EL COSTADO OSCURO DE LA AMBICIÓN
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EL COSTADO OSCURO DE LA AMBICIÓN
EL COSTADO OSCURO DE LA AMBICIÓN
El capitán Tiziano corre por las dunas del desierto como si lo persiguiera el diablo y en su desenfrenada carrera castiga a su caballo sin piedad.
El animal se despeña al saltar una trampa de arena y se desploma a pocos kilómetros de cruzar el límite que divide el desierto mexicano de Chihuahua con la frontera de los Estados Unidos.
El animal agoniza sobre la arena caliente y una bandada de buitres hambrientos sobrevuela en círculos presagiando la muerte del animal.
Al capitán no le importa la agonía de su caballo, para él la muerte del desdichado es tan sólo una nimiedad, ni siquiera gastará una bala para aliviar su sufrimiento. Como militar ha visto demasiadas muertes para compadecerse por aquello que ya no le es útil a sus propios intereses y el haber salido ileso de la caída no es un paliativo, al contrario, lo pone más cerca de la tragedia que cambiará el rumbo de su destino.
Tiziano mira con desprecio al animal, sus facciones de hombre rudo parecen un bloque de músculos sin emoción. El caballo exhala su último suspiro de vida y Tiziano solo atina a levantar su mochila para retomar la huida.
El desierto mexicano lo ha castigado en demasía, hasta se ha cobrado su propia venganza, pero el hombre se cree omnipotente y sigue adelante como si nada hubiese ocurrido.
Caminar por el desierto sin agua es un riesgo, la rueda de la muerte no mide distancias, pero Tiziano fue entrenado para esa faena y cree que puede ganarle a quien se interponga en su camino, así sea la muerte.
Al hombre solo le interesa el dinero robado, vendió su alma al diablo para que así sea. Está convencido que se ganó el derecho de disfrutar lo que ya le pertenece.
El haberse apoderado de seis millones de dólares fue la mejor hazaña de su carrera. Jamás en su vida tuvo tantos billetes en su poder y el sentir que su destino puede dar un giro de ciento ochenta grados, le genera la adrenalina necesaria para sentirse invencible.
Por desgracia no todo es perfecto, su estado físico le está jugando en contra, pero así tenga que arrastrarse, él no abandonará el dinero.
El clima del desierto y la deshidratación lo están minando de a poco.
Su corazón late con más fuerza de lo habitual y el calor agobiante dificulta cada uno de sus movimientos.
Su respiración agitada es un síntoma de asfixia, el dolor punzante en el pecho es la antesala del infarto, su cuerpo está al borde del colapso, pero Tiziano no se da por aludido, ha escapado de peores situaciones y está convencido de que esta será una más.
Trata de escalar las dunas con la mochila sobre su espalda y ni siquiera la sensación del vértigo detiene su marcha. Su exceso de adrenalina lo mantiene con vida y prefiere morir antes que perder su tesoro.
Se propuso abandonar el desierto para perderse entre la muchedumbre que anhela cruzar la frontera. Todos pretenden llegar al río Bravo, pero él pretende llegar más allá.
Con suerte abordará el primer barco pesquero en cualquier muelle y no desembarcará hasta sentirse a salvo. Es un buen plan y el mejor pasaporte para cruzar la frontera.
Él siente que, en el país vecino, tiene una nueva oportunidad y esta vez no la desechará. Sé prometió empezar de cero y lo cumplirá. Enterrar todos sus pecados y su pasado en la milicia es el objetivo.
Ya no soporta vivir en la ilegalidad, ni tolera odios, ni actos de violencia; anhela cumplir sus sueños y cambiar su identidad es su máxima prioridad.
Como todo ser pragmático, asume su responsabilidad ante Dios. No tiene excusas, ni culpas que echar a otros; sabe que arruinó un futuro prometedor y es consciente de que es el único responsable de su desgracia. Su costado oscuro es su talón de Aquiles, su perdición y su mayor debilidad. Su devoción por el dinero, lo internó en el mundo nefasto del narcotráfico. La codicia fue la madre de su ambición y Tiziano ambicionaba tenerlo todo. Sin culpa desechó los valores morales que le inculcaron sus padres y se internó en el mundo de la corrupción.
El narcotráfico lo deslumbró; negoció con cualquier droga a su alcance y ,sin arrepentimiento, abrió todas las puertas de la inmoralidad. Todo iba muy bien en el negocio delictivo, hasta que se sintió el jefe y decidió independizarse.
