LOS SUEÑOS
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LOS SUEÑOS
LOS SUEÑOS
Claros sueños nacidos de la bruma terrestre
que subís, en las horas del silencio nocturno,
hasta el rostro velado de los hombres, ya quietos
tras la cálida angustia de un lejano crepúsculo.
¡Oh! venid a mis sienes, rodead mi almohada
agitando las alas en el ámbito oscuro,
y proteged mi lecho, esa fúnebre urna
donde late mi triste corazón insepulto.
¡Oh sueños! yo os conozco, y entre ricas guirnaldas
vuestros rostros de niños pensativos descubro,
y percibo en el hálito de vuestros frescos labios
como un perfume libre de jardines ocultos.
Llevadme con vosotros a la mansión aérea
que erige su áurea cúpula en el éter desnudo,
más allá de la tierra que amortaja su sueño
en la caduca pompa de un otoño difunto.
Llevadme adonde se abre, como un follaje de oro,
el húmedo relente del claro plenilunio,
en cuya luz discurren las vírgenes celestes
con un lirio de plata en los dedos ebúrneos.
Llevadme adonde vive la luz, esa doncella
de sien florida, torso fértil, senos desnudos,
que vierte de sus manos, bajo la flor del alba,
el rocío que alivia las entrañas del mundo.
Claros sueños nacidos de la bruma terrestre
que subís, en las horas del silencio nocturno,
hasta el rostro velado de los hombres, ya quietos
tras la cálida angustia de un lejano crepúsculo.
Refrescadme las sienes, aligerad la noche
que trastorna mi oído con su lenguaje absurdo,
en tanto que en la sombra, como en una cisterna,
caer la negra gota de las horas escucho.
Y haced que me levante ágil, contento, libre,
agitando en la luz, con el brazo robusto,
la bandera del día, como el Dios resurrexo
después de haber hendido la losa del sepulcro.
Rafael Maya
Claros sueños nacidos de la bruma terrestre
que subís, en las horas del silencio nocturno,
hasta el rostro velado de los hombres, ya quietos
tras la cálida angustia de un lejano crepúsculo.
¡Oh! venid a mis sienes, rodead mi almohada
agitando las alas en el ámbito oscuro,
y proteged mi lecho, esa fúnebre urna
donde late mi triste corazón insepulto.
¡Oh sueños! yo os conozco, y entre ricas guirnaldas
vuestros rostros de niños pensativos descubro,
y percibo en el hálito de vuestros frescos labios
como un perfume libre de jardines ocultos.
Llevadme con vosotros a la mansión aérea
que erige su áurea cúpula en el éter desnudo,
más allá de la tierra que amortaja su sueño
en la caduca pompa de un otoño difunto.
Llevadme adonde se abre, como un follaje de oro,
el húmedo relente del claro plenilunio,
en cuya luz discurren las vírgenes celestes
con un lirio de plata en los dedos ebúrneos.
Llevadme adonde vive la luz, esa doncella
de sien florida, torso fértil, senos desnudos,
que vierte de sus manos, bajo la flor del alba,
el rocío que alivia las entrañas del mundo.
Claros sueños nacidos de la bruma terrestre
que subís, en las horas del silencio nocturno,
hasta el rostro velado de los hombres, ya quietos
tras la cálida angustia de un lejano crepúsculo.
Refrescadme las sienes, aligerad la noche
que trastorna mi oído con su lenguaje absurdo,
en tanto que en la sombra, como en una cisterna,
caer la negra gota de las horas escucho.
Y haced que me levante ágil, contento, libre,
agitando en la luz, con el brazo robusto,
la bandera del día, como el Dios resurrexo
después de haber hendido la losa del sepulcro.
Rafael Maya
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