, pues no pueden hacerse
señores de la Galia, les vale más ser vasallos de los galos que de los
romanos; siendo cosa sin duda, que si una vez vencen los romanos a
los helvecios, han de quitar la libertad a los eduos no menos que al
resto de la Galia; que los mismos descubrían a los enemigos nuestras
trazas, y cuanto acaecía en los reales; y él no podía irles a la mano;
antes estaba previendo el gran riesgo que corría su persona por
habérselo manifestado a más no poder, y por eso, mientras pudo, había
disimulado».

XVIII. Bien conocía César que las expresiones de Lisco tildaban a
Dumnórige, hermano de Diviciaco; mas no queriendo tratar este punto
en presencia de tanta gente, despide luego a los de la junta, menos a
Lisco; examínale a solas sobre lo dicho; explícase él con mayor libertad
y franqueza; por informes secretos tomados de otros halla ser la pura
verdad: «que Dumnórige era el tal; hombre por extremo osado, de
gran séquito popular por su liberalidad, amigo de novedades; que de
muchos años atrás tenía en arriendo bien barato el portazgo y todas las
demás alcabalas de los eduos, porque haciendo él postura, nadie se
atrevía a pujarla. Con semejantes arbitrios había engrosado su
hacienda, y amontonado grandes caudales para desahogo de sus
profusiones; sustentaba siempre a su sueldo un gran cuerpo de
caballería, y andaba acompañado de él; con sus larguezas dominaba,
no sólo en su patria, sino también en las naciones confinantes; que por
asegurar este predominio había casado a su madre entre los bituriges
con un señor de la primera nobleza y autoridad; su mujer era helvecia;
una hermana suya por parte de madre y varias parientas tenían
maridos extranjeros; por estas conexiones favorecía y procuraba el
bien de los helvecios; por su interés particular aborrecía igualmente a
César y a los romanos; porque con su venida le habían cercenado el
poder, y restituido al hermano Diviciaco el antiguo crédito y lustre. Que
si aconteciese algún azar a los romanos, entraba en grandes
esperanzas de alzarse con el reino con ayuda de los helvecios, mientras
que durante el imperio romano, no sólo desconfiaba de llegar al trono,
sino aun de mantener el séquito adquirido». Averiguó también César en
estas pesquisas que Dumnórige y su caballería (mandaba él la que los
eduos enviaron de socorro a César) fueron los primeros en huir en
aquel encuentro mal sostenido pocos días antes, y que con su fuga se
desordenaron los demás escuadrones.

XIX. Hechas estas averiguaciones y confirmados los indicios con
otras pruebas evidentísimas de haber sido él promotor del tránsito de
los helvecios por los secuanos, y de la entrega recíproca de los rehenes;
todo no sólo sin aprobación de César y del gobierno, pero aun sin
noticia de ellos; y, en fin, siendo su acusador el juez supremo de los
eduos, parecíale a César sobrada razón para castigarle o por sí mismo,
o por sentencia del tribunal de la nación. La única cosa que le detenía
era el haber experimentado en su hermano Diviciaco una grande afición
al Pueblo Romano, y para consigo una voluntad muy fina, lealtad
extremada, rectitud, moderación; y temía que con el suplicio de
Dumnórige no se diese por agraviado Diviciaco. Por lo cual, antes de
tomar ninguna resolución, manda llamar a Diviciaco, y dejados los
intérpretes ordinarios, por medio de Cayo Valerio Procilo, persona
principal de nuestra provincia, amigo íntimo suyo, y de quien se fiaba
en un todo, le declara sus sentimientos, trayéndole a la memoria los
cargos que a su presencia resultaron contra Dumnórige en el consejo
de los galos, y lo que cada uno en particular había depuesto contra éste.
Le ruega y amonesta no lleve a mal que o él mismo, substanciado el
proceso, sentencie al reo, o dé comisión de hacerlo a los jueces de la
nación.
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Mensaje por Galius Lun Abr 11, 2016 4:02 am

XX. Diviciaco, abrazándose con César, deshecho en lágrimas, se
puso a suplicarle: «que no hiciese alguna demostración ruidosa con su
hermano; que bien sabía ser cierto lo que le achacaban; y nadie sentía
más vivamente que él los procederes de aquel hermano, a quien
cuando por su poca edad no hacía figura en la nación, le había valido él
con la mucha autoridad que tenía con los del pueblo y fuera de él, para
elevarlo al auge de poder en que ahora se halla, y de que se vale, no
sólo para desacreditarle, sino para destruirle si pudiera. Sin embargo,
podía más consigo el amor de hermano, y el qué dirán las gentes,
siendo claro que cualquiera demostración fuerte de César la tendrían
todos por suya, a causa de la mucha amistad que con él tiene; por
donde vendría él mismo a malquistarse con todos los pueblos de la
Galia». Repitiendo estas súplicas con tantas lágrimas como palabras,
tómale César de la mano, y consolándolo, le ruega no hable más del
asunto; asegúrale que aprecia tanto su amistad, que por ella perdona
las injurias hechas a la República y a su persona. Luego hace venir a su
presencia a Dumnórige; y delante de su hermano le echa en cara las
quejas de éste, las de toda la nación, y lo que él mismo había
averiguado por sí. Encárgale no dé ocasión a más sospechas en
adelante, diciendo que le perdona lo pasado por atención a su hermano
Diviciaco, y le pone espías para observar todos sus movimientos y
tratos.

XXI. Sabiendo ese mismo día, por los batidores, que los enemigos
habían hecho alto a la falda de un monte, distante ocho millas de su
campo, destacó algunos a reconocer aquel sitio, y qué tal era la subida
por la ladera del monte. Informáronle no ser agria. Con eso, sobre la
medianoche ordenó al primer comandante Tito Labieno, que con dos
legiones, y guiado de los prácticos en la senda, suba a la cima,
comunicándole su designio. Pasadas tres horas, marcha él en
seguimiento de los enemigos por la vereda misma que llevaban,
precedido de la caballería, y destacando antes con los batidores a Publio
Considio, tenido por muy experto en las artes de la guerra, como quien
había servido en el ejército de Lucio Sila y después en el de Marco
Craso.

