La poción mágica
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La poción mágica
La poción mágica
Una vez había un pueblo que poseía el don de la felicidad; allí nadie sufría; todo era como aquel Edén donde, según nos narra la Biblia, vivieron Adán y Eva. Sólo que en aquel pueblo no existía un Creador que vigilaba, sino que la felicidad dependía de cada habitante. Ninguno de ellos conocía la desventura, el dolor, la pesadumbre. Las personas morían, pero para ellos era la muerte un signo más de amor hacia la grandiosidad de haber vivido plenos de felicidad. Nadie se quejaba y las personas vivían muchos, pero muchos años. Como los demás humanos se enamoraban, se amaban, pero no se casaban.
El matrimonio, tal como lo conocemos nosotros no existía. El amor eterno se juraba de otra manera; nada de papeleos ni tampoco ceremonias. Ellos conocían que en otros pueblos esas costumbres existían y, a pesar de estos contratos firmados, sabían que todas las parejas no lograban la felicidad. En este pueblo se juraban amor de modo diferente, pues cada persona se entregaba de manera total sin malas intenciones ni perversidades, lo hacían de una manera pura y cristalina. El único rito que existía radicaba en beber una poción que preparaban de manera diferente para cada pareja. Los dos -potenciales parejas- se retiraban al campo y allí recibían de manera mental la fórmula mágica de la felicidad. No había manera de conocer cual era la fórmula, pues una vez preparada e ingerida, ambos la olvidaban para siempre. Se cuenta que de este olvido precisamente era donde radicaba la magia de la poción, y todos conocían que era imposible volver a prepararla.
Cerca de ellos existía otro pueblo, nada comparable con éste. Aquellos observaban la felicidad del pueblo vecino y habían intentado muchas veces conocer el secreto; pero todo había sido en vano, pues de aquel lado nadie les podía contar nada porque todos habían olvidado la fórmula de la felicidad de cada poción. Pero sucedió un día que un gran sabio, vecino del pueblo de la felicidad eterna, se adentró en aquella comunidad y comenzó a galantear a una viuda, logrando que aquella creyera en el amor desinteresado que el sabio le rendía. Este, preñado de malicia, le pidió ir al campo para recibir la poción de la felicidad. Así lo hicieron y se marcharon para contraer la unión. Fueron cuarenta días con sus noches esperado la iluminación de la fórmula, pero ésta no se presentaba. La viuda no entendía el por qué, pero el sabio sabía que todo era su culpa, pues quería grabar la fórmula mediante un instrumento inventado por él y que la viuda no conocía.
El sabio se dijo para sí: Creo que esta la perdí, pues la viuda nunca me comunicará la fórmula, mejor me invento una y así la engaño. De tal manera le dijo: ¡Alégrate mujer, pues he recibido la fórmula! A lo que ella le respondió que debía transmitírsela mentalmente y nunca mencionarla de palabra. Ante tal afirmación el sabio se quedó estupefacto pues no dominaba la trasmisión del pensamiento. La viuda esperó pero nada acontecía, por lo que le dijo al sabio; ¿Qué esperas? Únete a mí mediante la fórmula que recibiste. Pero él le contestó: No te puedo engañar, tengo que decirte la verdad, y de inmediato le comunicó sus malas intenciones. En es mismo momento sucedió lo que estaban esperando, la fórmula secreta se les reveló, y como solía suceder ambos la olvidaron y pudieron vivir en gran felicidad. La felicidad de este pueblo consistía en la sinceridad y claridad de sentimientos; donde sus corazones eran incapaces de malicias ni desamores. Al enterarse en el pueblo del sabio de lo acontecido, nombraron una comisión que se entrevistara con él para conocer los pormenores del asunto, y ya reunidos le dijeron: Tú eres parte importante de nuestro pueblo, además tu sabiduría debió haber liberado el acertijo de la eterna felicidad; a lo que el sabio le contestó: Efectivamente me fue revelada la fórmula, pero aunque les parezca extraño la he olvidado por completo y aunque lo crean insólito, no deseo hacer ninguna esfuerzo por recordarla. Pero, sí he aprendido que el problema de ustedes no consiste en el rito matrimonial, ni el papeleo oficial que tienen que realizar; la dificultad está en la inconsistencia de sus sentimientos y en la falta de pureza de su corazón.
Esto es lo único que les puedo decir, porque es lo que he aprendido de esta experiencia y feliz incursión. Sean sinceros y la felicidad será en ustedes como una poción mágica cuya fórmula les será revelada sin ningún costo. Todo es en ti como cuando viniste al mundo, pero perdiste la inocencia, traducida ésta como el don que tiene el hombre para ser feliz.
