A mi viejo amigo-Septiembre de 1889. -Carta de Vincent Van Gogh
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A mi viejo amigo-Septiembre de 1889. -Carta de Vincent Van Gogh
Septiembre de 1889.
Mi viejo, mi buen amigo, no olvidemos que las pequeñas emociones son los grandes capitanes de nuestras vidas y que las obedecemos sin saberlo. Aunque recobrar el valor ante las faltas cometidas o por cometer sería mi curación, no olvidemos que tanto nuestros «spleens» y melancolías, como nuestros sentimientos de bondad y de sentido común, no son nuestros únicos guías, ni, sobre todo, nuestros guardianes definitivos y que aunque tú también te encuentres frente al riesgo de duras responsabilidades, o una obligación, ¡a fe mía!... no nos ocupemos demasiado el uno del otro, ya que, fortuitamente, las circunstancias de vivir en estados de cosas tan alejadas de nuestros conceptos de juventud sobre la vida de artista, nos habrán de hermanar con lo si fuéramos, bajo muchos aspectos, compañeros de aventura. Las cosas se mantienen de tal forma, que aquí a veces se encuentran cucarachas en el comedor, como si se estuviera verdaderamente en París; por el contrario, podría suceder que en París tuvieras a veces una verdadera sensación de campo.
No viene a ser una gran cosa, pero en fin, es tranquilizante. Acepta, pues, tu paternidad como la aceptaría un buen hombre de nuestras viejas florestas, las cuales, a través de todo el ruido, tumulto, bruma y angustia de las ciudades todavía nos son -por tímida que sea nuestra ternura - inefablemente apreciables. Es decir, acepta tu paternidad en tu calidad de exiliado, de extranjero y de pobre, basándote en lo sucesivo con el instinto del pobre en la probabilidad de la existencia verdadera de la patria, de la existencia verdadera del recuerdo, aun cuando todos los días lo olvidemos. Total, tarde o temprano encontramos nuestra suerte; pero en verdad, para ti, como para mí, sería un poco hipócrita olvidar nuestro buen humor, nuestro confiado dejar correr las cosas como pobres diablos, tal como seremos en este París ahora tan extraño y que pesará demasiado sobre nuestras preocupaciones.
En verdad, estoy muy contento de que mientras aquí a veces hay algunas cucarachas en el comedor, en tu casa hay mujer y niño. Por otra parte, es tranquilizante que, por ejemplo, Voltaire, nos permita la libertad de no creer absolutamente en todo lo que imaginemos.
Mi viejo, mi buen amigo, no olvidemos que las pequeñas emociones son los grandes capitanes de nuestras vidas y que las obedecemos sin saberlo. Aunque recobrar el valor ante las faltas cometidas o por cometer sería mi curación, no olvidemos que tanto nuestros «spleens» y melancolías, como nuestros sentimientos de bondad y de sentido común, no son nuestros únicos guías, ni, sobre todo, nuestros guardianes definitivos y que aunque tú también te encuentres frente al riesgo de duras responsabilidades, o una obligación, ¡a fe mía!... no nos ocupemos demasiado el uno del otro, ya que, fortuitamente, las circunstancias de vivir en estados de cosas tan alejadas de nuestros conceptos de juventud sobre la vida de artista, nos habrán de hermanar con lo si fuéramos, bajo muchos aspectos, compañeros de aventura. Las cosas se mantienen de tal forma, que aquí a veces se encuentran cucarachas en el comedor, como si se estuviera verdaderamente en París; por el contrario, podría suceder que en París tuvieras a veces una verdadera sensación de campo.
No viene a ser una gran cosa, pero en fin, es tranquilizante. Acepta, pues, tu paternidad como la aceptaría un buen hombre de nuestras viejas florestas, las cuales, a través de todo el ruido, tumulto, bruma y angustia de las ciudades todavía nos son -por tímida que sea nuestra ternura - inefablemente apreciables. Es decir, acepta tu paternidad en tu calidad de exiliado, de extranjero y de pobre, basándote en lo sucesivo con el instinto del pobre en la probabilidad de la existencia verdadera de la patria, de la existencia verdadera del recuerdo, aun cuando todos los días lo olvidemos. Total, tarde o temprano encontramos nuestra suerte; pero en verdad, para ti, como para mí, sería un poco hipócrita olvidar nuestro buen humor, nuestro confiado dejar correr las cosas como pobres diablos, tal como seremos en este París ahora tan extraño y que pesará demasiado sobre nuestras preocupaciones.
En verdad, estoy muy contento de que mientras aquí a veces hay algunas cucarachas en el comedor, en tu casa hay mujer y niño. Por otra parte, es tranquilizante que, por ejemplo, Voltaire, nos permita la libertad de no creer absolutamente en todo lo que imaginemos.
Rosko- Moderador Musical
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