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EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA :: Poemas Religiosos :: Testimonios Religiosos-Pensamientos-Salmos-Probervios-Pasajes Bíblicos
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Al iniciar ese recorrido fascinante por el mundo de la Palabra de Dios, de la Vida, Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús; de su presencia comprometida con el Plan de Salvación, de redención del hombre; cuando nos abocamos a un conocimiento y práctica más íntimo de los Sacramentos; cuando tratamos de manera filial, fina y amorosa a la Madre de Dios y madre nuestra, la Santísima Virgen María; nos colma ese conocimiento y satisfacción definitiva, de que somos sacramentalmente, por medio del Bautismo, hijos predilectos de Dios mismo. Cuando esto y otras cosas se suceden en nuestra vida, es cuando nos percatamos que somos escogidos, apartados para lo bueno, pedidos para el trabajo por el Reino y que podemos, en definitiva, lograr la santidad. Pero, sin embargo, se nos exige trasparencia en el entendiendo y comprensión de las Sagradas Escritura, la tradición de la Iglesia, y la siempre y constante búsqueda de la diversidad y pluralidad de la evangelización, de la nueva evangelización pedida por el beato Juan Pablo II, quien nos advierte, no obstante, al comentar el Concilio Vaticano II que "...ante un falso concepto de autonomía de las realidades terrenas: el que considera que..." "las cosas creadas no dependen de Dios y que el hombre puede utilizarlas sin hacer referencia al Creador" (GS, 36) "De cara al hombre -continuo citando al Beato Juan Pablo II, El Resplandor de la Verdad- semejante concepto de autonomía produce efectos particularmente perjudiciales, asumiendo en última instancia un carácter ateo: "Pues sin el Creador la criatura se diluye...Además, por el olvido de Dios la criatura misma queda oscurecida" (GS, 36) Ya sobre este particular San Pablo dirigiéndose, en este caso a Timoteo, fue exigente al indicarle de la siguiente manera sobre los falsos maestros: "Al partir para Macedonia te rogué que te detuvieras en Efeso; debías advertir a algunos que no cambiaran la doctrina ni se metieran en leyendas y recuentos interminables de ángeles. Esas cosas alimentan discusiones, pero no sirven para la obra de Dios, que es cuestión de fe." Para luego dejarnos como conclusión que: "El fin de nuestra predicación es al amor que procede de una mente limpia, de una conciencia recta y de una fe sincera. Por haberse apartado de esta línea algunos se han enredado en palabrerías inútiles. Pretenden ser maestros de la Ley, cuando en realidad no entienden lo que dicen ni de lo que hablan con tanta seguridad" (Pablo I a Tim. 1- 7) Es por lo que con todo cuidado e intención debemos acudir a una lectura diáfana que nos entregue esa verdad que San Pablo dice debe proceder "de una mente limpia, de una conciencia recta y de una fe sincera" Esa correspondencia nuestra la debemos valorizar en la trasparecía con que tratemos los asuntos del mundo, sin dejarnos fascinar por quienes dicen que todo puede ser válido porque "así lo quiere y ha dispuestos Dios, ya que nada se mueve sin su autoridad" Esta conseja que se adueña de una verdad de nuestro Creador, es manipulada para justificar acciones humanas reñidas con lo más elemental de nuestra doctrina moral y cristiana. Creo, y solicitó el auxilio de Nuestro Señor Jesucristo para que nos mantengamos en esa línea, que tenemos en los Evangelios, primero, y luego en al CIC, la dupla que nos permite un amplio fundamento trasparente de nuestra fe. Sabemos que todo nuestro accionar tiene que estar rubricado por la fe, y así nos lo hace saber el CIC "2087 –"Nuestra vida moral tiene su fuente en la fe, en Dios que nos revela su amor. San Pablo habla de la "obediencia de la fe" (Rm 1, 5; 16, 26) como de la primera obligación. Hace ver en el "desconocimiento de Dios" el principio y la explicación de todas las desviaciones morales (cf Rm 1, 18-32). Nuestro deber para con Dios es creer en Él y dar testimonio de Él"
