Antonio Agustín
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Antonio Agustín
Antonio Agustín
D. Antonio Agustín nació en Zaragoza el año de 1517. Fueron sus padres D. Antonio Agustín, Pro-Canciller de Aragón, y Doña Aldonza Albanel, natural de Barcelona, descendientes ambos de familias nobles, gloriosas y ricas. Quedó muy niño baxo la tutela de su tío D. Gerónimo Agustin por muerte de su padre, y á la edad de nueve años pasó á estudiar Filosofía á Alcalá de Henares. Perfeccionado en ella y en el estudio de las Humanidades, pasó a Salamanca, donde estudió cinco años el Derecho Civil.
Aunque en esta y otras Universidades de España había célebres Jurisconsultos, observando D. Antonio que estaban muy atrasados en el conocimiento de las Bellas Letras y de las Lenguas Latina y Griega, cuyo domicilio ya por la barbarie de los invasores de la Grecia, ya por la protección que dispensaban los Papas y otros Príncipes á los Sabios fugitivos, era entonces la Italia; determino salir á buscarlas, y á la edad de veinte años empezó á cursar las Universidades de Bolonia y Padua. Fueron en ellas sus Preceptores Parisio, Alciáto, Gocino, Marco Mantua, Bonamici, Pacelli, Rómulo Amaseo, y otros de igual nombre, con cuyas lecciones llegó muy en breve al colmo de sus deseos, esto es, á poseer perfectamente las Lenguas Latina y Griega, no menos que la Historia Sagrada y Profana, y á formarse el cumplido Filólogo que ha admirado después el mundo.
En 27 de Enero de 1539 vistió la Beca del Real Colegio mayor de S. Clemente de Españoles de Bolonia, donde siguió cultivando sus estudios predilectos, sin desdeñar el de las artes liberales, pues como él mismo escribe á Bernardo Bolca, por seguir el exemplo de sus compañeros, y emulando a Temístocles y Sócrates, aprendió á cantar.
Reynaba entonces el furor de los Glosadores de las Leyes Romanas: todos juraban in verbis Bartoli et Baldi. Los Códigos eran eu extremo varios, ó por la ignorancia y descuido de los Impresores, ó por la variedad de opiniones en tantos y tan difusos intérpretes. D. Antonio persuadido de la imposibilidad de aprender y enseñar tan incierta Jurisprudencia, pasó á Florencia en compañía de Juan Metello Sequano, su íntimo amigo, y protegido del insigne Cosme de Médicis. Confrontando allí escrupulosamente el Código de la edición de Habanera (el menos infiel de aquel tiempo) con el exemplar purísimo Florentino, no solo corrigió los errores de que estaban llenos los otros Códigos, sino que ayudado de los libros de Angelo Policiano, y de los consejos del insigne Lelio Taurellio, suplió doctísimamente mucfías lacunas ó vacíos. A los veinte y seis años publicó sus observaciones en los libros Emmendationum et opinionum, y en el singular ad Modestinum, con los que ilustró tanto la confusa Jurisprudencia, que, como dice Guido Panzirolo, puede llamarse desde aquella época restituida por el derecho de postliminio á la Ciudad de Roma.
De allí á poco tiempo pasó á Venecia, y habiendo hallado en la Biblioteca Marciana de Besarion un Código antiquísimo de las Novelas de Justiniano, copió del todo lo que faltaba en las del Código Haloandrino. Dió á luz esta obra con la colación de algunas Constituciones Griegas de Justiniano, y la edición de algunas Novelas Latinas del mismo. Despues de estos descubrimientos se dedicaron á ilustrar à porfia la Jurisprudencia los Españoles, Italiano, Franceses, Belgas y Alemanes, todos unidos á confesar las glorias del joven descubridor; pero él en tanto, como si nada hubiera hecho mientras le quedaba algo que hacer, ilustró á Marco Varron y Festo Pompeyo; escribió el gran Comentario ad librum de Legibus et Senat., los Diálogos legales, la Comparacion del Digesto con el Código é Instituciones, el libro singular ad Adrianum, el Comentario ad Edictum perpetuum, y otras no menores obras, en que la Jurisprudencia mudó enteramente de semblante.
Tales fueron los preludios de las grandes obras con que D. Antonio Agustín inmortalizó su nombre, que no pueden analizarse en un epítome, ni lo necesitan, siendo tan públicas y tan estimadas por todos los Sabios, señaladamente las que publicó para ilustrar las antigüedades, como los Diálogos de las Medallas, una de las primeras obras elementares de Numismática, y tan profunda, que á ella y á la de Spanheim se deben los progresos de esta ciencia.
A los veinte y siete años de su edad premió el Emperador Cárlos V su distinguido mérito nombrándole Auditor de Rota, en cuyo empleo fue la admiración de Paulo III y de toda Roma. Julio III le eligió por su Consultor en todos los asuntos graves: le destinó su Legado á Inglaterra para felicitar á Felipe II de su matrimonio con la Reyna María, y de la reducción del Reyno á la Fe Católica, para exhortarlos á la paz con los Franceses, y acudir al Cardenal Reginaldo Polo en el arreglo de los negocios eclesiásticos de aquel Reyno. Paulo IV le nombró Obispo de Alifano y su Legado al Emperador Fernando I para estimularle á que se hiciese mediador entre Felipe de España y Enrique II de Francia. Los efectos de su legación fueron las paces entre estos dos Monarcas por la mediación del Emperador, y el premio de sus tareas el Obispado de Lérida, que le dió Pio IV, y el Arzobispado de Tarragona, que le confirió Gregorio XIII, á instancias ambos de Felipe II.
Destinado D. Antonio Agustín á ser grande en todo, fue tan gran Prelado, como Doctor y Magistrado; admiráronle los Padres del Concilio de Trento, que por sus representaciones adhirieron á la reforma del Clero, y le encargaron que extendiese el decreto de observación del Concilio de acuerdo con el insigne Covarrubias. Vuelto á su Diócesi, se dedicó enteramente á la prosecución de sus obras literarias, y exercicio de las grandes virtudes propias de su ministerio, sin quedar en toda su Diócesi obra pia ni pública, que no manifestase su beneficencia.
En esta dulce alternativa, y en cultivar la correspondencia de los Sabios de su tiempo pasaba este grande hombre tranquilo sus días, quando le arrebató la muerte en el mes de Junio de 1586: año infausto, en que además de otros Sabios, murieron Martin Azpilcueta Navarro, Pedro Victorio, Marco Mureto, y el Cardenal Perenotto.
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