Ricardo del Copete
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Ricardo del Copete
Ricardo del Copete
Había una vez una reina que tuvo un hijo tan horrible y tan deforme, que se discutía sobre si en realidad tenía cuerpo humano. Un hada que asistió a su nacimiento, dijo, sin embargo, que él sabría sobreponerse a todo eso, ya que tendría mucha inteligencia, fuera de lo común. Ella además agregó que él tendría en sus manos un gran poder, en virtud de un regalo que le acababa de dar, de otorgarle tanta inteligencia como le fuera posible a quien él mejor llegara a amar. Todo esto confortaba a la pobre reina. Es cierto que en cuanto este niño aprendió a hablar, decía miles de cosas preciosas, y que en todos sus actos había una inteligencia desbordante. Me olvidaba de contarles que él nació con un pequeño copete de cabello sobre su cabeza, que hizo que le llamaran "Ricardo del Copete", ya que Ricardo era el nombre familiar.
Siete u ocho años más tarde, la reina de un reinado vecino tuvo dos hijas gemelas. La primera de ellas en nacer era más bella que el día, y como la reina se encontraba tan sumamente complacida, los que estaban presentes temían que aquel exceso de dicha pudiera más bien serle dañino.
La misma hada que había estado presente en el nacimiento de Ricardo del Copete, también estaba aquí, y para moderar el entusiasmo de la reina, declaró que esta pequeña princesita, no tendría mayor inteligencia, y sería tan ingenua como bella que era. Esto mortificó a la reina en extremo, pero fue aún mayor su tristeza cuando vio que la segunda niña era muy fea.
-"No se aflija demasiado, señora"- dijo el hada, -"su segunda ñiña tendrá su recompensa. Ella tendrá tanta inteligencia, que su falta de belleza pasará desapercibida."-
-"Que Dios así lo conceda."- replicó la reina, -"Pero ¿no habrá manera de que la mayor, que es tan linda, tenga algo de inteligencia?"-
-"En cuanto a inteligencia, yo no puedo hacer nada por ella, señora"- contestó el hada, -"pero en cuanto a belleza, no la dejaré a usted sin alguna satisfacción. Yo le regalaré a ella el don de hacer bella a la persona que mejor le plazca a ella."-
A medida que las princesas crecían, sus perfecciones también lo hacían. Todas las conversaciones del pueblo eran sobre la belleza de la mayor, y la poco común grandiosa inteligencia de la menor. Es cierto que también sus defectos crecieron considerablemente junto con ellas. La menor era cada vez más horrible, y la mayor era cada día más ingenua: ya fuera que no supiera contestar a lo que se le preguntara, o que decía cualquier tontería. Y se había hecho tan inútil con sus movimientos, que ni siquiera podía poner la vajilla sobre el mantel, quebrando a menudo las piezas. Y si trataba de tomar un vaso de agua, regaba la mitad sobre su ropa.
Aunque la belleza era una gran ventaja entre la gente joven, la menor era siempre la preferida entre la sociedad. La gente, por supuesto, iba primero a admirar la belleza de la mayor, pero rápidamente pasaba donde la menor a escuchar las maravillosas y entretenidas conversaciones que sostenía. Y era sorprendente ver como, en menos de un cuarto de hora, la mayor se quedaba sin un alma que la acompañara, mientras que con la menor se formaba un gran tumulto de personas a su alrededor.
La mayor, aunque tontita como era, no fallaba en notar esta diferencia, y sin la menor queja, pensaba que bien cambiaría toda su belleza por tener siquiera la mitad de la inteligencia de su hermana. La reina, prudente como era, no podía a veces reprimirse de llamarle la atención por sus descuidos, lo que casi mataba a la pobre princesa de pesadumbre.
