EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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La Sachamama, madre tierra

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La Sachamama, madre tierra Empty La Sachamama, madre tierra

Mensaje por clarita Lun Mayo 29, 2023 8:29 pm

La Sachamama, madre tierra Sacham10

La Sachamama, según cuentan los lugareños, es una deidad selvática cuyo nombre se traduce como “Madre Tierra”.


Esta diosa es una gigantesca boa de tierra, que vive desde hace siglos en las profundidades de la selva, casi siempre en letargo. Los caucheros y mitayeros han tropezado muchas veces con ella, y aquellos que no han sido devorados nos han dejado muchos relatos sobre su existencia.

Cuenta la leyenda que la Sachamama posee un gran poder de atracción que, juntamente con la capacidad de hipnotizar con sus enormes ojos brillantes, hacen que cualquier criatura viva que pase en frente de ella caiga en su encantamiento, y voluntariamente, ingrese a la oscuridad de sus fauces que siempre están abiertas.

Es así que antiguamente en los pueblos de la selva, la caza fue una actividad común en que hombres experimentados ingresaban a las profundidades de ella en busca de presas, como venados, chanchos salvajes, entre otros.

Un día, uno de estos cazadores se adentró en la selva en busca de una buena caza, pero parecía que la suerte no estaba de su lado, pues ya llevaba una semana y no había conseguido cazar absolutamente nada.

Sin perder la fe, se adentró todavía más en la selva, cuando de repente el caótico clima se descompuso y comenzó a llover.

Descontento por su suerte, se apuró en buscar un refugio entre los árboles y en la oscuridad, hasta que encontró un viejo árbol caído de gran tamaño, cubierto de musgo, que atravesaba de palmo a palmo su ruta.

La experiencia del cazador le hizo saber que aquél era el lugar perfecto para levantar un tambo o choza temporal, hecha de ramas y hojas anchas, para protegerse de la precipitación, que ya era todo un aguacero.

Para esto usó el lado del tronco como pared, y armó el resto del tambo cuidando dejar suficiente espacio para su equipo y una fogata.

Cuando terminó de construir el lugar provisional, acomodó sus cosas y clavó el machete en el árbol caído, pero entonces un inesperado temblor remeció la selva, desarmando el tambo y haciendo que todo se cayera al suelo.

El pobre cazador, se pasó toda la noche volviendo a construir el refugio, hasta que en el amanecer el clima mejoró y le permitió descansar.

Para esto prendió una fogata que le ayudaría a calentarse y preparar sus raciones, que ya en ese momento le eran escasas.

La fogata ya había agarrado calor y se habían calentado las piedras y el tronco que le rodeaban. Por un momento el cazador se encontraba disfrutando de la calidez, cuando un nuevo temblor sacudió la selva destruyendo lo poco que había levantado del tambo, y removiendo la tierra hasta apagar el fuego.

El cazador estaba tan desconcertado por toda la mala suerte que le estaba tocando en esa semana, que desistió levantar de nuevo el refugio y sólo descansó esperando la mañana para proseguir su actividad, consternado por el extraño movimiento telúrico nada común en la selva.

Y es así que la curiosidad nacida de la vagancia, juntamente con la espera, recayó sobre el árbol en el cual se recostaba.

Primero empezó mirando distraído los dos extremos del tronco que se perdían en la espesura, pues quería saber que tan grande era el largo del árbol, ya que su diámetro le parecía extremadamente grande.

Siguió observando hacia uno de los lados, entrando entre los arbustos, y se dio cuenta que se dirigía hacia la que había sido la parte superior del árbol, pues el diámetro iba disminuyendo haciendo más delgado el tronco.

Al llegar al final, si hubieran visto la cara desencajada del cazador, pensarían que su fin se hallaba cerca.

Y es que colinas de huesos se levantaban por doquier en un claro gigante de la selva. Los huesos más recientes eran los que se encontraban cerca al cazador, mientras que los más lejanos podrían compararse a fósiles muy antiguos ennegrecidos por el tiempo.

El horror en el cazador iba en aumento al ordenar sus ideas, cuando su atención se puso en el que hasta el momento era, a toda prueba, un tronco viejo de árbol caído.

Con una mezcla de miedo, horror y letal curiosidad se dirigió hacia el otro extremo, pasando por su refugio y volviendo a ingresar entre los arbustos.

Sacando un cálculo aproximado, pensó que era un árbol de unos 60 metros de longitud, con un diámetro que se hacía cada vez más grande conforme avanzaba.

De repente, al llegar casi al final del otro lado del árbol, una nueva distracción ocupó su mente.

Era un venado que estaba en un claro, justo donde terminaba la base del tronco.

Por un momento olvidó todo lo que había visto y su sabiduría de cazador le avisó que si no aprovechaba ese momento no llevaría nada a casa.

Sin embargo, algo lo desconcertó, pues sabía que a la distancia donde él se encontraba y sin arbustos ocultándolo, ya había sido divisado por el venado y, a pesar de esto, éste le miraba fijamente y no parecía temerle.

Aun apuntándole con la escopeta, el desconcierto se hizo todavía mayor cuando el venado se dirigió hacia él cambiando de dirección unos pasos antes para ir directo a la base del árbol, hasta desaparecer de la vista del cazador.

De pronto,  una sombra de miedo creció dentro de él, haciéndose cada segundo más grande conforme las ideas anteriores volvían a ocupar su lugar, y también la letal curiosidad había vuelto.

En sólo un segundo supo que de cualquier lugar en el mundo estaba en el peor, cuando reconoció una gigantesca cabeza de serpiente con la mandíbula abierta, unos ojos que soltaban un brillo frío, unos cuernos pequeños en su cabeza sobre los ojos, que según los conocedores les crece a algunas serpientes cuando alcanzan la vejez, haciendo que la vista se vuelva irreal y demoniaca.

Y es que cualquier animal u hombre que, por ignorancia o descuido pasara por su delante, sería caso perdido, pues habría caído en el campo imantado de la Sachamama, atraído por sus encantos hacia su poderosa mandíbula, para luego ser triturado y tragado.

En este instante, el cazador se percató que unos pasos más lo hubieran convertido en una pila de huesos al otro lado del lugar.

Es así como, lo más rápido que pudo, retrocedió y en estado de shock se dirigió a su refugio, cogió sus cojas y caminando como un autómata se dirigió camino a su pueblo.

Comprendió pues que la suerte sí estuvo de su lado 3 veces ese día.

La primero vez, cuando clavó el machete, la Sachamama se movió por el dolor, ya que al parecer atravesó su gruesa piel, pero el cazador no se fijó el aviso.

La segunda fue cuando el fuego molestó el costado de la serpiente, y tampoco aquí se dio cuenta de este aviso.

El tercer y último aviso, fue con el venado que, justo por pura suerte, estuvo presente antes que el cazador se dirigiera a la vista de la Sachamama.

Él mismo, cuando se recuperó, relató la historia a los lugareños, el cual se sumó a otros más que también habían tenido la suerte de vivir para contarlo.
clarita
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