XXII. Al amanecer, cuando ya Labieno estaba en la cumbre del
monte y César a milla y media del campo enemigo, sin que se
trasluciese su venida ni la de Labieno, como supo después por los
prisioneros, viene a él a la carrera abierta Considio con la noticia de
«que los enemigos ocupan el monte que había de tomar Labieno, como
le habían cerciorado sus armas y divisas». César recoge luego sus
tropas al collado más inmediato, y las ordena en batalla. Como Labieno
estaba prevenido con la orden de no pelear mientras no viese a César
con los suyos sobre el ejército enemigo, a fin de cargarle a un tiempo
por todas partes, dueño del monte, se mantenía sin entrar en acción,
aguardando a los nuestros. En conclusión, era ya muy entrado el día
cuando los exploradores informaron a César que era su gente la que
ocupaba el monte; que los enemigos continuaban su marcha, y que
Considio en su relación supuso de miedo lo que no había visto. Con que
César aquel día fue siguiendo al enemigo con interposición del trecho
acostumbrado, y se acampó a tres millas de sus reales.

XXIII. Al día siguiente, atento que sólo restaban dos de término
para repartir las raciones de pan a los soldados,18 y que Bibracte,
ciudad muy populosa y abundante de los eduos, no distaba de allí más
de dieciocho millas, juzgó conveniente cuidar de la provisión del trigo;
por eso, dejando de seguir a los helvecios, tuerce hacia Bibracte,
resolución que luego supieron los enemigos por ciertos esclavos de
Lucio Emilio, decurión 19 de la caballería galicana. Los helvecios, o
creyendo que los romanos se retiraban de cobardes, mayormente
cuando apostados el día antes en sitio tan ventajoso habían rehusado la
batalla, o confiando el poder interceptarles los víveres, mudando de
idea y de ruta, comenzaron a perseguir y picar nuestra retaguardia.
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Mensaje por Galius Lun Abr 11, 2016 4:04 am

XXIV. Luego que César lo advirtió, recoge su infantería en un
collado vecino, y hace avanzar la caballería con el fin de reprimir la furia
enemiga. Él, mientras tanto, hacia la mitad del collado dividió en tres
tercios las cuatro legiones de veteranos; por manera que, colocadas en
la cumbre y a la parte superior de las suyas las dos nuevamente
alistadas en la Galia Cisalpina y todas las tropas auxiliares, el cerro
venía a quedar cubierto todo de gente. Dispuso sin perder tiempo que
todo el bagaje se amontonase en un mismo sitio bajo la escolta de los
que ocupaban la cima. Los helvecios, que llegaron después con todos
sus carros, lo acomodaron también en un mismo lugar, y formados en
batalla, muy cerrados los escuadrones, rechazaron nuestra caballería;
y luego, haciendo empavesada, arremetieron a la vanguardia. César,
haciendo retirar del campo de batalla todos los caballos, primero el
suyo, y luego los de los otros, para que siendo igual en todos el peligro,
nadie pensase en huir, animando a los suyos trabó el choque. Los
soldados, disparando de alto a bajo sus dardos, rompieron fácilmente la
empavesada enemiga, la cual desordenada, se arrojaron sobre ellos
espada en mano. Sucedíales a los galos una cosa de sumo embarazo en
el combate, y era que tal vez un dardo de los nuestros atravesaba de un
golpe varias de sus rodelas, las cuales, ensartadas en el astil y lengüeta
del dardo retorcido, ni podían desprenderlas, ni pelear sin mucha
incomodidad, teniendo sin juego la izquierda, de suerte, que muchos,
después de repetidos inútiles esfuerzos, se reducían a soltar el broquel
y pelear a cuerpo descubierto. Finalmente, desfallecidos de las heridas,
empezaron a cejar y retirarse a un monte distante cerca de una milla.
Acogidos a él, yendo los nuestros en su alcance, los boyos y tulingos,
que en número de casi quince mil cerraban el ejército enemigo,
cubriendo su retaguardia, asaltaron sobre la marcha el flanco de los
nuestros, tentando cogerlos en medio. Los helvecios retirados al monte
que tal vieron, cobrando nuevos bríos, volvieron otra vez a la refriega.
Los romanos se vieron precisados a combatirlos dando tres frentes al
ejército; oponiendo el primero y el segundo contra los vencidos y
derrotados, y el tercero contra los que venían de refresco.

XXV. Así en doble batalla20 estuvieron peleando gran rato con
igual ardor, hasta que no pudiendo los enemigos resistir por más
tiempo al esfuerzo de los nuestros, los unos se refugiaron al monte,
como antes; los otros se retiraron al lugar de sus bagajes y carruajes:
por lo demás, en todo el discurso de la batalla, dado que duró desde las
siete de la mañana hasta la caída de la tarde, nadie pudo ver las
espaldas al enemigo; y gran parte de la noche duró todavía el combate
donde tenían el bagaje, puestos alrededor de él por barrera los carros,
desde los cuales disparaban con ventaja a los que se arrimaban de los
nuestros, y algunos por entre las pértigas y ruedas los herían con
pasadores21 y lanzas. En fin, después de un porfiado combate, los
nuestros se apoderaron de los reales, y en ellos, de una hija y un hijo de
Orgetórige. De esta jornada se salvaron al pie de ciento treinta mil de
los enemigos, los cuales huyeron sin parar toda la noche; y no
interrumpiendo un punto su marcha, al cuarto día llegaron a tierra de
Langres, sin que los nuestros pudiesen seguirlos, por haberse detenido
tres días a curar los heridos y enterrar los muertos. Entre tanto César
despachó correos con cartas a los langreses, intimidándoles «no los
socorriesen con bastimentos ni cosa alguna, so pena de ser tratados
como los helvecios»; y pasados los tres días marchó con su ejército en
su seguimiento.

XXVI. Ellos, apretados con la falta de todas las cosas, le enviaron
diputados a tratar de la entrega; los cuales, presentándosele al paso y
postrados a sus pies, como le instasen por la paz con súplicas y llantos,
y respondiese él le aguardasen en el lugar en que a la sazón se hallaban,
obedecieron. Llegado allá César, a más de la entrega de rehenes y
armas, pidió la restitución de los esclavos fugitivos. Mientras se andaba
en estas diligencias, cerró la noche; y a poco después unos seis mil del
cantón llamado Urbígeno22 escabulléndose del campo de los helvecios,
se retiraron hacia el Rin y las fronteras de Germania, o temiendo no los
matasen después de desarmados, o confiando salvar las vidas,
persuadidos a que entre tantos prisioneros se podría encubrir su fuga,
o ignorarla totalmente.