Un día, en que la mayor se había escondido en un bosque para paliar su mala fortuna, vio venir hacia ella un joven muy desagradable de apariencia, pero magníficamente vestido. Este era Ricardo del Copete, quien habiéndose enamorado de ella al verla en una pintura -que habían sido distribuídas por todo el mundo-, había dejado su reino para tener el placer de conocerla personalmente y conversar con ella. Sumamente complacido de haberla encontrado sola, él se presentó con toda la amabilidad y el respeto imaginables. Habiendo observado que después de haberle hecho todos los cumplimientos acostumbrados, ella se mostraba toda melancólica, le dijo:
-"No puedo comprender, señora, cómo una persona tan bella como tú pueda estar tan triste como aparenta. Porque yo, que puedo asegurar de haber visto un gran número de damas lindamente presentadas, puedo decir con firmeza, que nunca ví una dama que siquiera se aproximara a tu belleza."-
-"Te agrada decir eso"- replicó la princesa, y no dijo nada más.
-"Belleza"- dijo Ricardo del Copete, -"es de tan gran ventaja, ya que todas las demás cosas pueden quedar a un lado, y desde que tú posees este tesoro, no veo que haya nada que pueda causarte aflicción."-
-"Es muchísimo mejor"- contestó ella, -"ser tan horroroso como tú eres, pero tener inteligencia, que tener la belleza que poseo, pero siendo a la vez tan ingenua como soy."-
-"No hay nada"- le dijo él, -"que muestre mayor inteligencia que creer que no tenemos ninguna, y es la naturaleza de esa excelente cualidad que la mayoría de la gente tiene, que los hace creer que es lo que más les está haciendo falta."-
-"Yo no sé eso"- dijo la princesa, -"pero sí sé muy bien que no soy inteligente, y eso me amarga profundamente."-
-"Si eso es todo lo que te afecta, señora, yo puedo fácilmente poner fin a tu aflicción."-
-"¿Y cómo harías eso?"- preguntó la princesa.
-"Yo tengo el poder, señora"- replicó Ricardo del Copete, -"de darle a la persona que más amo, tanta inteligencia como pueda tener, y como tú, señora, eres esa persona, sería solamente tu falta si no quisieras compartirla con alguien, aceptando que te gustaría casarte conmigo."-
La princesa se sintió confundida y no respondió ni una palabra.
-"Ya veo"- replicó Ricardo del Copete, -"que mi propuesta no te complace, y no me extraña, pero te daré todo un año para que la consideres."-
La princesa tenía tan poquita inteligencia, y al mismo tiempo, un intenso deseo de tener alguna, que ella imaginaba que el final de ese año jamás llegaría, así que aceptó la propuesta que le fue hecha.
No más le había prometido a Ricardo del Copete que se casaría con él en ese día dentro de doce meses, cuando se encontró totalmente diferente a como había sido hasta ahora: tenía una increíble facultad de conversar sobre cualquier cosa que tuviera en su mente en una forma amable, fácil y natural.
Y en ese momento ella comenzó una galante conversación con Ricardo del Copete, la cual ella mantuvo en tan alto nivel, que Ricardo del Copete creyó que le había dado mucha más inteligencia que la que había reservado para sí mismo.
Cuando ella regresó a su palacio, toda la corte no sabía que pensar del tan sorpresivo y extraordinario cambio, pues escuchaban de ella ahora una mucho más sensible y erudita forma de hablar, con frases llenas de sabiduría, comparadas con las ingenuidades y sin sentidos que anteriormente expresaba. Toda la corte se alegró mucho más de lo que uno podría imaginarse. Todos estaban encantados, excepto su hermana, porque al no tener la ventaja sobre ella con respecto a la sabiduría, ahora ella se sentía en una posición inferior, pero sin guardarle ningún rencor por ello.
El rey siguió gobernando siguiendo sus consejos, e incluso muchas veces realizaba las reuniones con sus ministros en su apartamento. Las noticias sobre este cambio en la princesa se extendieron por todos lados. Los príncipes de los reinos vecinos hacían todo lo que podían para ganar su favor, y casi todos la pedían en matrimonio, pero ella no encontraba a ninguno con suficiente sabiduría para ella. A todos les daba audiencia, pero ninguno la convencía.
Sin embargo, un día llegó uno tan poderoso, tan sabio, y tan apuesto, que no podía negar sentir una fuerte atracción hacia él. Su padre lo notó, y le dijo que era voluntad de ella el escoger un marido, y que debía de aclarar sus intenciones. Ella le agradeció a su padre, y le pidió le diera tiempo para analizar la situación.
