Amando al odio
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Amando al odio
Amando al odio
Ella tenía catorce años y estaba enamorada.
Que dirías si te dijese que no te quiero, que nunca te quise y que sólo estoy contigo por... casualidad; si por casualidad... y que ya no quiero seguir contigo.
No te creería. Pero si fuera cierto me pondría a llorar y te odiaría para siempre.
Y eso sucedió. Simplemente se lo dijo. El usó esas palabras y ella cumplió. A sus catorce colegiales años no le creyó, luego lloró y luego lo odió para siempre. Y para siempre es... para siempre. Ella, mientras tanto, en complicidad con el tiempo, se ponía cada día mas linda, mas mujer, ante los ojos de él. Era como una venganza, más tiempo pasaba, más linda se ponía y más lo odiaba. El sólo la miraba de lejos, masticando y escupiendo el día en que le dijo lo que le dijo. Alguna vez se acercó a ella, aparentando un encuentro casual, queriendo ver de cerca esa piel de miel dorada, esos contornos cada vez más sinuosos, esas piernas apenas cubiertas por la falda de ese uniforme tan pulcro, tan planchadito. Ella lo evitó. Simplemente volteó y se alejó. No le importó evidenciar que lo evitaba, hasta disfrutó pensando que él lo notaría. El la vio perderse, inmensamente linda y rauda, como una estrella fugaz, como un suspiro... Dime Dios. ¿quisiste presumir con ella, acaso ? ¿Quisiste jactarte de Tu obra de arte?.
Le preguntaron muchas veces porque la dejó. El sólo levantaba los hombros, juntaba los labios hacia delante y levantaba las cejas en una mueca de arrepentimiento inútil, como maldiciendo el día en que le dijo lo que le dijo. Los siguientes dos años, mientras terminaban la secundaria, sólo pudo mirarla de lejos, sólo pudo odiarse sabiendo que alguna vez con sólo un gesto conseguía su sonrisa y hasta su sumisión, que esa piel de miel dorada, él, si, él la había acariciado alguna vez y que también, no hace mucho, esos labios hermosamente húmedos y rojos alguna vez lo habían besado. Pero eso fue antes. Hace mas de dos años.
El tiempo hizo que los dos se alejaran. Pero las pasiones no conocen distancia. El odio y el amor intenso se juntaban a lo lejos. El supo de ella por amigos que sabían como burlarse de él; sabían hacerlo sentir mal , tan sólo con comentar lo linda que se había puesto a los dieciocho años, tan sólo con hacerle recordar que habían sido novios de colegio y ponían la cereza en la torta cuando le comentaban que hasta ahora ella no quería escuchar su nombre. El, sin embargo, tuvo el coraje alguna vez, de intentar hablarle. Consiguió su número telefónico y la llamó, le preguntó como estaba, y a pesar que ella en un primer instante le contestó el saludo, rápidamente recordó cuanto lo odiaba. Simplemente cortó la llamada, no sin antes pedirle que nunca mas intente hablarle.
Los calendarios se iban rompiendo. Los eneros, febreros y marzos, corrieron atrás de los abriles, mayos y junios, y varias navidades y años nuevos después, él siempre la recordaba, maldiciendo el día en que le dijo lo que le dijo, maldiciendo que a pesar de ser un hombre de éxito en la vida, ella nunca lo perdonó. Y ella, ella nunca dejó de odiarlo, aun ahora en que era una periodista conocida, admirada y respetada por todos.