XXVII. César, que lo entendió, mandó a todos aquellos, por cuyas
tierras habían ido, que si querían justificarse con él, fuesen tras ellos y
los hiciesen volver. Vueltos ya, tratólos como a enemigos, y a todos los
demás, hecha la entrega de rehenes, armas y desertores, los recibió
bajo su protección. A los helvecios, tulingos y latóbrigos mandó
volviesen a poblar sus tierras abandonadas; y atento que, por haber
perdido los abastos, no tenían en su patria con qué vivir, ordenó a los
alóbroges los proveyesen de granos, obligando a ellos mismos a
reedificar las ciudades y aldeas quemadas. La principal mira que en
esto llevó, fue no querer que aquel país desamparado de los helvecios
quedase baldío; no fuese que los germanos de la otra parte del Rin,
atraídos de la fertilidad del terreno, pasasen de su tierra a la de los
helvecios, e hiciesen con eso mala vecindad a nuestra provincia y a los
alóbroges. A petición de los eduos les otorgó que en sus Estados diesen
establecimientos a los boyos, por ser gente de conocido valor; y, en
consecuencia, los hicieron por igual participantes en sus tierras, fueros
y exenciones.

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LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO PRIMERO Empty Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO PRIMERO

Mensaje por Galius Lun Abr 11, 2016 4:06 am

XXVIII. Halláronse en los reales helvecios unas Memorias,
escritas con caracteres griegos que, presentadas a César, se vio
contenían por menor la cuenta de los que salieron de la patria en edad
de tomar armas, y en lista aparte los niños, viejos y mujeres. La suma
total de personas, era: de los helvecios doscientos setenta y tres mil;
de los tulingos treinta y seis mil; de los latóbrigos catorce mil; de los
rauracos veintidós mil; de los boyos treinta y dos mil; los de armas eran
noventa y dos mil: entre todos componían trescientos sesenta y ocho
mil. Los que volvieron a sus patrias, hecho el recuento por orden de
César, fueron ciento diez mil cabales.

XXIX. Terminada la guerra de los helvecios, vinieron legados de
casi toda la Galia los primeros personajes de cada república a
congratularse con César; diciendo que, si bien el Pueblo Romano era el
que con las armas había tomado la debida venganza de las injurias
antiguas de los helvecios, sin embargo, el fruto de la victoria redundaba
en utilidad no menos de la Galia que del Pueblo Romano; siendo cierto
que los helvecios en el mayor auge de su fortuna habían abandonado su
patria con intención de guerrear con toda la Galia, señorearse de ella,
escoger entre tantos para su habitación el país que más cómodo y
abundante les pareciese, y hacer tributarias a las demás naciones.
Suplicáronle que les concediese grata licencia para convocar en un día
señalado Cortes generales de todos los Estados de la Galia, pues tenían
que tratar ciertas cosas que de común acuerdo querían pedirle.
Otorgado el permiso, aplazaron el día; y se obligaron con juramento a
no divulgar lo tratado fuera de los que tuviesen comisión de diputados.

XXX. Despedida la junta, volvieron a César los mismos
personajes de antes, y le pidieron les permitiese conferenciar con él a
solas de cosas en que se interesaba su vida y la de todos. Otorgada
también la demanda, echaronsele todos llorando a los pies, y le
protestan «que no tenían menos empeño y solicitud sobre que no se
publicasen las cosas que iban a confiarle, que sobre conseguir lo que
pretendían; previniendo que al más leve indicio incurrirían en penas
atrocísimas». Tomóles la palabra Diviciaco, y dijo: «estar la Galia toda
dividida en dos bandos: que del uno eran cabeza los eduos, del otro los
alvernos. Que habiendo disputado muchos años obstinadamente la
primacía, vino a suceder que los alvernos, unidos con los secuanos,
llamaron en su socorro algunas gentes de la Germania; de donde al
principio pasaron el Rin con quince mil hombres. Mas después que, sin
embargo, de ser tan fieros y bárbaros, se aficionaron al clima, a la
cultura y conveniencias de los galos, transmigraron muchos más hasta
el punto que al presente sube su número en la Galia a ciento veinte mil.
Con éstos han peleado los eduos y sus parciales de poder a poder
repetidas veces; y siendo vencidos, se hallan en gran miseria con la
pérdida de toda la nobleza, de todo el Senado, de toda la caballería.
Abatidos en fin con sucesos tan desastrados lo que antes, así por su
valentía como por el arrimo y amistad del Pueblo Romano, eran los más
poderosos de la Galia, se han visto reducidos a dar en prendas a los
secuanos las personas más calificadas de su nación, empeñándose con
juramento a no pedir jamás su recobro, y mucho menos implorar el
auxilio del Pueblo Romano, ni tampoco sacudir el impuesto yugo de
perpetua sujeción y servidumbre. Que de todos los eduos él era el único
a quien nunca pudieron reducir a jurar, o dar sus hijos en rehenes; que
huyendo por esta razón de su patria, fue a Roma a solicitar socorro del
Senado; como quien solo ni estaba ligado con juramento, ni con otra
prenda. Con todo eso, ha cabido peor suerte a los vencedores secuanos
que a los eduos vencidos; pues que Ariovisto, rey de los germanos,
avecinándose allí, había ocupado la tercera parte de su país, el más
pingüe de toda la Galia; y ahora les mandaba evacuar otra tercera parte,
dando por razón que pocos meses ha le han llegado veinticuatro mil
harudes, a quien es forzoso preparar alojamiento. Así que dentro de
pocos años todos vendrán a ser desterrados de la Galia, y los germanos
a pasar el Rin; pues no tiene que ver el terreno de la Galia con el de
Germania, ni nuestro trato con el suyo. Sobre todo Ariovisto, después
de la completa victoria que consiguió de los galos en la batalla de
Amagetobria, ejerce un imperio tiránico, exigiendo en parias los hijos
de la primera nobleza; y si éstos se desmandan en algo que no sea
conforme a su antojo, los trata con la más cruel inhumanidad. Es un
hombre bárbaro, iracundo, temerario; no se puede aguantar ya su
despotismo. Si César y los romanos no ponen remedio, todos los galos
se verán forzados a dejar, como los helvecios, su patria, e ir a
domiciliarse en otras regiones distantes de los germanos, y probar
fortuna, sea la que fuere. Y si las cosas aquí dichas llegan a noticia de
Ariovisto, tomará la más cruel venganza de todos los rehenes que tiene
en su poder. César es quien, o con su autoridad y el terror de su ejército,
o por la victoria recién ganada, o en nombre del Pueblo Romano, puede
intimidar a los germanos, para que no pase ya más gente los límites del
Rin, y librar a toda la Galia de la tiranía de Ariovisto».
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LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO PRIMERO Empty Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO PRIMERO

