EL SITIO DE TROYA
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EL SITIO DE TROYA
EL SITIO DE TROYA Los griegos habían llegado por fin a una isla desde la que avistaban la ciudad de Troya. Pero nada sería fácil en esta guerra, trágica para todos los contendientes. Las desdichas volvieron a comenzar cuando una serpiente mordió en el pie al rey Filoctetes. Su presencia era importantísima en la guerra, porque Filoctetes había sido el mejor amigo de Heracles, y había heredado su arco y las famosas flechas embebidas en la sangre de la Hidra de Lerna. A causa de la picadura, su pie se hinchó y comenzó a oler de una manera espantosa. Un dolor terrible lo hacía lanzar alaridos. El mal olor y los gritos desmoralizaban a las tropas. Agamenón tuvo que tomar la dura decisión de dejar a Filoctetes abandonado en la isla de Lemnos, donde sobrevivió alimentándose de los animales que cazaba, sin que su herida curara. Había pasado un año cuando las naves aqueas consiguieron llegar a Troya. Los troyanos intentaron por todos los medios impedir el desembarco y, como no lo lograron, se aprestaron para la batalla. Fue una lucha feroz y sanguinaria. Cicno, un hijo del dios Poseidón, tan invulnerable a las armas como Aquiles, dirigía a los troyanos. Las flechas, las espadas y las lanzas rebotaban contra su piel. Entonces Aquiles lo golpeó en la cara con la empuñadura de su espada hasta arrojarlo contra una roca, se arrodilló sobre su pecho y lo estranguló con la correa de su casco. Los troyanos comenzaron a perder la batalla y tuvieron que huir a refugiarse en la ciudad. Entonces los griegos aprovecharon para hundir todos los barcos de la flota enemiga, que había quedado sin custodia. Después arrastraron sus propias naves sobre la playa y construyeron una empalizada de troncos alrededor. Eran muchos, eran fuertes, eran valientes, estaban bien armados: creyeron que tomar Troya sería cuestión de un par de días. Tres veces atacaron la ciudad y tres veces tuvieron que retirarse con grandes pérdidas. No habían contado con las excelentes defensas y la fortificación de Troya, más la determinación de sus guerreros. —Tendremos que sitiar la ciudad — decidió Agamenón—. ¡Troya se rendirá por hambre! Pero ¿cómo establecer un sitio realmente eficaz? Por mar era fácil. Por tierra era casi imposible. Los aqueos necesitaban muchos hombres para custodiar las naves: si los troyanos llegaban a destruirlas, estaban perdidos. Con los hombres que quedaban no alcanzaba para rodear la ciudad. Establecieron algunos campamentos armados alrededor de Troya, pero todas las noches los troyanos conseguían hacer entrar provisiones. —El sitio de Troya durará nueve años —había predicho Calcas, el adivino. Y nadie le había creído hasta que el tiempo empezó a pasar sin que ninguno de los dos bandos lograra triunfar sobre el otro. De tanto en tanto, el ejército troyano se lanzaba sobre los griegos tratando de expulsarlos, o los griegos volvían a intentar la toma de la ciudad. En esas terribles batallas, en las que intervenían también los dioses, morían muchos hombres sin que se decidiera el final de la guerra. Entre los aqueos, el enorme Ayax, primo de Aquiles, se distinguía por su valor. Entre los troyanos, pocos luchaban como Héctor, el hermano de Paris. Por consejo de Odiseo, los griegos decidieron enviar naves al mando de Aquiles para atacar y saquear todas las islas y las ciudades de la costa que favorecían a Troya. Así obtendrían provisiones y botín, pero además dejarían al rey Príamo y a sus hijos sin aliados. Entretanto, los sitiadores extrañaban sus casas, sus esposas, sus hijos y se aburrían interminablemente. No fue extraño que se volviera tan popular y querido Palamedes cuando inventó un juego con trocitos de huesos bien pulidos en forma de cubos, que tenían grabados números en sus caras. ¡Eran los primeros dados! En una oportunidad, Paris y Menelao pidieron una tregua para batirse en un duelo personal, a muerte, por el amor de Helena. Y allí podría haber terminado, de la manera más justa, la Guerra de Troya, si no fuera por la intervención de los dioses. Cuando Menelao estaba a punto de matar a Paris, la diosa Afrodita lo protegió, haciéndolo invisible. Atenea, a su vez, disfrazada de troyano, provocó la ruptura de la tregua y los ejércitos se enfrentaron una vez más. Solo el gran Zeus hubiera podido impedir que la guerra siguiera su curso, pero no quería intervenir para no irritar a las diosas. Cuando su ánimo se inclinaba por defender a Troya, su esposa Hera lo persuadía de volver a la imparcialidad. Ana María Shua. Libro Dioses Y Héroes De La Mitología Griega |
Roque- Poeta especial
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