EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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LA DIVINA COMEDIA: EL INFIERNO: CANTO XXV

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Mensaje por Marcela Noemí Silva Mar Dic 10, 2013 3:33 am

LA DIVINA COMEDIA: EL INFIERNO: CANTO XXV Divina10



LA DIVINA COMEDIA: EL INFIERNO: CANTO XXV


Al fin de sus palabras el ladrón
las manos alzó echando higas
gritando: ¡Para ti, Dios, que a ti las mando!

De allí en más las sierpes fueron amigas
porque una se le enroscó en el cuello,

como diciendo: No quiero que más digas;
y otra le sujetó los brazos de tal modo
que no podía con ellos hacer ni un movimiento.

¡Ah, Pistoya! ¡Pistoya! ¿Porqué no decides
incinerarte para que ya no más dures,
que en el hacer el mal tu simiente triunfa?

Por todos los círculos del infierno oscuro
no vi contra Dios espíritu tan soberbio,
salvo aquel que en Tebas cayó desde los muros.

Huyó el ladrón sin más decir palabras;
y vi a un rabioso centauro venir
clamando: ¿Dónde, dónde está el impío?

Marisma no creo que tantas sierpes
tenga cuantas tenía desde las ancas
hasta donde se hallan los humanos labios.

Sobre la espalda, sobre la nuca,
con las alas abiertas yacía un dragón,
que abrasaba a todo cuanto topaba.

Mi Maestro dijo: Este es Caco,
quien bajo la roca del monte Aventino,
de sangre hizo muchas veces lago.

No va de sus hermanos por igual camino,
por el robo que fraudulentamente hizo
del gran rebaño que le era vecino;

mas luego cesó de sus perversas obras
bajo la maza de Hércules, que tal vez
le dio cien golpes, de los que no sintió ni diez.

Así, entre el hablar de él y el irse de Caco,
tres espíritus vinieron por debajo de nosotros,
de los que ni yo ni el Conductor nos dimos cuenta,

hasta que nos gritaron: ¿Quiénes sois?
Cesó entonces nuestra charla
y fijamos nuestra vista en ellos.

Yo no los conocía; pero por acaso,
como suele ocurrir algunas veces,
uno tuvo que hablarle a otro,

y le dijo: Cianfa ¿dónde te has metido?;
a lo que yo, para que el Conductor atendiera,
me puse el dedo del mentón a la nariz.

Si ahora, lector, a creer fueras lento
de lo que diré, no será maravilla,
que lo que yo vi, apenas me lo creo.

Tenía yo en ellos alzadas las cejas
cuando una sierpe de seis pies se lanza
ante uno de ellos y a él toda se engancha.

Con los pies del medio le oprimió la panza
con los de adelante le amarró los brazos:
luego mordióle una y otra mejilla;

con los postreros le apartó los muslos,
y le metió la cola entre ambos
y de atrás sobre las renes la retuvo.

Nunca se estrechó tanto una hiedra
a un árbol, como la horrible fiera
con los del otro entrelazó sus miembros.

Luego se fundieron, como si de blanda cera
estuvieran hechos, y unieron tanto sus colores,
que ni el uno ni el otro parecían lo que eran:

igual como por el ardor ocurre
que sobre un papel avanza un color bruno,
que aún no es negro aunque tampoco es blanco.

Los otros dos observaban, y cada uno
gritaba: ¡Ay, Agnel, cómo cambias!
¡Mira que ya no eres ni uno ni dos!

Las dos cabezas se volvieron una,
cuando mostrando dos formas mixtas
en una cara, fueron las dos confundidas.

Formáronse dos brazos de cuatro que eran;
los muslos con las piernas y el vientre y el tronco
se hicieron miembros como nunca fueron vistos.

Todo el anterior aspecto fue cancelado:
dos y ninguno la imagen perversa
parecía; y así se iban con lentos pasos.

Como el lagarto bajo la potente fuerza
de la canicular hora, cambiando de mata,
parece un rayo al cruzar la ruta,

así parecía, viniendo hacia los vientres
de los otros dos, una serpiente irritada,
lívida y negra como grano de pimienta;

y en aquella parte donde primero tomamos
nuestro alimento, a uno de ellos picó,
cayendo luego delante donde quedó yerta.

Miróla el enclavado y nada dijo;
antes, quieto de pie, bostezaba,
como si el sueño o la fiebre lo invadiese.

El a la serpiente y ella al hombre se miraban;
uno por la llaga y la otra por la boca
echaban humo y los humos se juntaban.

Calle Lucano ahora donde refiere
del mísero Sabello y de Nasidio,
y atienda a oír lo que ahora es arrojado.

Calle de Cadmio y de Aretusa Ovidio,
que si al uno en víbora y a la otra en fuente
convirtió poetizando, yo no lo envidio;

que nunca dos naturalezas frente a frente
no trasmutaron tanto que ambas sus formas
a cambiar de materia fueran prontas.

Juntos se acordaban a tal norma
que la serpiente la cola en horca abría
y el herido ambas sus plantas juntaba.

Las piernas con los muslos mismos
se estrechaban tanto, que al poco la sutura
no daba señal alguna que la mostrara.

Tomaba la cola hendida la figura
que perdía el otro, y su piel
se hacía blanda, y la de él dura.

Vi entrar los brazos por las axilas,
y los dos pies de la fiera, que eran cortos,
alargarse tanto como retraerse los del otro.

Después los pies de atrás, contraídos juntos,
se hicieron el miembro que el hombre oculta,
y el miserable del suyo vino a tener dos patas.

Mientras que el humo a uno y a otro vela
de color nuevo, y engendra pelo encima
del uno, y al otro lo repela,

aquel se alzó y el otro cayó abajo,
no apartando empero las miradas impías
atentas a como cada uno mutaba el hocico.

El que estaba erguido, lo encogió hacia las sienes,
y del exceso de materia que allí había
salieron orejas sobre las lisas mejillas;

lo que atrás no se fue y se retiene
sobrando, se hizo nariz en la cara,
y los labios engrosó como conviene.

El que yacía, la boca adelante empuja,
y las orejas hace entrar en la cabeza
como oculta el caracol los cuernos;

y la lengua, que estaba unida y antes pronta
para hablar, se hendió, y la hendida
en el otro se juntó; y el humo se detuvo.

El alma que se había hecho fiera
silbando huye por el valle,
y el otro tras de él hablando escupe.

Después le volvió la nueva espalda
al otro y dijo: Quiero que Busso corra
como lo he hecho yo, reptando por esta rambla.

Así vi yo en el séptimo lastre
cambiarse y trasmutarse; y aquí disculpen
que esta novedad la flor de la pluma dañe.

Y aunque mis ojos confundidos
estuvieran un tanto y el ánimo perdido,
no pudieron ellos huir tan en oculto

que no advirtiera yo a Puccio Sciancato;
que era el único, de los tres compañeros
que vinieron antes, que no fue cambiado.

El otro era aquel que tú, Gaville, lloras.

Dante Alighieri


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Mensaje por sabra Miér Abr 20, 2016 1:49 pm


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Mensaje por Admin Sáb Nov 25, 2017 10:37 am

Gran aporte, gracias por compartirlo.
Saludos.

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Mensaje por sabra Jue Abr 20, 2023 5:45 pm

LA DIVINA COMEDIA: EL INFIERNO: CANTO XXV Compar10

Un gran e importante escrito, gracias por este aporte.
Mi cari;o.

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