Cenizas
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Cenizas
Cenizas
Aquel nostálgico domingo, el sol ardía en la piel y en las entrañas.
Sara, recostada bajo el frondoso árbol, protegida por su sombra, veía danzar las letras de su viejo libro deshojado, sin entender, ni poder descifrar una sola frase...no estaba allí.
Muy cercano a ella, casi se podía percibir el olor a muerte. Su padre, o mejor dicho, las cenizas de su padre, se acumulaban en una esquina de la ligustrina que hacía las veces de pared al pequeño mausoleo de la imagen que ilustraba a una virgen, realizada con mosaicos; su rostro parecía vivo, como mirando y escudriñándolo todo. Más que compasiva, parecía juzgar a cada persona que se le acercaba a ofrendarle una oración o suplicarle un favor. Ella no le pedía nada. No podía dejar en manos de una simple imagen, una decisión tan difícil como la que debía tomar.
Su padre, había sido un hombre bello, inteligente, conflictivo y de un espíritu libre y transgresor. Sara se recordaba admirándolo desde su escasa estatura de niña y en sus ojos se reflejaba un Superhéroe de historietas. Así eligió recordarlo, no lo fue, no supo cuidarla; ella sospechaba que ni siquiera la quería, pero eso hacía que se aferrara más a esa figura esquiva y fascinante.
Sacudiendo su cabeza, como si con eso pudiese ordenar sus pensamientos, desistió de la lectura, tratando de recordar la página donde había perdido el hilo...cerró el libro. 127 pensaba...127…127. Se acercó, besó sus dedos y depositó el beso en el vestido de la increpante virgen. Casi como un ritual.
En el momento que había decidido que los restos de su padre reposaran allí, en ese, su parque, supo que pasaría mucho tiempo con el. Después de todo el le había legado el gusto por la lectura respirando en el aire el olor de sus verdes céspedes, ahora plagados de cenizas…simbólicas piezas, partes del rompecabezas que supo ser.
Ella, creía que su espíritu vagaba feliz por ese lugar donde el había pasado gran parte de su vida...su niñez de pelota de trapo, sus amores adolescentes, sus mañanas encubiertas en las que supuestamente buscaba trabajo y su madurez errante, cuando ya nada lo podía conectar con la realidad...se fue antes de irse, no estaba en su interior. La pérdida de su esposa, lo había devastado. Y mientras ella, agonizante, le pedía que cuidara a Sara, el no la oía. Solo pensaba en su propio dolor. Nada era igual desde entonces…solo andaba donde lo llevaban sus pies, como vagabundo que nada espera ya de la vida, bebiendo lo que le caía en sus manos toscas y huesudas , que en otros tiempos fuertes y varoniles, le negaron una caricia…una muestra de algo, aunque mas no fuera de aprobación.
Luego, cansado y cargando con el peso de sus años, que no eran tantos, sino pocos, pero mal vividos..la buscaba, quería enmendar en parte la gran ausencia que causó en su vida, cantándole algún tango con su voz de arena y miel, desde la ventana de su cuarto.
Sara lo amaba, con un amor mezcla de admiración y lástima. Siempre supo que su vida carecía de esperanza…un mal lo azotaba, devastandolo,
sumiéndolo en una adicción de la que ya no podía deshacerse…esa, que lo ayudaba una vez mas a permanecer aquí sin ser, huyendo de si mismo,
sin siquiera pensar que ella lo necesitaba, tanto como al mismo aire para respirar.
El sobrevivía en la inconsciencia de no saber que pasaba fuera de su mundo irracional, de figuras disfrazadas de dioses y de dioses que querían ser hombres. Así lo describía. Imágenes que se reflejaban en su retina, dibujadas con palabras y flashes que su mente aturdida le trazaba...luego dormía. Dormía… cómo quien le pide a la muerte un pequeño anticipo.
Sara, perdida en sus recuerdos, sumida en sus vagos pensamientos, vio su figura reflejada en el camino del parque y notó que su sombra estaba acompañada ..sus ojos se iluminaban con las luces que se iban encendiendo una a una…caía la noche y rumiando en su memoria..Caminaba sin prisa hacia un futuro incierto, un horizonte lejano, al que no creía poder llegar.
Despertó en su cuarto, no recordaba como llegó allí. Los rayos de un sol radiante se escabullían por su ventana, iluminando sus negros cabellos, obligándola a abrir sus ojos, que no querían amanecer. Todavía, con el vago recuerdo de un raro sueño, que fue haciéndose mas claro con el transcurrir de los minutos que tardó en reincorporarse…retomando el aliento y sintiendo como los latidos de su corazón la acariciaban desde su interior. Entonces, pudo recordarlo claramente, en su sueño, el superhéroe de sus historietas, que con voz impaciente le decía…127 Sara, 127! En sus manos extendidas un libro abierto… y en las siguientes páginas un blanco similar a la palidez de su rostro. El viento jugaba entre las hojas de aquel libro, como invitándola a continuar escribiendo...
