UN HOMBRE DESNUDO PUEDE ESTAR EN HARAPOS
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UN HOMBRE DESNUDO PUEDE ESTAR EN HARAPOS
UN HOMBRE DESNUDO PUEDE ESTAR EN HARAPOS
El examinador médico se levantó de su asiento y se acercó al muerto. Levantando una orilla de la sábana, la retiró, exponiendo el cuerpo completo, totalmente desnudo y mostrando a la luz de la vela un tono amarillo arcilloso. Tenía, sin embargo, amplias marcas de negro azuloso, obviamente causadas por sangre envasada a causa de contusiones. El pecho y los costados parecían haber sido golpeados con un mazo. Había horribles laceraciones; la piel estaba desgarrada en tiras y jirones. El examinador se dirigió al extremo de la mesa y desató un pañuelo de seda que había sido colocado bajo la barbilla y atado sobre la cabeza. Cuando el pañuelo fue retirado reveló lo que había sido la garganta. Algunos de los jurados que se habían levantado para ver mejor se arrepintieron de su curiosidad y retiraron la mirada. El testigo Harker fue hacia la ventana abierta y sacó la cabeza, débil y asqueado. Tras dejar caer el pañuelo sobre el cuello del muerto, el examinador se dirigió a un ángulo de la habitación y de una pila de ropas removió las piezas una por una, sosteniéndolas un momento inspeccionarlas. Todas estaban desgarradas y tiesas de sangre. Los jurados no las inspeccionaron con detalle. Parecían poco interesados. En realidad, ya habían visto todo esto antes; lo único nuevo para ellos era el testimonio de Harker.
"Caballeros", dijo el examinador, "creo que no tenemos más evidencia. Si deber ya les ha sido explicado; si no tienen preguntas pueden salir y considerar su veredicto".
El presidente del jurado se levantó - un hombre alto y barbado de sesenta años, vestido de manera ordinaria.
"Quisiera hacer una pregunta, señor examinador", dijo. "¿De qué manicomio se escapó este su último testigo?".
"Señor Harker", dijo el examinador con gravedad y calma, "¿de qué manicomio se ha escapado usted?".
Harker se ruborizó, pero no dijo nada, y los siete jurados se levantaron y salieron solemnemente de la cabaña.
"Si ya ha terminado de insultarme, señor", dijo Harker, en cuanto él y el oficial se quedaron solos con el muerto, "¿supongo que soy libre de marcharme?".
"Sí".
Harker empezó a retirarse, pero hizo una pausa con la mano ya en la perilla de la puerta. El hábito de su profesión era fuerte en él - más fuerte que su sentido de dignidad personal.
Se volvió y dijo:
"El libre que tiene ahí - lo reconozco como el diario de Morgan. Se veía usted muy interesado en él; lo estuvo leyendo mientras yo testificaba.
¿Puedo verlo? Al público le gustaría - ".
"El libro no será parte de este asunto", replicó el oficial, deslizándolo en el bolsillo de su abrigo, "todo lo que se escribió en él ocurrió antes de la muerte del autor".
Mientras Harker salía de la casa el jurado volvió a entrar y permaneció de pie junto a la mesa, en la que el ahora cubierto cadáver se delineaba bajo la sábana con clara definición. El presidente se sentó cerca de la vela, sacó de su bolsillo un lápiz y un trozo de papel y escribió, con alguna dificultad, el siguiente veredicto, que con diversos grados de esfuerzo todos firmaron:
"Nosotros, el jurado, encontramos que los restos encontraron su muerte a manos de un león de montaña, pero algunos de nosotros piensan, al mismo tiempo, que tuvieron ataques".
AMBROSE BIERCE
El examinador médico se levantó de su asiento y se acercó al muerto. Levantando una orilla de la sábana, la retiró, exponiendo el cuerpo completo, totalmente desnudo y mostrando a la luz de la vela un tono amarillo arcilloso. Tenía, sin embargo, amplias marcas de negro azuloso, obviamente causadas por sangre envasada a causa de contusiones. El pecho y los costados parecían haber sido golpeados con un mazo. Había horribles laceraciones; la piel estaba desgarrada en tiras y jirones. El examinador se dirigió al extremo de la mesa y desató un pañuelo de seda que había sido colocado bajo la barbilla y atado sobre la cabeza. Cuando el pañuelo fue retirado reveló lo que había sido la garganta. Algunos de los jurados que se habían levantado para ver mejor se arrepintieron de su curiosidad y retiraron la mirada. El testigo Harker fue hacia la ventana abierta y sacó la cabeza, débil y asqueado. Tras dejar caer el pañuelo sobre el cuello del muerto, el examinador se dirigió a un ángulo de la habitación y de una pila de ropas removió las piezas una por una, sosteniéndolas un momento inspeccionarlas. Todas estaban desgarradas y tiesas de sangre. Los jurados no las inspeccionaron con detalle. Parecían poco interesados. En realidad, ya habían visto todo esto antes; lo único nuevo para ellos era el testimonio de Harker.
"Caballeros", dijo el examinador, "creo que no tenemos más evidencia. Si deber ya les ha sido explicado; si no tienen preguntas pueden salir y considerar su veredicto".
El presidente del jurado se levantó - un hombre alto y barbado de sesenta años, vestido de manera ordinaria.
"Quisiera hacer una pregunta, señor examinador", dijo. "¿De qué manicomio se escapó este su último testigo?".
"Señor Harker", dijo el examinador con gravedad y calma, "¿de qué manicomio se ha escapado usted?".
Harker se ruborizó, pero no dijo nada, y los siete jurados se levantaron y salieron solemnemente de la cabaña.
"Si ya ha terminado de insultarme, señor", dijo Harker, en cuanto él y el oficial se quedaron solos con el muerto, "¿supongo que soy libre de marcharme?".
"Sí".
Harker empezó a retirarse, pero hizo una pausa con la mano ya en la perilla de la puerta. El hábito de su profesión era fuerte en él - más fuerte que su sentido de dignidad personal.
Se volvió y dijo:
"El libre que tiene ahí - lo reconozco como el diario de Morgan. Se veía usted muy interesado en él; lo estuvo leyendo mientras yo testificaba.
¿Puedo verlo? Al público le gustaría - ".
"El libro no será parte de este asunto", replicó el oficial, deslizándolo en el bolsillo de su abrigo, "todo lo que se escribió en él ocurrió antes de la muerte del autor".
Mientras Harker salía de la casa el jurado volvió a entrar y permaneció de pie junto a la mesa, en la que el ahora cubierto cadáver se delineaba bajo la sábana con clara definición. El presidente se sentó cerca de la vela, sacó de su bolsillo un lápiz y un trozo de papel y escribió, con alguna dificultad, el siguiente veredicto, que con diversos grados de esfuerzo todos firmaron:
"Nosotros, el jurado, encontramos que los restos encontraron su muerte a manos de un león de montaña, pero algunos de nosotros piensan, al mismo tiempo, que tuvieron ataques".
AMBROSE BIERCE
Bernice- Cantidad de envíos : 7
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Fecha de inscripción : 21/04/2024
Re: UN HOMBRE DESNUDO PUEDE ESTAR EN HARAPOS
Gracias por compartir con los lectores este cuento. Saludos
Rosko- Moderador Musical
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