La catequista
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La catequista
La catequista
El padre Adrián no soportaba más esa situación. El coro de la misa de los domingos a las diez de la mañana (compuesto por Carmen, Rosa y Miriam) no podía seguir cantando a capella. Era determinante conseguir un instrumento; alguien que por lo menos, supiera tocar la guitarra. Carmen ya estaba cansada de esta situación y se había propuesto ser ella la encargada de conseguir guitarrista. Con el correr de los días y viendo que nadie quería madrugar los domingos; el objetivo de Carmen, viró: sería ella quien aprendería a tocar la guitarra.
Un día, caminando por las calles de su barrio, el viento, designio divino, arrojó a los pies de Carmen un volante, donde se lograba distinguir el dibujo de una guitarra. Tomó el folleto la muchacha, y leyó lo siguiente: "Clases de guitarra. Criolla, eléctrica. Principiantes, avanzados. Armonía, audio, ritmo. Celular: 113494......."
Carmen se sintió tocada por una varita mágica. Aferró muy fuerte contra su pecho el volante místico y regresó a su casa a hacer el milagroso llamado, del cual no hubo respuesta, hasta unas horas más tarde, en donde recibió un mensaje de texto "¿Te conozco?".
Para Carmen esa pregunta, fue como un mensaje de Dios; al cual respondió que estaba interesada en las clases particulares de guitarra.
Carmen sentía tocar el cielo con las manos. Su ministerio catequístico se iba a extender. No solo iba a predicar la Palabra de Dios a padres y niños en las clases de catequesis para Primera Comunión; sino que lo iba a hacer cantando y tocando la guitarra.
La alumna entusiasta y el profesor combinaron un horario y fijaron coordenadas.
El gran día llegó. Carmen se presentó en lo que era hogar y salón de música del docente.
Subieron hasta un noveno piso donde se distorsionaba la realidad.
Carmen se sintió rara, pero efusiva, excitada, inundada por un fuego que no era el del Espíritu Santo.
Recién cuando se sentó en la silla que le facilitó el músico, Carmen se dio cuenta que no tenía guitarra; a lo cual el maestro le dijo que no se preocupe, que él, le iba a prestar una de las suyas.
De manera inconsciente, Carmen pensó: "que suerte que es feo"; tratando de ocultar de ella misma, lo que serían sus sentimientos más tarde.
Transcurrieron un par de clases tranquilas, amenas y divertidas; donde alumna y profesor se iban conociendo lentamente... Donde Carmen nada pudo captar de las enseñanzas musicales, ya que su objetivo había desviado el curso. Su inconsciente no podía seguir ocultando lo que le pasaba, lo que sentía.
Ya no iba a la casa del profesor a aprender a tocar la guitarra. Iba a verlo, escucharlo, olerlo... A perderse en su esencia.
Un día, subió a ese noveno piso angelado, y lo primero que vio Carmen fue la cama de dos plazas de su profesor, la cual siempre estuvo ubicada en el mismo lugar; pero el instinto sexual, la pulsión de la joven, estuvo en coma cuatro hasta ese momento.
Supo en ese segundo lujurioso, que en esa cama, estaría ella, desnuda, retozando, lamiendo, sudando, gimiendo y más. No sabía cuando pasaría, ni por que... Pero ya estaba escrito. Tampoco sabía lo que era el sexo tártrico, pero también estaba destinada a experimentarlo... A disfrutarlo.
Tratando de disimular esas ansias locas de ser uno, los dos, Carmen intentaba en vano, captar algo sobre las notas musicales, los arpegios, ligar su voz con la melodía. Pero le resultaba imposible.
El músico intuía, disfrutaba y se divertía con las emociones de la muchacha, pero siempre estaba absorto en su abstracción... en su subjetividad. Tal era su introspección, que varias veces olvidó los horarios acordados con Carmen, y la enamorada joven quedaba horas esperando, que ese etéreo ser se dignara a abrirle la puerta.
La última vez que el bohemio empedernido no atendió al llamado del timbre, Carmen, se dio por vencida y decidió no ir más.
El alma destrozada caía a pedazos en el viaje de regreso.
Totalmente decepcionada, decidió, olvidar todo este asunto, que la había llevado a cometer la herejía de adorar a ese tipo igual que a su Dios. La sangre derramada de su Señor no merecía terrible infidelidad.
Unos cuantos azotes que la autoflagelen, tres días de ayuno total y mucha oración, lavarían tamañas fantasías. Después de confesarse con el Padre Adrián, sintió alivio, con la penitencia, impuesta por el sacerdote: no solo cantaría los domingos a las diez de la mañana... Por una semana, cantaría en todas las misas; las de la mañana, las de la tarde y las de las noche. El abrazo de agradecimiento que Carmen obsequió al consagrado hombre, obligó al mismo a tener que autoflagelarse también por los oscuros y candentes deseos que Carmen despertaba en él.
Pasado algún tiempo, Carmen recibió un mensaje de texto del "pseudoprofesor" haciéndole saber que había olvidado su cuaderno en su casa.
