En busca de la dignidad perdida
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En busca de la dignidad perdida
En busca de la dignidad perdida
Verónica ha decidido tirar la toalla. No puede más. A sus 32 años y con dos hijos, Vero, como sus amigos la llaman, ha decidido hacer como el camino inverso al que hicieron sus padres tres décadas atrás, irse al pueblo. Llora cuando lo cuenta, pero en la gran ciudad vive “como una pordiosera”. Sin trabajo, sin estudios, sin apoyos –salvo la maravillosa Cruz Roja, ¡qué harían sin esta ONG miles de personas!- en cuanto termine el curso escolar regresa a un pueblo en el que no nació, porque sus padres emigraron meses antes de su alumbramiento. “Allí con 300 euros he calculado que puedo vivir. Mi abuela me acogerá y entre la recogida de la aceituna y el servicio a mayores creo que al menos tengo una oportunidad de vivir”, dice bañada en unas lágrimas que saben a fracaso.
Todo se derrumbó cuando su pareja murió, sin tiempo para arreglar papeles con el fin de garantizarse una pensión. Es lo que tiene morir con apenas 32 años. Pero no se amedrentó y decidió intentar salir por su propio pie. ¿Pero qué hacer en un país con seis millones de parados, que ha recortado todo tipo de ayudas y que ha delegado en las familias y en las oenegés los servicios sociales? En el caso de Vero, nada, porque no tiene donde agarrarse. Salvo ir malviviendo pidiendo los libros de textos prestados al AMPA, así como el comedor de los niños, rogar a las vecinas que le guarden la comida en sus frigoríficos porque el suyo lleva roto dos meses o llorar cuando la profesora pide nuevos cuadernos para Matemáticas porque “no tengo ni para eso”. Y claro, esconderse cuando ve en la calle al casero al que ya adeuda tres meses, “y sé que necesita el alquiler para llegar a fin de mes”, gime.
En un momento en el que la pobreza golpea a muchas familias y que se apela a la red familiar como principal apoyo, hay a quienes, incluso, les falta esa red. Puede que sean minoría -si no no se entiende la ausencia de un estallido social en toda regla-, pero son personas, hombres, mujeres y niños a los que nadie protege mientras a algunos se les llena la boca al hablar de la necesidad de apretarse el cinturón, olvidando que hay gente a la que ya no le quedan agujeros en ese cinturón….Suerte Vero y que encuentres en el pueblo la dignidad que esta crisis que tú no has originado te ha robado.
Celeste López
Verónica ha decidido tirar la toalla. No puede más. A sus 32 años y con dos hijos, Vero, como sus amigos la llaman, ha decidido hacer como el camino inverso al que hicieron sus padres tres décadas atrás, irse al pueblo. Llora cuando lo cuenta, pero en la gran ciudad vive “como una pordiosera”. Sin trabajo, sin estudios, sin apoyos –salvo la maravillosa Cruz Roja, ¡qué harían sin esta ONG miles de personas!- en cuanto termine el curso escolar regresa a un pueblo en el que no nació, porque sus padres emigraron meses antes de su alumbramiento. “Allí con 300 euros he calculado que puedo vivir. Mi abuela me acogerá y entre la recogida de la aceituna y el servicio a mayores creo que al menos tengo una oportunidad de vivir”, dice bañada en unas lágrimas que saben a fracaso.
Todo se derrumbó cuando su pareja murió, sin tiempo para arreglar papeles con el fin de garantizarse una pensión. Es lo que tiene morir con apenas 32 años. Pero no se amedrentó y decidió intentar salir por su propio pie. ¿Pero qué hacer en un país con seis millones de parados, que ha recortado todo tipo de ayudas y que ha delegado en las familias y en las oenegés los servicios sociales? En el caso de Vero, nada, porque no tiene donde agarrarse. Salvo ir malviviendo pidiendo los libros de textos prestados al AMPA, así como el comedor de los niños, rogar a las vecinas que le guarden la comida en sus frigoríficos porque el suyo lleva roto dos meses o llorar cuando la profesora pide nuevos cuadernos para Matemáticas porque “no tengo ni para eso”. Y claro, esconderse cuando ve en la calle al casero al que ya adeuda tres meses, “y sé que necesita el alquiler para llegar a fin de mes”, gime.
En un momento en el que la pobreza golpea a muchas familias y que se apela a la red familiar como principal apoyo, hay a quienes, incluso, les falta esa red. Puede que sean minoría -si no no se entiende la ausencia de un estallido social en toda regla-, pero son personas, hombres, mujeres y niños a los que nadie protege mientras a algunos se les llena la boca al hablar de la necesidad de apretarse el cinturón, olvidando que hay gente a la que ya no le quedan agujeros en ese cinturón….Suerte Vero y que encuentres en el pueblo la dignidad que esta crisis que tú no has originado te ha robado.
Celeste López
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