El haberse asociado con distintos "Carteles de la droga "fue su mayor error y el haberlos traicionado fue su sentencia de muerte. Cometió la osadía de quedarse con el vuelto de un cargamento de cocaína y el escapar como un novato lo dejó en evidencia ante todos los frentes.
Su cabeza tiene un precio; no puede hacer nada para revertir su sentencia y el entregarse a la justicia sería la peor decisión. En la cárcel lo asesinaran o algún policía corrupto le pondría una bala en la cabeza, antes de llegar a un juicio justo.
Morir con seis millones de dólares en una mochila, es un insulto para Tiziano. Por eso ideó un plan y después de evaluar distintas opciones, lo único viable es esfumarse hasta que todo se olvide.
Los Carteles más peligrosos de México lo persiguen, la Interpol no se queda atrás y para la D.E.A se convirtió en el objetivo de captura principal.
Por suerte ha sabido burlar con éxito los controles militares más estrictos. Nadie se imaginaría que en plena tormenta huiría a caballo por el desierto; pero no siempre resulta lo planeado y ,a veces, queda algún cabo suelto. En el afán de despedirse de quien más amaba, cometió el error de revelar su ubicación. Ahora está convencido que es perseguido, por aquel que llamó y lo delató.
Su perseguidor es un cazador nato, y no le da tregua; es un joven aguerrido e impiadoso, así como él lo fue en su juventud. Tiziano siente orgullo de su avezado rastreador, pero no quiere lastimarlo y mucho menos confrontarlo. El muchacho es un excelente adversario, el alumno mejor moldeado, pero Tiziano prefiere huir como un cobarde, antes que asesinar a su propio hijo.
El hombre no puede creer que su vástago trabaje para la D.E.A, él jamás lo sospechó.
Su hijo no movió ni un solo musculo cuando Tiziano le confesó que huiría hacia los Estados Unidos. Ni siquiera se puso en evidencia cuando le contó sus planes. Pensó que compartirían el dinero y que éste sería su mejor aliado, pero se equivocó.
Tarde entendió que su hijo buscaba un ascenso en la D.E.A a costa de su desgracia.
Su propia sangre pretende capturarlo y Tiziano espera un milagro que le permita no ser atrapado por su primogénito.
Siempre lo ha favorecido la impunidad del azar y ruega que la suerte esté de su lado una vez más.
Le falta muy poco para salir de ese infierno, está demasiado cerca de la ribera, tanto como el barco pesquero que divisa a lo lejos y que pretende abordar. Agotado decide descansar para reponer fuerzas, pero al intentar incorporarse sus piernas no le responden. El barco se aleja y siente acalambrado el cuerpo. Está demasiado débil para seguir, pero no se rendirá, ni dejará la fortuna robada a merced de su perseguidor. El muchacho ya demostró de qué lado está y no dudará en entregarle el dinero a su jefe de la D.E.A.
La ambivalencia emocional lo llena de ira. Como padre se siente orgulloso de haber educado a su hijo con férreos valores morales, pero al mismo tiempo, siente la frustración de no haberle enseñado que la familia jamás se traiciona.
Tiziano padece el agotamiento en el cuerpo, se hunde en la arena caliente con cada paso que da y siente como si la mochila hubiese multiplicado su peso. Imposible caminar con un trasto tan pesado y mucho menos correr. Se da cuenta de que el acarrear tanto peso lo retrasará a riesgo de ser capturado. Considera injusto ser atrapado, después de haber atravesado todo el desierto.
Necesita recuperarse y se toma un pequeño descanso para analizar la situación. Después de meditarlo, toma la decisión de enterrar la mochila. Un frondoso cactus que está al costado de la duna es el lugar elegido. Arrastra la mochila y con mucho esfuerzo consigue enterrarla, pero no termina el trabajo. Decide suspender todo cuando se da cuenta de que no está solo.
Un muchachote lo saluda a pocos metros y, en un acto reflejo, Tiziano palpa su arma. El muchachote corre a su encuentro, le extiende la mano en forma amistosa, saca su cantimplora y le ofrece agua.
Tiziano bebe el líquido preciado, como si fuera la primera vez, como si jamás hubiese bebido agua.
El muchachote le ofrece otra cantimplora y lo ayuda a levantarse. Tiziano le agradece el gesto y el grandote, con una amplia sonrisa, le preguntó.
- No quiero ser curioso, pero... ¿Qué hace en este infierno con semejante calor?
-Espero a mi familia para cruzar el río. ¿Y usted?
-Yo espero al tipejo que prometió llevarme a la frontera.
-Ah, al coyote.