Habían pasado veinticuatro años desde el día en que él le dijo lo que le dijo. Ella había madurado su belleza. Su piel aun estaba tan dorada como antes y el mar aun envidiaba sus ojos. Una mañana él leyó el nombre de ella en el periódico de la ciudad. Vendría desde muy lejos para un congreso de periodismo en el cual ella daría una charla. Y él fue a la charla, la vio, gozó su presencia, alcanzó a sentir su aroma cuando pasó a su lado. Esta vez ella al verlo no reaccionó en forma especial. Simplemente nunca lo hubiera reconocido. Unas barbas, ciertas canas y un cuerpo distinto al del muchachito de quince años hizo imposible que ella lo reconozca. Al notar esto, casi lo disfrutó. Era la primera vez en veinticinco años que ella no lo odiaba, aunque eso sólo pasara por el hecho de no haberlo reconocido. Pensó que era una buena oportunidad y se le acercó para hacerle una pregunta casi tonta a la que ella respondió con gracia. La oportunidad se dio a la hora del cóctel. El se le acercó a comentarle algo. Ella gustó de la presencia del desconocido que tan amablemente se había acercado. Conversaron entre bromas y miradas placenteras. Él se presentó usando su segundo nombre. Se sentía más seguro sin ser reconocido. Ella le volvió a decir su nombre después de veinticinco años. Salieron juntos de la reunión y decidieron tomar unos tragos. Conversaron, bailaron, cada uno disfrutó la presencia del otro y la noche los fue acompañando una hora tras otra. El nunca habló más de la cuenta, ella habló con soltura. La miel de su piel aun seducía y la madurez de su cuerpo había llegado al punto exacto. Esa noche, ella quiso que fuera eterna y para él no hacían falta más noches. Ella lo quiso como algún día antes lo había querido. El la quiso como siempre quiso quererla. La noche en ese hotel duró desde el viernes hasta el amanecer del lunes. Fueron más de cincuenta apasionadas horas. Se despidieron. El prometió llamarla al día siguiente. Nunca le dijo que era su odiado novio del colegio.
Al día siguiente, ella tenía treinta y ocho años y estaba enamorada.
Que dirías si te dijese que no te quiero, que nunca te quise y que sólo estoy contigo por... casualidad; si por casualidad... y que ya no quiero seguir contigo.
No te creería. Pero si fuera cierto me pondría a llorar y te odiaría para siempre.
Y eso sucedió. Simplemente se lo dijo. El usó esas palabras y nunca se supo si ella esta vez cumplió.
Él volvió a maldecir los días en que le dijo lo que le dijo.
Autor: desconocido
Ella tenía catorce años y estaba enamorada.
Que dirías si te dijese que no te quiero, que nunca te quise y que sólo estoy contigo por... casualidad; si por casualidad... y que ya no quiero seguir contigo.
No te creería. Pero si fuera cierto me pondría a llorar y te odiaría para siempre.
Y eso sucedió. Simplemente se lo dijo. El usó esas palabras y ella cumplió. A sus catorce colegiales años no le creyó, luego lloró y luego lo odió para siempre. Y para siempre es... para siempre. Ella, mientras tanto, en complicidad con el tiempo, se ponía cada día mas linda, mas mujer, ante los ojos de él. Era como una venganza, más tiempo pasaba, más linda se ponía y más lo odiaba. El sólo la miraba de lejos, masticando y escupiendo el día en que le dijo lo que le dijo. Alguna vez se acercó a ella, aparentando un encuentro casual, queriendo ver de cerca esa piel de miel dorada, esos contornos cada vez más sinuosos, esas piernas apenas cubiertas por la falda de ese uniforme tan pulcro, tan planchadito. Ella lo evitó. Simplemente volteó y se alejó. No le importó evidenciar que lo evitaba, hasta disfrutó pensando que él lo notaría. El la vio perderse, inmensamente linda y rauda, como una estrella fugaz, como un suspiro... Dime Dios. ¿quisiste presumir con ella, acaso ? ¿Quisiste jactarte de Tu obra de arte?.
Le preguntaron muchas veces porque la dejó. El sólo levantaba los hombros, juntaba los labios hacia delante y levantaba las cejas en una mueca de arrepentimiento inútil, como maldiciendo el día en que le dijo lo que le dijo. Los siguientes dos años, mientras terminaban la secundaria, sólo pudo mirarla de lejos, sólo pudo odiarse sabiendo que alguna vez con sólo un gesto conseguía su sonrisa y hasta su sumisión, que esa piel de miel dorada, él, si, él la había acariciado alguna vez y que también, no hace mucho, esos labios hermosamente húmedos y rojos alguna vez lo habían besado. Pero eso fue antes. Hace mas de dos años.