Mensaje por Galius Lun Abr 11, 2016 4:09 am

XXXI. Apenas cesó de hablar Diviciaco, todos los presentes
empezaron con sollozos a implorar el auxilio de César, quien reparó que
los secuanos entre todos eran los únicos que a nada contestaban de lo
que hacían los demás, sino que tristes y cabizbajos miraban al suelo.
Admirado César de esta singularidad, les preguntó la causa. Nada
respondían ellos, poseídos siempre de la misma tristeza y obstinados
en callar. Repitiendo muchas veces la misma pregunta, sin poderles
sacar una palabra, respondió por ellos el mismo Diviciaco: «Aquí se ve
cuánto más lastimosa y acerba es la desventura de los secuanos que la
de los otros; pues solos ellos ni aun en secreto osan quejarse ni pedir
ayuda, temblando de la crueldad de Ariovisto ausente como si le
tuvieran delante; y es que los demás pueden a lo menos hallar modo de
huir; mas éstos, con haberle recibido en sus tierras y puesto en sus
manos todas las ciudades, no pueden menos de quedar expuestos a
todo el rigor de su tiranía. »

XXXII. Enterado César del estado deplorable de los galos procuró
consolarlos con buenas razones, prometiéndoles tomar el negocio por
su cuenta, y afirmándoles que concebía firme esperanza de que
Ariovisto, en atención a sus beneficios y autoridad, pondría fin a tantas
violencias. Dicho esto, despidió la audiencia; y en conformidad se le
ofrecían muchos motivos que le persuadían a pensar seriamente y
encargarse de esta empresa. Primeramente por ver a los eduos, tantas
veces distinguidos por el Senado con el timbre de parientes y hermanos,
avasallados por los germanos, y a sus hijos en manos de Ariovisto y de
los secuanos; cosa que, atenta la majestad del Pueblo Romano, era de
sumo desdoro para su persona no menos que para la República.
Consideraba además, que acostumbrándose los germanos poco a poco
a pasar el Rin y a inundar de gente la Galia, no estaba seguro su
Imperio; que no era verosímil que hombres tan fieros y bárbaros,
ocupada una vez la Galia, dejasen de acometer, como antiguamente lo
hicieron los cimbros y teutones, a la provincia, y de ella penetrar la
Italia; mayormente no habiendo de por medio entre los secuanos y
nuestra provincia sino el Ródano; inconvenientes que se debían atajar
sin la menor dilación. Y en fin, había ya Ariovisto cobrado tantos humos
y tanto orgullo, que no se le debía sufrir más.

XXXIII. Por tanto, determinó enviarle una embajada con la
demanda de que «se sirviese señalar algún sitio proporcionado donde
se avistasen; que deseaba tratar con él del bien público y de asuntos a
entrambos sumamente importantes». A esta embajada respondió
Ariovisto: «que si por su parte pretendiese algo de César, hubiera ido
en persona a buscarle; si él tenía alguna pretensión consigo, le tocaba
ir a proponérsela. Fuera de que no se arriesgaba sin ejército a ir a parte
alguna de la Galia cuyo dueño fuese César, ni podía mover el ejército a
otro lugar sin grandes preparativos y gastos. No comprendía que César
ni el Pueblo Romano tuviesen que hacer en la Galia, que por conquista
era suya».

XXXIV. César, en vista de estas respuestas, repitió la embajada,
replicando así: «Ya que después de recibido un tan singular beneficio
suyo y del Pueblo Romano, como el título de rey y amigo, conferido por
el Senado en su consulado,23 se lo pagaba ahora con desdeñarse de
aceptar el convite de una conferencia, desentendiéndose de proponer y
oír lo que a todos interesaba, supiese que sus demandas eran éstas:
primera, que no condujese ya más tropas de Germania a la Galia;
segunda, que restituyese a los eduos los rehenes que tenía en prendas,
y permitiese a los secuanos soltar los que les tenían: en suma, no
hiciese más agravios a los eduos, ni tampoco guerra contra ellos o sus
aliados. Si esto hacía, César y el Pueblo Romano mantendrían con él
perpetua paz y amistad; si lo rehusaba, no disimularía las injurias de los
eduos; por haber decretado el Senado, siendo cónsules Marcos Mésala
y Marco Pisón, que cualquiera que tuviese el gobierno de la Galia, en
cuanto pudiera buenamente, protegiese a los eduos y a los demás
confederados del Pueblo Romano. »
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Mensaje por Galius Lun Abr 11, 2016 4:13 am

XXXV. Respondióle Ariovisto: «ser derecho de la guerra que los
vencedores diesen leyes a su arbitrio a los vencidos; tal era el estilo del
Pueblo Romano, disponiendo de los vencidos, no a arbitrio y voluntad
ajena, sino a la suya. Y pues que él no prescribía al Pueblo Romano el
modo de usar de su derecho, tampoco era razón que viniese el Pueblo
Romano a entremeterse en el suyo; que los eduos, por haberse
aventurado a moverle guerra y dar batalla en que quedaron vencidos,
se hicieron tributarios suyos, y que César le hacía grande agravio en
pretender con su venida minorarle las rentas. Él no pensaba en restituir
los rehenes a los eduos; bien que ni a éstos ni a sus aliados haría guerra
injusta, mientras estuviesen a lo convenido y pagasen el tributo anual;
donde no, de muy poco les serviría la hermandad del Pueblo Romano.
Al reto de César sobre no disimular las injurias de los eduos, dice que
nadie ha medido las fuerzas con él que no quedase escarmentado.
Siempre que quiera haga la prueba, y verá cuál es la bravura de los
invencibles germanos, destrísimos en el manejo de las armas, y que de
catorce años a esta parte nunca se han guarecido bajo techado».

XXXVI. Al mismo tiempo que contaban a César esta
contrarréplica, sobrevienen mensajeros de los eduos y trevirenses24:
los eduos a quejarse de que los harudes nuevamente trasplantados a la
Galia talaban su territorio, sin que les hayan servido de nada los
rehenes dados a Ariovisto por redimir la vejación; los trevirenses a
participarle cómo las milicias de cien cantones suevos cubrían las
riberas del Rin con intento de pasarle, cuyos caudillos eran dos
hermanos, Nasua y Cimberio. Irritado César con tales noticias, resolvió
anticiparse, temiendo que si la nueva soldadesca de los suevos se unía
con la vieja de Ariovisto, no sería tan fácil contrastarlos. Por eso,
proveyéndose lo más presto que pudo de bastimentos, a grandes
jornadas marchó al encuentro de Ariovisto.

XXXVII. A tres días de marcha tuvo aviso de que Ariovisto iba con
todo su ejército a sorprender a Besanzón, plaza muy principal de los
secuanos, y que había ya caminado tres jornadas desde sus cuarteles.
Juzgaba César que debía precaver con el mayor empeño no se
apoderase de aquella ciudad, abastecida cual ninguna de todo género
de municiones, y tan bien fortificada por su situación, que ofrecía gran
comodidad para mantener la guerra; la ciñe casi totalmente el río Dubis
como tirado a compás; y por donde no la baña el río, que viene a ser un
espacio de seiscientos pies no más, la cierra un monte muy empinado,
cuyas faldas toca el río por las dos puntas. Un muro que lo rodea hace
de este monte un alcázar metido en el recinto de la plaza. César, pues,
marchando día y noche la vuelta de esta ciudad, la tomó, y puso
guarnición en ella.