-Ese mismo. ¡Creo que ese mal nacido me estafó!
- No es novedad, casi siempre lo hace.
- ¿Lo conoce? Hace horas que lo busco. Creí que era usted, pero cuando lo vi tirado, me di cuenta que necesitaba ayuda.
- No lo conozco, pero lo acabo de ver. Hace diez minutos que paso por aquí, con un grupo de paisanos -. Mintió Tiziano, mientras miraba de reojo como el viento descorría la arena y dejaba expuesta la mitad de la mochila.
- ¡Maldita suerte! – gritó el muchachote.
-Por el Norte hay un atajo que llega hacia el río.
-¡Se supone que ese hijo de la chingada me debía esperar! -. Gritó el muchachote con rabia.
-Yo que usted no pierdo más el tiempo y trato de alcanzarlo.
-Podemos ir juntos a la frontera, no se quede solo en este infierno, además lo noto agitado.
- Ya le dije que espero a mí familia y sin ellos no cruzaré la frontera, pero usted si puede.
- ¡Imposible! No conozco el desierto y menos más allá de estás Dunas que está lleno de trampas de arena.
-Yo conozco muy bien la zona. Lo acompañaré un tramo y después le muestro el camino hacia la frontera-. Mintió Tiziano, para alejar al muchacho de su botín.
- ¿Qué pasará con su familia?
-Ellos me esperarán.
-Le agradezco compadre, pero no tengo con que pagarle.
- ¡Ya me pagó! Me bebí toda el agua de su cantimplora y usted sabe que en este infierno ese es el mayor tesoro.
-No me lo agradezca. Lo vi demasiado deshidratado, es lo menos que podía hacer.
-Bien, no perdamos más el tiempo y partamos de una vez.
Los dos hombres se dirigieron por el tramo de las dunas, hasta divisar la desembocadura del río.
Caminaron por la ribera y la caminata llegó a su fin, cuando Tiziano simuló una torcedura de tobillo. El grandote intentó cargarlo sobre sus hombros, pero Tiziano lo convenció para que cruce la frontera. El muchachote dudó, pero al ver a la patrulla fronteriza, se asustó y comenzó a correr.
Tiziano lo miró perderse entre las piedras y, cuando se aseguró que no había intrusos alrededor, comenzó la caminata de regreso hacia el desierto.
El viento soplaba endemoniado y el retorno se tornó más difícil de lo esperado.
Tiziano estaba agotado, pero se dio ánimos haciendo planes a futuro. Se imaginaba contando los dólares y la adrenalina que le generaba lo incitaba a seguir.
Debía apurarse, antes de que la mochila quede a la intemperie o sea sepultada por la arena y apuró el pasó .
Conocía muy bien el lugar donde la había enterrado, pero ante la irrupción del muchachote, se vio obligado a irse y no pudo señalizar el sitio como hubiese querido.
Con su cuerpo temblando por la deshidratación, llegó casi con el último halito de energía que le quedaba y sintió como el frío le erizaba la piel cuando no encontró la mochila.
Su corazón comenzó a latir con fuerza, le estallaba la cabeza y el desierto se le tornaba borroso. Trato de serenarse, pero no pudo y se puso a gritar como un desaforado echando todo tipo de maldiciones. Se dejó caer abatido sobre la duna caliente y divisó un gran bulto a pocos metros del cactus.
No lo podía creer, había encontrado la mochila. La suerte le sonreía de nuevo en ese desierto de muerte, donde el viento desplaza y sepulta a su antojo.
Con dificultad se arrastró hacia ese bulto de arena y su rostro se irradió de felicidad cuando palpó la mochila. Respiró aliviado y se convenció que el dinero, era su talismán de la suerte. Seis millones de dólares eran su pasaporte al país de las oportunidades y no los pensaba compartir con nadie.
Sin perder más tiempo desenterró la mochila, la cargó al hombro como pudo y buscó un lugar seguro para refugiarse. Recordó que el desierto está lleno de verdaderas trampas, pero no le importó; tenía que protegerse de la tormenta y debía enterrar esa mochila a como dé lugar.
La tormenta de arena se tornaba cada más más agresiva y cuando vio la oportunidad, no dudó en meterse en la primera fosa que encontró. Por un momento percibió que alguien merodeaba, pero era imposible que un alma deambule en esa tempestad. Maldijo su paranoia y comenzó a cavar para enterrar la mochila. Esta vez, haría las cosas bien y se tomaría todo el tiempo que necesite.
No quería que los vándalos del desierto encuentren el dinero y se aseguraría que así sea.