La felicidad no es una meta, sino un camino. FIN
Theo Corona
Una vez había un pueblo que poseía el don de la felicidad; allí nadie sufría; todo era como aquel Edén donde, según nos narra la Biblia, vivieron Adán y Eva. Sólo que en aquel pueblo no existía un Creador que vigilaba, sino que la felicidad dependía de cada habitante. Ninguno de ellos conocía la desventura, el dolor, la pesadumbre. Las personas morían, pero para ellos era la muerte un signo más de amor hacia la grandiosidad de haber vivido plenos de felicidad. Nadie se quejaba y las personas vivían muchos, pero muchos años. Como los demás humanos se enamoraban, se amaban, pero no se casaban.
El matrimonio, tal como lo conocemos nosotros no existía. El amor eterno se juraba de otra manera; nada de papeleos ni tampoco ceremonias. Ellos conocían que en otros pueblos esas costumbres existían y, a pesar de estos contratos firmados, sabían que todas las parejas no lograban la felicidad. En este pueblo se juraban amor de modo diferente, pues cada persona se entregaba de manera total sin malas intenciones ni perversidades, lo hacían de una manera pura y cristalina. El único rito que existía radicaba en beber una poción que preparaban de manera diferente para cada pareja. Los dos -potenciales parejas- se retiraban al campo y allí recibían de manera mental la fórmula mágica de la felicidad. No había manera de conocer cual era la fórmula, pues una vez preparada e ingerida, ambos la olvidaban para siempre. Se cuenta que de este olvido precisamente era donde radicaba la magia de la poción, y todos conocían que era imposible volver a prepararla.
Cerca de ellos existía otro pueblo, nada comparable con éste. Aquellos observaban la felicidad del pueblo vecino y habían intentado muchas veces conocer el secreto; pero todo había sido en vano, pues de aquel lado nadie les podía contar nada porque todos habían olvidado la fórmula de la felicidad de cada poción. Pero sucedió un día que un gran sabio, vecino del pueblo de la felicidad eterna, se adentró en aquella comunidad y comenzó a galantear a una viuda, logrando que aquella creyera en el amor desinteresado que el sabio le rendía. Este, preñado de malicia, le pidió ir al campo para recibir la poción de la felicidad. Así lo hicieron y se marcharon para contraer la unión. Fueron cuarenta días con sus noches esperado la iluminación de la fórmula, pero ésta no se presentaba. La viuda no entendía el por qué, pero el sabio sabía que todo era su culpa, pues quería grabar la fórmula mediante un instrumento inventado por él y que la viuda no conocía.
El sabio se dijo para sí: Creo que esta la perdí, pues la viuda nunca me comunicará la fórmula, mejor me invento una y así la engaño. De tal manera le dijo: ¡Alégrate mujer, pues he recibido la fórmula! A lo que ella le respondió que debía transmitírsela mentalmente y nunca mencionarla de palabra. Ante tal afirmación el sabio se quedó estupefacto pues no dominaba la trasmisión del pensamiento. La viuda esperó pero nada acontecía, por lo que le dijo al sabio; ¿Qué esperas? Únete a mí mediante la fórmula que recibiste. Pero él le contestó: No te puedo engañar, tengo que decirte la verdad, y de inmediato le comunicó sus malas intenciones. En es mismo momento sucedió lo que estaban esperando, la fórmula secreta se les reveló, y como solía suceder ambos la olvidaron y pudieron vivir en gran felicidad. La felicidad de este pueblo consistía en la sinceridad y claridad de sentimientos; donde sus corazones eran incapaces de malicias ni desamores. Al enterarse en el pueblo del sabio de lo acontecido, nombraron una comisión que se entrevistara con él para conocer los pormenores del asunto, y ya reunidos le dijeron: Tú eres parte importante de nuestro pueblo, además tu sabiduría debió haber liberado el acertijo de la eterna felicidad; a lo que el sabio le contestó: Efectivamente me fue revelada la fórmula, pero aunque les parezca extraño la he olvidado por completo y aunque lo crean insólito, no deseo hacer ninguna esfuerzo por recordarla. Pero, sí he aprendido que el problema de ustedes no consiste en el rito matrimonial, ni el papeleo oficial que tienen que realizar; la dificultad está en la inconsistencia de sus sentimientos y en la falta de pureza de su corazón.
Esto es lo único que les puedo decir, porque es lo que he aprendido de esta experiencia y feliz incursión. Sean sinceros y la felicidad será en ustedes como una poción mágica cuya fórmula les será revelada sin ningún costo. Todo es en ti como cuando viniste al mundo, pero perdiste la inocencia, traducida ésta como el don que tiene el hombre para ser feliz.
La felicidad no es una meta, sino un camino. FIN
Theo Corona
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