EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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De Profundis- Prisión de S.M- de Oscar Wilde XIII

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Mensaje por Ruben Lun Abr 13, 2015 2:06 pm

De Profundis- Prisión de S.M- de Oscar Wilde XIII

Cuando le dije al abogado que no tenía dinero para hacer frente al gigantesco gasto, inmediatamente interviniste. Dijiste que tu familia pagaría de mil amores todo lo que hiciera alta; que tu padre había sido un íncubo para todos ellos; que a menudo habían comentado la posibilidad de meterle en un manicomio para no tenerle por medio; que era una fuente diaria de molestias y disgustos para tu madre y para todos; que con que yo diera un paso adelante para que le encerraran, la familia me tendría por su adalid y su benefactor; y que los propios parientes ricos de tu madre tendrían verdadero placer en sufragar todas las costas y gastos que el esfuerzo pudiera requerir. El abogado tiró para adelante, y deprisa y corriendo se me llevó al juzgado de guardia. No me quedaba ninguna excusa para no ir. Se me obligó. Ni que decir tiene que tu familia no paga las costas, y que, cuando se me deja en la bancarrota, es por obra de tu padre, y por las costas -su miserable monto-: unas 700 libras. En el momento presente mi mujer, enemistada conmigo por la importante cuestión de si debo contar con tres libras o tres libras y diez chelines a la semana para vivir, está preparando los trámites de un divorcio, para el cual, por supuesto, serán necesarias pruebas totalmente nuevas y un proceso totalmente nuevo, quizá seguido de acciones más serias. Yo, naturalmente, no sé nada de los detalles. Lo único que se es el nombre del testigo en cuya declaración se apoyan los abogados de mi mujer. Es tu propio criado de Oxford, a quien por expreso deseo tuyo tomé a mi servicio en el verano que pasamos en Goring.

Pero no hace falta que siga poniendo ejemplos de la extraña Fatalidad que pareces haber atraído sobre mí en todas las cosas, grandes o pequeñas. Me hace sentir a veces como si tú mismo no hubieras sido más que una marioneta movida por una mano secreta e invisible para llevar sucesos terribles a un terrible desenlace. Pero también las marionetas tienen pasiones. Introducen una trama nueva en lo que presentan, y tuercen el desenlace ordenado de la vicisitud para amoldarlo a su capricho o su apetito. Ser enteramente libre, y al mismo tiempo enteramente sometida a ley, es la paradoja eterna de la vida humana, que a cada momento hacemos realidad; y a menudo pienso que ésa es la única explicación posible de tu naturaleza, si es que los profundos y terribles misterios de un alma humana pueden tener explicación, salvo la que hace que el misterio sea todavía mas prodigioso.

Por supuesto que tú tenías tus ilusiones, vivías en ellas de hecho, y a través de sus nieblas cambiantes y sus velos de colores lo veías todo cambiado. Pensabas, lo recuerdo muy bien, que tu dedicación a mí, con total abandono de tu familia y vida familiar, era prueba de tu maravilloso aprecio hacia mí y de tu gran afecto. Sin duda a ti te lo parecía. Pero date cuenta de que conmigo estaban el lujo, la vida regalada, el placer ilimitado, el dinero sin tasa. Tu vida familiar te aburría. El «vino barato y frío de Salisbury», por emplear una frase de tu invención, te sabía mal. De mi lado, y junto con mis atractivos intelectuales, estaban las ollas de Egipto. Cuando no me encontrabas a mí, los compañeros que elegías como sustitutos no eran como para presumir.

También pensaste que decirle a tu padre en una carta de abogado que antes que romper tu amistad eterna conmigo preferías renunciar a la asignación anual de 250 libras que, creo que con deducciones por tus deudas de Oxford, te estaba pasando por entonces, era situarse en la caballería andante de la amistad y pulsar la más noble nota de abnegación. Pero la cesión de tu pitanza no significaba que estuvie ras dispuesto a dejar ni uno solo de tus lujos más superfluos ni de tus derroches más innecesarios. Al revés. Tu apetito de lujos nunca fue mayor. Mis gastos de ocho días en París contigo y tu criado italiano sumaron casi 150 libras: sólo en Paillard se fueron 85. Al tren de vida que querías llevar, todo tu estipendio de un año, comiendo solo y siendo especialmente ahorrativo en tu selección de los placeres menos costosos, difícilmente te habría durado tres semanas. El hecho de haber renunciado con fingida bravata a tu asignación, valiera lo que valiese, te daba al menos una razón pasable para tu pretensión de vivir a mis expensas, o lo que a ti te parecía una razón pasable; y en muchas ocasiones la esgrimiste seriamente, y la formulaste con puntos y comas; y el abuso continuo, principalmente, claro está, de mí, pero sé que también hasta cierto punto de tu madre, nunca fue tan penoso, porque, al menos en mi caso, nunca fue más absolutamente desprovisto de la menor palabra de gratitud ni sentido de la medida.

Pensaste también que al atacar a tu propio padre con cartas horribles, telegramas ofe nsivos y postales insultantes estabas realmente librando batallas por tu madre, sosteniendo su causa y vengando las ofensas y sufrimientos, sin duda terribles, de su vida matrimonial.
Ruben
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