El volcán de lava hirviendo que generaba este tipo en la joven, entró en erupción nuevamente... No dudó un instante y salió corriendo a la morada del bohemio. Iba rogándole a su Dios que no la odie y que no la expulsara de su paraíso.
Llegó a los aposentos del músico, que la estaba esperando en la puerta de calle. Subir por el ascensor, los dos juntos, demasiado juntos, no solo le había dado tiempo a Carmen a recuperar el aliento; sino, que también, esa mínima distancia le demostraba a la muchacha lo mucho que deseaba a ese hombre. Los ojos del culpable de tanto calor en tan frágil ser, detonaban otro brillo... Ya no había vuelta atrás. Antes de llegar al noveno piso, sus lenguas estaban fundidas y rendidas a los placeres carnales.
La cama en donde se había visto Carmen tiempo atrás parecía ser víctima de una catástrofe de la naturaleza. Cayeron ambos seres elevados en un huracán de sexo desenfrenado. Besos, abrazos, lenguas, piernas, gemidos y demás yerbas conformaron esa jornada tártrica. El resto del día se tiño de verde cannabis y rojo tinto.
Carmen hubiese querido pausar su vida en aquel lujurioso día, agradecerle a su Dios por poner en su camino, a ese hijo pródigo, perdido y vuelto a encontrar. Pero no pudo... Toda la tarde el celular de Carmen sonó sin cesar...al estar en vibrador nadie notó la insistencia de los llamados.... Era el marido de Carmen avisando que uno de sus tres hijos estaba internado; debía ser operado de urgencia.
El paraíso terrenal que había logrado instaurar en estas dimensiones, volvió a su estado celestial... Se veía envuelta en un velo infernal que no la dejaba vivir. Pasó de un estado tártrico a uno de desesperación: la vida de su pequeño estaba en peligro por los actos impuros de una madre impía.
El profesor, viendo tamaña desesperación en la joven, la tomó del rostro y le dijo dulcemente: "quédate tranquila, todo va a salir bien, andá con tu hijo, cuídalo y cuando se recupere nos volvemos a ver".
Carmen sabía que eso no era cierto; no volverían a cruzarse jamás... lo cual dolía y mucho... después de un largo beso de despedida, la catequista se alejó de ese edificio, que en el noveno piso, tenía el paraíso particular de Carmen... su paraíso, para ella sola. Y el profesor, después de tamaña experiencia, intentó embarcarse nuevamente en su navío bohemio, cosa que resultó imposible... Ese amor tan puro, entregado, inocente y asustado no lo dejó volver a su estado de elevación extrema y constante...
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El padre Adrián no soportaba más esa situación. El coro de la misa de los domingos a las diez de la mañana (compuesto por Carmen, Rosa y Miriam) no podía seguir cantando a capella. Era determinante conseguir un instrumento; alguien que por lo menos, supiera tocar la guitarra. Carmen ya estaba cansada de esta situación y se había propuesto ser ella la encargada de conseguir guitarrista. Con el correr de los días y viendo que nadie quería madrugar los domingos; el objetivo de Carmen, viró: sería ella quien aprendería a tocar la guitarra.
Un día, caminando por las calles de su barrio, el viento, designio divino, arrojó a los pies de Carmen un volante, donde se lograba distinguir el dibujo de una guitarra. Tomó el folleto la muchacha, y leyó lo siguiente: "Clases de guitarra. Criolla, eléctrica. Principiantes, avanzados. Armonía, audio, ritmo. Celular: 113494......."
Carmen se sintió tocada por una varita mágica. Aferró muy fuerte contra su pecho el volante místico y regresó a su casa a hacer el milagroso llamado, del cual no hubo respuesta, hasta unas horas más tarde, en donde recibió un mensaje de texto "¿Te conozco?".
Para Carmen esa pregunta, fue como un mensaje de Dios; al cual respondió que estaba interesada en las clases particulares de guitarra.
Carmen sentía tocar el cielo con las manos. Su ministerio catequístico se iba a extender. No solo iba a predicar la Palabra de Dios a padres y niños en las clases de catequesis para Primera Comunión; sino que lo iba a hacer cantando y tocando la guitarra.
La alumna entusiasta y el profesor combinaron un horario y fijaron coordenadas.
El gran día llegó. Carmen se presentó en lo que era hogar y salón de música del docente.
Subieron hasta un noveno piso donde se distorsionaba la realidad.
Carmen se sintió rara, pero efusiva, excitada, inundada por un fuego que no era el del Espíritu Santo.
Recién cuando se sentó en la silla que le facilitó el músico, Carmen se dio cuenta que no tenía guitarra; a lo cual el maestro le dijo que no se preocupe, que él, le iba a prestar una de las suyas.
De manera inconsciente, Carmen pensó: "que suerte que es feo"; tratando de ocultar de ella misma, lo que serían sus sentimientos más tarde.
Transcurrieron un par de clases tranquilas, amenas y divertidas; donde alumna y profesor se iban conociendo lentamente... Donde Carmen nada pudo captar de las enseñanzas musicales, ya que su objetivo había desviado el curso. Su inconsciente no podía seguir ocultando lo que le pasaba, lo que sentía.