Por casualidad, ella salió a caminar por el bosque por donde conoció a Ricardo del Copete, pues buscaba el lugar más conveniente para pensar sobre qué decisión tomar. Mientras caminaba en profunda meditación, escuchó un confuso ruido a su alrededor, como si mucha gente corriera muy apresurada para atrás y para adelante. Y poniendo más atención, oyó a alguien que decía:
-"Dame esa olla"-, otro -"dame la cafetera"-, y un tercero -"pon leña para el fuego"-
Al mismo tiempo el bosque se abrió, y vio ante sus ojos una gran cocina llena de cocineros, ayudantes, y toda clase de oficiales necesarios para una gran fiesta. Entonces salió un grupo de cocineros, como unos veinte o treinta, que arreglaron una gran mesa en el bosque, quienes tenían en sus manos pines para carnes, y colas de zorro en sus sombreros, y comenzaron a trabajar, cantando harmoniosamente una linda tonada.
La princesa, totalmente confundida por todo lo que veía, le preguntó a ellos para quien trabajaban.
-"Para el príncipe Ricardo del Copete"- dijo el jefe de ellos, -"quien se casará mañana."-
La princesa, más sorprendida que nunca, y recapacitando de pronto que hoy era el día de los doce meses en que le había prometido al príncipe su matrimonio, sólo deseaba que se la tragara la tierra.
La razón por la que ella olvidara eso, es que cuando hizo la promesa, ella era muy ignorante, y habiendo obtenido la gran sabiduría que el príncipe le otorgó, había por completo olvidado todas las cosas que hizo cuando era ingenua. Ella entonces continuó su caminata, pero no había caminado unos treinta pasos, cuando se encontró con Ricardo del Copete, todo galante y magníficamente vestido, como debía ser para un príncipe que iba a su boda.
-"Ya ves, señora"- dijo él, -"que yo estoy cumpliendo a cabalidad mi palabra, y no dudo en lo más mínimo que has venido aquí para cumplir también tu promesa."-
-"Francamente te confieso"- contestó la princesa, -"que aún no he llegado a ninguna decisión en este asunto, y creo que nunca estaré en condición de llegar a una como es tu deseo."-
-"Me asombras, señora."- dijo Ricardo del Copete.
-"Bien te lo creo"- dijo ella, -"y con seguridad, si tuviera que hacerlo con un payaso, o con un hombre sin inteligencia, yo me sentiría mucho más perdida. 'Una princesa debe siempre mantener su palabra', me dirían sin ninguna duda, 'y debes casarte conmigo porque así me lo prometiste'. Pero como con quien estoy conversando es el hombre que en todo el mundo es el maestro de la sabiduría y el de mayor inteligencia, estoy segura que oirá mis razones. Bien sabes que cuando yo era tonta, difícilmente podía comprender qué significaba casarme contigo. ¿Por qué me habrías de pedir, ahora que tengo toda la capacidad de juicio que me diste, llegar a una decisión que entonces no estaba en condición de tomar en mi mente? Si sinceramente piensas hacerme tu esposa, sería un grave error de tu parte, no librarme de mi simplicidad, y hacerme ver las cosas con mayor claridad que con la que yo las veo."-
-"Si un hombre sin sabiduría ni inteligencia"- replicó Ricardo del Copete, -"fuera bien recibido, como tú dices, en cumplimiento de tu palabra, ¿por qué no me permites, señora, tener el mismo trato en un asunto del que depende toda la felicidad de mi vida futura? ¿Es razonable que personas que tienen sabiduría e inteligencia estén en peores condiciones que aquellas que no las tienen? ¿Cómo podrías hacer eso, tú que las posees, y que tanto deseaste llegar a tenerlas? Pero vamos al grano, si me permites. Dejando de lado mi deformidad y fealdad, ¿hay alguna otra cosa que te disguste de mí? ¿Te disgusta mi posición social, mi sabiduría, mi humor, o mis modales?
-"De ninguna manera"- contestó la princesa, -"Te amo y respeto en todo lo que mencionas."-
-"Si en efecto así es"- dijo Ricardo del Copete, -"quedo muy feliz, pues tienes el poder de convertirme en el más apuesto de los hombres."-
-"¿Y cómo puede ser eso?"- dijo la princesa.
