ANACONDA V DE HORACIO QUIROGA
EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA :: Poemas-Fábulas-Cuentos infantiles :: Cuentos de Horacio Quiroga
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ANACONDA V DE HORACIO QUIROGA
V
La Casa, motivo de preocupación de la selva, habíase convertido en establecimiento científico de la más grande importancia. Conocida ya desde tiempo atrás la particular riqueza en víboras de aquel rincón del territorio, el Gobierno de la Nación había decidido la creación de un Instituto de Seroterapia Ofídica, donde se prepararían sueros contra el veneno de las víboras. La abundancia de éstas es un punto capital, pues nadie ignora que la carencia de víboras de que extraer el veneno es el principal inconveniente para una vasta y segura preparación del suero. El nuevo establecimiento podía comenzar casi en seguida, porque contaba con dos animales -un caballo y una mula- ya en vías de completa inmunización. Habíase logrado organizar el laboratorio y el serpentario Este último prometía enriquecerse de un modo asombroso, por más que el Instituto hubiera llevado consigo no pocas serpientes venenosas, las mismas que servían para inmunizar a los animales citados. Pero si se tiene en cuenta que un caballo, en su último grado de inmunización, necesita seis gramos de veneno en cada inyección (cantidad suficiente desde para matar doscientos cincuenta caballos), se comprenderá que deba ser muy grande el número de víboras en disponibilidad que requiere un Instituto del género. Los días, duros al principio, de una instalación en la selva, mantenían al personal superior del Instituto en vela hasta media noche, entre planes de laboratorio y demás. -Y los caballos, ¿cómo están hoy? -preguntó uno, de lentes negros, y que parecía ser el jefe del Instituto. -Muy caídos -repuso otro-. Si no podemos hacer una buena recolección en estos días... La Ñacaniná, inmóvil sobre el tirante, ojos y oídos alertos, comenzaba a tranquilizarse. -Me parece -Se dijo- que las primas venenosas se han llevado un susto magnífico. De estos hombres no hay gran cosa que temer.... Y avanzando más la cabeza, a tal punto que su nariz pasaba ya de la línea del tirante, observó con más atención. Pero un contratiempo evoca otro. -Hemos tenido hoy un día malo -agregó uno-. Cinco tubos de ensayo se han roto.... La Ñacaniná sentíase cada vez más inclinada a la compasión. -¡Pobre gente! -murmuró-. Se les han roto cinco tubos... Y se disponía o abandonar su escondite para explorar aquella inocente casa, cuando oyó:
-En cambio, las víboras están magníficas... Parece sentarles el país. -¿Eh? -dio una sacudida la culebra, jugando velozmente con la lengua-. ¿Qué dice ese pelado de traje blanco? Pero el hombre proseguía: Para ellas, sí, el lugar me parece ideal... Y las necesitamos urgentemente, los caballos y nosotros. -Por suerte, vamos a hacer una famosa cacería de víboras en este país.
No hay duda de que es el país de las víboras. -Hum..., hum..., hum... -murmuró Ñacaniná, arrollándose en el tirante cuanto le fue posible.
Las cosas comienzan a ser un poco distintas... Hay que quedar un poco más con esta buena gente... Se aprenden cosas curiosas. Tantas cosas curiosas oyó, que cuando, al cabo de media hora, quiso retirarse, el exceso de sabiduría adquirida le hizo hacer un falso movimiento, y la tercera parte de su cuerpo cayó, golpeando la pared de tablas. Como había caído de cabeza, en un instante la tuvo enderezada hacia la mesa, la lengua vibrante.
La Ñacaniná, cuyo largo puede alcanzar a tres metros, es valiente, con seguridad la más valiente de nuestras serpientes. Resiste un ataque serio del hombre, que es inmensamente mayor que ella, y hace frente siempre.
Como su propio coraje le hace creer que es muy temida, la nuestra se sorprendió un poco al ver que los hombres, enterados de lo que se trataba, se echaban a reír tranquilos. -Es una Ñacaniná... Mejor; así nos limpiará la casa de ratas. -¿Ratas?... -silbó la otra. Y como continuaba provocativa, un hombre se levantó al fin.
-Por útil que sea, no deja de ser un mal bicho... Una de estas noches la voy a encontrar buscando ratones dentro de mi cama... Y cogiendo un palo próximo, lo lanzó contra la Ñacaniná a todo vuelo.
El palo pasó silbando junto a la cabeza de la intrusa y golpeó con terrible estruendo la pared. Hay ataque y ataque. Fuera de la selva y entre cuatro hombres, la Ñacaniná no se hallaba a gusto.
Se retiró a escape, concentrando toda su energía en la cualidad que, conjuntamente con el valor, forman sus dos facultades primas: la velocidad para correr. Perseguida por los ladridos del perro, y aun rastreada buen trecho por éste -lo que abrió nueva luz respecto a las gentes aquellas-, la culebra llegó a la caverna. Pasó por encima de Lanceolada y Atroz, y se arrolló a descansar, muerta de fatiga.