XXXVIII. En los pocos días que se detuvo aquí en hacer
provisiones de trigo y demás víveres, con ocasión de las preguntas de
los nuestros y lo que oyeron exagerar a los galos y negociantes la
desmedida corpulencia de los germanos, su increíble valor y
experiencia en el manejo de las armas, y cómo en los choques habidos
muchas veces con ellos ni aun osaban mirarles a la cara y a los ojos, de
repente cayó tal pavor sobre todo el ejército, que consternó no poco los
espíritus y corazones de todos. Los primeros a mostrarlo fueron los
tribunos y prefectos de la milicia, con otros que, siguiendo desde Roma
por amistad a César, abultaban con voces lastimeras el peligro a
medida de su corta experiencia en los lances de la guerra. De éstos,
pretextando unos una causa, otros, otra de la necesidad de su vuelta, le
pedían licencia de retirarse. Algunos, picados de pundonor, por evitar la
nota de medrosos quedábanse, sí, mas no acertaban a serenar bien el
semblante ni a veces a reprimir las lágrimas; cerrados en sus tiendas o
maldecían su suerte, o con sus confidentes se lamentaban de la común
desgracia, y entre ellos no se pensaba sino en otorgar testamentos.
Con los quejidos y clamores de éstos, insensiblemente iba
apoderándose el terror de los soldados más aguerridos, los centuriones
y los capitanes de caballería. Los que se preciaban de menos tímidos
decían no temer tanto al enemigo como el mal camino, la espesura de
los bosques intermedios y la dificultad del transporte de los
bastimentos. Ni faltaba quien diese a entender a César que cuando
mandase alzar el campo y las banderas, no querrían obedecer los
soldados ni llevar los estandartes de puro miedo.
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Mensaje por Galius Lun Abr 11, 2016 4:15 am

XXXIX. César, en vista de esta consternación, llamando a consejo,
a que hizo asistir a centuriones de todas clases, los reprendió
ásperamente: «lo primero, porque se metían a inquirir el destino y
objeto de su jornada. Que si Ariovisto en su consulado solicitó con
tantas veras el favor del Pueblo Romano, ¿cómo cabía en seso de
hombre juzgar que tan sin más ni más faltase a su deber? Antes tenía
por cierto que sabidas sus demandas, y examinada la equidad de sus
condiciones, no había de renunciar su amistad ni la del Pueblo Romano;
mas dado que aquel hombre perdiese los estribos y viniese a romper,
¿de qué temblaban tanto?, ¿o por qué desconfiaban de su propio
esfuerzo o de la vigilancia del capitán? Ya en tiempo de nuestros padres
se hizo prueba de semejantes enemigos, cuando en ocasión de ser
derrotados los cimbros y teutones por Cayo Mario,25 la victoria, por
opinión común, se debió no menos al ejército que al general. Hízose
también no ha mucho en Italia con motivo de la guerra servil,26 en
medio de que los esclavos tenían a su favor la disciplina y pericia
aprendida de nosotros, donde se pudo echar de ver cuánto vale la
constancia; pues a éstos, que desarmados llenaron al principio de un
terror pánico a los nuestros, después los sojuzgaron armados y
victoriosos. Por último, esos germanos son aquellos mismos a quienes
los helvecios han batido en varios encuentros, no sólo en su país, sino
también dentro de la Germania misma; los helvecios, digo, que no han
podido contrarrestar a nuestro ejército. Si algunos se desalientan por la
derrota de los galos, con averiguar el caso, podrán certificarse de cómo
Ariovisto al cabo de muchos meses que sin dejarse ver estuvo
acuartelado, metido entre pantanos, viendo a los galos aburridos de
guerra tan larga, desesperanzados ya de venir con él a las manos y
dispersos, asaltándolos de improviso, los venció, más con astucia y
maña que por fuerza. Pero el arte que le valió para con esa gente ruda
y simple, ni aun él mismo espera le pueda servir contra nosotros. Los
que coloran su miedo con la dificultad de las provisiones y de los
caminos, manifiestan bien su presunción, mostrando que, o desconfían
del general, o quieren darle lecciones, y no hay motivo para lo uno ni
para lo otro. Los secuanos, leucos 27 y lingones están prontos a
suministrar trigo; y ya los frutos están sazonados en los campos. Qué
tal sea el camino, ellos mismos lo verán presto; el decir que no habrá
quien obedezca ni quiera llevar pendones, nada le inmuta; sabiendo
muy bien que, cuando algunos jefes fueron desobedecidos de su
ejército, eso provino de que o les faltó la fortuna en algún mal lance, o
por alguna extorsión manifiesta descubrieron la codicia. Su desinterés
era conocido en toda su vida; notoria su felicidad en la guerra helvecia.
Así que iba a ejecutar sin más dilación lo que tenía destinado para otro
tiempo; y la noche inmediata de madrugada movería el campo para ver
si podía más con ellos el punto y su obligación que el miedo. Y dado
caso que nadie le siga, está resuelto a marchar con sólo la legión
décima, de cuya lealtad no duda; y ésa será su compañía de guardias».
Esta legión le debía particulares finezas, y él se prometía muchísimo de
su valor.

XL. En virtud de este discurso se trocaron maravillosamente los
corazones de todos, y concibieron gran denuedo con vivos deseos de
continuar la guerra. La legión décima fue la primera en darle por sus
tribunos las gracias por el concepto ventajosísimo que tenía de ella,
asegurando estar prontísima a la empresa. Tras ésta luego las demás
por medio de sus decuriones y oficiales de primera graduación dieron
satisfacción a César, protestando que jamás tuvieron ni recelo, ni temor,
ni pensaron sujetar a su juicio, sino al del general, la dirección de la
campaña. Admitidas sus disculpas, y habiendo interrogado sobre los
caminos a Diviciaco, de quien se fiaba más que de los otros galos, con
un rodeo de casi cuarenta millas, a trueque de llevar el ejército por lo
llano, al romper del alba, conforme había dicho, se puso en marcha. Y
como no la interrumpiese, al séptimo día le informaron los batidores
que las tropas de Ariovisto distaban de las nuestras veinticuatro millas.
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Mensaje por Galius Lun Abr 11, 2016 4:25 am