-"Está hecho"- dijo él, -"si me amas lo suficiente para desear que así sea, y no dudas en lo más mínimo, señora, de lo que estoy diciendo, debes de saber que la misma hada que en mi nacimiento me dió el poder de darle a la persona que más amara total sabiduría y entendimiento, de igual forma te dió a tí el poder de hacer de quien más amaras, el hombre más apuesto de la tierra.
-"Si es así"- dijo ella, -"deseo con todo mi corazón, que tú seas el más adorable príncipe del mundo, y te otorgo mi regalo a lo máximo que me es es posible."-
No había la princesa terminado de pronunciar aquellas palabras, cuando Ricardo del Copete apareció ante ella como el más galante y fino príncipe del mundo, el más apuesto y agradable que ella nunca había visto.
Algunos dicen que no eran tanto las virtudes del hada, sino el mismo amor, quien realizó los cambios.
También comentan que la princesa, habiendo hecho reflexión sobre la perseverancia de su pretendiente, su discreción, y todas la buenas cualidades que le rodeaban, y con la sabiduría y buen juicio que ella poseía, nunca más volvió a verle deformidades en su cuerpo, ni fealdad en su rostro, y que su joroba no era más que una bolsa de aire bajo su camisa, y que todo lo que antes le parecía horrible, ahora era algo que le encantaba enormemente.
Además decían que sus ojos, que eran muy bizcos, le parecían a ella muy chispeantes y brillantes, que toda irregularidad era a su juicio una marca de su afecto, y en resumen, que su gran nariz roja, era en su opinión, de un gran carácter marcial y heroico.
Entonces la princesa de inmediato lo aceptó en matrimonio, con la condición de que su padre el rey, también lo aceptara. El rey, viendo que su hija realmente amaba a Ricardo del Copete, a quien él conocía como un gran sabio y justo príncipe, lo recibió con cariño como su yerno, y a la mañana siguiente se realizó la boda tal como Ricardo del Copete la tenía preparada, dentro del bosque.
Enseñanza:
Con un muy buen juicio, para el verdadero y sincero amor, no existen los defectos.
Charles Perrault
Había una vez una reina que tuvo un hijo tan horrible y tan deforme, que se discutía sobre si en realidad tenía cuerpo humano. Un hada que asistió a su nacimiento, dijo, sin embargo, que él sabría sobreponerse a todo eso, ya que tendría mucha inteligencia, fuera de lo común. Ella además agregó que él tendría en sus manos un gran poder, en virtud de un regalo que le acababa de dar, de otorgarle tanta inteligencia como le fuera posible a quien él mejor llegara a amar. Todo esto confortaba a la pobre reina. Es cierto que en cuanto este niño aprendió a hablar, decía miles de cosas preciosas, y que en todos sus actos había una inteligencia desbordante. Me olvidaba de contarles que él nació con un pequeño copete de cabello sobre su cabeza, que hizo que le llamaran "Ricardo del Copete", ya que Ricardo era el nombre familiar.
Siete u ocho años más tarde, la reina de un reinado vecino tuvo dos hijas gemelas. La primera de ellas en nacer era más bella que el día, y como la reina se encontraba tan sumamente complacida, los que estaban presentes temían que aquel exceso de dicha pudiera más bien serle dañino.
La misma hada que había estado presente en el nacimiento de Ricardo del Copete, también estaba aquí, y para moderar el entusiasmo de la reina, declaró que esta pequeña princesita, no tendría mayor inteligencia, y sería tan ingenua como bella que era. Esto mortificó a la reina en extremo, pero fue aún mayor su tristeza cuando vio que la segunda niña era muy fea.