Soledad Suarez
Aquel nostálgico domingo, el sol ardía en la piel y en las entrañas.
Sara, recostada bajo el frondoso árbol, protegida por su sombra, veía danzar las letras de su viejo libro deshojado, sin entender, ni poder descifrar una sola frase...no estaba allí.
Muy cercano a ella, casi se podía percibir el olor a muerte. Su padre, o mejor dicho, las cenizas de su padre, se acumulaban en una esquina de la ligustrina que hacía las veces de pared al pequeño mausoleo de la imagen que ilustraba a una virgen, realizada con mosaicos; su rostro parecía vivo, como mirando y escudriñándolo todo. Más que compasiva, parecía juzgar a cada persona que se le acercaba a ofrendarle una oración o suplicarle un favor. Ella no le pedía nada. No podía dejar en manos de una simple imagen, una decisión tan difícil como la que debía tomar.
Su padre, había sido un hombre bello, inteligente, conflictivo y de un espíritu libre y transgresor. Sara se recordaba admirándolo desde su escasa estatura de niña y en sus ojos se reflejaba un Superhéroe de historietas. Así eligió recordarlo, no lo fue, no supo cuidarla; ella sospechaba que ni siquiera la quería, pero eso hacía que se aferrara más a esa figura esquiva y fascinante.
Sacudiendo su cabeza, como si con eso pudiese ordenar sus pensamientos, desistió de la lectura, tratando de recordar la página donde había perdido el hilo...cerró el libro. 127 pensaba...127…127. Se acercó, besó sus dedos y depositó el beso en el vestido de la increpante virgen. Casi como un ritual.
En el momento que había decidido que los restos de su padre reposaran allí, en ese, su parque, supo que pasaría mucho tiempo con el. Después de todo el le había legado el gusto por la lectura respirando en el aire el olor de sus verdes céspedes, ahora plagados de cenizas…simbólicas piezas, partes del rompecabezas que supo ser.
Ella, creía que su espíritu vagaba feliz por ese lugar donde el había pasado gran parte de su vida...su niñez de pelota de trapo, sus amores adolescentes, sus mañanas encubiertas en las que supuestamente buscaba trabajo y su madurez errante, cuando ya nada lo podía conectar con la realidad...se fue antes de irse, no estaba en su interior. La pérdida de su esposa, lo había devastado. Y mientras ella, agonizante, le pedía que cuidara a Sara, el no la oía. Solo pensaba en su propio dolor. Nada era igual desde entonces…solo andaba donde lo llevaban sus pies, como vagabundo que nada espera ya de la vida, bebiendo lo que le caía en sus manos toscas y huesudas , que en otros tiempos fuertes y varoniles, le negaron una caricia…una muestra de algo, aunque mas no fuera de aprobación.
Luego, cansado y cargando con el peso de sus años, que no eran tantos, sino pocos, pero mal vividos..la buscaba, quería enmendar en parte la gran ausencia que causó en su vida, cantándole algún tango con su voz de arena y miel, desde la ventana de su cuarto.
Sara lo amaba, con un amor mezcla de admiración y lástima. Siempre supo que su vida carecía de esperanza…un mal lo azotaba, devastandolo,
sumiéndolo en una adicción de la que ya no podía deshacerse…esa, que lo ayudaba una vez mas a permanecer aquí sin ser, huyendo de si mismo,
sin siquiera pensar que ella lo necesitaba, tanto como al mismo aire para respirar.
El sobrevivía en la inconsciencia de no saber que pasaba fuera de su mundo irracional, de figuras disfrazadas de dioses y de dioses que querían ser hombres. Así lo describía. Imágenes que se reflejaban en su retina, dibujadas con palabras y flashes que su mente aturdida le trazaba...luego dormía. Dormía… cómo quien le pide a la muerte un pequeño anticipo.
Sara, perdida en sus recuerdos, sumida en sus vagos pensamientos, vio su figura reflejada en el camino del parque y notó que su sombra estaba acompañada ..sus ojos se iluminaban con las luces que se iban encendiendo una a una…caía la noche y rumiando en su memoria..Caminaba sin prisa hacia un futuro incierto, un horizonte lejano, al que no creía poder llegar.
Despertó en su cuarto, no recordaba como llegó allí. Los rayos de un sol radiante se escabullían por su ventana, iluminando sus negros cabellos, obligándola a abrir sus ojos, que no querían amanecer. Todavía, con el vago recuerdo de un raro sueño, que fue haciéndose mas claro con el transcurrir de los minutos que tardó en reincorporarse…retomando el aliento y sintiendo como los latidos de su corazón la acariciaban desde su interior. Entonces, pudo recordarlo claramente, en su sueño, el superhéroe de sus historietas, que con voz impaciente le decía…127 Sara, 127! En sus manos extendidas un libro abierto… y en las siguientes páginas un blanco similar a la palidez de su rostro. El viento jugaba entre las hojas de aquel libro, como invitándola a continuar escribiendo...
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