Ya no iba a la casa del profesor a aprender a tocar la guitarra. Iba a verlo, escucharlo, olerlo... A perderse en su esencia.
Un día, subió a ese noveno piso angelado, y lo primero que vio Carmen fue la cama de dos plazas de su profesor, la cual siempre estuvo ubicada en el mismo lugar; pero el instinto sexual, la pulsión de la joven, estuvo en coma cuatro hasta ese momento.
Supo en ese segundo lujurioso, que en esa cama, estaría ella, desnuda, retozando, lamiendo, sudando, gimiendo y más. No sabía cuando pasaría, ni por que... Pero ya estaba escrito. Tampoco sabía lo que era el sexo tártrico, pero también estaba destinada a experimentarlo... A disfrutarlo.
Tratando de disimular esas ansias locas de ser uno, los dos, Carmen intentaba en vano, captar algo sobre las notas musicales, los arpegios, ligar su voz con la melodía. Pero le resultaba imposible.
El músico intuía, disfrutaba y se divertía con las emociones de la muchacha, pero siempre estaba absorto en su abstracción... en su subjetividad. Tal era su introspección, que varias veces olvidó los horarios acordados con Carmen, y la enamorada joven quedaba horas esperando, que ese etéreo ser se dignara a abrirle la puerta.
La última vez que el bohemio empedernido no atendió al llamado del timbre, Carmen, se dio por vencida y decidió no ir más.
El alma destrozada caía a pedazos en el viaje de regreso.
Totalmente decepcionada, decidió, olvidar todo este asunto, que la había llevado a cometer la herejía de adorar a ese tipo igual que a su Dios. La sangre derramada de su Señor no merecía terrible infidelidad.
Unos cuantos azotes que la autoflagelen, tres días de ayuno total y mucha oración, lavarían tamañas fantasías. Después de confesarse con el Padre Adrián, sintió alivio, con la penitencia, impuesta por el sacerdote: no solo cantaría los domingos a las diez de la mañana... Por una semana, cantaría en todas las misas; las de la mañana, las de la tarde y las de las noche. El abrazo de agradecimiento que Carmen obsequió al consagrado hombre, obligó al mismo a tener que autoflagelarse también por los oscuros y candentes deseos que Carmen despertaba en él.
Pasado algún tiempo, Carmen recibió un mensaje de texto del "pseudoprofesor" haciéndole saber que había olvidado su cuaderno en su casa.
El volcán de lava hirviendo que generaba este tipo en la joven, entró en erupción nuevamente... No dudó un instante y salió corriendo a la morada del bohemio. Iba rogándole a su Dios que no la odie y que no la expulsara de su paraíso.
Llegó a los aposentos del músico, que la estaba esperando en la puerta de calle. Subir por el ascensor, los dos juntos, demasiado juntos, no solo le había dado tiempo a Carmen a recuperar el aliento; sino, que también, esa mínima distancia le demostraba a la muchacha lo mucho que deseaba a ese hombre. Los ojos del culpable de tanto calor en tan frágil ser, detonaban otro brillo... Ya no había vuelta atrás. Antes de llegar al noveno piso, sus lenguas estaban fundidas y rendidas a los placeres carnales.
La cama en donde se había visto Carmen tiempo atrás parecía ser víctima de una catástrofe de la naturaleza. Cayeron ambos seres elevados en un huracán de sexo desenfrenado. Besos, abrazos, lenguas, piernas, gemidos y demás yerbas conformaron esa jornada tártrica. El resto del día se tiño de verde cannabis y rojo tinto.
Carmen hubiese querido pausar su vida en aquel lujurioso día, agradecerle a su Dios por poner en su camino, a ese hijo pródigo, perdido y vuelto a encontrar. Pero no pudo... Toda la tarde el celular de Carmen sonó sin cesar...al estar en vibrador nadie notó la insistencia de los llamados.... Era el marido de Carmen avisando que uno de sus tres hijos estaba internado; debía ser operado de urgencia.
El paraíso terrenal que había logrado instaurar en estas dimensiones, volvió a su estado celestial... Se veía envuelta en un velo infernal que no la dejaba vivir. Pasó de un estado tártrico a uno de desesperación: la vida de su pequeño estaba en peligro por los actos impuros de una madre impía.
El profesor, viendo tamaña desesperación en la joven, la tomó del rostro y le dijo dulcemente: "quédate tranquila, todo va a salir bien, andá con tu hijo, cuídalo y cuando se recupere nos volvemos a ver".
Carmen sabía que eso no era cierto; no volverían a cruzarse jamás... lo cual dolía y mucho... después de un largo beso de despedida, la catequista se alejó de ese edificio, que en el noveno piso, tenía el paraíso particular de Carmen... su paraíso, para ella sola. Y el profesor, después de tamaña experiencia, intentó embarcarse nuevamente en su navío bohemio, cosa que resultó imposible... Ese amor tan puro, entregado, inocente y asustado no lo dejó volver a su estado de elevación extrema y constante...
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Armando Lopez- Moderador General
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