-"No se aflija demasiado, señora"- dijo el hada, -"su segunda ñiña tendrá su recompensa. Ella tendrá tanta inteligencia, que su falta de belleza pasará desapercibida."-
-"Que Dios así lo conceda."- replicó la reina, -"Pero ¿no habrá manera de que la mayor, que es tan linda, tenga algo de inteligencia?"-
-"En cuanto a inteligencia, yo no puedo hacer nada por ella, señora"- contestó el hada, -"pero en cuanto a belleza, no la dejaré a usted sin alguna satisfacción. Yo le regalaré a ella el don de hacer bella a la persona que mejor le plazca a ella."-
A medida que las princesas crecían, sus perfecciones también lo hacían. Todas las conversaciones del pueblo eran sobre la belleza de la mayor, y la poco común grandiosa inteligencia de la menor. Es cierto que también sus defectos crecieron considerablemente junto con ellas. La menor era cada vez más horrible, y la mayor era cada día más ingenua: ya fuera que no supiera contestar a lo que se le preguntara, o que decía cualquier tontería. Y se había hecho tan inútil con sus movimientos, que ni siquiera podía poner la vajilla sobre el mantel, quebrando a menudo las piezas. Y si trataba de tomar un vaso de agua, regaba la mitad sobre su ropa.
Aunque la belleza era una gran ventaja entre la gente joven, la menor era siempre la preferida entre la sociedad. La gente, por supuesto, iba primero a admirar la belleza de la mayor, pero rápidamente pasaba donde la menor a escuchar las maravillosas y entretenidas conversaciones que sostenía. Y era sorprendente ver como, en menos de un cuarto de hora, la mayor se quedaba sin un alma que la acompañara, mientras que con la menor se formaba un gran tumulto de personas a su alrededor.
La mayor, aunque tontita como era, no fallaba en notar esta diferencia, y sin la menor queja, pensaba que bien cambiaría toda su belleza por tener siquiera la mitad de la inteligencia de su hermana. La reina, prudente como era, no podía a veces reprimirse de llamarle la atención por sus descuidos, lo que casi mataba a la pobre princesa de pesadumbre.
Un día, en que la mayor se había escondido en un bosque para paliar su mala fortuna, vio venir hacia ella un joven muy desagradable de apariencia, pero magníficamente vestido. Este era Ricardo del Copete, quien habiéndose enamorado de ella al verla en una pintura -que habían sido distribuídas por todo el mundo-, había dejado su reino para tener el placer de conocerla personalmente y conversar con ella. Sumamente complacido de haberla encontrado sola, él se presentó con toda la amabilidad y el respeto imaginables. Habiendo observado que después de haberle hecho todos los cumplimientos acostumbrados, ella se mostraba toda melancólica, le dijo:
-"No puedo comprender, señora, cómo una persona tan bella como tú pueda estar tan triste como aparenta. Porque yo, que puedo asegurar de haber visto un gran número de damas lindamente presentadas, puedo decir con firmeza, que nunca ví una dama que siquiera se aproximara a tu belleza."-
-"Te agrada decir eso"- replicó la princesa, y no dijo nada más.
-"Belleza"- dijo Ricardo del Copete, -"es de tan gran ventaja, ya que todas las demás cosas pueden quedar a un lado, y desde que tú posees este tesoro, no veo que haya nada que pueda causarte aflicción."-
-"Es muchísimo mejor"- contestó ella, -"ser tan horroroso como tú eres, pero tener inteligencia, que tener la belleza que poseo, pero siendo a la vez tan ingenua como soy."-
-"No hay nada"- le dijo él, -"que muestre mayor inteligencia que creer que no tenemos ninguna, y es la naturaleza de esa excelente cualidad que la mayoría de la gente tiene, que los hace creer que es lo que más les está haciendo falta."-
-"Yo no sé eso"- dijo la princesa, -"pero sí sé muy bien que no soy inteligente, y eso me amarga profundamente."-
-"Si eso es todo lo que te afecta, señora, yo puedo fácilmente poner fin a tu aflicción."-
-"¿Y cómo harías eso?"- preguntó la princesa.
-"Yo tengo el poder, señora"- replicó Ricardo del Copete, -"de darle a la persona que más amo, tanta inteligencia como pueda tener, y como tú, señora, eres esa persona, sería solamente tu falta si no quisieras compartirla con alguien, aceptando que te gustaría casarte conmigo."-
La princesa se sintió confundida y no respondió ni una palabra.