XLI. Noticioso Ariovisto de la venida de César, envíale una
embajada, ofreciéndose por su parte a la conferencia antes solicitada,
ya que se había él acercado, y juzgaba poderlo hacer sin riesgo de su
persona. No se negó César, y ya empezaba a creer que Ariovisto iba
entrando en seso, pues de grado se ofrecía a lo que antes se había
resistido siendo rogado, y concebía grandes esperanzas de que a la luz
de tantos beneficios suyos y del pueblo romano, oídas sus pretensiones,
depondría en fin su terquedad. Aplazáronse las vistas para de allí a
cinco días. Mientras tanto, yendo y viniendo frecuentemente
mensajeros de un campo al otro, pidió Ariovisto que César no llevase
consigo a la conferencia gente de a pie; viniesen ambos con guardias
montadas, que de otra suerte él no iría, pues se recelaba de alguna
sorpresa. César, que ni quería se malograse la conferencia por ningún
pretexto, ni osaba fiar su persona de la caballería galicana, tomó como
más seguro el partido de apear a los galos de sus caballos, montando
en ellos a los soldados de la legión décima, de quien estaba muy
satisfecho, para tener en cualquier lance una guardia de toda confianza.
Al tiempo de montar dijo donosamente un soldado de dicha legión:
«Mucho más hace César de lo que prometió: prometió hacernos
guardias, y he aquí que nos hace caballeros. »

XLII. Había casi en medio de los dos ejércitos una gran llanura, y
en tila un altozano de capacidad competente. Aquí se juntaron a vistas
según lo acordado. César colocó la legión montada a doscientos pasos
de este sitio. A igual distancia se apostó Ariovisto con los suyos,
pidiendo que la conferencia fuese a caballo, y cada uno condujese a ella
consigo diez soldados. Luego que allí se vieron, comenzó César la
plática, recordándole sus beneficios y los del Senado, como el haberle
honrado con el título de rey, de amigo, enviándole espléndidos
regalos28; distinción usada de los romanos solamente con pocos, y ésos
muy beneméritos; cuando él, sin recomendación ni motivo particular de
pretenderlo, por mero favor y liberalidad suya y del Senado, había
conseguido estas mercedes. Informábale también de los antiguos y
razonables empeños contraídos con los eduos; cuántos decretos del
Senado, cuántas veces y con qué términos tan honoríficos se habían
promulgado en favor de ellos; cómo siempre los eduos, aun antes de
solicitar nuestra amistad, tuvieron la primacía de toda la Galia; ser
costumbre del Pueblo Romano el procurar que sus aliados y amigos,
lejos de padecer menoscabo alguno, medren en estimación, dignidad y
grandeza. ¿Cómo, pues, se podría sufrir los despojasen de lo que
habían llevado a la alianza con el Pueblo Romano? Finalmente insistió
en pedir las mismas condiciones ya propuestas por sus embajadores:
que no hiciese guerra a los eduos ni a sus aliados; que le restituyese los
rehenes, y caso que no pudiera despedir ninguna partida de los
germanos, a lo menos no permitiese que pasasen otros el Rin.

XLIII. Ariovisto respondió brevemente a las proposiciones de
César, y alargóse mucho en ensalzar sus hazañas: «que había pasado
el Rin, no por propio antojo, sino a ruegos e instancias de los galos; que
tampoco abandonó su casa y familia sin esperanza bien fundada de
grande recompensa; que tenía en la Galia las habitaciones concedidas
por los mismos naturales, los rehenes dados voluntariamente; por
derecho de conquista cobraba el tributo que los vencedores suelen
imponer a los vencidos; que no movió él la guerra a los galos, sino los
galos a él, conspirando aunados todos y provocándole al combate; que
todas estas tropas desbarató y venció en sola una batalla; que si
quieren otra vez tentar fortuna, está pronto a la contienda, mas si
prefieren la paz, no es justo le nieguen el tributo que habían pagado
hasta entonces de su propia voluntad; que la amistad del Pueblo
Romano debía redundar en honra y ventaja suya, no en menoscabo,
pues con este fin la pretendió; que si los romanos le quitan el tributo y
los vasallos tan presto, renunciaría su amistad como la había solicitado.
El conducir tropas de Germania era para su propia seguridad, no para la
invasión de la Galia; prueba era de ello no haber venido sino llamado, y
que su guerra no había sido ofensiva, sino defensiva; que entró él en la
Galia antes que el Pueblo Romano; que jamás hasta ahora el ejército de
los romanos había salido de los confines de su provincia. Pues ¿qué
pretende?, ¿por qué se mete en sus posesiones? Que tan suya es esta
parte de la Galia, como es nuestra aquélla; que así como él no tiene
derecho a invadir nuestro distrito, del mismo modo tampoco le
teníamos nosotros para inquietarle dentro de su jurisdicción. En orden
a lo que decía, que los eduos, por decreto del Senado, gozaban el fuero
de amigos, no se hallaba él tan ignorante de lo que pasaba por el
mundo que no supiese cómo ni los eduos socorrieron a los romanos en
la última guerra29 con los alóbroges, ni los romanos a los eduos en las
que habían tenido con él y con los secuanos; de que debía sospechar
que César, con capa de amistad, mantiene su ejército en la Galia con el
fin de oprimirle; que si no se retira, o saca las tropas de estos contornos,
le tratará como a enemigo declarado, y si logra él matarle, complacerá
en ello a muchos caballeros y señores principales de Roma, que así se lo
tienen asegurado por sus expresos, y con su muerte se ganará la gracia
y amistad de todos éstos; pero si se retira, dejándole libre la posesión
de la Galia, se lo pagará con grandes servicios, y cuantas guerras se le
ofrezcan se las dará concluidas, sin que nada le cuesten».
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LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO PRIMERO Empty Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO PRIMERO

Mensaje por Galius Lun Abr 11, 2016 4:28 am

XLIV. Alegó César muchas razones en prueba de que no podía
desistir de la empresa: «que tampoco era conforme a su proceder ni al
del Pueblo Romano el desamparar unos aliados que se habían portado
tan bien; ni entendía cómo la Galia fuese más de Ariovisto que del
Pueblo Romano; sabía, sí, que Quinto Fabio Máximo sujetó por armas a
los de Alvernia y Ruerga30; si bien por indulto y gracia que les hizo el
Pueblo Romano no los redujo a provincia,31 ni hizo tributarios. Con que
si se debe atender a la mayor antigüedad, el imperio romano en la Galia
se funda en justísimo derecho; si se ha de estar al juicio del Senado, la
Galia debe ser libre; pues, sin embargo, de la conquista quiso que se
gobernase por sus leyes».

