Síguese el segundo romance de Gaiferos
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Síguese el segundo romance de Gaiferos
Síguese el segundo romance de Gaiferos
de Autor anónimo
-Vámonos, dijo, mi tío,
en París, esa ciudade,
en figura de romeros,
no nos conozca Galvane,
que si Galván nos conoce
mandaría nos matar.
Encima ropas de seda
vistamos las de sayale,
llevemos nuestras espadas,
por más seguros andare,
llevemos sendos bordones,
por la gente asegurare.
Ya se parten los romeros,
ya se parten, ya se vane,
de noche por los caminos,
de día por los jarales.
Andando por sus jornadas
a París llegado hane;
las puertas hallan cerradas,
no hallan por dónde entrare.
Siete vueltas la rodean
por ver si podrán entrare,
y al cabo de las ocho,
un postigo van a hallare.
Ellos que se vieron dentro
empiezan a demandare:
no preguntan por mesón,
ni menos por hospitale,
preguntan por los palacios
donde la condesa estáe;
y a las puertas del palacio
allí van a demandare.
Vieron estar la condesa
y empezaron de hablare:
-Dios te salve, la condesa.
-Los romeros, bien vengades.
-Mandedes nos dar limosna
por honor de caridade.
-Con Dios vades, los romeros,
que no os puedo nada dare,
que el conde me había mandado
a romeros no albergare.
-Dadnos limosna, señora,
que el conde no lo sabrae,
así la den a Gaiferos
en la tierra donde estáe.
Así como oyó Gaiferos,
comenzó de sospirare;
mandábales dar del vino
mandábales dar del pane.
Ellos en aquesto estando,
el conde llegado hae:
-¿Qué es aquesto, la condesa?
aquesto, ¿qué puede estare?
¿no os tenía yo mandado
a romeros no albergare?
Dijo y alzara su mano
puñada le fuera a dare,
que sus dientes menudicos
en tierra los fuera a echare.
Allí hablaran los romeros
y empezáronle de hablare:
-¡Por hacer bien la condesa
cierto no merece male!
-Calledes vos, los romeros,
no hayades vuestra parte.
Alzó Gaiferos su espada
un golpe le fue a dare
que la cabeza de sus hombros
en tierra la fue a echare.
Allí habló la condesa
llorando con gran pesare:
-¿Quién érades, los romeros,
que al conde fuistes matare?
Allí respondió el romero,
tal respuesta le fuera dare:
-Yo soy Gaiferos, señora,
vuestro hijo naturale.
-Aquesto no puede ser,
ni era cosa verdade,
que el dedo y el corazón
yo lo tengo por señale.
-El corazón que vos tenéis
en persona no fue a estare,
el dedo bien es aqueste,
aquí lo veréis faltare.
La condesa que esto oyera
empezóle de abrazare,
la tristeza que ella tiene
en placer se fue a tornare.
de Autor anónimo
-Vámonos, dijo, mi tío,
en París, esa ciudade,
en figura de romeros,
no nos conozca Galvane,
que si Galván nos conoce
mandaría nos matar.
Encima ropas de seda
vistamos las de sayale,
llevemos nuestras espadas,
por más seguros andare,
llevemos sendos bordones,
por la gente asegurare.
Ya se parten los romeros,
ya se parten, ya se vane,
de noche por los caminos,
de día por los jarales.
Andando por sus jornadas
a París llegado hane;
las puertas hallan cerradas,
no hallan por dónde entrare.
Siete vueltas la rodean
por ver si podrán entrare,
y al cabo de las ocho,
un postigo van a hallare.
Ellos que se vieron dentro
empiezan a demandare:
no preguntan por mesón,
ni menos por hospitale,
preguntan por los palacios
donde la condesa estáe;
y a las puertas del palacio
allí van a demandare.
Vieron estar la condesa
y empezaron de hablare:
-Dios te salve, la condesa.
-Los romeros, bien vengades.
-Mandedes nos dar limosna
por honor de caridade.
-Con Dios vades, los romeros,
que no os puedo nada dare,
que el conde me había mandado
a romeros no albergare.
-Dadnos limosna, señora,
que el conde no lo sabrae,
así la den a Gaiferos
en la tierra donde estáe.
Así como oyó Gaiferos,
comenzó de sospirare;
mandábales dar del vino
mandábales dar del pane.
Ellos en aquesto estando,
el conde llegado hae:
-¿Qué es aquesto, la condesa?
aquesto, ¿qué puede estare?
¿no os tenía yo mandado
a romeros no albergare?
Dijo y alzara su mano
puñada le fuera a dare,
que sus dientes menudicos
en tierra los fuera a echare.
Allí hablaran los romeros
y empezáronle de hablare:
-¡Por hacer bien la condesa
cierto no merece male!
-Calledes vos, los romeros,
no hayades vuestra parte.
Alzó Gaiferos su espada
un golpe le fue a dare
que la cabeza de sus hombros
en tierra la fue a echare.
Allí habló la condesa
llorando con gran pesare:
-¿Quién érades, los romeros,
que al conde fuistes matare?
Allí respondió el romero,
tal respuesta le fuera dare:
-Yo soy Gaiferos, señora,
vuestro hijo naturale.
-Aquesto no puede ser,
ni era cosa verdade,
que el dedo y el corazón
yo lo tengo por señale.
-El corazón que vos tenéis
en persona no fue a estare,
el dedo bien es aqueste,
aquí lo veréis faltare.
La condesa que esto oyera
empezóle de abrazare,
la tristeza que ella tiene
en placer se fue a tornare.
Marcela Noemí Silva- Admin
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