-"Ya veo"- replicó Ricardo del Copete, -"que mi propuesta no te complace, y no me extraña, pero te daré todo un año para que la consideres."-
La princesa tenía tan poquita inteligencia, y al mismo tiempo, un intenso deseo de tener alguna, que ella imaginaba que el final de ese año jamás llegaría, así que aceptó la propuesta que le fue hecha.
No más le había prometido a Ricardo del Copete que se casaría con él en ese día dentro de doce meses, cuando se encontró totalmente diferente a como había sido hasta ahora: tenía una increíble facultad de conversar sobre cualquier cosa que tuviera en su mente en una forma amable, fácil y natural.
Y en ese momento ella comenzó una galante conversación con Ricardo del Copete, la cual ella mantuvo en tan alto nivel, que Ricardo del Copete creyó que le había dado mucha más inteligencia que la que había reservado para sí mismo.
Cuando ella regresó a su palacio, toda la corte no sabía que pensar del tan sorpresivo y extraordinario cambio, pues escuchaban de ella ahora una mucho más sensible y erudita forma de hablar, con frases llenas de sabiduría, comparadas con las ingenuidades y sin sentidos que anteriormente expresaba. Toda la corte se alegró mucho más de lo que uno podría imaginarse. Todos estaban encantados, excepto su hermana, porque al no tener la ventaja sobre ella con respecto a la sabiduría, ahora ella se sentía en una posición inferior, pero sin guardarle ningún rencor por ello.
El rey siguió gobernando siguiendo sus consejos, e incluso muchas veces realizaba las reuniones con sus ministros en su apartamento. Las noticias sobre este cambio en la princesa se extendieron por todos lados. Los príncipes de los reinos vecinos hacían todo lo que podían para ganar su favor, y casi todos la pedían en matrimonio, pero ella no encontraba a ninguno con suficiente sabiduría para ella. A todos les daba audiencia, pero ninguno la convencía.
Sin embargo, un día llegó uno tan poderoso, tan sabio, y tan apuesto, que no podía negar sentir una fuerte atracción hacia él. Su padre lo notó, y le dijo que era voluntad de ella el escoger un marido, y que debía de aclarar sus intenciones. Ella le agradeció a su padre, y le pidió le diera tiempo para analizar la situación.
Por casualidad, ella salió a caminar por el bosque por donde conoció a Ricardo del Copete, pues buscaba el lugar más conveniente para pensar sobre qué decisión tomar. Mientras caminaba en profunda meditación, escuchó un confuso ruido a su alrededor, como si mucha gente corriera muy apresurada para atrás y para adelante. Y poniendo más atención, oyó a alguien que decía:
-"Dame esa olla"-, otro -"dame la cafetera"-, y un tercero -"pon leña para el fuego"-
Al mismo tiempo el bosque se abrió, y vio ante sus ojos una gran cocina llena de cocineros, ayudantes, y toda clase de oficiales necesarios para una gran fiesta. Entonces salió un grupo de cocineros, como unos veinte o treinta, que arreglaron una gran mesa en el bosque, quienes tenían en sus manos pines para carnes, y colas de zorro en sus sombreros, y comenzaron a trabajar, cantando harmoniosamente una linda tonada.
La princesa, totalmente confundida por todo lo que veía, le preguntó a ellos para quien trabajaban.
-"Para el príncipe Ricardo del Copete"- dijo el jefe de ellos, -"quien se casará mañana."-
La princesa, más sorprendida que nunca, y recapacitando de pronto que hoy era el día de los doce meses en que le había prometido al príncipe su matrimonio, sólo deseaba que se la tragara la tierra.
La razón por la que ella olvidara eso, es que cuando hizo la promesa, ella era muy ignorante, y habiendo obtenido la gran sabiduría que el príncipe le otorgó, había por completo olvidado todas las cosas que hizo cuando era ingenua. Ella entonces continuó su caminata, pero no había caminado unos treinta pasos, cuando se encontró con Ricardo del Copete, todo galante y magníficamente vestido, como debía ser para un príncipe que iba a su boda.
-"Ya ves, señora"- dijo él, -"que yo estoy cumpliendo a cabalidad mi palabra, y no dudo en lo más mínimo que has venido aquí para cumplir también tu promesa."-
-"Francamente te confieso"- contestó la princesa, -"que aún no he llegado a ninguna decisión en este asunto, y creo que nunca estaré en condición de llegar a una como es tu deseo."-
-"Me asombras, señora."- dijo Ricardo del Copete.
