El examen
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El examen
El examen
Silvia no sabía interpretar lo que le sucedía en aquel oscuro internado. Ella, que había sido una alumna modélica en los colegios por los que había pasado ahora no era capaz casi ni de aprobar las asignaturas más sencillas. Su mundo se estaba derrumbando; su padre, que hasta ese momento había estado orgulloso de ella no paraba de regañarle por teléfono cada vez que recibía las notas del trimestre. Tampoco ayudaba mucho la meteorología. Observar cada mañana la abundante lluvia que empapa la campiña inglesa que rodeaba el internado la deprimía.
Las notas conseguidas en los trimestres anteriores la habían empujado a una situación comprometida: se tenía que jugar la nota final en un solo examen. Toro el curso dependía de cómo lo resolviera. Aquella presión vivida en los últimos días fue la responsable de que Silvia esperara temblorosa el examen en su pupitre. Las preguntas no le parecieron difíciles y mientras los profesores corregían los exámenes se mostró confiada y tranquila, aunque los treinta minutos que pasaron hasta que fueron depositando sobre los pupitres de los alumnos los exámenes corregidos le parecieron eternos.
Silvia miraba tensa la hoja puesta sobre su mesa. En esa nota estaban volcadas todas sus esperanzas, no había más oportunidades. Si aprobaba sería recompensada por su padre y las aguas volverían a su curso. Si suspendía tendría que quedarse todo el verano en ese horrible colegio. Con la mano temblorosa dio la vuelta a la hoja. ¡No se lo podía creer!
Multitud de imágenes le empezaron a desfilar a toda velocidad por la cabeza: su padre enfurecido, sus hermanos burlándose, la directora del colegio reprochándole sus bajas calificaciones y meses y más meses en ese infierno. En ese momento y sin que nadie la observara, extrajo de su plumier dos lápices con la punta afilada. Con decisión se introdujo los lápices por los orificios nasales. Cogió aire, respiró jadeante y después se agarró con firmeza a la mesa. A continuación estrelló su cabeza contra el pupitre, con todas sus fuerzas. Los lápices le atravesaron el cráneo sin encontrar oposición, de igual forma que lo hubieran hecho dos afilados punzones. La muchacha se desplomó fulminada.
El contrapunto más trágico de esta macabra historia lo aporta el dato de que , una vez acontecidos los hechos y tras una nueva comprobación , fueron conscientes de que hubo un error en la corrección de los exámenes. Silvia había superado el examen sin ninguna dificultad.
Leyendas Urbanas Ilutradas – Alberto Granados/Raúl Palacio. Ed. Aguilar
Silvia no sabía interpretar lo que le sucedía en aquel oscuro internado. Ella, que había sido una alumna modélica en los colegios por los que había pasado ahora no era capaz casi ni de aprobar las asignaturas más sencillas. Su mundo se estaba derrumbando; su padre, que hasta ese momento había estado orgulloso de ella no paraba de regañarle por teléfono cada vez que recibía las notas del trimestre. Tampoco ayudaba mucho la meteorología. Observar cada mañana la abundante lluvia que empapa la campiña inglesa que rodeaba el internado la deprimía.
Las notas conseguidas en los trimestres anteriores la habían empujado a una situación comprometida: se tenía que jugar la nota final en un solo examen. Toro el curso dependía de cómo lo resolviera. Aquella presión vivida en los últimos días fue la responsable de que Silvia esperara temblorosa el examen en su pupitre. Las preguntas no le parecieron difíciles y mientras los profesores corregían los exámenes se mostró confiada y tranquila, aunque los treinta minutos que pasaron hasta que fueron depositando sobre los pupitres de los alumnos los exámenes corregidos le parecieron eternos.
Silvia miraba tensa la hoja puesta sobre su mesa. En esa nota estaban volcadas todas sus esperanzas, no había más oportunidades. Si aprobaba sería recompensada por su padre y las aguas volverían a su curso. Si suspendía tendría que quedarse todo el verano en ese horrible colegio. Con la mano temblorosa dio la vuelta a la hoja. ¡No se lo podía creer!
Multitud de imágenes le empezaron a desfilar a toda velocidad por la cabeza: su padre enfurecido, sus hermanos burlándose, la directora del colegio reprochándole sus bajas calificaciones y meses y más meses en ese infierno. En ese momento y sin que nadie la observara, extrajo de su plumier dos lápices con la punta afilada. Con decisión se introdujo los lápices por los orificios nasales. Cogió aire, respiró jadeante y después se agarró con firmeza a la mesa. A continuación estrelló su cabeza contra el pupitre, con todas sus fuerzas. Los lápices le atravesaron el cráneo sin encontrar oposición, de igual forma que lo hubieran hecho dos afilados punzones. La muchacha se desplomó fulminada.
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