ODAS DE HORACIO- LIBRO III- XVI A MECENAS
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ODAS DE HORACIO- LIBRO III- XVI A MECENAS
XVI A MECENAS
Las torres guarnecidas de bronce, las puertas robustas y los tristes ladridos de los perros vigilantes, hubieran bastado a defender a la infeliz Dánae de nocturnos adúlteros, si Júpiter y Venus no se burlaran de Acrisio, temeroso guardián de la encerrada virgen. Un dios transformado en oro allana y facilita todos los caminos.
El oro se abre paso por medio de los centinelas, y con la violencia del rayo quebranta las rocas. El oro perdió al adivino de Argos con la total ruina de su casa.
A fuerza de dádivas, el rey de Macedonia abrió las puertas de las ciudades y venció a los príncipes enemigos; hasta los duros capitanes de las naves se rinden ante los dones.
Al aumento de riqueza sigue la inquietud y la sed por aumentarla más todavía. Mecenas, honor de los caballeros, siempre aborrecí, y con razón, levantar tan alta la cabeza que fuese demasiado visible.
Cuanto más se niega uno a sí mismo, tanto más le conceden los dioses. Como tránsfuga del partido de los ricos, me apresuro a abandonarlos, y casi desnudo me paso al campo de los que nada desean, y vivo tan satisfecho con mi corta hacienda como si ocultase en mis graneros la cosecha que recoge el labrador de Apulia, pobre en medio de la mayor abundancia.
Un arroyo de cristalinas aguas, un bosque de pocas yugadas de tierra y una siega que responda a mis esperanzas, me hacen más dichoso que si dominara en la fértil África; y aunque las abejas de Calabria no fabrican sus mieles para mí, ni envejece el vino que consumo en el ánfora de Formia, ni se cardan para vestirme pingües vellones en los prados de la Galia, me veo libre de la importuna pobreza, y sí deseara tener más, tú no me lo negarías. La poca ambición multiplica mis rentas limitadas, mejor que si extendiese mi dominio sobre el reino de Aliates y los campos de Frigia . Los que mucho ambicionan carecen de muchas cosas. ¡Feliz el hombre a quien los dioses conceden con parca mano lo estrictamente necesario!
Las torres guarnecidas de bronce, las puertas robustas y los tristes ladridos de los perros vigilantes, hubieran bastado a defender a la infeliz Dánae de nocturnos adúlteros, si Júpiter y Venus no se burlaran
El oro se abre paso por medio de los centinelas, y con la violencia del rayo quebranta las rocas. El oro perdió al adivino de Argos con la total ruina de su casa.
A fuerza de dádivas, el rey de Macedonia abrió las puertas de las ciudades y venció a los príncipes enemigos; hasta los duros capitanes de las naves se rinden ante los dones.
Al aumento de riqueza sigue la inquietud y la sed por aumentarla más todavía. Mecenas, honor de los caballeros, siempre aborrecí, y con razón, levantar tan alta la cabeza que fuese demasiado visible.
Cuanto más se niega uno a sí mismo, tanto más le conceden los dioses. Como tránsfuga del partido de los ricos, me apresuro a abandonarlos, y casi desnudo me paso al campo de los que nada desean, y vivo tan satisfecho con mi corta hacienda como si
Un arroyo de cristalinas aguas, un bosque de pocas yugadas de tierra y una siega que responda a mis esperanzas, me hacen más dichoso que si dominara en la fértil África
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