-"Bien te lo creo"- dijo ella, -"y con seguridad, si tuviera que hacerlo con un payaso, o con un hombre sin inteligencia, yo me sentiría mucho más perdida. 'Una princesa debe siempre mantener su palabra', me dirían sin ninguna duda, 'y debes casarte conmigo porque así me lo prometiste'. Pero como con quien estoy conversando es el hombre que en todo el mundo es el maestro de la sabiduría y el de mayor inteligencia, estoy segura que oirá mis razones. Bien sabes que cuando yo era tonta, difícilmente podía comprender qué significaba casarme contigo. ¿Por qué me habrías de pedir, ahora que tengo toda la capacidad de juicio que me diste, llegar a una decisión que entonces no estaba en condición de tomar en mi mente? Si sinceramente piensas hacerme tu esposa, sería un grave error de tu parte, no librarme de mi simplicidad, y hacerme ver las cosas con mayor claridad que con la que yo las veo."-
-"Si un hombre sin sabiduría ni inteligencia"- replicó Ricardo del Copete, -"fuera bien recibido, como tú dices, en cumplimiento de tu palabra, ¿por qué no me permites, señora, tener el mismo trato en un asunto del que depende toda la felicidad de mi vida futura? ¿Es razonable que personas que tienen sabiduría e inteligencia estén en peores condiciones que aquellas que no las tienen? ¿Cómo podrías hacer eso, tú que las posees, y que tanto deseaste llegar a tenerlas? Pero vamos al grano, si me permites. Dejando de lado mi deformidad y fealdad, ¿hay alguna otra cosa que te disguste de mí? ¿Te disgusta mi posición social, mi sabiduría, mi humor, o mis modales?
-"De ninguna manera"- contestó la princesa, -"Te amo y respeto en todo lo que mencionas."-
-"Si en efecto así es"- dijo Ricardo del Copete, -"quedo muy feliz, pues tienes el poder de convertirme en el más apuesto de los hombres."-
-"¿Y cómo puede ser eso?"- dijo la princesa.
-"Está hecho"- dijo él, -"si me amas lo suficiente para desear que así sea, y no dudas en lo más mínimo, señora, de lo que estoy diciendo, debes de saber que la misma hada que en mi nacimiento me dió el poder de darle a la persona que más amara total sabiduría y entendimiento, de igual forma te dió a tí el poder de hacer de quien más amaras, el hombre más apuesto de la tierra.
-"Si es así"- dijo ella, -"deseo con todo mi corazón, que tú seas el más adorable príncipe del mundo, y te otorgo mi regalo a lo máximo que me es es posible."-
No había la princesa terminado de pronunciar aquellas palabras, cuando Ricardo del Copete apareció ante ella como el más galante y fino príncipe del mundo, el más apuesto y agradable que ella nunca había visto.
Algunos dicen que no eran tanto las virtudes del hada, sino el mismo amor, quien realizó los cambios.
También comentan que la princesa, habiendo hecho reflexión sobre la perseverancia de su pretendiente, su discreción, y todas la buenas cualidades que le rodeaban, y con la sabiduría y buen juicio que ella poseía, nunca más volvió a verle deformidades en su cuerpo, ni fealdad en su rostro, y que su joroba no era más que una bolsa de aire bajo su camisa, y que todo lo que antes le parecía horrible, ahora era algo que le encantaba enormemente.
Además decían que sus ojos, que eran muy bizcos, le parecían a ella muy chispeantes y brillantes, que toda irregularidad era a su juicio una marca de su afecto, y en resumen, que su gran nariz roja, era en su opinión, de un gran carácter marcial y heroico.
Entonces la princesa de inmediato lo aceptó en matrimonio, con la condición de que su padre el rey, también lo aceptara. El rey, viendo que su hija realmente amaba a Ricardo del Copete, a quien él conocía como un gran sabio y justo príncipe, lo recibió con cariño como su yerno, y a la mañana siguiente se realizó la boda tal como Ricardo del Copete la tenía preparada, dentro del bosque.
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