Anaconda de Horacio Quiroga
La Casa, motivo de preocupación de la selva, habíase convertido en establecimiento científico de la más grande importancia. Conocida ya desde tiempo atrás la particular riqueza en víboras de aquel rincón del territorio, el Gobierno de la Nación había decidido la creación de un Instituto de Seroterapia Ofídica, donde se prepararían sueros contra el veneno de las víboras. La abundancia de éstas es un punto capital, pues nadie ignora que la carencia de víboras de que extraer el veneno es el principal inconveniente para una vasta y segura preparación del suero. El nuevo establecimiento podía comenzar casi en seguida, porque contaba con dos animales -un caballo y una mula- ya en vías de completa inmunización. Habíase logrado organizar el laboratorio y el serpentario Este último prometía enriquecerse de un modo asombroso, por más que el Instituto hubiera llevado consigo no pocas serpientes venenosas, las mismas que servían para inmunizar a los animales citados. Pero si se tiene en cuenta que un caballo, en su último grado de inmunización, necesita seis gramos de veneno en cada inyección (cantidad suficiente desde para matar doscientos cincuenta caballos), se comprenderá que deba ser muy grande el número de víboras en disponibilidad que requiere un Instituto del género. Los días, duros al principio, de una instalación en la selva, mantenían al personal superior del Instituto en vela hasta media noche, entre planes de laboratorio y demás. -Y los caballos, ¿cómo están hoy? -preguntó uno, de lentes negros, y que parecía ser el jefe del Instituto. -Muy caídos -repuso otro-. Si no podemos hacer una buena recolección en estos días... La Ñacaniná, inmóvil sobre el tirante, ojos y oídos alertos, comenzaba a tranquilizarse. -Me parece -Se dijo- que las primas venenosas se han llevado un susto magnífico. De estos hombres no hay gran cosa que temer.... Y avanzando más la cabeza, a tal punto que su nariz pasaba ya de la línea del tirante, observó con más atención. Pero un contratiempo evoca otro. -Hemos tenido hoy un día malo -agregó uno-. Cinco tubos de ensayo se han roto.... La Ñacaniná sentíase cada vez más inclinada a la compasión. -¡Pobre gente! -murmuró-. Se les han roto cinco tubos... Y se disponía o abandonar su escondite para explorar aquella inocente casa, cuando oyó:
-En cambio, las víboras están magníficas... Parece sentarles el país. -¿Eh? -dio una sacudida la culebra, jugando velozmente con la lengua-. ¿Qué dice ese pelado de traje blanco? Pero el hombre proseguía: Para ellas, sí, el lugar me parece ideal... Y las necesitamos urgentemente, los caballos y nosotros. -Por suerte, vamos a hacer una famosa cacería de víboras en este país.
No hay duda de que es el país de las víboras. -Hum..., hum..., hum... -murmuró Ñacaniná, arrollándose en el tirante cuanto le fue posible.
Las cosas comienzan a ser un poco distintas... Hay que quedar un poco más con esta buena gente... Se aprenden cosas curiosas. Tantas cosas curiosas oyó, que cuando, al cabo de media hora, quiso retirarse, el exceso de sabiduría adquirida le hizo hacer un falso movimiento, y la tercera parte de su cuerpo cayó, golpeando la pared de tablas. Como había caído de cabeza, en un instante la tuvo enderezada hacia la mesa, la lengua vibrante.
La Ñacaniná, cuyo largo puede alcanzar a tres metros, es valiente, con seguridad la más valiente de nuestras serpientes. Resiste un ataque serio del hombre, que es inmensamente mayor que ella, y hace frente siempre.
Como su propio coraje le hace creer que es muy temida, la nuestra se sorprendió un poco al ver que los hombres, enterados de lo que se trataba, se echaban a reír tranquilos. -Es una Ñacaniná... Mejor; así nos limpiará la casa de ratas. -¿Ratas?... -silbó la otra. Y como continuaba provocativa, un hombre se levantó al fin.
-Por útil que sea, no deja de ser un mal bicho... Una de estas noches la voy a encontrar buscando ratones dentro de mi cama... Y cogiendo un palo próximo, lo lanzó contra la Ñacaniná a todo vuelo.
El palo pasó silbando junto a la cabeza de la intrusa y golpeó con terrible estruendo la pared. Hay ataque y ataque. Fuera de la selva y entre cuatro hombres, la Ñacaniná no se hallaba a gusto.
Se retiró a escape, concentrando toda su energía en la cualidad que, conjuntamente con el valor, forman sus dos facultades primas: la velocidad para correr. Perseguida por los ladridos del perro, y aun rastreada buen trecho por éste -lo que abrió nueva luz respecto a las gentes aquellas-, la culebra llegó a la caverna. Pasó por encima de Lanceolada y Atroz, y se arrolló a descansar, muerta de fatiga.
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