LA DAMA Y LAS JOYAS
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LA DAMA Y LAS JOYAS
LA DAMA Y LAS JOYAS
Con las alabanzas del joyero resonando en sus oídos, Ahmed volvió a su casa agradecido por poder satisfacer la codicia de su esposa. Creyó que no tendría que trabajar más, pero sus ilusiones se vinieron abajo al oír a su mujer: "Esta es solamente tu primera aventura en el nuevo camino de tu vida. Una vez que se conozca tu nombre, ¡serás llamado a la Corte!".
Ahmed protestó. No deseaba continuar su carrera de adivinador del futuro, era un trabajo arriesgado. Cómo podía esperar volver a tener otra vez la misma suerte, preguntó. Pero su mujer rompió a llorar y de nuevo le amenazó con le divorcio. Ahmed accedió a salir al día siguiente al lugar del mercado para anunciarse una vez más.
Como la vez anterior gritaba en voz alta: "¡Soy astrólogo. Puedo ver lo que sucederá por el poder que me ha sido conferido por el sol, la luna y las estrellas!".
La multitud se reunió de nuevo a su alrededor. Una dama cubierta con un velo pasaba mientras Ahmed estaba hablando. Se detuvo con su sirvienta y oyó hablar del éxito que había tenido el día anterior al encontrar el rubí del Rey y otras mil historias que nunca habían sucedido.
La dama, que era alta e iba vestida con finas sedas, se abrió camino y dijo: "Pongo ante ti este enigma: ¿dónde están el collar y los pendientes que perdí ayer?. No me atrevo a decírselo a mi marido que es un hombre muy celoso y puede pensar que se los he dado a algún amante. ¡Dime astrólogo, dónde están o me veré deshonrada!. Si me das la respuesta correcta, que no debe de ser difícil para ti, te daré en seguida cincuenta piezas de oro".
El infeliz zapatero quedó sin habla durante un momento al ver a una dama tan importante ante él, tirando de su brazo y se cubrió los ojos con la mano. Volvió a mirarla preguntándose qué diría. Entonces se dio cuenta de que se la veía parte del rostro, lo cual era de lo más inadecuado para una dama de su posición y que el velo estaba rasgado, seguramente había ocurrido cuando avanzó por entre la gente.
El se inclinó hacia delante y dijo en voz baja: "Señora, mirad la abertura, mirad la abertura". El se refería a la rasgadura de su velo, pero a ella sus palabras le trajeron inmediatamente algo a la memoria: "Permaneced aquí, ¡oh, el más grande de los astrólogos!", y volvió a su casa que no estaba muy lejos. Allí en una abertura que había en el cuarto de baño descubrió su collar y sus pendientes en el mismo lugar en el que ella misma los había escondido a los ojos de los codiciosos.
En seguida volvió llevando otro velo y una bolsa con cincuenta piezas de oro para Ahmed. La multitud se apretujó alrededor de él, maravillada de este nuevo ejemplo de la lucidez del zapatero astrólogo.
La mujer de Ahmed, sin embargo, no podía aún rivalizar con la esposa del astrólogo de la Corte y continuó exigiendo a su marido que siguiese buscando fama y fortuna.
Autor:Desconocido
Con las alabanzas del joyero resonando en sus oídos, Ahmed volvió a su casa agradecido por poder satisfacer la codicia de su esposa. Creyó que no tendría que trabajar más, pero sus ilusiones se vinieron abajo al oír a su mujer: "Esta es solamente tu primera aventura en el nuevo camino de tu vida. Una vez que se conozca tu nombre, ¡serás llamado a la Corte!".
Ahmed protestó. No deseaba continuar su carrera de adivinador del futuro, era un trabajo arriesgado. Cómo podía esperar volver a tener otra vez la misma suerte, preguntó. Pero su mujer rompió a llorar y de nuevo le amenazó con le divorcio. Ahmed accedió a salir al día siguiente al lugar del mercado para anunciarse una vez más.
Como la vez anterior gritaba en voz alta: "¡Soy astrólogo. Puedo ver lo que sucederá por el poder que me ha sido conferido por el sol, la luna y las estrellas!".
La multitud se reunió de nuevo a su alrededor. Una dama cubierta con un velo pasaba mientras Ahmed estaba hablando. Se detuvo con su sirvienta y oyó hablar del éxito que había tenido el día anterior al encontrar el rubí del Rey y otras mil historias que nunca habían sucedido.
La dama, que era alta e iba vestida con finas sedas, se abrió camino y dijo: "Pongo ante ti este enigma: ¿dónde están el collar y los pendientes que perdí ayer?. No me atrevo a decírselo a mi marido que es un hombre muy celoso y puede pensar que se los he dado a algún amante. ¡Dime astrólogo, dónde están o me veré deshonrada!. Si me das la respuesta correcta, que no debe de ser difícil para ti, te daré en seguida cincuenta piezas de oro".
El infeliz zapatero quedó sin habla durante un momento al ver a una dama tan importante ante él, tirando de su brazo y se cubrió los ojos con la mano. Volvió a mirarla preguntándose qué diría. Entonces se dio cuenta de que se la veía parte del rostro, lo cual era de lo más inadecuado para una dama de su posición y que el velo estaba rasgado, seguramente había ocurrido cuando avanzó por entre la gente.
El se inclinó hacia delante y dijo en voz baja: "Señora, mirad la abertura, mirad la abertura". El se refería a la rasgadura de su velo, pero a ella sus palabras le trajeron inmediatamente algo a la memoria: "Permaneced aquí, ¡oh, el más grande de los astrólogos!", y volvió a su casa que no estaba muy lejos. Allí en una abertura que había en el cuarto de baño descubrió su collar y sus pendientes en el mismo lugar en el que ella misma los había escondido a los ojos de los codiciosos.
En seguida volvió llevando otro velo y una bolsa con cincuenta piezas de oro para Ahmed. La multitud se apretujó alrededor de él, maravillada de este nuevo ejemplo de la lucidez del zapatero astrólogo.
La mujer de Ahmed, sin embargo, no podía aún rivalizar con la esposa del astrólogo de la Corte y continuó exigiendo a su marido que siguiese buscando fama y fortuna.
Autor:Desconocido
Roana Varela- Moderadora
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