Cavó tan profundo como pudo, mientras se preguntaba si su hijo había desobedecido a su jefe de la D.E.A y decidió abandonar la persecución. Tal vez lo detuvo las inclemencias del tiempo o la conciencia le remordió por querer apresar su propia sangre.
Por momentos fantaseó viviendo la gran vida y sé imaginó disfrutando las mieles que otorga el dinero, sin nadie que lo traicione.
Se sentía lleno de energía al hacer planes con todo lo robado, pero regresó a la realidad cuando vio sangre en la arena. Levantó las manos y vio que sangraban. Las yemas de sus dedos eran colgajos en carne viva, pero Tiziano ignoró el daño y siguió cavando hasta lograr la profundidad deseada.
Con delicadeza abrió la mochila, pero antes rompió su camisa y se vendó las manos. No quería ensuciar el fajo de billetes que acercó hacia su nariz.
“Los dólares tienen un olor especial ”.- pensó con una sonrisa-. Besó los billetes, los guardó y sepultó la mochila.
Conforme con su trabajo se dispuso a salir de la fosa, pero no pudo y el terror lo invadió. Parte de sus piernas estaban inmovilizadas, ancladas a la arena. Había cavado demasiado profundo y no reparó en que quedó atrapado con el excedente de arena
Afuera el vendaval desataba toda su furia. La fosa se llenaba de arena con facilidad y Tiziano sintió pánico. Tuvo un lapsus de vulnerabilidad, hasta que vio la salvación en las raíces que colgaban de la pared de la fosa y que le eran fácil de alcanzar. Esas raíces parecían endebles, pero eran muy fuertes, pero quiso asegurarse.
Tomó una bocanada grande de aire para relajarse y sonrió por lo patético que se sintió con su berrinche temerario. Sólo tenía que tomar las raíces, hacer fuerza con su cuerpo para desenterrar sus piernas y escalar como un profesional. Ese ejercicio lo había hecho por años en el ejército y nada podía salir mal. Debía apurarse, ya que corría el riesgo de quedar atrapado en esa tumba de arena.
Pensó en la mochila y en lo difícil que sería rescatarla, pero ya pensaría como hacerlo. Ahora la prioridad era salir del foso, señalizar el lugar y cruzar la frontera.
Con fuerza jaló las raíces para sí y cuando se sintió seguro se dispuso a escalar. Le costó desenterrar parte del cuerpo, pero con fuerza lo logró. Se alegró de sus días en la milicia y de sus largas horas de entrenamiento en el desierto.
Al principio escaló con timidez y cuando llegó cerca de la superficie, se dio cuenta que ni siquiera una tormenta de arena podía detenerlo. Se felicitó por su perseverancia y celebró la victoria riéndose como un desquiciado. Ya estaba casi afuera y muy cerca del borde. Le faltaba un pequeño tramo de pared, con raíces solidas y algunas piedras. Sólo tenía que sacar las manos y trepar medio metro, para salir de ahí. Para mayor seguridad , decidió envolver su cintura con las raíces que colgaban de las piedras. Pensaba que, si caía al vacío, quedaría suspendido en el aire y le sería más fácil retomar el ascenso.
Se sentía eufórico por haber derrotado, una vez más, al desierto y eso le generaba la adrenalina necesaria para hacer el último esfuerzo.
Se balanceó con sus brazos ensayando un último envión, hasta que logró aferrarse con las manos al borde de la fosa. Con fuerza flexionó los codos para tratar de elevarse y así poder asomar la cabeza. Se emocionó al sentir el viento castigando su rostro y decidió disfrutar esos segundos. Después se quedó estático para reponer fuerzas y cuando intentó sacar el resto del cuerpo, la suerte le jugó una mala pasada. Una gran mole se desprendió, haciendo un sonido ensordecedor. El derrumbe de las paredes de la fosa fue fatal. Tiziano se hundió en el hoyo junto a su mochila, quedando atrapado en esa trampa mortal. Cayó como un muñeco sin emitir sonido por la sorpresa, sin chances a reaccionar. En un instante quedó cubierto por toneladas de arena y piedras.
Murió asfixiado por esa mole del desierto, pero también murió asfixiado por su ambición desmedida. Debió cruzar la frontera con el muchachote, cuando tuvo la oportunidad, pero la ambición lo obligó a regresar y sin saberlo trazó el final de su destino. Su lado oscuro de la ambición, una vez más volvió a ganar.
Afuera la tormenta cesaba abruptamente y el sol abrazador se hizo presente en la inmensidad del desierto.
Fin.
Marcela Noemí Silva
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