XLV. En estas razones estaban cuando avisaron a César que la
caballería de Ariovisto, acercándose a la colina, venía para los nuestros
arrojando piedras y dardos. Dejó César la plática y se retiró a los suyos,
ordenándoles no disparase ni un tiro contra los enemigos; porque, si
bien estaba cierto de que con su legión escogida no tenía que temer a la
caballería de Ariovisto, todavía no juzgaba conveniente dar ocasión a
que, batidos los contrarios, se pudiese decir que, por fiarse de su
palabra, fueron sorprendidos a traición. Cuando entre los soldados
corrió la voz del orgullo con que Ariovisto excluía de toda la Galia a los
romanos; cómo sus caballos se habían desmandado contra los nuestros,
y que con tal insulto se cortó la conferencia, se encendió en el ejército
mucho mayor coraje, y deseo más ardiente de venir a las manos con el
enemigo.

XLVI. Dos días después Ariovisto despachó a César otra
embajada sobre que quería tratar con él de las condiciones entre ambos
entabladas y no concluidas; que de nuevo señalase día para las vistas,
o cuando menos, le enviase alguno de sus lugartenientes. El abocarse
con él no pareció del caso a César, y más cuando el día antes no
pudieron los germanos contenerse sin disparar contra los nuestros.
Enviarle de los suyos un emisario, en su sentir era lo mismo que
entregarlo a ojos vistas a las garras de hombres más fieros que las
fieras. Tuvo por más acertado el valerse para esto de Cayo Valerio
Procilo, hijo de Cayo Valerio Caburo, joven muy virtuoso y apacible
(cuyo padre obtuvo de Cayo Valerio Flaco los derechos de ciudadano
romano), lo uno por su lealtad y pericia en la lengua galicana, que ya
por el largo uso era casi familiar a Ariovisto, y lo otro por ser persona a
quien los germanos no tenían motivo de hacer vejación alguna,
enviándolo con Marco Meció, huésped que había sido de Ariovisto.
Encomendóles que se informasen de las pretensiones de Ariovisto, y
volviesen con la razón de ellas. Ariovisto que los vio cerca de sí en los
reales, dijo a voces, oyéndolo su ejército: « ¿A qué venís aquí?, ¿acaso
por espías?» Queriendo satisfacerle, los atajó y puso en prisiones.

XLVII. Ese día levantó el campo, y se alojó a la falda de un monte
a seis millas de las reales de César. Al siguiente condujo a sus tropas
por delante del alojamiento de César, y acampó dos millas más allá con
el fin de interceptar los víveres que veían de los secuanos y eduos.
César cinco días consecutivos presentó el ejército armado y ordenadas
las tropas, con la mira de que si Ariovisto quisiese dar batalla, no
tuviese excusa. Todos esos días mantuvo Ariovisto quieta su infantería
dentro de los reales, escaramuzando diariamente con la caballería. El
modo de pelear en que se habían industriado los germanos era éste:
seis mil caballos iban escoltados de otros tantos infantes, los más
ligeros y bravos, que los mismos de a caballo elegían privadamente
cada uno el suyo. Con éstos entraban en batalla; a éstos se acogían;
éstos les socorrían en cualquier lance. Si algunos, heridos gravemente,
caían del caballo, luego estaban allí para cubrirlos. En las marchas
forzadas, en las retiradas más presurosas, era tanta su ligereza por el
continuo ejercicio, que agarrados a la crin de los caballos corrían
parejas con ellos.
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LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO PRIMERO Empty Re: LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO PRIMERO

Mensaje por Galius Lun Abr 11, 2016 4:30 am


XLVIII. Viendo César que Ariovisto se hacía fuerte en las
trincheras, para que no prosiguiese en interceptarle los víveres, escogió
lugar más oportuno como seiscientos pasos más allá de los germanos,
adonde fue con el ejército dividido en tres escuadrones. Al primero y
segundo mandó estar sobre las armas, al tercero fortificar el campo,
que, como se ha dicho, distaba del enemigo cosa de seiscientos pasos.
Ariovisto destacó al punto contra él dieciséis mil soldados ligeros con
toda su caballería, y con orden de dar una alarma a los nuestros y
estorbar los trabajos. Firme César en su designio, encargó a los dos
escuadrones que rebatiesen al enemigo, mientras el tercero se ocupaba
en trabajar. Fortificados estos reales, dejó en ellos dos legiones con
parte de sus tropas auxiliares, volviéndose al alojamiento principal con
las otras cuatro.

XLIX. Al día siguiente César, como lo tenía de costumbre, sacó de
los dos campos su gente, la ordenó a pocos pasos del principal, y
presentó batalla al enemigo; mas visto que ni por eso se movía, ya
cerca del mediodía recogió los suyos a los reales. Entonces por fin
Ariovisto destacó parte de sus tropas a forzar las trincheras de nuestro
segundo campo; peleóse con igual brío por ambas partes hasta la
noche, cuando Ariovisto, dadas y recibidas muchas heridas, tocó la
retirada. Inquiriendo César de los prisioneros la causa de no querer
pelear Ariovisto, entendió ser cierta usanza de los germanos32 que sus
mujeres hubiesen de decidir por suertes divinatorias si convenía, o no,
dar la batalla, y que al presente decían: «no poder los germanos ganar
la victoria si antes de la luna nueva daban la batalla».

L. Al otro día César, dejando en los dos campos la guarnición
suficiente, colocó los auxiliares delante del segundo a la vista del
enemigo, para suplir en apariencia el número de los soldados
legionarios, que en la realidad era inferior al de los enemigos. Él mismo
en persona, formado su ejército en tres columnas, fue avanzando hasta
las trincheras contrarias. Los germanos, entonces, a más no poder
salieron fuera, repartidos por naciones a trechos iguales, harudes,
marcómanos, tribocos, vangiones, nemetes, sedusios y suevos, 33
cercando todas las tropas con carretas y carros para que ninguno
librase la esperanza en la fuga. Encima de los carros pusieron a las
mujeres, las cuales desmelenado el cabello y llorando amargamente, al
desfilar los soldados, los conjuraban que no las abandonasen a la
tiranía de los romanos.

LI. César señaló a cada legión su legado y cuestor,34 como por
testigos del valor con que cada cual se portara; y empezó el ataque
desde su ala derecha, por haber observado caer allí la parte más débil
del enemigo. Con eso los nuestros, dada la señal, acometieron con gran
denuedo. Los enemigos de repente se adelantaron corriendo, para que
a los nuestros no quedase lugar bastante a disparar sus lanzas.
Inutilizadas éstas, echaron mano de las espadas. Mas los germanos,
abroquelándose prontamente conforme a su costumbre, recibieron los
primeros golpes. Hubo varios de los nuestros que saltando sobre la
empavesada de los enemigos y arrancándoles los escudos de las manos,
los herían desde encima. Derrotados y puestos en fuga en su ala
izquierda los enemigos, daban mucho quehacer en la derecha a los
nuestros por su muchedumbre. Advirtiéndolo Publio Craso el mozo, que
mandaba la caballería, por no estar empeñado en la acción como los
otros, destacó el tercer escuadrón a socorrer a los que peligraban de los
nuestros.

