En el cantero arrasado por el frío resistía. Luis Benítez
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En el cantero arrasado por el frío resistía. Luis Benítez
En el cantero arrasado por el frío resistía
Discutíamos tú y yo
Sobre cosas de nuestro amplio mundo,
Hecho de ventanas
Detrás de las que guardamos padecimientos y alegrías,
Como en un acuario
Que creemos aislado de lo que está
Bullendo, cuando
En todo lo que decimos su magma estalla:
El hombre y la mujer
Son dos razas que en medio de su batalla perpetua
Se intercalan.
Más allá ¿recuerdas? Estábamos en el balcón y explotó en abril
Su desusada melodía.
El grillo viejo desde un cantero lejano bramó su partitura,
En el ya frío abril
Del hemisferio sur era su estar lo desusado, lo inaudito:
Nada tenía que hacer
Su sexual sinfonía, trastorno del verano, en medio de la tarde helada
Que abandonaba en su águila
Ese niño furioso que para siempre representará el deseo.
En el cantero arrasado por el frío resistía,
Como un bulbo tozudo,
Como una semilla insistiendo en procrear,
En ser padre tardío
De diminutas larvas que inundaron el aire
Meses antes,
Cuando la escarcha no nublaba el parabrisas
Del hombre cansado
Que por la calle somnolienta conduce el autobús.
Abajo, en la calle,
Alguien grita que tiene odio, hambre y frío;
Entre los bocinazos
Otro cruza la calle frenético en su automóvil
Y un vendedor recita
Su interesada palinodia. Nosotros ante el grillo
Callamos la vergüenza
De ser casi ya viejos y de no ser padres.
No llegará hasta una hembra
Su violín desastroso: en la humedad del cantero
Le cortarán las cuerdas
Entidades más potentes que su canto ridículo:
La niebla de mayo,
El viento de la calle que sembrará otro junio,
Arrasarán el destiempo
De su amplificado rascar los costados gastados
Por un deseo incesante.
Estúpido animal que cuando un silencio momentáneo
Intercede por su apenas, mínima gracia,
Deja oír en toda la calle su humilde esplendor,
Esa insistencia
De otro tiempo simultáneo que no vemos,
Que no oímos,
A no ser por un grillo u otra cosa eterna y fuera para siempre
De este bien conocido,
Calculado y cotidiano mundo que habitamos.
Ciertamente el tiempo
Es un río
Que a orillas de su canto
Se detiene.
A José Emilio Pacheco.
Discutíamos tú y yo
Sobre cosas de nuestro amplio mundo,
Hecho de ventanas
Detrás de las que guardamos padecimientos y alegrías,
Como en un acuario
Que creemos aislado de lo que está
Bullendo, cuando
En todo lo que decimos su magma estalla:
El hombre y la mujer
Son dos razas que en medio de su batalla perpetua
Se intercalan.
Más allá ¿recuerdas? Estábamos en el balcón y explotó en abril
Su desusada melodía.
El grillo viejo desde un cantero lejano bramó su partitura,
En el ya frío abril
Del hemisferio sur era su estar lo desusado, lo inaudito:
Nada tenía que hacer
Su sexual sinfonía, trastorno del verano, en medio de la tarde helada
Que abandonaba en su águila
Ese niño furioso que para siempre representará el deseo.
En el cantero arrasado por el frío resistía,
Como un bulbo tozudo,
Como una semilla insistiendo en procrear,
En ser padre tardío
De diminutas larvas que inundaron el aire
Meses antes,
Cuando la escarcha no nublaba el parabrisas
Del hombre cansado
Que por la calle somnolienta conduce el autobús.
Abajo, en la calle,
Alguien grita que tiene odio, hambre y frío;
Entre los bocinazos
Otro cruza la calle frenético en su automóvil
Y un vendedor recita
Su interesada palinodia. Nosotros ante el grillo
Callamos la vergüenza
De ser casi ya viejos y de no ser padres.
No llegará hasta una hembra
Su violín desastroso: en la humedad del cantero
Le cortarán las cuerdas
Entidades más potentes que su canto ridículo:
La niebla de mayo,
El viento de la calle que sembrará otro junio,
Arrasarán el destiempo
De su amplificado rascar los costados gastados
Por un deseo incesante.
Estúpido animal que cuando un silencio momentáneo
Intercede por su apenas, mínima gracia,
Deja oír en toda la calle su humilde esplendor,
Esa insistencia
De otro tiempo simultáneo que no vemos,
Que no oímos,
A no ser por un grillo u otra cosa eterna y fuera para siempre
De este bien conocido,
Calculado y cotidiano mundo que habitamos.
Ciertamente el tiempo
Es un río
Que a orillas de su canto
Se detiene.
A José Emilio Pacheco.
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Roana Varela- Moderadora
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