Desencuentro
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Bajamos del avión dispuestos a bebernos la isla. Semejante destino nos ofrecía alcohol barato y puro desmadre. No teníamos más plan que quemar unos días de libertad low cost. Ella no estaba prevista. La conocimos la primera noche. Abandonó a sus amigas para convertirse en musa de nuestras borracheras. Nunca he visto ojos más azules ni tetas más hipnóticas. Aventajándonos en edad, aseguraba que le parecíamos chavales divertidos. Debía ser verdad en lo que respecta a mis amigos. Con ellos no paraba de reír mientras encantada, se dejaba querer. Yo, en cambio, volví a ejercer de insignificante. Ni siquiera logré que se aprendiera mi nombre. Cuando la tercera noche acabamos los cinco en nuestro apartamento, con osadía etílica aposté que lo haría. En un salto que pretendí impecable, me lancé desde el balcón sólo para ser su ángel, pero al dejar atrás la barandilla, me faltaron alas para rectificar la trayectoria. Varios pisos más abajo, la piscina iluminada, tan azul como sus ojos, se movió lo suficiente como para que no nos encontráramos.
Alberto Jesús Vargas
Bajamos del avión dispuestos a bebernos la isla. Semejante destino nos ofrecía alcohol barato y puro desmadre. No teníamos más plan que quemar unos días de libertad low cost. Ella no estaba prevista. La conocimos la primera noche. Abandonó a sus amigas para convertirse en musa de nuestras borracheras. Nunca he visto ojos más azules ni tetas más hipnóticas. Aventajándonos en edad, aseguraba que le parecíamos chavales divertidos. Debía ser verdad en lo que respecta a mis amigos. Con ellos no paraba de reír mientras encantada, se dejaba querer. Yo, en cambio, volví a ejercer de insignificante. Ni siquiera logré que se aprendiera mi nombre. Cuando la tercera noche acabamos los cinco en nuestro apartamento, con osadía etílica aposté que lo haría. En un salto que pretendí impecable, me lancé desde el balcón sólo para ser su ángel, pero al dejar atrás la barandilla, me faltaron alas para rectificar la trayectoria. Varios pisos más abajo, la piscina iluminada, tan azul como sus ojos, se movió lo suficiente como para que no nos encontráramos.
Alberto Jesús Vargas
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