EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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El piano

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Mensaje por Armando Lopez Vie Nov 15, 2013 2:56 pm

El piano

Tii raa riraa ra raa -rara ra rirarirarira tira… prrrii

Carlos hizo una mueca cuando su esposa tocó en el piano esa misma falsa nota por enésima vez ese día. Bueno, realmente sabía la vez exacta que era: la 32, porque había llevado la cuenta mientras se ocupaba de sus tareas diarias – la limpieza del faro, la comprobación de suministros y la reparación de su barco-.
Se culpó entonces por la obsesión de su mujer. Nunca debió haber convencido a Myrtle de asistir al concierto que aquel famoso concertista de piano ofreció en el hotel. Fue una cita a la que acudieron todos los habitantes de la isla, pero para Myrtle resultó una catarsis. Decidió allí mismo que lo que ella deseaba como nada en la vida era tocar el piano.
Carlos trató de convencerla de lo contrario. Nadie en la familia de Myrtle, por muy inglés que fuera, tenía aptitudes para la música. Pero Myrtle era terca. Antes de que Carlos pudiera contar hasta diez ya había comprado un piano de segunda mano que llegó a la isla en el barco de pesca de su cuñado James.

Desde ese día, la vida de Myrtel se reducía a practicar y nada más que a practicar. Mañana, tarde y noche Myrtle se sentaba al piano con su libro de ejercicios abierto, escala arriba, escala abajo. Al principio, no había mucho que oír y Carlos podía ignorar los ácidos sonidos. Pero después de unos meses Myrtel mejoró y se empeñó en aprender un Nocturno. Había partes del mismo que sonaba muy bien, pero un pentagrama se le escapaba y nunca conseguía finalizarlo.
El nuevo pasatiempo de Myrtel era la fuente de un creciente malestar entre los esposos, que nunca habían discutido antes en toda su vida. - “Por lo menos trata de aprender otra canción,” suplicaba Carlos a su esposa. Pero Myrtle respondía: “No voy a aprender otra pieza hasta que haya dominado esta. Hay que practicar para mejorar, querido”.

Tii raa riraa ra raa -rara ra rirarirarira tira… prrrii

Las cosas llegaron a un punto crítico el día en que una tormenta descargó su ira en la isla. Carlos y Myrtel estuvieron encerrados en el faro hora tras hora. Carlos no tenía nada que hacer más que sentarse junto al fuego y tallar reclamos para patos. Y Myrtle tocaba el piano. A media tarde, Carlos le gritó a su esposa que detuviese la reproducción de la maldita canción. Myrtle se levantó de un salto y chilló que iba a practicar hasta que lo hiciera bien. Entonces, algo en el cerebro de Carlos también se desafinó.

Después, se sintió culpable por la forma en que cortó el piano con su hacha. Al fin y al cabo, se trataba de un instrumento hermoso. Pero por mucho que lo intentó, no se pudo sentir mal por hacerle lo mismo a Myrtle.
Carlos se puso el buzo de hule, tomó una pala y cavó una fosa en la parte trasera de la leñera. Enterró a la despiezada Myrtle con todos los pedacitos de su piano. Pensó que ella lo hubiera querido así. Esa noche, con la tormenta golpeando furiosamente la isla y el viento aullando fuera del faro, Charlie concilió el mejor sueño que había tenido en meses.

Al remitir la tempestad, limpió la sangre del suelo y de las paredes de la sala. Tras ese inciso, hizo sus deberes diarios mientras cuidadosamente tramaba un plan para justificar la ausencia de su esposa. Pero a medianoche Carlos se despertó sobresaltado por un ruido familiar.

Tii raa riraa ra raa -rara ra rirarirarira tira… prrrii!
Se incorporó con un juramento. ¿Myrtel y su piano? ¡¡IMPOSIBLE!!
Saltó de la cama y buscó a tientas su hacha. Maldición. Estaría en la leñera. Asió una figura de bronce y sigilosamente e se dirigió a la sala principal. Para su sorpresa, vio un brillante piano translúcido donde sólo hacía un par de días estaba el auténtico. Las teclas del piano fantasmal tocaban solas.

Tii raa riraa ra raa -rara ra rirarirarira tira… prrrii
Entonces oyó la voz de Myrtle en la escalera de caracol. “Carlos, te lo dije. No voy a aprender otra pieza hasta que haya dominado esta. Deberías de haberme escuchado”
Carlos se dio la vuelta y miró hacia las escaleras. Allí sonreía siniestramente la también translúcida Myrtel. Y en sus manos, sostenía el hacha.

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Mensaje por Armando Lopez Mar Nov 19, 2013 6:57 pm

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Mensaje por EURIDICE CANOVA Miér Mayo 11, 2016 7:24 am

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Juraría que toco el piano cuando escribo poesía
lo curioso es... que no sé tocar el piano.
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