LII. Con lo cual se rehicieron, y todos los enemigos volvieron las
espaldas; ni cesaron de huir hasta tropezar con el Rin, distante allí poco
menos de cincuenta millas, donde fueron pocos los que se salvaron,
unos a nado a fuerza de brazos, y otros en canoas que allí encontraron.
Uno de éstos fue Ariovisto, que hallando a la orilla del río una barquilla,
pudo escaparse en ella. Todos los demás, alcanzados de nuestra
caballería, fueron pasados a cuchillo. Perecieron en la fuga dos mujeres
de Ariovisto; la una de nación sueva, que había traído consigo de
Germania, nórica la otra, hermana del rey Voción, que se la envió a la
Galia por esposa. De dos hijas de éstas una fue muerta, otra presa.
Cayo Valerio Procilo, a quien sus guardas conducían en la huida atado
con tres cadenas, dio en manos de César, siguiendo el alcance de la
caballería; encuentro que para César fue de no menos gozo que la
victoria misma, por ver libre de las garras de los enemigos y restituido
a su poder el hombre más honrado de nuestra provincia, huésped suyo
y amigo íntimo; con cuya libertad dispuso la fortuna que no faltase
circunstancia alguna de contento y parabienes a esta victoria. Contaba
él cómo por tres veces a su vista echaron suertes sobre si luego le
habían de quemar vivo o reservarlo para otro tiempo, y que a las
suertes debía la vida. Hallaron asimismo a Marco Meció, y trajéronsele
a César.
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Mensaje por Galius Lun Abr 11, 2016 4:31 am

LIII. Esparcida la fama de esta victoria por la otra parte del Rin,
los suevos acampados en las riberas trataron de dar la vuelta a sus
casas; los ubios, habitantes de aquelias cercanías, que los vieron huir
amedrentados, siguieron al alcance y mataron a muchos de ellos. César,
concluidas dos guerras de la mayor importancia en un solo verano, más
temprano de lo que pedía la estación, retiró su ejército a los cuarteles
de invierno en los secuanos, y dejándolos a cargo de Labieno, él marchó
la vuelta de la Galia Cisalpina a presidir las juntas.35
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Mensaje por Galius Lun Abr 11, 2016 4:35 am

NOTAS DE NAPOLEÓN AL LIBRO I

1. César empleó ocho días en trasladarse de Roma a Ginebra; hoy
podría hacer este trayecto en cuatro días. Cap. VII

2. Los atrincheramientos ordinarios de los romanos estaban
compuestos de un foso de doce pies de anchura por nueve de
profundidad, en forma de sección triangular; con las tierras extraídas
formaban una masa de cuatro pies de alto y doce de ancho, sobre la
cual levantaban un parapeto de cuatro pies; en él disponían las
empaliadas, fijándolas en la tierra a dos pies de profundidad; de
manera que el nivel máximo del parapeto se elevaba diecisiete pies
sobre el fondo del foso. En la toesa corriente de este atrincheramiento,
que cubicaba 324 pies (toesa y media), un hombre empleaba treinta y
dos horas, o sea tres días de trabajo; doce hombres la hacían, en dos o
tres horas. La legión que estaba de servicio pudo levantar estas seis
leguas de atrincheramiento que cubicaban 21.000 toesas, en ciento
veinte horas, o sean de diez a quince días. Cap. VIII.

3. Cuando los helvecios intentaron pasar el Ródano era en el mes
de abril. (El calendario romano estaba entonces en un gran desorden; y
adelantaba ochenta días, de modo que el 13 de abril correspondía al 23
de enero.) Desde esta fecha las legiones de Iliria pudieron llegar a Lyón
y el alto Saona, empleando en ello cincuenta días. Veinte días después
de haber atravesado el Saona, César venció en batalla campal a los
helvecios, la cual se dio el 1° al 15 de mayo, que correspondía a
mediados de agosto del calendario romano. Cap. XII.

4. Mucha intrepidez se necesitaba de parte de los helvecios para
haber sostenido tanto tiempo el ataque de un ejército de línea romano
tan numeroso como el suyo. Se dice que emplearon veinte días en
pasar el Saona, lo que daría una pésima idea de su organización, pero
es cosa difícil de creer. Cap. XXV.

5. De que los helvecios fuesen 130.000 a su regreso a Suiza, no
debe inferirse que hubiesen perdido 230.000 hombres, ya que muchos
se refugiaron en los pueblos de la Galia, estableciéndose en éstos, y un
gran número de ellos regresaron después a su patria. El número de
combatientes que poseían era de 90.000; estaban, pues, en la
proporción de uno a cuatro con relación a su población total, lo cual
parece excesivo. Unos 30.000 del cantón de Zurich habían sido muertos
o hechos prisioneros en el paso del Saona. Tenían, pues, a lo sumo,
60.000 combatientes en la batalla. El ejército de César, compuesto de
seis legiones y gran número de tropas auxiliares, era más numeroso.

6. El ejército de Ariovisto no poseía sobre el de César
superioridad numérica; el número de alemanes establecidos en el
Franco Condado era de 120.000 hombres. Pero, ¡qué diferencia no
debía de existir entre ejércitos formados por milicias, es decir, por
todos los hombres de una nación capaces de empuñar las armas, y un
decidir pleitos y administrar justicia dentro de sus provincias.
ejército romano formado por tropas de línea, hombres solteros en su
mayoría y soldados de profesión! Los helvecios, los suevos, eran sin
duda valientes, pero ¿qué puede el valor contra un ejército disciplinado
y organizado como el ejército romano? Nada hay, pues, de
extraordinario en los éxitos obtenidos por César en esta campaña, lo
que no disminuye, por otra parte, la gloria que tiene merecida. Cap. L.

7. La batalla contra Ariovisto se dio en el mes de septiembre, en
los alrededores de Belfort. Cap. LII.
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Mensaje por sabra Vie Mayo 06, 2022 5:31 pm

LA GUERRA DE LAS GALIAS-LIBRO PRIMERO 6dd61610

Un gran aporte, interesante. Es un post que valoro muchisimo
Gracias por compartir.
Mi saludo y afecto siempre.

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