ODAS DE HORACIO- LIBRO IV- IV CELEBRA LA VICTORIA DE DRUSO NERÓN
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ODAS DE HORACIO- LIBRO IV- IV CELEBRA LA VICTORIA DE DRUSO NERÓN
IV CELEBRA LA VICTORIA DE DRUSO NERÓN
Como al águila portadora del rayo a quien Júpiter, rey de los dioses, concedió el imperio sobre las demás aves por haber experimentado su fidelidad en el rapto del rubio Ganimedes, en otro tiempo los bríos juveniles, el aliento de sus padres y la inexperiencia de los trabajos la hicieron abandonar el nido, y los vientos primaverales impulsaron en un cielo sin nubes sus primeros y vacilantes esfuerzos; después, con ímpetu violento, se arroja como enemiga contra los apriscos, y por último el afán ardoroso de presas y combates la precipita contra las irritadas serpientes; como la cabra que trisca en los alegres pastos contempla el cachorro que la roja leona acaba de criar, quitándole la leche, y con terror se ve ya devorada por sus finos y agudos dientes , así vieron los vindélicos al gran Druso mover la guerra en los Alpes de Retia. No pretendo averiguar de dónde tomaron estos pueblos la costumbre de armar sus diestras con el hacha de las Amazonas, que no es lícito [al mortal] saberlo todo; pero las falanges vencedoras en cien combates, vencidas a su vez por el joven caudillo, probaron a su costa lo que puede una gran fortaleza, una índole excelente adoctrinada por sabios consejos, y la solicitud paternal de Augusto en pro de los jóvenes Nerones.
Los fuertes son hijos de los tuertes y animosos. Los toros y caballos revelan el esfuerzo de sus progenitores, y nunca el águila feroz ha engendrado a la tímida paloma.
la enseñanza perfecciona el buen natural, y el ejercicio de la virtud fortalece los bríos. Donde no reinan puras costumbres, los vicios deslucen las dotes más sobresalientes.
Cuánto debes, ¡oh Roma!, a los Nerones, bien lo atestiguan el río Metauro y la derrota de Asdrúbal, y aquel hermoso día en que, disipadas las tinieblas del Lacio, nos sonrió por vez primera la fausta victoria sobre el fiero cartaginés que asolaba las ciudades de Italia, como la tea inflamada, como el Euro encrespa las olas de Sicilia.
Tras este día la juventud romana se ennobleció con empresas memorables, y en los templos devastados por la irrupción africana pudo darse culto a los dioses.
Entonces exclamaba el pérfido Aníbal: «Como ciervos destinados a ser presa de rapaces lobos perseguimos sin tregua a un enemigo, de quien el mayor triunfo que logremos reportar es huirle, engañándole con estratagemas.
Esa gente valerosa que, después del incendio de Troya, vióse arrojada a las playas etruscas y llevó a las ciudades de Ausonia sus Lares, sus hijos y sus ancianos padres, es como la encina del monte Álgido, cuyo espeso ramaje corta el hacha reluciente, que de las mismas heridas y golpes del hierro cobra fuerzas y lozanía nueva.
El cuerpo destrozado de la Hidra no creció más potente contra Hércules, temeroso de su derrota, ni la ciudad de Colcos o Tebas la de Equíon sometieron monstruos mayores.
Si la hundes en el abismo, surge más altiva; si se arroja a las batallas, conquista timbres merecedores de eterna alabanza, y reporta victorias que cuenta satisfecha a sus mujeres.
¡Ah!, ya no enviaré nuncios orgullosos a Cartago; se desvaneció para siempre nuestra esperanza y la fortuna de nuestro nombre con la muerte de Asdrúbal.
Nada es imposible a los Claudios. Júpiter benigno los defiende, y sus previsiones sagaces los sacan triunfantes en los difíciles empeños de la guerra.
Como al águila portadora del rayo a quien Júpiter, rey de los dioses, concedió el imperio sobre las demás aves por haber experimentado su fidelidad en el rapto del rubio Ganimedes, en otro tiempo los bríos juveniles, el aliento de sus padres y la inexperiencia de los trabajos la hicieron abandonar el nido, y los vientos primaverales impulsaron en un cielo sin nubes sus primeros y vacilantes esfuerzos; después, con ímpetu violento, se arroja como enemiga contra los apriscos, y por último el afán ardoroso de presas y combates la precipita contra las irritadas serpientes; como la cabra que trisca en los alegres pastos contempla el cachorro
Los fuertes son hijos de los tuertes y animosos. Los toros y caballos revelan el esfuerzo de sus progenitores, y nunca el águila feroz ha engendrado a la tímida paloma.
Cuánto debes, ¡oh Roma!, a los Nerones, bien lo atestiguan el río Metauro y la derrota de Asdrúbal, y aquel hermoso día en que, disipadas las tinieblas del Lacio, nos sonrió por vez primera la fausta victoria sobre el fiero cartaginés que asolaba las ciudades de Italia, como la tea inflamada, como el Euro encrespa las olas de Sicilia.
Tras este día la juventud romana se ennobleció con empresas memorables, y en los templos devastados por la irrupción africana pudo darse culto a los dioses.
Entonces exclamaba el pérfido Aníbal: «Como ciervos destinados a ser presa de rapaces lobos perseguimos sin tregua a un enemigo, de quien el mayor triunfo que logremos reportar es huirle, engañándole con estratagemas.
Esa gente valerosa que, después del incendio de Troya, vióse arrojada a las playas etruscas y llevó a las ciudades de Ausonia sus Lares, sus hijos y sus ancianos padres, es como la encina del monte Álgido, cuyo espeso ramaje corta el hacha reluciente, que de las mismas heridas y golpes del hierro cobra fuerzas y lozanía nueva.
El cuerpo destrozado de la Hidra no creció más potente contra Hércules, temeroso de su derrota, ni la ciudad de Colcos o Tebas la de Equíon sometieron monstruos mayores.
Si la hundes en el abismo, surge más altiva; si se arroja a las batallas, conquista timbres merecedores de eterna alabanza, y reporta victorias que cuenta satisfecha a sus mujeres.
¡Ah!, ya no enviaré nuncios orgullosos a Cartago; se desvaneció para siempre nuestra esperanza y la fortuna de nuestro nombre con la muerte de Asdrúbal.
Nada es imposible a los Claudios. Júpiter benigno los defiende, y sus previsiones sagaces los sacan triunfantes en los difíciles empeños de la guerra.
Roana Varela- Moderadora
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