El tiempo hizo que los dos se alejaran. Pero las pasiones no conocen distancia. El odio y el amor intenso se juntaban a lo lejos. El supo de ella por amigos que sabían como burlarse de él; sabían hacerlo sentir mal , tan sólo con comentar lo linda que se había puesto a los dieciocho años, tan sólo con hacerle recordar que habían sido novios de colegio y ponían la cereza en la torta cuando le comentaban que hasta ahora ella no quería escuchar su nombre. El, sin embargo, tuvo el coraje alguna vez, de intentar hablarle. Consiguió su número telefónico y la llamó, le preguntó como estaba, y a pesar que ella en un primer instante le contestó el saludo, rápidamente recordó cuanto lo odiaba. Simplemente cortó la llamada, no sin antes pedirle que nunca mas intente hablarle.
Los calendarios se iban rompiendo. Los eneros, febreros y marzos, corrieron atrás de los abriles, mayos y junios, y varias navidades y años nuevos después, él siempre la recordaba, maldiciendo el día en que le dijo lo que le dijo, maldiciendo que a pesar de ser un hombre de éxito en la vida, ella nunca lo perdonó. Y ella, ella nunca dejó de odiarlo, aun ahora en que era una periodista conocida, admirada y respetada por todos.
Habían pasado veinticuatro años desde el día en que él le dijo lo que le dijo. Ella había madurado su belleza. Su piel aun estaba tan dorada como antes y el mar aun envidiaba sus ojos. Una mañana él leyó el nombre de ella en el periódico de la ciudad. Vendría desde muy lejos para un congreso de periodismo en el cual ella daría una charla. Y él fue a la charla, la vio, gozó su presencia, alcanzó a sentir su aroma cuando pasó a su lado. Esta vez ella al verlo no reaccionó en forma especial. Simplemente nunca lo hubiera reconocido. Unas barbas, ciertas canas y un cuerpo distinto al del muchachito de quince años hizo imposible que ella lo reconozca. Al notar esto, casi lo disfrutó. Era la primera vez en veinticinco años que ella no lo odiaba, aunque eso sólo pasara por el hecho de no haberlo reconocido. Pensó que era una buena oportunidad y se le acercó para hacerle una pregunta casi tonta a la que ella respondió con gracia. La oportunidad se dio a la hora del cóctel. El se le acercó a comentarle algo. Ella gustó de la presencia del desconocido que tan amablemente se había acercado. Conversaron entre bromas y miradas placenteras. Él se presentó usando su segundo nombre. Se sentía más seguro sin ser reconocido. Ella le volvió a decir su nombre después de veinticinco años. Salieron juntos de la reunión y decidieron tomar unos tragos. Conversaron, bailaron, cada uno disfrutó la presencia del otro y la noche los fue acompañando una hora tras otra. El nunca habló más de la cuenta, ella habló con soltura. La miel de su piel aun seducía y la madurez de su cuerpo había llegado al punto exacto. Esa noche, ella quiso que fuera eterna y para él no hacían falta más noches. Ella lo quiso como algún día antes lo había querido. El la quiso como siempre quiso quererla. La noche en ese hotel duró desde el viernes hasta el amanecer del lunes. Fueron más de cincuenta apasionadas horas. Se despidieron. El prometió llamarla al día siguiente. Nunca le dijo que era su odiado novio del colegio.
Al día siguiente, ella tenía treinta y ocho años y estaba enamorada.
Que dirías si te dijese que no te quiero, que nunca te quise y que sólo estoy contigo por... casualidad; si por casualidad... y que ya no quiero seguir contigo.
No te creería. Pero si fuera cierto me pondría a llorar y te odiaría para siempre.
Y eso sucedió. Simplemente se lo dijo. El usó esas palabras y nunca se supo si ella esta vez cumplió.
Él volvió a maldecir los días en que le dijo lo que le dijo.
Autor: desconocido
Ruben- Poeta especial
- Cantidad de envíos : 661
Puntos : 44842
Fecha de inscripción : 02/03/2013
Ruben- Poeta especial
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Fecha de inscripción : 02/03/2013
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