Nuestro amor deviene de Dios y a Él hemos de amar sobre todas las cosas, rechazando de plano toda inclinación humana hacia el pecado de la "adoración" de falsos dioses. Nosotros estamos en la obligación de asumir ese conocimiento pleno de Dios que ya se nos ha dado, es decir, no tenemos excusas para caer en la negación del único y verdadero Dios de todos los hombres. Es el primer mandamiento del "decálogo" que nos conduce hacia la esperanza que junto a la caridad representa el trípode necesario que sostiene nuestra relación con Dios. Estamos allí ungidos por el Espíritu Santo, desde el bautismo, que nos permite la vivencia de la esperanza en Dios que fortalece esa aspiración divina de la salvación, y por ende, de la santidad. Sabemos, por tanto, que todo lo esperamos de Dios, de Cristo nuestro Salvador y en el amor de la siempre Virgen María. No debe existir para el cristiano la desesperación, ejemplos que nos dan el CIC, y la presunción de que por nuestras propias fuerzas hemos de encontrar la salvación. Sabemos que requerimos de la gracia santificante, la Misericordia de Dios que se hace patente cuando somos perdonados en el Sacramente de la Penitencia. Sabemos, por otra parte y debemos estar conscientes de ello, el alto precio pagado por Nuestro Señor Jesucristo para nuestra salvación, sería, por decir lo menos, una ingratitud, además de una locura añado, el perdernos la vida eterna al lado de nuestro Creador. Ese es el primer acto de caridad de todo cristiano, trasmitido con amor puro como pide San Pablo: en "...mente limpia..., conciencia recta y... fe sincera" "No todos pueden llegar a ser ricos, sabios, famosos...En cambio, todos –sí "todos"- estamos llamados a ser santos. (San Josemaría Escrivá; Surco, 125)
Teodoro A. Corona
Al iniciar ese recorrido fascinante por el mundo de la Palabra de Dios, de la Vida, Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús; de su presencia comprometida con el Plan de Salvación, de redención del hombre; cuando nos abocamos a un conocimiento y práctica más íntimo de los Sacramentos; cuando tratamos de manera filial, fina y amorosa a la Madre de Dios y madre nuestra, la Santísima Virgen María; nos colma ese conocimiento y satisfacción definitiva, de que somos sacramentalmente, por medio del Bautismo, hijos predilectos de Dios mismo. Cuando esto y otras cosas se suceden en nuestra vida, es cuando nos percatamos que somos escogidos, apartados para lo bueno, pedidos para el trabajo por el Reino y que podemos, en definitiva, lograr la santidad. Pero, sin embargo, se nos exige trasparencia en el entendiendo y comprensión de las Sagradas Escritura, la tradición de la Iglesia, y la siempre y constante búsqueda de la diversidad y pluralidad de la evangelización, de la nueva evangelización pedida por el beato Juan Pablo II, quien nos advierte, no obstante, al comentar el Concilio Vaticano II que "...ante un falso concepto de autonomía de las realidades terrenas: el que considera que..." "las cosas creadas no dependen de Dios y que el hombre puede utilizarlas sin hacer referencia al Creador" (GS, 36) "De cara al hombre -continuo citando al Beato Juan Pablo II, El Resplandor de la Verdad- semejante concepto de autonomía produce efectos particularmente perjudiciales, asumiendo en última instancia un carácter ateo: "Pues sin el Creador la criatura se diluye...Además, por el olvido de Dios la criatura misma queda oscurecida" (GS, 36) Ya sobre este particular San Pablo dirigiéndose, en este caso a Timoteo, fue exigente al indicarle de la siguiente manera sobre los falsos maestros: "Al partir para Macedonia te rogué que te detuvieras en