Punto final
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La torre de la iglesia dejaba caer como lágrimas los golpes de bronce de las campanas. Ningún toque sonaba sin que se hubiese extinguido el eco del anterior. Se anunciaba así que el cura del pueblo descansaba ya en la paz del Señor. Don Servando, tan querido por todos, abandonaba este mundo y muchas cosas se iban con él. Los feligreses perdían a un bondadoso guía espiritual. Los menesterosos al benefactor que les prestaba auxilio y consuelo. Los escolares se quedaban sin el paciente director de su coro de voces blancas y Adela, la hija del molinero, no recibiría más cartas obscenas, esas que ni ella ni la Guardia Civil habían conseguido averiguar quién era el cerdo que las enviaba.
Alberto Jesús Vargas
La torre de la iglesia dejaba caer como lágrimas los golpes de bronce de las campanas. Ningún toque sonaba sin que se hubiese extinguido el eco del anterior. Se anunciaba así que el cura del pueblo descansaba ya en la paz del Señor. Don Servando, tan querido por todos, abandonaba este mundo y muchas cosas se iban con él. Los feligreses perdían a un bondadoso guía espiritual. Los menesterosos al benefactor que les prestaba auxilio y consuelo. Los escolares se quedaban sin el paciente director de su coro de voces blancas y Adela, la hija del molinero, no recibiría más cartas obscenas, esas que ni ella ni la Guardia Civil habían conseguido averiguar quién era el cerdo que las enviaba.
Alberto Jesús Vargas
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