Efeso; debías advertir a algunos que no cambiaran la doctrina ni se metieran en leyendas y recuentos interminables de ángeles. Esas cosas alimentan discusiones, pero no sirven para la obra de Dios, que es cuestión de fe." Para luego dejarnos como conclusión que: "El fin de nuestra predicación es al amor que procede de una mente limpia, de una conciencia recta y de una fe sincera. Por haberse apartado de esta línea algunos se han enredado en palabrerías inútiles. Pretenden ser maestros de la Ley, cuando en realidad no entienden lo que dicen ni de lo que hablan con tanta seguridad" (Pablo I a Tim. 1- 7) Es por lo que con todo cuidado e intención debemos acudir a una lectura diáfana que nos entregue esa verdad que San Pablo dice debe proceder "de una mente limpia, de una conciencia recta y de una fe sincera" Esa correspondencia nuestra la debemos valorizar en la trasparecía con que tratemos los asuntos del mundo, sin dejarnos fascinar por quienes dicen que todo puede ser válido porque "así lo quiere y ha dispuestos Dios, ya que nada se mueve sin su autoridad" Esta conseja que se adueña de una verdad de nuestro Creador, es manipulada para justificar acciones humanas reñidas con lo más elemental de nuestra doctrina moral y cristiana. Creo, y solicitó el auxilio de Nuestro Señor Jesucristo para que nos mantengamos en esa línea, que tenemos en los Evangelios, primero, y luego en al CIC, la dupla que nos permite un amplio fundamento trasparente de nuestra fe. Sabemos que todo nuestro accionar tiene que estar rubricado por la fe, y así nos lo hace saber el CIC "2087 –"Nuestra vida moral tiene su fuente en la fe, en Dios que nos revela su amor. San Pablo habla de la "obediencia de la fe" (Rm 1, 5; 16, 26) como de la primera obligación. Hace ver en el "desconocimiento de Dios" el principio y la explicación de todas las desviaciones morales (cf Rm 1, 18-32). Nuestro deber para con Dios es creer en Él y dar testimonio de Él"
Nuestro amor deviene de Dios y a Él hemos de amar sobre todas las cosas, rechazando de plano toda inclinación humana hacia el pecado de la "adoración" de falsos dioses. Nosotros estamos en la obligación de asumir ese conocimiento pleno de Dios que ya se nos ha dado, es decir, no tenemos excusas para caer en la negación del único y verdadero Dios de todos los hombres. Es el primer mandamiento del "decálogo" que nos conduce hacia la esperanza que junto a la caridad representa el trípode necesario que sostiene nuestra relación con Dios. Estamos allí ungidos por el Espíritu Santo, desde el bautismo, que nos permite la vivencia de la esperanza en Dios que fortalece esa aspiración divina de la salvación, y por ende, de la santidad. Sabemos, por tanto, que todo lo esperamos de Dios, de Cristo nuestro Salvador y en el amor de la siempre Virgen María. No debe existir para el cristiano la desesperación, ejemplos que nos dan el CIC, y la presunción de que por nuestras propias fuerzas hemos de encontrar la salvación. Sabemos que requerimos de la gracia santificante, la Misericordia de Dios que se hace patente cuando somos perdonados en el Sacramente de la Penitencia. Sabemos, por otra parte y debemos estar conscientes de ello, el alto precio pagado por Nuestro Señor Jesucristo para nuestra salvación, sería, por decir lo menos, una ingratitud, además de una locura añado, el perdernos la vida eterna al lado de nuestro Creador. Ese es el primer acto de caridad de todo cristiano, trasmitido con amor puro como pide San Pablo: en "...mente limpia..., conciencia recta y... fe sincera" "No todos pueden llegar a ser ricos, sabios, famosos...En cambio, todos –sí "todos"- estamos llamados a ser santos. (San Josemaría Escrivá; Surco, 125)
Teodoro A. Corona
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"El amor es la razón del corazón"
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